jueves, noviembre 30, 2006

POR MI POESÍA BÁRBARA


Usted sale a la calle y con qué se encuentra?

a) la gente culta: conservadores y recreadores de toda la maravilla de la cultura occidental. Los alemanes, claro, y los ingleses, por cierto, y la bella cultura clásica –como clásica, no en su bella y ligera fluidez mediterránea.
b) las jaurías juveniles: al carajo con todo y nada detrás de ellos. Toda una generación de genios creada y criada por funcionarios y editores ansiosos de novedad –siempre ha sido muy vistoso eso, no?
c) los performancistas y similares: es evidente que la poesía como tal debe ser sobrepasada. Quédese uno con la vieja disciplina, que ellos saben mejor que uno pa’ qué lado sopla el viento.
d) los compañeros en la lucha: exigiendo el compromiso porque es el deber!

Increíble pero cierto, todos están en la verdad –esa chica díscola que en los últimos 40 años se acuesta con todos. ¿Le van a pedir a usted que elija? Y bien:

yo no elijo. Venga Heidegger, venga Guillén, venga la lúcida deconstrucción de los jóvenes salvajes de Santiago, venga la total erosión de la palabra por la luz o la pura vocalidad. Pero sin elegir: yo me quedo con mi barbarie. Gene Vincent, Yardbirds, Celentano, Leo Dan, Charly, denme horas y horas de música de la que se toca en las radios. Usted cree que la cultura occidental y cristiana todavía vive? Supone que los sueños de Voltaire, Rousseau y todos esos hermosos viejos cascarrabias sirven de algo en esta época final? Cree aún en el ensueño de Recabarren o Mayakovski, dos brillantes suicidas que suponían que el ser humano servía para algo? Me da un carajo, señores.

Toda esa colección se ha hecho una gran biblioteca. Mohosa, sucia. Se acabó todo esto, ya no da para más. Así que déjenme –a mí- con mi barbarie. Por lo menos intento que la pasen bien –créanme que es mi preocupación inicial. Hay gente a contrata que hace cosas para su particular gusto, y usted puede pagar por ello. Déle, maestro.

La poesía debería hacerse hermana de la canción de radio, usando y abusando de toda la vieja biblioteca y usando y abusando de las nuevas genialidades y salvajismos de esta época final. No hay tiempo para exquisiteces. Déjenme aullar con Gene Vincent. Mire no más a Lennon gritando rabia, al Presidente Chávez revelando el disfraz de la Gran Política, a los muchachos hiphoperos cada vez más lúcidos, más biensonantes. Por supuesto, todo eso es poco serio. Y qué va.

A mí me encuentran en el bar de siempre. Vivo de los negocios que invento y hago en ese bar: es un lugar notable, ahora hay un cubano tocando jazz en trompeta y es como estar en el cielo –la cerveza acá sabe a sangre de Dios. Hago mi pega, y pienso así antes de otra cosa: después empiezo a pensar en América Libre, la Dama Poesía, la Vanguardia, y todas esas otras cosas que amo porque están en mí. La gente que vive en oficinas no me entiende, y la gente que se desvive por vivir en oficinas tampoco. Menos el burgués, ese experimento que la humanidad hizo durante 700 años y que salió mal, y ojalá se acabe alguna vez. Me imagino que hay otra gente que sí me entenderá.
Si no, para que pondría poesía en mi blog?

miércoles, noviembre 22, 2006

BALADA DE LA APUESTA

Para S.

Parece simple empuñar la mano
y dejar las fichas en esta diabólica
mesa reglada: el croupier es un borracho
que sería mendigo sin esta ocupación
de estafa y juegos de mano evidentes
para el ojo bien entrenado. ¿Entrenaste
bien el ojo los doce años obligados y esos
cuantos más que hacen falta para ser
gente de provecho? Así que ves en qué
consiste este mercado de la usurpación:
ni la peor fiesta tropical dominguera
resistiría este tipo de escenas. Las tres patas
de la mesa del mercado del mundo cojean
y son de madera terciada. Todo se ha degradado
tanto, tanto, que obligados ponemos las fichas
en este gesto que parece tan simple. Pero hay
una diferencia. De vez en cuando tenemos que hacer
este truco, ocupamos con el cuerpo en pleno,
de un solo salto, la casilla, y la mesa
tambalea, las patas y la cubierta se despedazan
y dispersan, el resto de parroquianos miran,
aterrados. Y el borracho huye, pues reconoce
a un conocedor. El mundo es así de frágil:
un frágil cualquiera como nosotros, torpes,
lo hace caer; y siempre, siempre así, se gana
la apuesta, enteros para otro turno de baccarat,
otra noche larga en el casino, sonrientes,
vivo el color de la tez, victoriosos.

