jueves, diciembre 27, 2007

Sobre OVULADA, de Amanda Durán



Más allá de las modas de la deconstrucción y de la poesía femenina –de algún modo, hasta hace poco exógenas en Chile-, la posibilidad de hacer cuerpo estas expresiones desde su pura imitabilidad, da pasos lentos. El constatar la capacidad en que el discurso desde la mujer puede dar cuenta mejor de nuestros desórdenes colectivos que nuestra poesía establecida (patriarcal, como le llaman a veces), y que el deconstructivismo –que en absoluto puede entenderse como una reducción al vacío, sino como un desensamblaje para una nueva posibilidad de composición- puede dar un reporte más adecuado de la crisis cultural absoluta en que estamos, estas necesarias constataciones, no llevan automáticamente a la generación de expresiones efectivas desde una posible conciencia literaria nacional.

La tensión altamente mujeril de las nuevas poetas chilenas debiera tomar más relevancia. Es lo que pienso cuando considero Ovulada, de Amada Durán (MAGO Ed., Santiago, 2007) o leo los anticipos de La arcada como pequeño maleficio, de Marcela Saldaño, y digo mujeril, sabiendo que es palabra dura y malsonante, pues probablemente esta malsonancia dice más que el sano respeto a nuestros contextos lingüísticos sólitos al referirnos a una época marcada por la invasión de los cuerpos por el poder de una historia enajenada –en medio de un modo de sociedad que levanta una muralla entre lo que es y lo que no puede aparecer (y se supone que con ello deja de ser). La violencia, que no puede evitar cruzarse en el discurso, es la seña que muestra la persistencia del ser humano en su humanidad bajo el embate de una gran nada espectral y alienante.

Esta violencia es palpable y efectiva en Ovulada. En este preciso sentido, me refiero a la mejor posibilidad para una poesía desde la mujer de emprender un saldo de cuentas colectivo. No puedo dejar de ver, en esa casa a medio construir y poblada de todos los fantasmas que la agonía de la familia tradicional nos ha traído –desde la separación y la viudez hasta el parricidio y el incesto-, un retrato de lo que nos ha faltado para conformar una nación. La enervante fragilidad de nuestros vínculos “naturales” –como los llamaba el viejo derecho- se ha visto aun más confirmada bajo la sombra de una (contra-) cultura del “yo” sobre una cultura posible del “nosotros”. En este caso, Amanda da una contundente muestra de la nueva poética de mujeres, perfectamente reconocible en aquéllas que nuestra culposa modernidad relegó a la “literatura femenina clásica” de principios del siglo XX –Mistral, Storni, Agustini-: la visión desde una desolación corporal y doméstica, más ahora invadida por la crisis absoluta del sentido.

La actividad biológica –desplegada en el libro desde la vida familiar hacia su expresión crudamente sexual- termina indefectiblemente en la muerte, la carencia, la indefensión (marcadas profundamente por la compasión que revela el último poema, como única posibilidad de redimirse en un plano social ya reducido a la errancia). Este “esquema” (legible ya en la melancolía “clásica” de las autoras canónicas) se resuelve acá en una insolencia escritural que no se acoge a los viejos recursos “de entrada” a ese canon –en algún sentido marcados éstos siempre por un correlato ético de construcción social-, sino que cae en la conciencia abierta sobre el cuerpo de carne y sangre. Y en este sentido, esta particular insolencia le da caracteres definidos dentro de la producción coetánea, marcada a veces por un esteticismo que “lima” sus posibilidades de acidez en el necesario choque entre la poética y la práctica de nuestras épocas.

Mención aparte merece el cuidadoso trabajo vérsico: refleja, creo, la conciencia netamente corporal del trabajo literario de Amanda. El carácter staccato de la expresión –más feudataria del arte teatral que de la lírica- le suma al texto una extensidad: la cuidadosa evitación de un acento dirigido a crear simples efectos formales o a diluir un legítimo sentimiento de unidad de sonido, sentido e imagen (que es, al fin de cuentas, la marca de una poética que sabe eludir esos efectos). Gracias a esto, lo fragmentario de los textos logra tender a una completa integración en el plano del estilo.

Es curioso que un libro con tanta muerte respire tanto. Es en esto, en esa paradoja, en lo que da cuenta de nuestra época: y al fin del viaje, ese dar cuenta basta y sobra para ponerlo en una línea destacada en la producción de su generación.

viernes, diciembre 14, 2007



Sobre Salón de Primavera


¿Hay géneros mayores y géneros menores en el Arte? La pregunta es de suyo compleja y no precisamente una que nos llenará de amigos. La verdad es que hay algunas realidades que se dan gratis y fácilmente al análisis, fundamentación y orden en las bibliotecas –fíjese el lector en la particular fortuna del arte conceptual en una época en que todos tenemos menos tiempo para el gusto-sin-preguntas que debería ser el objetivo fundamental de toda expresión que aspire a tomar formas y hacerse ver y reproducir. Otras realidades se escurren entre los dedos, se van, se esconden.

Decir “género menor”, en este sentido, equivale ciertamente a una derrota. Derrota en el plano de la administración de los discursos sobre el Arte en nuestro país, que encuentra su hermana en la derrota de nuestros “territorios menores”, que insisten en una obcecada resistencia al desarrollo globalizante y al análisis, piedras de toque de nuestra burocracia nacional. Así, el santo territorio de la sistematicidad de la crítica de arte del país debe tener app. 20 cuadras cuadradas en el centro de Santiago, con pequeñas islillas hacia la zona alta de la capital –y furibundos y miméticos simios en una universidad del sur que tiene un lindo campus.

Cuando me ha tocado ver Salón de Primavera, he recordado el esfuerzo que, precisamente, en esa ciudad de academia enjardinada, hizo –y espero, siga haciendo- el periodista Sergio Ramón Fuentealba: un rescate sistemático (a través de entrevistas) del arte en una ciudad, y de la forma en que se conformó la relación que éste tuvo con la comunidad y con los proyectos de construcción de un nuevo mundo (tanto estética como socialmente), hasta su momento actual, pasando por el momento en que los proyectos desaparecen –y la ciudad también, por ende. Sin embargo, el libro, cuidado por Julio Jara Werth, con entrevistas e investigación realizadas por Rodolfo Hlousek, me ha parecido una apuesta mayor.

La acuarela en la IX Región, corresponde absolutamente a eso que desde los altos planes de las mayúsculas artísticas podemos llamar derrotas: realidades que se escapan de cualquier tipo de pretensión de conocimiento exacto, medición y esquema crítico (espero que quede claro que esta última expresión la uso en versalitas). Zona de Frontera en la cual la identidad regional, urbana y personal pasa por un conflicto histórico étnico-social al que, por ahora, no se ve resolución, y alejada lo suficiente de los grandes centros de producción cultural y de sus remedos simiescos -4 horas, por lo menos-, para que el único camino de validación de una obra sea esa emigración sin vuelta que más que sumar una producción –situada, local, identitaria- a las ciudades, suma estatuas en las plazas. Asimismo, con respecto a la práctica misma, dirá más de alguien: acuarela, aquello que los Grandes de Antaño usaban como bosquejo para los Óleos, también una cierta frontera entre lo acabado y lo por acabar.

