sábado, septiembre 25, 2010

PRIMER SET / POEMAS y CENTRÍFUGA de Alfonso Grez: una poética final


La pregunta fundamental para alcanzar una visión cada vez más precisa del capitalismo moderno, lejos de superficialidades y obviedades, puede resumirse en la pregunta con que Georg Lukács fija el programa de su investigación sobre la reificación en Historia y conciencia de clase (1923): ¿hasta qué medida el intercambio de mercancías y sus consecuencias estructurales puede influenciar la totalidad de la vida interna y externa de la sociedad? En cierto sentido, ésta es una inquietud que está al principio del pensamiento social y político contemporáneo, corolario natural de la perspectiva marxiana de la determinación última de la existencia sobre la conciencia. En la medida en que un poder que aparece como externo pueda determinar desde la política y el derecho hasta las formas de construir y habitar las ciudades y los menores detalles de la convivencia social –incluyendo la intimidad doméstica-, sería absurdo que la misma literatura no termine presentando una desviación con respecto al objetivo que una vez se impuso, tal como todo el resto de ámbitos del quehacer humano: esa humanidad abstracta que la Ilustración alzó como centro del mundo.
Por ejemplo, el hablante que aborde el poema desde una precariedad absoluta en cuanto tal hablante, sin posibilidades de llegar a la fértil metamorfosis esencial que anima la poesía en su vertiente más propia -más volcada a sus principios y orígenes más íntimos-, en que ni siquiera haya una señal que valide el texto desde su propia humanidad: tal hablante ha reconocido desde ya la necesidad de limitarse a un registro cuantitativo y precario de objetos despojados de valor real y tan sólo susceptibles de atribuciones arbitrarias de sentido y situación dentro del amplio mercado espectacular en que el mundo se ha tornado. La observación de carácter técnico se hace, desde esta perspectiva, hermana de la contemplación lejana y alienada de aquel que crea, incluso a su pesar, las condiciones de precariedad y absurdo bajo las cuales padece.
Esto es absolutamente vital al intentar definir la poética de Alfonso Grez, quien este año 2010 ha publicado Primer Set / Poemas (Santiago: Ed. Ventilador), un conjunto de tres libros: Ciencia Aplicada, DEFCON 3 y Spot, al mismo tiempo que una selección de textos incluidos en el set a través de Ediciones del Temple, Centrífuga. La permanente provocación de la poesía de Grez consiste precisamente en desplazar al lector de la ilusión de una posible belleza artística en el retrato de la sociedad contemporánea. La gran maqueta habitada que es la ciudad que desarman los deditos de niño índice, el descerebrito / tan celebrado por sus padres en un poema de Ciencia Aplicada (de la tercera sección del libro, "vistas del barrio") revela antes su sustancia de plumavit que cualquier atributo estético, y la operación por la cual es desarmada no implica ni destreza ni violencia. El sujeto que trata desde su humanidad con el material urbano cual si éste se encontrase efectivamente dentro de dimensiones humanas queda fuera de cualquier régimen de conocimiento o autoconciencia, y la administración de la vida contemporánea pierde toda racionalidad, centrándose precisamente en su aptitud para ser desarticulada, destruida, desechada. El estar, antes que cualquier otra cosa, el desecho como base de este mundo es una de las intuiciones más poderosas de la poética de Grez:

todos los basureros del mundo

en
el
centro mismo
de
la
tierra.


Distinto es tratar con este material desde una voluntad que podríamos llamar de gestión, desde la mirada alienada del cuantificador que asume la objetividad absoluta de aquello que se encuentra bajo él. Al elegir una perspectiva que se supone a sí misma en la excelsitud del conocimiento, como superación real de las paradojas que surgen de la mirada humanista a la sociedad contemporánea –mas tan sólo deteniéndose en la dimensión cuantitativa, sin intentar desviarse hacia una dialéctica que asuma la realidad en su aspecto más táctil-, al dar este paso dentro de la esfera de la escritura, Grez es capaz de llegar a registros que en cualquier otro contexto serían de una experimentalidad vacía, mas no así acá. Efectivamente, en estos libros, el horizonte de la poética puede tomar el punto de partida de una pantalla de radar o de televisión, del redactor de informes oficiales para sustentar variables estadísticas o de alarma. Es la virtud particularísima de DEFCON 3, que se hace capaz de asumir un tema tan alejado de la poesía chilena contemporánea como las nuevas realidades políticas y económicas surgidas de la globalización en su sentido más mediático y transformarlas en materia poética. La vista fría de la violencia de la guerra moderna y la acción terrorista, en que la adjetivación se ubica sólo para dar la dimensión espectacular –de espaldas a toda condena o vindicación-, debe, en este sentido, ser leída como una acción de fuerza, obligando al lector a encontrar los pliegues de sentido en su propia mirada. Esta mirada no puede ser otra que la contemplativa.
Ya que la figura del sujeto estético tras la poética de Grez es la del contemplador, en su aspecto más pasivo. Su figuración más directa se encuentra en uno de los primeros poemas de Ciencia Aplicada:

(ciencia aplicada)

así con todo.
y las raíces de una antena
bajan buscando
la humedad
de un cuerpo que mira televisión.