jueves, noviembre 16, 2006

DISQUISICIÓN SOCIOECONÓMICA

A Jaime Luis Huenún

Y eso que dicen que las empresas
no tienen alma, que los Estados
son peso muerto. Todo aquello que nos
oprime tiene un alma, es cuerpo
lo que no usan. Se despliegan aéreas y
bursátiles, las corporaciones, las lecheras,
las forestales, sin ocupar, cual hadas negras,
el espacio extendido: el problema, por supuesto,
es otro. El caso es que nosotros ocupamos
espacio. Estorbamos mañosamente
con este cuerpo torpe y esta ropa
de segunda mano a la libre concurrencia
del capital, al tránsito del mundo.
Ni siquiera un perro en la cancha de fútbol
sería más intempestivo. Usted y su gente,
yo y los míos, todos hacemos bulto, y la poesía,
¡ay la poesía!, también ocupa un lugar
en la persistente vibración del aire.
Así, si tenemos problemas, no es
nuestra culpa. Tampoco de las liberadas
y espléndidas fuerzas productivas.
La responsabilidad habrá que dársela
al gesto primario e insolente del coito
que nos trajo a estas tres dimensiones del mundo.
Ésa es la negación de toda alma: puro
cuerpo, el más rojo abuso del espacio. Así
que la piedra en la mano, la patada
-quizá rifles y barricadas cuando las cosas
se pongan bravas- deben ser gestos gratuitos
y bellos. No hay razón para la protesta; tan sólo
exigir el contrato de arriendo por este metro
de oxígeno, y no tener ni la más mínima,
ni la sombra de la intención de pagar.
Esas hadas negras son objetos sutiles.
Qué van ellas a saber de dinero.

martes, noviembre 14, 2006

LOS CASTIGADOS

Era la vieja sala de clases, ¿no? O parecía. Lo único era que desde la ventana, la distancia se hacía extrañamente larga, infinita se diría –y eso tan sólo para que ese tipo alto que yo no conocía mirara hacia allá incesantemente. Dando vueltas la cabeza, podías ver a los otros dos. M., sin siquiera disimular los casi espasmódicos tragos que arrancaba de la petaca de ron barato, y Ch., con los ojos fijos hacia el pupitre, sombrío y silencioso.

Claro, ¿qué hago yo aquí? Aunque el tipo en la ventana no era de mis conocidos –una cifra incógnita, claro-, podía sacar algún tipo de ecuación explicativa. M. y Ch. eran dos amigos de infancia que habían tenido en común una relación de amor, o algo así, con C., y he aquí que llega ella, como si no quisiera darme el gusto de resolver ecuaciones. Haría cualquier cosa porque dejaras de beber, le dijo a M. mas no volver contigo; y a Ch., hay otras, hay un mundo; esto no es nada, un sueño. Al tipo en la ventana: Soy un ave libre. A mí, nada: ni siquiera me miró. Salió por la puerta estragada del tercer piso del colegio, con el gesto de quien no va a volver nunca.

Como el silencio era aterrador, intenté yo un breve discurso: ya se acercaba el crepúsculo y habría sido bueno salir a caminar o festejar algo al azar. No lo saben, amigos, ni usted, pero antes de que ustedes fijaran en ella la vista, yo ya estaba en sus redes. Creo que ya me estoy liberando, pero no ha sido fácil. 18 años de los 32 que tengo..., y ahí me percato que el idioma que hablo es inentendible. Hace frío, digo, y recién ahí es de nuevo castellano. M. engancha con el comentario de manera dudosamente coherente y con el deslumbre delirante del amor: Sí, mira. Es un ángel que quiere huir hacia el sol, apuntando a una polilla que quiere traspasar el sucio vidrio. Claro, le respondo yo, es mi ángel de la guarda, y me puse a reír tan, tan fuerte que los otros en la sala me miraban espantados y yo estuve a punto de despertar.