Sin embargo, la labor adquiere un color absolutamente distinto cuando la situamos desde el punto de vista de la actividad misma. Lo que desde arriba es un campo en desastre, corresponde a una vida demasiado compleja y plena de esas realidades distintas y no homologables que constituyen la pesadilla del sistematizador. Sin embargo, no puedo olvidarlo: Hlousek es poeta, y entre colegas sabemos perfectamente bien el peso de la realidad presente –abismal, incalculable- con respecto a los Futuros y Pasados, que pesan lo que los libros o revistas de bienal. La realidad del arte es más enorme, más ella misma y menos ficción que lo que se teje intra-blancos muros de academia.

Así, no puedo dejar de darme cuenta de la absolutamente intuitiva sensación de práctica efectiva que trasunta el libro. Es fácil acá apreciar un árbol de ramas comunicantes, armado entre el taller y el café, las Universidades Europeas y la heroica Academia de Artes de Temuco, la inmigración en la Frontera (ese Far West sin prejuicios, como la llamaba Neruda refiriéndose a la mezcla de sangres) y la emergente cultura mapuche. La pretensión de uniformizar del intelectualizado crítico de artes cede el terreno al periodismo cultural, cada vez menos hallable y desplazado por la simpatía fácil del reportaje liviano y autorreferente: y tan sólo un periodismo cultural de esta rigurosidad podría ser capaz de captar aquello que alimenta al arte y que del arte se alimenta, esto es, el incesante traspaso de experiencia que hace a la humanidad continuar definiéndose a sí misma, la cadena de la producción artística.

Es así como se “cae” a la práctica misma del oficio acuarelístico, unida en este caso a la referencia permanente al lugar de donde se es. El sentido de evocación de Sebastián Ellena –desde el cual la Escuela de Bellas Artes de Santiago parece parte de un húmedo Sur-, la insólita expresividad cálida de una naturaleza de cielos nublados de Miguel Ángel Roa, la melancolía de intramuros de Yolanda Urbina, la particular y brillante intensidad de Alfredo Castillo –esos cielos, ese mar, que son tan absolutamente no-acuarelísticos en su golpe contundente a la pupila-, y esas escenas de límpida y clara construcción de Mario Torres Burboa, todos estos trabajos, por más que a veces logren hablar de viajes y experiencias diversas, siempre tienden a un particular sentido de apropiación artística, que me parece más notable que en la plástica de material más canónico. Es el ojo del Sur, cuya fina educación de los matices por una naturaleza con una multiplicidad de colores que tiende al infinito y un aire claro, tiende necesariamente a hacer de la memoria visual una experiencia estética de por sí. Dejo aparte el caso de Ariel Traipi, en que la fuerza expresiva nos recrea un modo de mirar que sólo se podría dar desde ahí, en el más pleno intento de reconstrucción de un mundo histórico y mítico irrecuperable.

Esta situación de una práctica artística, esta práctica situada, constituye un trabajo que adquiere esa belleza de lo que nadie se atrevería a llamar “necesario” o “central”. Gotas de vida para el frío de estas metrópolis, Salón de Primavera es aquella labor necesaria de periodismo cultural, que hace persistir en nosotros lo que la moda asesina de las capitales no admite: su culposo origen húmedo y múltiple.

martes, diciembre 11, 2007

Acerca de la irresponsabilidad verbal: carta pública a Marcelo Mellado

¿Sería tomado como ironía que yo empezara esta crónica diciendo: “Que Mellado haga sus maletas. Muerte a Marcelo Mellado”? De seguro, no. Eso sólo se le permite a usted. En mí, un escritor que ahora vive en Santiago, pero que fui de aquellos que usted desea muertos, tales frases serían tomadas como “ataque fascista”. Yo estaría asimilado a una suerte de “poderes fácticos” que esperan el momento para poder atacarlo, precisamente porque usted es un outsider, precisamente porque “tiene cojones”...

Así que en algo escrito para todo el país, y de esa forma, eso es lo que espero, cojones. Más encima, Mellado, usted viene de un puerto, en que la realidad tiene, usted sabe, cierto exceso, y las palabras pesan como plomo. Cojones, Mellado, una palabra que corresponde con algo más de belleza –algo que a mí, por lo menos, me interesa-, a la palabra responsabilidad. Y eso, Mellado, extrañamente, es algo que no encuentro ni en su mínima expresión en su lamentable performance. Y digo: su lamentable performance, porque intentar centrarse en el tema de la funa en su contra es una estrategia, consciente y planificada (y en esto permítame ser yo el paranoico) por usted y otros más. El querer llamar a debate, cuando su texto no tiene intención de debate, sino de insulto, es una forma de cubrirlo y dejarlo libre de la responsabilidad de lo dicho.

Por ejemplo, ¿qué le pasa a usted con los poetas, Mellado? Porque no tiene el coraje civil de nombrar a aquellos que realmente usted desea atacar: los organizadores de la lectura en el Bar La Playa. ¿No se atreve, Mellado? Yo le nombro a Mateo Saavedra. Yo le nombro a Darío Prieto. ¿Por qué no los nombra usted? ¿Por qué a todos los poetas de Valparaíso les debe caer el anatema particular que usted definitivamente puede arreglar de la manera más contundente –la justicia- o más de puerto –porque usted también ha vivido en un puerto, no me va a decir que no me entiende? ¿No será que usted odia la poesía a tal nivel que se felicita en ofender a todo el gremio de una ciudad, sin conocer nada de él?

Me explico, Mellado. Es difícil conocer la poesía de Valparaíso. Yo me he pasado algo así como siete u ocho años intentando que se difunda –tarea que en la etapa de publicación antológica (hasta ahora en revistas) llega, por mi parte, a su final en enero del 2008 con La Orilla Inquieta, que reúne la obra de 36 poetas de Valparaíso y entorno (el entorno natural del Gran Valparaíso, claro). Me parece a mí –y esto es absolutamente personal- que la poesía de Valparaíso ha sido, en los últimos 15 años, la expresión más poderosa que ha emergido desde cualquier provincia chilena, tomando en cuenta la absoluta excepción que es la Región Metropolitana (y busco que con la antología esto le parezca también a otra gente). Y es, en general, una obra mal conocida, por los vicios de la provincia que usted conoce: la dificultad para organizarse, la exasperante falta de medios, la absoluta primacía de la vida sobre la literatura. Es mi trabajo que sea vista, y usted lo sabe, porque usted sabe de esta antología.

¿Y sin embargo, a cuántos tuve que escuchar durante años y años insultando a la poesía de Valparaíso? La diferencia es que siempre se hizo en privado. Usted hace un ataque público a todo un gremio, y detrás de usted, vendrá Daniel Hidalgo y, seguro, detrás de usted, Álvaro Bisama, y así. El trabajo de difusión de la literatura de Valparaíso va a ser indigno. Esta irresponsable violencia verbal suya ha hecho un daño mucho mayor que el que se pueda hacer a esa falacia ridícula del patrimonio y a ese mezquino interés de los propietarios de pubs.

Porque vamos sumando irresponsabilidades. Usted ha puesto en perspectiva un posible choque entre los poetas de San Antonio y los de Valparaíso –y en perspectiva próxima. Me complazco en ser amigo y tener cierta admiración por el sacrificadísimo trabajo que se ha hecho en San Antonio, por la calidad artística y humana de los autores que conocí allá. ¿Qué pasará ahora cuando los poetas de San Antonio se vean obligados a apoyarlo contra los poetas de Valparaíso? ¿Qué pasará cuando algunos debamos elegir de qué lado nos ponemos en esta querella absurda sobre un robo que le hicieron a usted a la salida de un bar? ¿Se da cuenta, Mellado, lo que es posible prever? Condena al aislamiento, en forma absolutamente irresponsable, no a uno, sino que a dos entornos poéticos que son naturalmente correspondientes por vivencias y carencias. ¿No será, Mellado, y le repito, que lo que usted odia es la poesía?

