viernes, noviembre 30, 2007

Exposición


Juan Gómez Quiroz, pintor con obra en el Museo de Arte Moderno, el Museo Guggenheim y el Metropolitan Museum de Nueva York, le invita cordialmente a la inauguración de su exposición La Trascendencia del deseo de expresar la forma, la línea y el color en la cuarta dimensión, a realizarse en el Museo de Arte Contemporáneo (Parque Forestal s/n, Santiago - Metro Bellas Artes, línea 5), el día 6 de Diciembre de 2007. La exposición se extenderá hasta el día 20 de Enero.




El dibujante, pintor y fotógrafo chileno Juan Gómez Quiroz (1939) vive en Nueva York desde los años 60, donde ha realizado una actividad artística de gran trascendencia. Con una trayectoria de exposiciones que incluye el Smithsonian, el Brooklyn Museum, el MIT, el Museo Metropolitano y el Modern Art Museum, su obra ha sido reconocida por la crítica como una aventura osada y original, al aplicar la mecánica de cuatro dimensiones dentro de la representación bi- y tridimensional. Exposición permanente en http://www.juangomezquiroz.com/



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www.mac.uchile.cl

lunes, noviembre 26, 2007

SIN PERDER DE VISTA

-arte menor-


I.


Se quema esta ciudad

con fuego oscuro. Acá

-fuera de casa- espero

una ligera seña. Quebrada

la niebla de hoy, fulge

el frío esplendor de tus ojos

y veo que no hay error

en esto: se quema con oscuro

fuego la ciudad, hoy, y

nosotros, los de pupilas vivas

nos hallamos de pronto

en medio de una gran mirada

muerta.



II.


Hemos decidido, a veces

parece que hemos decidido.

Se nos da sólo el mundo que hemos

armado, viga tras viga, dúctil

materia amasada que firme

se seca y nos guarda de la historia

que nos hizo de piedra

los huesos. Parece que hemos

decidido. Pero el aire

tiene este carácter final,

nublado, vacilante. El día

es una fiesta. Enmascarados y ebrios,

podremos olvidarnos de éstas,

las casas rumorosas. Dama callada

en esa ficción tibia, acercarás

a esta fría calle las venas firmes

de tu cuello, la clara tierra suave

de los pies a los hombros, extendida,

toda, bajo la brisa alegre

de la demolición.



III.


Tu cara sí, con máscara.

De espaldas a la lírica,

al sonido, cortando la garúa

a danza y gesto, oculta

bajo el propio cuerpo, el semblante, la piel;

de piel, así, la máscara, ansiosa, ansiosos, tú

y yo en este decir sin

decir, callar

hablando.



IV.


Él no es para siempre. Yo tampoco,

ni tú: ni pisadas hacemos que den

eco –ese eco que amamos,

sutil engaño que curva las frentes

ante el tiempo. Somos arena.

Si luz, es la luz que refleja este sol

y se cuela por las hojas del parque: no

existimos, en verdad, sino

en este esplendor frío de los ojos, este

preciso instante, en que él

ya no es, en que somos

los dos, este segundo fugaz en que

nos ven, nos distinguen, nos llaman.



V.


Nada es quietud. El cimiento es

un sueño, la ventana

sin cristal, el techo estrellas.

Abierto el aire, olvidada

toda falacia de edificar, tú sabes

cómo se repite y divaga todo;

distancia, vaivén, la navegación,

el gesto tenso del piloto

ante el viento del

Norte, el mar,

la deriva.



VI.


Sabes también lo inútil

de esto. La palabra no es

digna. No se ve dibujada

en el oscuro y denso aire

de la noche que habitamos.

Es un vacío en un vacío. Parece

dicha ante nadie, ejercicio

de gesto. Cuando tu cuerpo,

firme y breve, salga

de la santa niebla del hogar,

haz que se arrope con el manto

de este sol entre líneas,

hágase real esta falacia vana, esta

lírica.