La extrema situación pasiva de este cuerpo y la realidad superior que constituye esa antena lo dejan ver como el resultado final de los procesos históricos que acompañan al capitalismo en su fase espectacular –desde la perspectiva debordiana-: aquel ser cuya inactividad no está en absoluto liberada de la actividad productiva (...) depende de ella, es sumisión inquieta y admirativa a las necesidades y resultados de la producción (tesis 27 de La sociètè du spectacle). Así, el destino final de estos seres bajo una vivencia urbana cuya contemplatividad y predisposición gestionable les arrebatan cualquier resto de las elecciones que les podrían convertir en sujetos civiles está caracterizado en uno de los poemas más cerrados en su frialdad de Ciencia Aplicada:

pidió que luego de su muerte
bañaran sus huesos
en aluminio y bronce
los ensamblaran
en candelabros palmatorias
una operática imponente
lámpara de techo
epicentro
del comedor.


su mujer amante pidió
ser cenizas en el salero
ser cenizas en el pimentero
sobre la mesa de comedor
condimento
para vivos.

les sobreviven sus hijos
muy pálidos
sentados a la mesa
desayuno almuerzo comida.


Los seres otrora humanos se transforman cada vez en partes más perfectas de una cadena productiva también perfecta, olvidada ya toda la imperfecta dimensión de la experiencia. Si bien puede existir una experiencia corporal, ésta ya es inseparable de cadenas de producción cada vez más complejas, en que se asume de forma cada vez más absoluta la necesidad de hacer del material humano el insumo (una entrada auxiliar que es necesaria para que ocurra un proceso de producción, pero que no forma parte tangible del producto o los co-productos que surgen del proceso) para la creación de una mercancía cuyo estatus de realidad es indefectiblemente mayor. Esto es definido con precisión en los poemas denominados "body art", en que el carácter extremo de fragmentación y gestión tecnológica del personaje del artista encuentra su recepción necesaria en la entrada directo a las antologías / del gran mundo del arte y en el gran aplauso del público. El destierro de toda pretensión de naturalidad es acentuado en el instante en que el artista sometido a la amputación y al despojo de sus órganos vitales (para ser sostenido por tubos y máquinas / que viven / que palpitan y parpadean / que respiran por él) es un fabuloso espectáculo

transmitido en directo
a más de mil galerías
mozos que reparten canapés
invitados que brindan
con champaña
en diversos idiomas
se lucen corbatas y vestidos
de la más alta costura,
entonces la sangre
vuelve al cuerpo (...)


La situación quirúrgica del artista resulta un complemento grotesco del "punto cero" del ser humano, en que se describe a los recién nacidos sellados / insulados, herméticos y su acto de entrada al mundo resulta más bien lo contrario: el mundo es el que entra en ellos a través de los orificios y cortes artificiales que se les hace quirúrgicamente. La única pista sobre los sujetos que hacen estos cortes y orificios es la palabra empíricos que parece tan sólo definir a quienes enuncian y describen el proceso. Esta figura del "gestionador de seres" está ausente a lo largo de los libros, y esta ausencia parece develar el núcleo del fatalismo que anima a la poética de Grez: la única posibilidad de conocimiento y experiencia para este sujeto poético es precisamente la actitud fría del tecnólogo. El horizonte de su percepción pasa a ser, entonces, desde la misma construcción de los textos, dependiente de la inminente desaparición de la humanidad y sus medios naturales de conocimiento y experiencia.
Es así como un libro de poemas como Spot -el tercero del set- representa precisamente lo que puede ser la última perspectiva posible: el enmascaramiento más radical de la enajenación del ser humano con respecto a su propia humanidad, la presentación de su experiencia vital como una mera figura sintética de la relación entre consumidor y mercancía. Spot tiene como programa hacer una descripción bastante acotada de una serie de spots publicitarios de televisión, dando al autor el privilegio de un rol simplemente retórico; mas el resultado termina siendo precisamente el mismo del programa general del set: la afirmación de la realidad superior del mundo de las cosas comunicándose entre cosas con respecto a un posible (este sí, virtual) mundo humano. La voluntaria frialdad de la descripción hace más clara la objetivación absoluta de la experiencia, como en el caso de este aviso de prevención de accidentes (análogamente titulado "producto", como el resto de los poemas del libro que son avisos comerciales en sentido propio):

primero un zapato que vuela (y la historia del
zapato) luego el niño que camina la calle del
entorno muy moneymoney, vida promete,
luego pies de niño que calzan, luego viene el
auto (específico de color y modelo) luego el
conductor (nombre, apellido) (su grado etílico)
luego el choque de todo lo anterior y el zapato
que vuela.