¿Pero estoy hablando con una persona de puerto? No me puedo equivocar, Mellado, y es una de las cosas que siempre he respetado profundamente de su narrativa: la capacidad de mostrar una suerte de miseria humana exacerbada, apuntando al corazón de los males de este país: una suerte de desidia con respecto al entorno, una suerte de desplazarse inerte hacia la nada. Así que debo pensar: el señor Mellado escribió todo esto para provocar, generar un efecto catalizador, mover voluntades... Debo entender que éste es el entorno literario en que usted supone que pasan las cosas importantes y se problematiza cosas realmente serias. Un territorio hostil, violento y enajenado. Enfurecido. En que la literatura se divorcia de los medios de comunicación (mire, esto sí que usted está ad portas de producir en términos absolutos), en que la polémica baja y personalizada respira por todos los poros, en que los medios alternativos pasan a oficializarse y ser funcionales al poder rápidamente. Le aseguro que ya hubo un grupo de gente que lo intentó. Justo cuando una Editorial, de carácter exasperantemente violento, de baja calidad moral e intelectual y con una terrible vocación de matonaje se disolvió, sin lograr hacer de Valparaíso la tierra de nadie violenta que quería, llega usted, y en menos que canta un gallo consigue solo lo que ese grupo cerrado y organizado de odiadores profesionales no consiguieron en años. Felicitaciones. Eso demuestra cierta capacidad, una perversa y oscura capacidad.

Pero, ¿estoy hablando con una persona de puerto? Pase que lleve un notebook a la zona más peligrosa de la ciudad –y me creerá si pienso que la irresponsabilidad parte por ahí, precisamente, por pensar que a usted no le iban a robar, o bien que alguien lo iba a cuidar. Pero pase. Pero suponer, como a todas luces supuso, que la publicación le iba a resultar gratuita, eso, Mellado, me parece absolutamente insólito. Usted sabía que algún descalabro iba a haber antes de la dichosa actividad de las revistas culturales: ¿quiso usted ponerse como la vedette de ese debate o es sólo irresponsabilidad? –me parece que lo que no esperó fue la funa. Y marcó con su nombre una actividad en la que usted era sólo un participante más. Y ahora la gente que debiera sentirse agraviada por haber despertado usted una violencia inaudita en pleno intercambio ciudadano, lo defiende. Insólita y (permítame la paranoia) sospechosamente bienpensante y concertada defensa en su ataque abierto a la literatura de Valparaíso.

La irresponsabilidad tiene un límite, Mellado. Le aseguro que hay gente mucho más seria en literatura, más contundente, que vivió en los años duros, que no creo que tenga la idea de debatir con usted, ni hacerle actos simbólicos. Yo no me preocuparía de la gente que hizo la funa: me preocuparía de esa otra gente, que no vio en su artículo ningún tipo de invitación al debate, que no actúa en colectivo. Gente que bebió de la escuela de los 70 -Juan Luis Martínez, Mellado, ¿sabe qué haría Martínez en una situación como ésta?-, y de la resistencia cultural contra la Dictadura. Cuando pensé en ellos, Mellado, le aseguro, su irresponsabilidad se me antojó más que peligrosa, suicida.

En fin, estoy hablando con una persona que vivió y vive en puertos. Creo que usted sabe el peso de las palabras. Creo que usted sabe las consecuencias. Es lamentable, Mellado, que otros deban pagar por lo que usted dice, que la ciudad de Valparaíso tenga que pagar estos cincuenta grados de violencia que usted le ha provocado. Si cae violencia en su contra, no es sino la que usted generó. La palabra tiene peso. Y usted no es más importante que la poesía en Valparaíso.

Carlos Henrickson


Postdata, 12 de Diciembre

La poesía de Valparaíso no saldrá publicada en Ciudad Invisible. Qué pena. Es más que evidente que consideran su persona, Mellado, más importante que la poesía de los mismos lugares que pisan.

¿Y por qué este apasionamiento por defenderlo, Mellado? ¿De adónde sale este profundo orgullo en la ignorancia total con respecto a la actividad poética de Valparaíso, mostrado en todo su esplendor por el redactor del comunicado de prensa del...? (me olvidaba: la estupidez vanidosa de esos lacayitos con los que usted trabaja llega al punto de no poner fecha a un comunicado de prensa).

A ver, señor Mellado. Como ya le dije, me extraña profundamente que lo defiendan con tanta pasión... Como un escenario en el cual se prepara de antemano una víctima para ser inmolada y después exaltada (como el Reichstag, ¿no?). Por eso no sé aún por qué sigo hablando con tanto respeto, cuando la palabra respeto ha estado desde el principio fuera del "debate" (¿?). Con su invocación de la muerte, el respeto estuvo de más desde el principio, hecho absolutamente confirmado ahora por el ladrido de quiltro de sus siervos seudoperiodísticos.

A Gombrowicz le sonaba bien ese tono contra-poetas (cfr. Contra los Poetas, Ed. Sequitur, 2006; y también acusaba de nazi a todo el mundo que osara criticarlo...). En usted suena mal y sucio –las copias siempre suenan tan degradadas... Y en la redacción imbécil e infantil del comunicado de Ciudad Invisible suena abiertamente nazi. No me extraña. El lamentable personalismo que dispara histéricamente a la bandada cuando le hacen un asalto como el que le hacen a miles de personas en todos los días y en todos lados, culpando a un gremio de eso, y reclamando su eliminación, no puede ser más absolutamente reminiscente al nazismo. Típico, en todo caso, de todos esos lamentables hidalgos provincianos, ya con la derrota pintada en la cara, sedientos de llegar a tener una pequeña cuota de poder, mientras se revuelven en el insulto y la mugre que depositan en el mismo suelo que les da de comer.

Usted, Mellado, tiene prensa en Santiago para todo el país, y en Valparaíso su equipo de lacayos –en lo que usted ha transformado Ciudad Invisible. Puede pedirle a sus amigos de todo Chile que solidaricen con el pobrecito de usted –solo, abandonado y pobre, usufructuando del Zócalo del Consejo de la Cultura y de The Clinic... ¿Quién es el nazi acá, Mellado? ¿Quién abusa de su poder, mientras dice que no lo tiene? (acuérdese de Hitler el 36, el 37, todo ese escándalo por Versalles...). ¿Quién empezó el insulto?

Ante los años de florecimiento exultante e incesante, contradictorio y firme de la literatura porteña, Ciudad Invisible es un accidente, un guijarro en la ruta por donde pasará el carro de la belleza (¿qué le parece ese tono poético, Mellado? Y puedo ser más empalagoso, más modernista, más poeta aún). Y usted, Mellado, para qué seguir hablando de usted. Aún la poesía de Valparaíso es más grande que usted.

lunes, diciembre 10, 2007

Sobre CON AJO, de Harry Vollmer



La poesía –bien lo sabemos por los años de sombra que pasamos, parece, hasta hace poco- contiene en sí, extrañamente, la semilla de un proyecto humanista profundo y antiguo. La posibilidad única de articulación ético-estética, hizo que ya Schiller –el fundamento del romanticismo alemán- tomara al arte en general, y la poesía en particular, como la más alta jerarquía de educación del hombre, aquélla que lo hace entrar al género humano.

