EL DÍA DESPUÉS
No se han demorado en llegar;
encadenados a los muros del mercado
reconstruido, los vemos, paseándose
vibrantes bajo el sol de la primavera. Somos
los hijos del General que murió ayer
en la última batalla de estas guerras.
Desde los cantos marciales
del campamento en que nos criamos,
hemos caído aquí, sin haber ley ni poder
sobre este viejo derecho de los victoriosos.
Empezarán a comprarnos ya, uno
a uno; las monedas en las manos secretamente
temblorosas, recordando los sanguinarios
días del combate y la tierra arrasada, en que
sobre el mundo como sombra rojiza
la figura de nuestro padre, barriendo
con toda luz de sol. Su concentrada noche
trajo la espada de estos veinte años,
y sólo ayer lograron arrastrarlo
hacia la ciudad, humoso y denso el aire por la más
pavorosa galopada, la última
antes del amanecer. Hoy, después de apenas
un día, el mercado se ha abierto. Todos
tenemos hambre y sed, y esperamos
que esto pase rápido, que seamos
comprados tras una oferta breve, que no llegue
ese ocaso maldito. Y oramos en silencio, sin cesar,
a todos nuestros antepasados sepultados en las altas
tierras de Dacia, para que nos saquen. Ya sabemos
que nos sacarán los ojos, espantados los tracios
por todos estos años de matanza, este espíritu
paterno que persiste, oliéndose en el aire, fulgiendo,
cegador e inefable, en el fondo oscuro
de las pupilas nuestras.
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