sábado, noviembre 10, 2007

EL DÍA DESPUÉS

No se han demorado en llegar;

encadenados a los muros del mercado

reconstruido, los vemos, paseándose

vibrantes bajo el sol de la primavera. Somos

los hijos del General que murió ayer

en la última batalla de estas guerras.

Desde los cantos marciales

del campamento en que nos criamos,

hemos caído aquí, sin haber ley ni poder

sobre este viejo derecho de los victoriosos.

Empezarán a comprarnos ya, uno

a uno; las monedas en las manos secretamente

temblorosas, recordando los sanguinarios

días del combate y la tierra arrasada, en que

sobre el mundo como sombra rojiza

la figura de nuestro padre, barriendo

con toda luz de sol. Su concentrada noche

trajo la espada de estos veinte años,

y sólo ayer lograron arrastrarlo

hacia la ciudad, humoso y denso el aire por la más

pavorosa galopada, la última

antes del amanecer. Hoy, después de apenas

un día, el mercado se ha abierto. Todos

tenemos hambre y sed, y esperamos

que esto pase rápido, que seamos

comprados tras una oferta breve, que no llegue

ese ocaso maldito. Y oramos en silencio, sin cesar,

a todos nuestros antepasados sepultados en las altas

tierras de Dacia, para que nos saquen. Ya sabemos

que nos sacarán los ojos, espantados los tracios

por todos estos años de matanza, este espíritu

paterno que persiste, oliéndose en el aire, fulgiendo,

cegador e inefable, en el fondo oscuro

de las pupilas nuestras.


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