No hay duda de que éstas son bellas palabras. El problema es lo que sucede cuando esa semilla de infinito cae sobre piedra. Los territorios marcados por la carencia y la violencia sistemáticas parecen, hoy, cerrar radicalmente la puerta a cualquier sombra de posibilidad de redención humana. El lugar de la poesía no es ya el de educadora de la humanidad, sino que busca nichos –escondrijos, se diría, o bien, caletas-, absolutamente otros. Pienso en esa guardia, donde los seres angustiados pueden dormir tranquilos, en el hablante que tras una cegante nostalgia por el viejo mundo en que hasta la crueldad era inocente, dice:

Después de eso, sólo quedaba el camino hacia la esquizofrenia,

hacia los Románticos Alemanes, hacia Nietzsche,

hacia la muerte en el fondo amarillento de un vaso.

O en aquel poema en que Un poeta escribe en una esquina / con un trago robado de alguna parte, ocupando dos versos escasos, en que incluso el hablante lo mira desde lejos dentro de esa sede, repleta de seres que se acaban, y en que la vida es sobrevivencia. Y es que hablamos del Sur. Cuando escucho la palabra “violencia” en comunicación con “Sur”, no puedo dejar de acordarme de la sensación –ésa, la más importante- que tuve en mis primeros viajes desde Concepción –ese punto en el mapa- hacia esa particular atmósfera histórica que corre desde “la Frontera” hasta la Isla de Chiloé. Una historia de múltiples migraciones: las que no violentas, fundamentadas en la violencia, y cuyo desarrollo humano y social estuvo -¿o está?- fundado en la represión sistemática, con esa belleza natural siempre de algún modo presente, como refiriendo una aspiración imposible a un estado de gracia desplazado por un mundo moderno. No es palabra vacía esa especie de negación de dedicatoria, ese sabor de los colores cuando nos hablan.

Hay, además, la humedad, pendiente en el aire cuando el mar está cerca, ese color que corroe la cara de las cosas, mostrándolas cómo son, como no quieren verse, dándoles menos tiempo de vida. La escritura del puerto -Carlos Araos, en Iquique, Javier del Cerro, en Coquimbo, o Florencia Smiths, en San Antonio, y, por cierto, este Con Ajo, de Harry- contiene ese exceso de realidad, que no permite la definición visual o sensorial sobre la que las grandes disciplinas maestras de Occidente –la filosofía, el arte, la Ley...- pretendieron fundar el reconocimiento del ser humano. La única forma de reconocimiento, en una poética como la de Harry, consiste en una compasión de carácter absolutamente no-cristiano, más una fuerza de apasionada y desolada intensidad que esa reunión con el otro, oportunidad ya negada por la historia. La esquizofrenia, nombrada una y otra vez por Harry es, de una u otra forma, el reconocimiento de la incapacidad de entender y entenderse, el olvido tácito de los viejos lazos del hogar y el calor de los afectos. A falta del pan de la comunión, es la violenta advocación de la hoja contaminada de ajo, para que las heridas no cicatricen, mostrando en sí cómo esa piel de las redes sociales no se pueden ver cerradas, a menos que sea maquillaje. Póngase atención: el hablante ha abandonado su casa, el hablante no forma parte de la sociedad o la economía, sino que entra por fuera; el hablante sólo es redimible mediante la religiosidad delirante, desesperada y solitaria de las sectas adventistas, o la propia ensoñación, reconocida una y otra vez como eso: ensoñación, de espaldas a la realidad. Que sin embargo, termina mostrando, como por los bordes, en su falta de plenitud, una realidad que aún en ese sueño no puede dejar de reconocerse como fiel a sí misma.

Esta fidelidad de la realidad hacia sí misma, le permite a Harry establecer su poética como un recuento histórico, al presentar en esa pequeña historia el efecto del profundo, abismal y permanente derrumbe del proyecto humanista desde 1973, y la lejanía total entre lo que existe y cualquier tipo de “palabra que dé vida”. En este sentido, no es un poeta “ochentero” –con todo lo que aún da eco de magníficos despliegues, poses para la fotografía y, en general, un doblez expresivo que en los casos más críticos se ha transformado en abierto cinismo cinismo-, sino un poeta que vivió los 80s dictatoriales desde una de sus trincheras de honor dentro del país, que fue ese Sur inquieto y fértil en discurso, actitud y cojones, que –era que no- siempre fue escamoteado y mirado por encima del hombro por la vida cultural metropolitana y la administración política –y, por qué no decirlo, de las bibliotecas. Que exista todavía ese Sur, es lo que –a mí, por lo menos- me viene a decir la poesía de Vollmer. En el seno de otra barbarie –la misma barbarie, algo más madura, más seria-, años después, este agrio testimonio de humanidad persiste.


Carlos Henrickson


martes, diciembre 04, 2007

Asumiendo que se disculparán los desbarajustes provocados por funcionarios inconscientes...

Se les invita al lanzamiento de Con Ajo (Ed. Pájaro Verde, Puerto Montt, 2006) a realizarse el viernes 7 a las 19:30 horas en la sala de Novedades de la Biblioteca de Santiago (Matucana 151, Metro Quinta Normal).





Harry Vollmer (Osorno 1966), ha publicado Barrio Adentro (poesía, Ed. Pájaro Verde, Puerto Montt, 1997) y en 1999, Chaucha (Ed. Universidad de Los Lagos, Osorno, 1999). Editó la antología de poesía Línea Gruesa (Reunión de Súrdicos Poetas Jóvenes Chilenos). Ha sido incluido en las antologías de poesía Desde los lagos, Zonas de Emergencia y Ecos del Silencio. Editor de las revistas literarias La Papa Blue, Pájaro Verde y Anawín (realizada con jóvenes infractores de la ley) .

CONCEPCIÓN

Imagínate huir. Imagina encendidos

los seres, sin secar las máscaras

de lodo sobre el rostro. Y todo aquello nuevo:

la soberbia insolente de una ciudad nueva, cual

reconstruida. ¿Adónde el baile, adónde

las fértiles ceremonias? En ninguna parte; busca,

tan sólo el vacío. Un regimiento: he ahí ese bautismo;

los sargentos aún sobre ese gris. ¿Gris

de cemento u otra máscara? Allí, en esa sombra,

estuve años de años como un alucinado, viendo

lodo sin secar ante los ojos, y al temblar era el agua,

el agua negra de la melancolía la que

bailaba. A veces era buena esa melancolía

negra: entraba a la digestión y daban ganas

de quedarse sentado y quieto, con las mesas

llenas y ese vómito sobre las paredes. Pero

los sargentos y sus oscuros rituales no eran

mi familia. Soy, al fin, de la más odiada de las ciudades,

tengo una salvaje madre que devora a sus hijos

como gata hambrienta, bella más allá

de toda belleza de este mundo. ¿Qué puede

hacer la exaltada y heroica belleza del aurinegro,

las viejas memorias, la Cultura, cuando

todo ya está lleno de sargentos, respirando

en tu cuello, repitiéndote una y otra vez

que hagas la rutina: que seas digno

del patrio lar? Nada. Escuché:

busca a los tuyos, perro; raspa

de aquí, extranjero. E imagínate, ahora, huir. Hasta

la patria final, o bien hasta la patria

natal, o bien hasta la más bella

de las patrias, el mar un escenario triste y encendido, o bien

encontrar en este pleno abismo

el único lugar al que te condenó la infancia.