VII.


Acaso te pierdas. Acaso supongas

que es otra ésta que eres, acaso

ni veas, ni escuches. De todas formas,

se cumple un rito viejo:

de aquéllos con flores, manos

dadas, de esta amada tierra sobre

la cara, cubriéndonos de las pupilas muertas

de los otros, formándonos firmes

frente a ellos, como de yeso

memorial,

indiferentes.



VIII.


La santa niebla, la piedra

blanca, firme y constante

el gesto. Ya instruidos cortamos

este orden. Luego llega

la aurora, y sin movernos,

de frente, fijos, la abismal

luna doble del abrazo

haga vivir este aire

sin murallas a cada paso

de lo Oscuro. Somos la vida

en este mar de efigies. Y efigies

muertas somos, en la

hora

muda.




Santiago, 25 de Noviembre, 2007.

martes, noviembre 20, 2007

Carlos Henrickson


Por Ernesto González Barnert

Carlos Henrickson (Santiago, 1974) me recuerda que a la escritura se le da todo, fallemos o no, que la poesía es ante todo un golpe en el que pasado, presente y futuro se dan cita y enreveran a agradar o fastidiar sus castillos de arena. Y que el rompeolas no le cruzaremos sin humildad, sin miedo. Sí, la poesía es una ola que no explicará el mar (Nabokov) pero llegará a tus pies y espero que estés despierto lector, de una ola como la de Henrickson. No sabes todo lo que hay detrás para que una llegue a nuestros pies. “Sobretodo en estos años del fin, donde corresponde cantar canciones finales.” Y Henrickson que lo sabe, ensaya desde Valparaíso, a cantar la poesía con mayúsculas, no sin profundidades y deformaciones.


- ¿Cómo llegaste a la Poesía?

- La verdad es que siempre resulta bastante misterioso este asunto. De hecho –y creo que así funciona en general-, es la poesía la que llega a uno. Por mi parte, me pareció interesante el tema de la intensidad que podía adquirir el lenguaje. Si no me equivoco, España en el Corazón, de Neruda, fue fundamental: con el tiempo me he encontrado que el carozo del asunto estaba en los efectos rítmicos.

- ¿Qué ha significado para ti la Poesía?
- Aparte de dolores de cabeza, la posibilidad de practicar un Oficio, de aquellos con mayúscula. Creo firmemente que se produce un sentimiento muy primigenio y radical con la práctica de aquellos Oficios integrales –me refiero a cosas como el manejo de los metales o el examen de los astros. El sentimiento es tan potente que se tolera una buena cantidad de las desgracias humanas del trabajo poético.

- ¿Para quién escribes?
- Eso me intriga cada vez más.


Entrevista entera en letras.s5, cliquee acá


jueves, noviembre 15, 2007

PEQUEÑA CANCIÓN REALISTA


Las manos toman, las manos dejan

caer cosas, para que otras manos

las tomen. En el vago aire pálido,

las cosas se desplazan bajo el imperio

de los dedos, la suave curvatura de las palmas;

ya que impotentes y quietas las cosas

sienten las cadenas del mundo y envejecen

cuando se les olvida. Eso es todo.

En los pasillos llenos de estatuas

marmóreas, bajo la fe incorruptible

de las leyes, los pobres hombres

viejos y encorvados suponen que hay

fantasmas, y que las cosas andan, y que acatan

las manos misteriosas órdenes. Y que todo

se mueve según el leve vals

que desde los parlantes de los edificios

canta, suave. Pero del lado de acá,

en que la primavera aún no detiene

el viento helado, y ese par de ebrios

se aprestan a morir a cuchilladas

apenas salgan del bar, las manos,

por inercia, hastiadas toman cosas,

las dejan caer, y otras manos las toman,

para alguna vez dejarlas caer

también. Llega el momento en que caen

las manos; y son cosas. Son tomadas,

y en un rincón oscuro, alguien hace

quizás qué cosas con ellas.

sábado, noviembre 10, 2007

EL DÍA DESPUÉS

No se han demorado en llegar;

encadenados a los muros del mercado

reconstruido, los vemos, paseándose

vibrantes bajo el sol de la primavera. Somos

los hijos del General que murió ayer

en la última batalla de estas guerras.