Los recursos irónicos aumentan la distancia de este hablante, recalcando su rol de contemplador pasivo. Su situación precisa sólo es entendible desde el instante en que se asume la dimensión artificial y vacía del mundo que se presenta en estos poemarios. El salirse de forma efectiva de cualquier naturalidad posible implica fundar una nueva artificialidad, y es desde acá que la poética de Grez pierde todo carácter literario en sentido propio. A medio camino entre la retórica de la descripción periodística y el discurso tecnológico, la formación de esta nueva poética requiere un replanteamiento profundo de lo que se podría suponer como el lugar político del autor. El autor ha abandonado la arena política: su sombra en el texto es incapaz de reconocer experiencias socialmente significativas en la contemplación continua, su reflejo se desarma como una suma de partes cuantitativamente determinada. El mismo autor sucumbe ante la deshumanización radical de la experiencia contemporánea. Lo político en cuanto tal –lo referente a la situación del ser en la polis- se revela por ausencia, y por esto la violencia de su revelación se hace más dura y evidente.
Los libros publicados por Alfonso Grez constituyen uno de los aportes más significativos dentro de lo que ha aparecido en este par de años de falacias conmemorativas. Ante la ficción de una comunidad nacional tomada como bandera por los administradores del espectáculo, Grez es capaz de presentar el despojo radical de toda sociedad capitalista contemporánea, en que detrás de la comunidad reconciliada a través de las antenas y sus transmisiones, descansa la sorda explotación absoluta de un ser cuyas determinaciones humanas quedaron ancladas en una historia antigua imposible de fondear. Al mismo tiempo, detrás del complemento romántico de la oposición política de la izquierda clásica (o que desea serlo) que desea elevar viejas retóricas como signo de resistencia, la frialdad aplastante del mundo poético de Grez muestra la trágica insuficiencia de la relación que hasta nuestros días una concepción mecanicista y contenidista ha querido fijar entre acción artística y acción política. El papel de un autor como Grez es, quizá, uno de los más tristes y necesarios: mostrar límites.
Es necesario destacar, además, la extraordinaria factura del Primer Set, tanto en lo que se refiere a los libros en sí como a su presentación como conjunto. El diseño, realizado por Héctor Barroso en conjunto con el autor, da a estos libros el privilegio de ser una de las ediciones de poesía más cuidadas y atractivas que en muchos años han aparecido en nuestro país. Al mismo tiempo, Ediciones del Temple enriquece con Centrífuga su extenso catálogo, en un momento de nuevos aires a un proyecto editorial que sin duda ya tiene su nombre inscrito con seguridad en la historia literaria de nuestro país.

viernes, septiembre 10, 2010

La vívida mortandad de una ciudad: RECOLECTOR DE PIXELES, de Christian Aedo


"Todo lo que es consciente se desgasta.

Lo que es inconsciente permanece inalterable.

Pero una vez liberado ¿no cae a su vez en ruinas?" (Freud).



Bajo el signo de la inquietud política de la cultura contemporánea chilena –cuyo resultado final es a menudo la absoluta parálisis de cada vez más atrevidos y frustrados postulantes a sujetos de cambio social- el intento de plantear la construcción de una posible memoria colectiva es uno de los tics más notorios. Esta memoria colectiva no da señas de aparecer, a menos que sea como una romántica nueva utopía o la ingenuidad que llega a rozar el mal gusto de nuestras culturas políticas de consenso. En este plano, la poesía tiene el privilegio de su irreductible naturaleza individual, en que la experiencia creadora se mantiene inclusive como una resistencia personal –que en una dialéctica más profunda puede ser capaz de dar cuenta de esa realidad efectiva que escapa de tinturas ideológicas, que ya sólo podrían ocultar en vez de prestar sentido.