Difícil saber esto: me esperaban en esta casa vacía,

espléndida. Fue un desliz miserable criarme en esa gris

y húmeda extranjería. Ya ni siquiera el rencor.

Sólo la rabia, Concepción,

sólo la rabia.

viernes, noviembre 30, 2007

Exposición


Juan Gómez Quiroz, pintor con obra en el Museo de Arte Moderno, el Museo Guggenheim y el Metropolitan Museum de Nueva York, le invita cordialmente a la inauguración de su exposición La Trascendencia del deseo de expresar la forma, la línea y el color en la cuarta dimensión, a realizarse en el Museo de Arte Contemporáneo (Parque Forestal s/n, Santiago - Metro Bellas Artes, línea 5), el día 6 de Diciembre de 2007. La exposición se extenderá hasta el día 20 de Enero.




El dibujante, pintor y fotógrafo chileno Juan Gómez Quiroz (1939) vive en Nueva York desde los años 60, donde ha realizado una actividad artística de gran trascendencia. Con una trayectoria de exposiciones que incluye el Smithsonian, el Brooklyn Museum, el MIT, el Museo Metropolitano y el Modern Art Museum, su obra ha sido reconocida por la crítica como una aventura osada y original, al aplicar la mecánica de cuatro dimensiones dentro de la representación bi- y tridimensional. Exposición permanente en http://www.juangomezquiroz.com/



Informaciones:
9771741
mac@uchile.cl
www.mac.uchile.cl

lunes, noviembre 26, 2007

SIN PERDER DE VISTA

-arte menor-


I.


Se quema esta ciudad

con fuego oscuro. Acá

-fuera de casa- espero

una ligera seña. Quebrada

la niebla de hoy, fulge

el frío esplendor de tus ojos

y veo que no hay error

en esto: se quema con oscuro

fuego la ciudad, hoy, y

nosotros, los de pupilas vivas

nos hallamos de pronto

en medio de una gran mirada

muerta.



II.


Hemos decidido, a veces

parece que hemos decidido.

Se nos da sólo el mundo que hemos

armado, viga tras viga, dúctil

materia amasada que firme

se seca y nos guarda de la historia

que nos hizo de piedra

los huesos. Parece que hemos

decidido. Pero el aire

tiene este carácter final,

nublado, vacilante. El día

es una fiesta. Enmascarados y ebrios,

podremos olvidarnos de éstas,

las casas rumorosas. Dama callada

en esa ficción tibia, acercarás

a esta fría calle las venas firmes

de tu cuello, la clara tierra suave

de los pies a los hombros, extendida,

toda, bajo la brisa alegre

de la demolición.



III.


Tu cara sí, con máscara.

De espaldas a la lírica,

al sonido, cortando la garúa

a danza y gesto, oculta

bajo el propio cuerpo, el semblante, la piel;

de piel, así, la máscara, ansiosa, ansiosos, tú

y yo en este decir sin

decir, callar

hablando.



IV.


Él no es para siempre. Yo tampoco,

ni tú: ni pisadas hacemos que den

eco –ese eco que amamos,

sutil engaño que curva las frentes

ante el tiempo. Somos arena.

Si luz, es la luz que refleja este sol

y se cuela por las hojas del parque: no

existimos, en verdad, sino

en este esplendor frío de los ojos, este

preciso instante, en que él

ya no es, en que somos

los dos, este segundo fugaz en que

nos ven, nos distinguen, nos llaman.



V.


Nada es quietud. El cimiento es

un sueño, la ventana

sin cristal, el techo estrellas.

Abierto el aire, olvidada

toda falacia de edificar, tú sabes

cómo se repite y divaga todo;

distancia, vaivén, la navegación,

el gesto tenso del piloto

ante el viento del

Norte, el mar,

la deriva.



VI.


Sabes también lo inútil

de esto. La palabra no es

digna. No se ve dibujada

en el oscuro y denso aire

de la noche que habitamos.

Es un vacío en un vacío. Parece

dicha ante nadie, ejercicio

de gesto. Cuando tu cuerpo,

firme y breve, salga

de la santa niebla del hogar,

haz que se arrope con el manto

de este sol entre líneas,

hágase real esta falacia vana, esta

lírica.



VII.


Acaso te pierdas. Acaso supongas

que es otra ésta que eres, acaso

ni veas, ni escuches. De todas formas,

se cumple un rito viejo:

de aquéllos con flores, manos

dadas, de esta amada tierra sobre

la cara, cubriéndonos de las pupilas muertas

de los otros, formándonos firmes

frente a ellos, como de yeso

memorial,

indiferentes.



VIII.


La santa niebla, la piedra

blanca, firme y constante

el gesto. Ya instruidos cortamos

este orden. Luego llega

la aurora, y sin movernos,

de frente, fijos, la abismal

luna doble del abrazo

haga vivir este aire

sin murallas a cada paso

de lo Oscuro. Somos la vida

en este mar de efigies. Y efigies

muertas somos, en la

hora

muda.




Santiago, 25 de Noviembre, 2007.

martes, noviembre 20, 2007

Carlos Henrickson


Por Ernesto González Barnert

Carlos Henrickson (Santiago, 1974) me recuerda que a la escritura se le da todo, fallemos o no, que la poesía es ante todo un golpe en el que pasado, presente y futuro se dan cita y enreveran a agradar o fastidiar sus castillos de arena. Y que el rompeolas no le cruzaremos sin humildad, sin miedo. Sí, la poesía es una ola que no explicará el mar (Nabokov) pero llegará a tus pies y espero que estés despierto lector, de una ola como la de Henrickson. No sabes todo lo que hay detrás para que una llegue a nuestros pies. “Sobretodo en estos años del fin, donde corresponde cantar canciones finales.” Y Henrickson que lo sabe, ensaya desde Valparaíso, a cantar la poesía con mayúsculas, no sin profundidades y deformaciones.


- ¿Cómo llegaste a la Poesía?

- La verdad es que siempre resulta bastante misterioso este asunto. De hecho –y creo que así funciona en general-, es la poesía la que llega a uno. Por mi parte, me pareció interesante el tema de la intensidad que podía adquirir el lenguaje. Si no me equivoco, España en el Corazón, de Neruda, fue fundamental: con el tiempo me he encontrado que el carozo del asunto estaba en los efectos rítmicos.

- ¿Qué ha significado para ti la Poesía?
- Aparte de dolores de cabeza, la posibilidad de practicar un Oficio, de aquellos con mayúscula. Creo firmemente que se produce un sentimiento muy primigenio y radical con la práctica de aquellos Oficios integrales –me refiero a cosas como el manejo de los metales o el examen de los astros. El sentimiento es tan potente que se tolera una buena cantidad de las desgracias humanas del trabajo poético.

- ¿Para quién escribes?
- Eso me intriga cada vez más.