No recuerdo bien lo que siguió. Sólo que hacía más frío, y de esa pieza no se podía salir.

lunes, noviembre 13, 2006

LA VIDA POÉTICA

A Leonel Lienlaf

¿No ve, hermano, que la vida
poética es alcanzable para los mortales?
¿Y ese sur de la noche violenta aún,
aún en este puerto kilómetros
al norte, la sangre calentando? Los carabineros,
claro, son los mismos -nunca han dejado
de serlo-; y esta escena de comisaría
-las esposas, el encierro, las botas-
no ha variado. Treinta años, cien
años, ayer, también llenaban papelitos
con sentencias y frases tribunicias.
La diferencia es que esto es francamente
cómico: ya no queman las casas, ya
no escupen el vientre que a uno
le parió, ya no usan máquinas
eléctricas. Claro, estos tiempos
son enteramente repetición, pero fíjese
en esta decadencia; usted con sed
de whisky, y el teniente con el zapato suyo
marcado en el honorable mentón.
Olvidemos la tragedia de ayer, por este
rato. Es la vida poética. Todo juega
a repetirse, pero ahora da a lo más
para hacer chistes, pensar en la noche
violenta del sur, hacer poemas
de circunstancia, reposar en el rol que nos toca
en esta opereta final, y ocuparse en la mañana
de otros asuntos. Nos libre este sur de la sangre
de tomar las cosas en serio. Alcemos
los vasos.

miércoles, noviembre 08, 2006

VÍSPERA

Al Presidente Chávez

¿A quién no le gusta disfrazarse
para las fiestas, hacer chistes a la hora
de las copas? Aunque parezca
mentira, alguien hay que no. Él mira
desde su blanco castillo en la víspera
del Año Nuevo, se estremece, de una hora a la otra
va a salir con ceño airado diciendo
que necesita dormir, cuando todos sabemos
que no descansa. Ay ese orden y paz
de las patrias, en que encorbatados
los dignatarios hacen la mañana: ¿no se escuchan
en voz baja sus voces haciendo chistes
de borrachos, no se ve acaso
la distancia abierta, cada día más grande,
entre la ropa y la piel? Mírelos, Hugo,
cómo desean desnudarse y olvidar
que las cosas deben funcionar, olvidar
la bandera, el imperativo categórico, a Dios
y los dioses. Y dicen que usted hace chistes,
que su país es un carnaval, que todo es mentira,
que nada es amor, que al mundo nada
le importa. Ensordezca, ponga la música, arme
la fiesta, don Hugo, yo tengo un par de botellas. Déme
usted una bella esperanza, de largas
piernas y buen matiz de piel.

lunes, noviembre 06, 2006

CASI UN HOMENAJE

He vuelto a ver a la mujer más bella
de la ciudad. Hacía tanto, tanto tiempo
que se me calmó el alma, y ahora
esta quietud no me deja tranquilo. Ah
el fulgor, que tan sólo yo he visto, y
que el resto de almas simples de ese bar
de segunda ni siquiera sospecha; bajo
esa ropa vulgar, ese rostro cansado; repentino,
esplendente, este fulgor. Y bien, ¿qué hacer
sobre esto? Las apuestas no corresponden
a esta categoría de luz hiriente. Puede
que sea un monstruo de egoísmo, o que
su frialdad pueda matar dolorosamente,
mas no eliges esta fisura en la pupila: esa
herida te elige a ti, y no hay libro de reclamos
para esta violencia. Ni siquiera
hacerle poemas a la más bella de la ciudad:
su mano barrería con todas los versos
de una sola pincelada. El deslizarse de sus dedos,
su rostro nítido, más más acá de toda
palabra. Quizá, y sólo quizá, dejarle
este papel pauteado como quien espera
el juicio seco y artístico de una colega. Porque
es así el oficio: siempre la poesía es la envidia
al destructivo y fugaz rayo de las
tormentas. ¡Ay, este relámpago!
¡En el iris, en el seso, en la carne, este
relámpago!