En recolector de pixeles (Santiago: Ed. Ripio, 2009) de Christian Aedo (Santiago, 1976) la apreciación de la memoria toma la única forma posible dentro de nuestros imaginarios en erosión permanente: ya no podría transformarse en materia presente (como querrían los creadores de museos) que permitiese el calmo análisis, sistematización y estudio (es decir, que generase Historia o cualquier forma de antropología), el tiempo homogéneo y vacío al que apuntaba Walter Benjamin en sus Tesis sobre la Historia. recolector de pixeles muestra la imposibilidad de hacer cuajar en una detención la posibilidad de una memoria, que sólo puede ser representada en la virtualidad que se da en el acto mismo de la evocación –cuando la mera voluntad de recuerdo logra su primer resultado imperfecto, incapaz de plasmar esa imagen si no fuera por la imperfección subjetiva de la forma artística.

La validez vital de la historia con minúsculas avistada por Aedo sólo podría ser demostrada a través de su mortalidad, su ruina, sus restos depositados en la memoria y marcados por su perennidad. Es así como la realidad efectiva de la ciudad de la que desea dar cuenta sólo puede sustentarse también por vía de una segunda paradoja: por su pura conformación deseosa, de espaldas a cualquier concreción. Un resto tan insignificante de experiencia que ni siquiera puede compartir con ésta una esencia común:


nos olvidaremos de nosotros y seremos un recuerdo vago

para las cámaras de vigilancia

al borde del basurero el transitar de una marcha

en esta ciudad que se construye a sí misma



en el aspecto aburrido y agotado de las Cosas/

seremos

residuos en los pliegues de una página a medio llenar



el resto un juego de manos/

como en el porno


material para el taxidermista


El juego de tiempos en el poemario, por lo tanto, es dolorosamente incierto y marcado por la experiencia de una patente actualidad. La realidad misma de los sujetos envueltos en la experiencia ciudadana se hace una suposición necesaria, mas improbable, mediada por el lugar que presumen haber ocupado o desean ocupar en momentos imposibles: esto resulta consecuencia obvia de una concepción del conocimiento que se asume desde la velocidad en que la relatividad einsteiniana se hace más fuerte que la evidencia consciente. La visualidad –la pura luz- de la pantalla superficial de esta memoria devenida virtual acaba con la ilusión del arte como expresión mimética de una realidad: lo que muestra la ciudad al ser vista de cerca es su pixelación, su artificialidad nueva, fundada en una metafísica menor, calculable, reproducible, gestionable.

Así, ya no es la letra –signo que establece coherencia y analogía entre voz y grafías, que puede dar cuenta de sí a través de la vibración del aire, o solidificarse en el tránsito desde los implementos técnicos de impresión hasta el papel- aquello que dará un privilegio a la expresión del creador, sino que el creador se verá indefenso y sin privilegios ante un punto de referencia imposible, un elemento de pura existencia virtual que hace posible la imagen. El fundamento de la imagen en el poemario es aquel propio de la imagen digital: el pixel, la “menor unidad homogénea en color” que forma parte de aquélla.

La experiencia vital del creador, determinada por su pertenencia a la ciudad, pasa a ser un puro accidente en la formación de esta ciudad devenida imagen virtual. Considérese la secuencia de fotografías en que aparece un paisaje urbano bajo signos claros de marginalidad –la estructura de urbanización característica de las zonas periféricas de Santiago, las rejas de protección casi indicando el riesgo de intrusos, el descuido de los muros y el pavimento-, paisaje visto a través de un ojo mágico, haciendo del indicador estético de infinita distancia (que podría constituir una serie de ilustraciones en su sentido propio) la medida de un aislamiento motivado por la inseguridad y la segregación. La secuencia muestra la difuminación progresiva de esta ciudad que aparenta realidad, y la mirada del lector establece con seguridad la ilusión de consistencia falaz que corresponde a una imagen producida tecnológicamente.

Así, esta virtualización de la ciudad puede ser leída como una virtualización de la vivencia ciudadana. La escena primordial de recolector de pixeles parece ser análoga a la de chilean poetry de Rodrigo Arroyo: la escritura plantea su origen en el espacio protegido doméstico, asumiendo como exterior un caos informe que ha dejado de mostrar señas de humanidad -la ciudadanía pasa de ser vivencia efectiva a un problema de inútil especulación estética, inútil ya que bajo la absoluta anomia solipsista las categorías que definen un juicio estético se quiebran al igual que las normas de convivencia.