Entrevista entera en letras.s5, cliquee acá


jueves, noviembre 15, 2007

PEQUEÑA CANCIÓN REALISTA


Las manos toman, las manos dejan

caer cosas, para que otras manos

las tomen. En el vago aire pálido,

las cosas se desplazan bajo el imperio

de los dedos, la suave curvatura de las palmas;

ya que impotentes y quietas las cosas

sienten las cadenas del mundo y envejecen

cuando se les olvida. Eso es todo.

En los pasillos llenos de estatuas

marmóreas, bajo la fe incorruptible

de las leyes, los pobres hombres

viejos y encorvados suponen que hay

fantasmas, y que las cosas andan, y que acatan

las manos misteriosas órdenes. Y que todo

se mueve según el leve vals

que desde los parlantes de los edificios

canta, suave. Pero del lado de acá,

en que la primavera aún no detiene

el viento helado, y ese par de ebrios

se aprestan a morir a cuchilladas

apenas salgan del bar, las manos,

por inercia, hastiadas toman cosas,

las dejan caer, y otras manos las toman,

para alguna vez dejarlas caer

también. Llega el momento en que caen

las manos; y son cosas. Son tomadas,

y en un rincón oscuro, alguien hace

quizás qué cosas con ellas.

sábado, noviembre 10, 2007

EL DÍA DESPUÉS

No se han demorado en llegar;

encadenados a los muros del mercado

reconstruido, los vemos, paseándose

vibrantes bajo el sol de la primavera. Somos

los hijos del General que murió ayer

en la última batalla de estas guerras.

Desde los cantos marciales

del campamento en que nos criamos,

hemos caído aquí, sin haber ley ni poder

sobre este viejo derecho de los victoriosos.

Empezarán a comprarnos ya, uno

a uno; las monedas en las manos secretamente

temblorosas, recordando los sanguinarios

días del combate y la tierra arrasada, en que

sobre el mundo como sombra rojiza

la figura de nuestro padre, barriendo

con toda luz de sol. Su concentrada noche

trajo la espada de estos veinte años,

y sólo ayer lograron arrastrarlo

hacia la ciudad, humoso y denso el aire por la más

pavorosa galopada, la última

antes del amanecer. Hoy, después de apenas

un día, el mercado se ha abierto. Todos

tenemos hambre y sed, y esperamos

que esto pase rápido, que seamos

comprados tras una oferta breve, que no llegue

ese ocaso maldito. Y oramos en silencio, sin cesar,

a todos nuestros antepasados sepultados en las altas

tierras de Dacia, para que nos saquen. Ya sabemos

que nos sacarán los ojos, espantados los tracios

por todos estos años de matanza, este espíritu

paterno que persiste, oliéndose en el aire, fulgiendo,

cegador e inefable, en el fondo oscuro

de las pupilas nuestras.


viernes, noviembre 09, 2007

MARX


El exceso de piedad no es

bueno; no hay excesos buenos.

La champaña, el tabaco, la madera

rotunda y noble de las vetustas

sillas londinenses, la filosofía

en su época final. Y la luz

cobarde que se va apenas se ve

a sí misma, reinando, monarca

sobre la ciudad, llena de mierda de perros

y vacilantes hangurrientos; nada

de esto debe cumplir el pecado

de excederse –ya que alguien

siempre debe pagar. Y ya no es hora

de tiesas efigies barbudas, sangrantes,

nerviosamente clavadas sobre las paredes húmedas

por los inviernos más crueles.

Hay barrios enteros de estas ciudades

al sur del mundo ardiendo salvajemente

por una persistente, destilada piedad, excedida

de toda cuota honrosa. Una sola alma

ya es todo un mundo; ni un dios

en el más áureo de sus apogeos tendría

un abrazo capaz de la más leve

paternidad. Son malas épocas. Tan sólo

fantasmas se sentirían a gusto

en casas tan frías. Deja ya el lápiz,

duerme.

martes, noviembre 06, 2007

Balada del Desterrado

A Gabriela Urdangarín

Esa hambre, esa extendida
hambre por un suelo. Y esa otra
palabra vieja, vieja, que se cae de vieja:
pertenecer. El mundo real
está siempre más lejos,
y cada vez más, de cabeza
uno cae a ese lugar sin nombres,
sin luz ni contornos, que nos enseñó
la verdadera ley del aire: inspirar,
expirar
. Todo es así de simple.
Lo que duele es la madre,
el padre, todo este coro
de eco griego que te llama:
sé nosotros, arrímate al fuego.
Pero uno eligió, y está lejos
la carne asada, está lejos
la copa de sangre, aliñada
a la vena, que te hará alguna vez,
o nunca, volver. Esta hambre
es más hermosa que esos gestos
grasosos del diente sobre la carne.
Te van a preguntar dónde estás,
y tú dirás que estás donde
perteneces, y es mentira. Esta larga tierra
de nadie no tiene esa virtud. Tan sólo
al dormir, tocas, con limpio, húmedo labio,
la bandera sin colores
del desierto absoluto y abierto
que elegiste.


lunes, octubre 22, 2007

Bueno es decir que, sea en el ámbito que sea, no basta con decir que hay crisis. El gesto inmediato debiera ser el ocupar una posición desde la cual asumir una perspectiva, que nos apreste a tomar una decisión –ya que la palabra crisis en su origen está relacionada precisamente con estos conceptos (del griego κρινειν, separar, decidir), y no con el erróneo y habitual sentido de catástrofe. Por esto, la tan chilena espera de que las cosas mejoren o la también muy nacional solución violenta y desesperada se revelan como pobres ante un país que ha aprendido a asumir una crisis permanente; y gran parte de las respuestas a los grandes problemas nacionales terminan siendo dadas por unos pocos “solucionadores” profesionales, cuya perspectiva siempre viene desde el más abstracto de los conocimientos. Por esto, los progresos de nuestro país van al mismo paso que las grandes miserias, y si bien el capitalismo moderno hace la magia de hacer aparecer la solución de las carencias de la población (aunque se base en una moneda hecha tan sólo de aire), Chile sigue siendo el país de la crisis y, lo que es peor, del cataclismo que siempre esperamos.


A propósito de la carta que, a mediados de año, suscribimos una cantidad importante –y decisiva, me atrevería a decir- de escritores del país, en orden a exigir una nueva Ley del Libro y la renuncia de Jorge Montealegre, hay que decir que, por más que lo exigido sea una necesidad de coyuntura –que quienes valoramos el papel de la cultura en el país sabemos llamar como urgente-, un diagnóstico de crisis obliga a plantearse interrogantes más acuciantes. Y esto, porque es probable que la crisis que se refiere represente algo bastante más violento en el plano de las relaciones entre cultura y poder que los gestos de insólita torpeza institucional de nuestra administración de fondos de subvención estatal –que de por sí parecen transparentar un problema mayor.


La relación entre arte y sociedad no ha sido nunca fácil de expresar en fórmulas breves, y menos de administrar con la calma del planificador. El derecho de las artes de tener un lugar privilegiado dentro de la sociedad no ha sido jamás puesto en duda, desde el tiempo en que se relacionaban más cercana e íntegramente a la política y la religión –pensemos en la tragedia griega-, hasta la institucionalidad reglamentada y cuidadosa –incluso a nivel de contenidos- de la Unión Soviética y sus satélites, pasando por el desarrollo monumental del mecenazgo renacentista y el rol de educadora de la Humanidad que le quiso dar el romanticismo filosófico. El tema complejo es que, pasando por los más distintos géneros de consideraciones, el arte era algo de lo que el poder político debía hacerse cargo, y las motivaciones efectivas, o meramente retóricas, para ello, tienden siempre hacia las nubes de la abstracción o apelan a los más profundos sentimientos de las colectividades humanas.