Desde los cantos marciales

del campamento en que nos criamos,

hemos caído aquí, sin haber ley ni poder

sobre este viejo derecho de los victoriosos.

Empezarán a comprarnos ya, uno

a uno; las monedas en las manos secretamente

temblorosas, recordando los sanguinarios

días del combate y la tierra arrasada, en que

sobre el mundo como sombra rojiza

la figura de nuestro padre, barriendo

con toda luz de sol. Su concentrada noche

trajo la espada de estos veinte años,

y sólo ayer lograron arrastrarlo

hacia la ciudad, humoso y denso el aire por la más

pavorosa galopada, la última

antes del amanecer. Hoy, después de apenas

un día, el mercado se ha abierto. Todos

tenemos hambre y sed, y esperamos

que esto pase rápido, que seamos

comprados tras una oferta breve, que no llegue

ese ocaso maldito. Y oramos en silencio, sin cesar,

a todos nuestros antepasados sepultados en las altas

tierras de Dacia, para que nos saquen. Ya sabemos

que nos sacarán los ojos, espantados los tracios

por todos estos años de matanza, este espíritu

paterno que persiste, oliéndose en el aire, fulgiendo,

cegador e inefable, en el fondo oscuro

de las pupilas nuestras.


viernes, noviembre 09, 2007

MARX


El exceso de piedad no es

bueno; no hay excesos buenos.

La champaña, el tabaco, la madera

rotunda y noble de las vetustas

sillas londinenses, la filosofía

en su época final. Y la luz

cobarde que se va apenas se ve

a sí misma, reinando, monarca

sobre la ciudad, llena de mierda de perros

y vacilantes hangurrientos; nada

de esto debe cumplir el pecado

de excederse –ya que alguien

siempre debe pagar. Y ya no es hora

de tiesas efigies barbudas, sangrantes,

nerviosamente clavadas sobre las paredes húmedas

por los inviernos más crueles.

Hay barrios enteros de estas ciudades

al sur del mundo ardiendo salvajemente

por una persistente, destilada piedad, excedida

de toda cuota honrosa. Una sola alma

ya es todo un mundo; ni un dios

en el más áureo de sus apogeos tendría

un abrazo capaz de la más leve

paternidad. Son malas épocas. Tan sólo

fantasmas se sentirían a gusto

en casas tan frías. Deja ya el lápiz,

duerme.

martes, noviembre 06, 2007

Balada del Desterrado

A Gabriela Urdangarín

Esa hambre, esa extendida
hambre por un suelo. Y esa otra
palabra vieja, vieja, que se cae de vieja:
pertenecer. El mundo real
está siempre más lejos,
y cada vez más, de cabeza
uno cae a ese lugar sin nombres,
sin luz ni contornos, que nos enseñó
la verdadera ley del aire: inspirar,
expirar
. Todo es así de simple.
Lo que duele es la madre,
el padre, todo este coro
de eco griego que te llama:
sé nosotros, arrímate al fuego.
Pero uno eligió, y está lejos
la carne asada, está lejos
la copa de sangre, aliñada
a la vena, que te hará alguna vez,
o nunca, volver. Esta hambre
es más hermosa que esos gestos
grasosos del diente sobre la carne.
Te van a preguntar dónde estás,
y tú dirás que estás donde
perteneces, y es mentira. Esta larga tierra
de nadie no tiene esa virtud. Tan sólo
al dormir, tocas, con limpio, húmedo labio,
la bandera sin colores
del desierto absoluto y abierto
que elegiste.