En la distancia que separa

a un objeto de otro


existe una regla

huella digital o ruido de fondo


Donde la imagen se pixela rápidamente la ciudad se detiene por un momento

(caerá nieve en el poema, será una discusión, el error necesario para lograr un efecto)


La escritura, entonces, se vuelve un gesto bárbaro tras la ruina completa de los signos de civilización. La obsesión de registro obliga al creador a limitarse a dar cuenta de las últimas huellas de ciudadanía y los últimos restos de experiencia colectiva. Esto lleva naturalmente a que la poética de Aedo tome la forma tanto de un desplazamiento físico a través de los restos urbanos como de un recorrido a través de la propia memoria, que al hacerse análogos terminan llevando la virtualización a su extremo. La carencia de un punto desde el cual establecer una perspectiva (carencia análoga al despojo de la posibilidad del creador de ser sujeto de su propia historia, de asignar una jerarquía a las vivencias que lo conforman y los actos que podría eventualmente emprender) obliga a la creación poética a construirse en deriva. Entonces, todo aquello que aparece en el poema se ve envuelto en un desorden determinado por su pulsión incontrolada hacia la superficie del papel –en este sentido, el epígrafe de Lihn (El papel se llena de signos / como un hueso de hormigas) tiene menos que ver con el automatismo surrealista que con una resignada sujeción a la imposibilidad de relacionar experiencia y literatura de una forma que no sea arbitraria. A través del permanente juego con la impresión de los caracteres en el poemario, Aedo lleva la señal de esta imposibilidad incluso hasta eliminar frases enteras a través de una supuesta pixelación errónea, generando una arbitrariedad de significado que acaba siendo una pesada carga para el lector más que la apertura hacia una posibilidad lúdica. Esta necesaria incomodidad selecciona a su lector como capaz del gesto activo de creación de sentido, lo que desde una poética que siente la ciudad como su entorno de desarrollo, no puede sino convertir la experiencia de lectura en un gesto político en sí.

Lo que se dice no es, entonces, lo mismo que lo que se entrega. El poemario no es un conjunto de poemas sino que debería constituir algo más que eso: el lenguaje resulta ser un medio secundario y bajo sospecha.


Qué es

lo que no dicen los nombres de los objetos

-si las herramientas del carnicero

son las mismas que ahora utiliza el taxidermista-


con las mismas palabras se hace la propaganda electoral

las mismas con las que ellos se enamoraron

hicieron una fiesta


una revolución en el parque



-Un jardín de frambuesas p o r s i e m p r e -


desde lejos tiene el mismo color

de una masacre sin nombre


Con las mismas palabras podría comenzar una guerra

en el otro extremo del mundo


Las palabras no pueden fijar este mundo que al instante de nombrarse se vuelve cosa muerta, y el poeta ve, así, su oficio difícilmente distinguible de aquel de los taxidermistas: aquellos que se empeñan en instalar lo muerto como algo con la apariencia de la vida. Esta continua taxidermia llega a aparecer como una suerte de procedimiento permanente en la creación y administración del mundo poético propuesto por Aedo, y es asimilable a la operación de las modas tecnológicas. La imagen viva de la ciudad se entiende como una ilusión, una pantalla destinada para aquellos que no la habitan:

Los taxidermistas

en este país aprendieron muy bien el oficio


Los chicos iluminados corren desnudos

por un jardín de frambuesas


Los turistas llenan las memorias de sus cámaras digitales de imágenes como estas


Con lo ya dicho, podemos decir que recolector de pixeles resulta ser una de las muestras de poesía joven más comprometidas con la reelaboración de una literatura política en Chile, con un elevado sentido de comprensión poética. Esto trasciende en mucho la sencilla manipulación de un contenido literario, para plantearse la necesaria presentación de esa permanente actualidad de una obra artística genuina: su capacidad de trascender la cortedad de miras de un “especialista” de cualquier clase. recolector de pixeles rebosa de esa apasionada evocación por una humanidad integral del que es parte toda poética consciente de sí misma –desde la presencia de imágenes de la revolución planteadas casi como una protohistoria que se funde al voluble presente hasta la mirada nostálgica de los restos de vivencia de las mercancías a baja oferta en la feria de las pulgas junto al Museo de Bellas Artes, las imágenes desean dar cuenta de una emoción que trasciende con mucho al estudioso. Aedo es parte de esa historia evanescente, y no desea ocultarlo, e incluso la dimensión más íntima y personal resulta el espejo de una depreciada memoria colectiva.

En recolector de pixeles se saluda un paso adelante en la búsqueda más profunda de toda poesía: su puesta al día. La apuesta formal del libro confirma, al mismo tiempo, a Ripio como una de las propuestas más interesantes en la nueva escena de editoriales independientes chilenas en este sentido, aspirando al papel de avanzada crítica que en las nuevas condiciones político-culturales del país se tendrá cada día más que cumplir –de cara a la obvia pauperización del debate social que el nuevo escenario empieza a imponer.