Visto esquemáticamente: cuando el poder político despierta –via reformas políticas, revoluciones, imposiciones bruscas de su poder en territorios ajenos-, las artes siguen estando ahí. El misterio del fenómeno artístico tiene un ancla en el corazón humano, si se quiere, y según toda la evidencia, el hombre es capaz de crear o percibir las artes antes de su ya consabido instinto social; lo cual, bien pensado, es aterradoramente inexplicable y primigenio.


Podemos, entonces, entender que la energía artística fluye como quiere, cual ese viejo y olvidado espíritu. Dadas sus características, parece análoga a la energía de la empresa económica, en que la creatividad de los individuos es puesta al servicio de la generación de riquezas, se utiliza como base recursos materiales a los cuales se les da formas determinadas, y a la que el Estado debe controlar y encauzar para que no termine aplastando en su ímpetu de intereses particulares todo lo que alguna vez se llamó el bien común de la sociedad –ojalá pudiendo ellos mismos incentivarla o prohijarla en el seno de su propia administración. Sin embargo, el Estado actual, más que encauzar y controlar esta energía artística, parece intentar incentivarla, asegurarle una fluidez intensa y autónoma; de hecho, es capaz de asignar subvenciones a la actividad artística, a pesar de que esta actividad no genera una riqueza visible –y lo que es más interesante: ¡su misma subvención depende de la gratuidad del producto artístico!


Aunque sería fácil asumirse con la actitud de las épocas –aceptar que en el fondo es su deber y que merecemos el dinero del Fisco (porque el trabajo es sufrido, porque es muy importante para el país y/o porque de cierta forma alguien nos hubiera quitado algo que ahora nos tienen que devolver)- y no pensar en el tema en vistas, porque la cosa es simplemente así, el hecho de plantear una crisis y exigir una nueva Ley del Libro, debe obligarnos a un debate público sobre cuáles son, actualmente, los fundamentos de la subvención estatal a la cultura, lo que implica preguntarse sobre el rol de la cultura en la sociedad en que vivimos. Es lo mínimo que nos puede exigir la crisis presente.


miércoles, octubre 17, 2007

VALDIVIA

No fue de oro el torrente, garganta
abajo; siempre el oro fue mezquino.
Pasa que estos indios del demonio
arman estos trucos fácilmente: fantasmagorías
desde Tucapel a Concepción, y más allá,
proyectadas en el aire. No hay curas que puedan
echar aguas para esto, toda esta agua
está oscurecida por el Malo: las manos de Pozo
anudan tímidas un par de pajas, mientras los indios
calientan las almejas. Imposible ver
nada claro. Hay una cabeza sin cuerpo:
Agustinillo y su ingenio mudo mira
desde la pica alzada. Observa ahora esto.
No es de oro el torrente. Son las mentiras:
para poder vivir en ella y perpetuarse no la hay
mejor en el mundo
, cuando bailan
esa argamasa de ruidos, más dolorosa
que mutilación alguna haya; que parece la crió
Dios a posta para poderlo tener todo a la mano
,
y el murmullo de Pozo sobre Dios
y la Santa Madre; todo esto es salvaje
vanidad, nada hay de carne ni es palpable,
nubes, hechicería, mentiras: son
las mentiras allí, garganta abajo,
las que te ahogan; el fuego de Tucapel
es enorme, puro fuego el fuerte, ya no piedra;
se incendia todo eternamente desde acá a Copayapu,
toda descendencia se quema y ahoga
de mentiras, y Valdivia lo sabe,
y se muere, y no para de morir,
eternamente, aquí.

martes, octubre 16, 2007

SAULO


Desde la colina de Poseidón, se ve

a las gentes aglomerarse. No puede ser

más bello el día. Por eso es que en el aire,

en cada faz el evidente mandato del Amor.

Cada piel lo pronuncia, cada leve

pliegue de las ropas. Acá algo para las caderas

de la bella Priscila: si toda la fe, de modo

que traspase los montes, y no tengo amor,

no soy nada. La tinta se seca bajo el sol.

En verdad, es un grande y bello día,

resuena en él el eco del final

del tiempo. Aquila tendrá el mejor

de los vinos, y el alma se levantará

a cada trinchadura de las carnes. Y la

música, la música hará esplender

todo el Azul. Y si entregase mi cuerpo

para ser quemado, sin amor

de nada sirve. Y si hay tiempo,

si equivocados estuviésemos y hay

tiempo más allá de los días que vienen,

no podrán, nunca entenderán

esta elevación del alma, este fulgor. Claro,

cuando venga lo perfecto, lo que está en parte

será quitado. Ese pequeño pillastre

ya debe estar llegando, con toda la madera

que hace falta. Que caiga encima

de mi cabeza todo este amplio estío, si mañana

queda un solo muro en pie

de esta ciudad bellísima.


jueves, febrero 01, 2007

LA FAMILIA DE MI PADRE

Nació mi padre porque sus hermanas
nacieron: el horizonte abierto y anguloso
de las nuevas fundaciones lo saludó
al primer grito. Crecían ellas
como árboles mientras mi padre
moldeaba los huesos bajo la bruma densa
de Coronel, y fue natural que eligiera
como su vida entera el dedicarse a esa
familia suya. Desde la oficina dibujaba
sus perfiles con seguro trazo, cuando
las veinte máquinas herramientas
de la maestranza le cantaban a coro. Yo
lo vi alzar la vista, reconociendo el leve
matiz de lenguaje que le pedía el cuidado
que no le daría el operario –no sabían,
no podían saber, las sílabas precisas
de esa precisa criatura. Hasta el vendaval
sutil, silencioso, que barrió con todo eso, él
aseguró el amor de la gris familia, y aún
guardo en el alma las palabras suyas:
no hay azar en las máquinas, mientras
yo programaba juegos de dados
en el Atari Basic. El tiempo del cáncer
fue, dolorosamente, el exacto. El necesario.
La oscura inteligencia del mundo dejó las cosas
en este agudo silencio sin sentido que vengo
habitando con hermanas blancas y esquivas,
que envejecen y mueren de un año
para el otro. Este arte persiste, como las ruinas
de las cepilladoras, bajo un óxido poblado
de animales; y más allá de esa calle, la gente
hace cosas, se mueve en la verdad, con los dedos
hace luz de la penumbra, deja atrás a toda ésta,
mi borrosa dinastía.

viernes, enero 19, 2007

SUEÑO DE LAS MAESTRANZAS

A la espalda de mi padre, en el taller

tras la oficina, vibraba y tamboreaba

el son de las máquinas que hacían las piezas

para las otras máquinas –aunque ya no se puede,

no se debe hablar de la bella música del largo

día. La libre importación dio cuenta

de las maestranzas, del amoroso aceite

que filtraba las comisuras del gris

metal, de esa solidez que el mundo

ya no consiente. Todo hoy es tan sutil.

A lo más el fax da un trino limpio: ha llegado

la pieza requerida, el impuesto se arrastra

y se liquida camino del satélite. Y cómo,

cómo desde la mano en el tablero oblicuo

nacía la firme curva de los precisos, preciosos

objetos. Nadie podrá ya más ver esa belleza. Se fue,

se fue sin heroísmos a la silenciosa cloaca

de la historia. Quedan aún sonando

bajo el aire dolorido los discursos

sobre el progreso –ya pura llamarada verbal-,

y los hijos adictos de los operarios, maldiciendo

la explotación de sus ancestros a pipazos

brutales. El aroma limpio del aceite, dónde, y esa

música: reservas para absurdos nostálgicos,

con esa estúpida infancia bajo los militares aún

en la sangre, cantando como ayer

en las fiestas de rigor, sin saber ya de qué diablos

se puede escribir en este sutil, callado

fin de mundo.

SERPIENTE, DE JAVIER DEL CERRO

La realidad en los puertos, a veces, parece más realidad que en el resto de los espacios habitados; la sola frase es puerto justifica las más descarnadas violencias y las miserias más abiertas. Este exceso de realidad hiere la pupila, ataca el hígado y todo el sistema nervioso y obliga a desplazarse más rápido –pero con esa especial velocidad que corresponde a la proliferación de objetos y seres, y no a la capitalina difuminación espectacular. Véase a Santiago: toda la nueva producción poética capitalina se refiere a un desvanecimiento y desemboca, consciente de su derrotero, en el vacío.

Comparto con Javier del Cerro allá en su Coquimbo, y compartimos con Damsi Figueroa en Talcahuano, Jaime Araos en Iquique, Harry Vollmer en Puerto Montt, Florencia Smiths en San Antonio, y tantos otros, la experiencia de escribir desde los puertos, que en Chile es, además, escribir desde la provincia. La clave de lectura del exceso de realidad, palpable cotidianamente, me habla de inmediato de la agresión permanente de los objetos y de todo aquello Otro, desde esa habitación en que se escribe –la mesa la silla la ventana, que parecen parte de esa vigilancia que se deja entrever varias veces en el texto- y los fierros con óxido del espacio portuario, hasta las imágenes violentadas de los niños y las prostitutas en los espacios públicos. Es una paranoia producida, actuante y conformada.

El escape toma la forma de ese reptar aéreo y serpentino que, negando el espacio y volviendo cada lugar en un no-lugar, se ve forzado a ver a ese Otro enemigo y hostil, plantado al frente siempre, asumiendo el privilegio de ser sobre la vacilante figura de aquél que debe dar cuenta desde la pura perplejidad.

Me parece ver en esa serpiente fugitiva, al fin, una imagen realizada de lo que implica la expresión poética en su aspecto más fluyente. Ella tan sólo pasa por la (¿semi-?, ¿ultra-?) conciencia del autor, ya no como en la lírica tradicional, transportándolo en la inspiración, sino que en la euforia casi dolorosa que nos deja cualquier exceso químico –el stress, el alcohol, la droga… Este poderoso arrebato revela, claro, el desajuste radical del sujeto poético, pero en Serpiente me parece que también abre los ojos a la ilusión del habitar, la pura puesta en escena que termina constituyendo al habitante en una época de crisis simbólica generalizada. Así es como en los últimos versos del libro (el óxido la garúa / Los fierros / El traqueteo sobre las cosas / Coquimbo la representación / El mar su movimiento / El habitante es un actor / El poeta su doble), dispuestos en el tan especial serpentear violento de orilla a orilla de la página que lo recorre en toda su extensión al poema único que compone Serpiente, me parece ver una declaración abierta de la constitución recíproca entre ciudad, habitante y sujeto poético, arrojados en su vorágine a un reconocimiento mutuo, incesante y agónico.

Esta constante experiencia del pervivir –que supone un percibir- requiere sin duda el despliegue barroco de violencia de la imaginería de Del Cerro, traducido paradojalmente en un lenguaje libre de barroquismos. Siendo un libro breve de menos de 50 páginas, sabe cumplir con ese programa, que desde De Rokha, pasando por Neruda, la poética irónica de los 70 y la urbana de los 80, se desarrolla dando a la poesía chilena su rostro más lúcido: el logro de nuevas y más intensas formas de realismo poético.

Javier del Cerro (Coquimbo, 1970) ha publicado Perrosovacangufante del Mar (1992), Signos en Tránsito (1995), Ciudad de Invierno (1999); y en calidad de seleccionador los libros Poesía Chilena Contemporánea. Coquimbo-La Serena 1980-2000 (2000) y Poesía Chilena Contemporánea. Cinco Mujeres Poetas de Coquimbo y la Serena (2001). En 1997 obtiene la Beca para Jóvenes Escritores de la Biblioteca Nacional y en 1999 la Beca de Creación del Consejo Nacional del Libro y la Lectura. El año 2002 se le otorga el Premio Municipal de Literatura de Coquimbo. Su obra ha sido incluida en diversas antologías, publicaciones, obras de teatro y sitios afines. Escribe crónicas y es editor en El Mundo al Instinto Ediciones y SUB Ediciones. Ha realizado una importante labor de animación cultural en la ciudad de Coquimbo.

jueves, enero 18, 2007

DESPEDIDA

¿A quién vio la más bella cuando
me vio? ¿Cuál de todos los fantasmas
de mi casa muerta se le dio esa noche
de baile y licores, mientras toda la ciudad
dormía como animal en invierno bajo
nuestros pies? Ah quisiera ser uno, hoy,
uno solo, que no se pudiera ella equivocar
de ojos cuando encuentre mis ojos, de manos
al dar la breve mano; que dos sólo estuviéramos
en esas estaciones azarosas, y no este montón
de restos de otros, esta multiplicidad ridícula. Mas
las condenas son condenas: el peso de mi casa
muerta rompe el puente débil del matiz
que, esfumado, dibujan las horas luminosas.
Fácil, tan fácil ser el ligero vagabundo
de siempre: que todo vuele, y al diablo el pasado.
Pero me ha caído tu relámpago, y de tan suave
mano que fue imposible esperar o prevenir: los climas
son tibios, ni siquiera llueve ahora. Ni el rock,
ni la quieta deriva del alcohol, van a liberarme.
Regalo bello y doloroso éste, el de este trueno:
quizá tan sólo el silencio sea la retribución
única. O hacerse el de este espejo, frío, vertical.
O quizás elegir el hermoso bar que conoces, la barra
respirando un beso, el tiempo que no quiere abandonarlo
a uno, este rostro maniático a la hora de dormir.
Trivial, dirás, hermosa, con tu boca sonriendo.
La clásica pena del que ha quedado solo,
porque no supo subirse al carro de la historia, porque
quedó preso de enigmas que es inútil escarbar,
porque le buscó la quinta pata al gato de la vida.
Es que tú misma no has visto, no puedes ver,
el hermoso y terrible vacío de tus ojos. En fin,
probablemente no viste a nadie. Yo mismo
estaba en otro lado. Los dos, como siempre,
nos equivocamos de lugar: tan sólo las seis letras
de nuestros nombres estaban, y eran otras voces
quienes pronunciaban esas viejas maldiciones
de dos sílabas. En el fondo nunca, nunca
dijimos nada. Fuimos más inteligentes. Nos envidiarán
hacia atrás, en el recuerdo, cuando el silencio sea
la única ley; por adelantados al tiempo, por la sonrisa callada,
porque ya triunfamos sobre esta edad final. Ahora sabemos
que vamos a morir. Es hora de irse a reposar la cabeza.
No hay nada que escribir, nada que plasmar
en telas. Hagamos el trabajo como el jornalero.
Acabemos con esta impostura.