viernes, noviembre 10, 2023

TRACCIÓN A SANGRE, de Sergio Guerra: la íntima victoria de lo común

A nuestras últimas generaciones les ha tocado sentir una antigua inquietud que revive cada vez que los cambios sociales e históricos nos ponen como seres humanos de cara a lo inaudito: se trata del sentimiento apocalíptico. Esta inquietud, asimilable por algunas tradiciones religiosas al fin de los tiempos, se comprende mejor si la pensamos como el fin de nuestros tiempos, el fin de nuestro mundo. Nuestra expectativa se vacía, comprendiendo que lo que se viene es algo que supera nuestra imaginación: el cielo nuevo y la tierra nueva, que logra contemplar, sin lograr describirlos, el desterrado en Patmos.

Imaginar lo inimaginable: en ese suelo incierto se ubica Tracción a sangre (Valparaíso: Schwob Ed., 2023), de Sergio Guerra (Santiago, 1989), en una apuesta que sabe cómo enfrentar su ineludible derrota. Como punto de partida fundamental de esa apuesta, Guerra ha decidido elegir como sus protagonistas-testigos a seres marginalizados voluntariamente: un grupo de okupas animados por una forma de vida radicalmente anti-institucional, con prácticas autogestionadas y que al inicio de la trama están en plena lucha urbana contra una arremetida represiva, asimilable al estallido del 2019. La nouvelle se moviliza a través de ellos, como individuos y como colectivo, y esto bien les corresponde, dada su apertura ante lo inaudito y su decidida opción por transformar la vida:


Somos una madriguera -repetíamos como mantra en el silencio de la noche- somos una familia al margen, en las cloacas de la ciudad. Somos unas ratas y pujamos por engendrar a la Reina Rata, con todas nuestras fuerzas pujamos para darle nacimiento. Somos una madriguera en la extraciudad. En los adoquines dejamos nuestras sombras a diario, en los recovecos del barrio vamos cortando los cables que nos conectan a cualquier futuro, a punta de pilsen y de crust nos descueramos las pupilas mascando libro tras libro. Tejiendo los hilos que nos lleven a formar una vida nueva. Habitaciones a medio caer, cuerpos contra el muro, dejando su sombra pendenciera en la búsqueda de una ética. (...) No queremos ser una pieza de la Máquina, no queremos funcionar para nadie ni nada que no seamos nosotrxs mismxs y nuestro deseo de entretejernos en un organismo único y diferente. Restaurar la tribu. Roer las convenciones para dar paso a un ser colectivo que se funde sobre las ruinas de este resplandor decadente. Una membrana que vibre con los vaivenes del flujo de la sangre. Bombear la vida es bombardear el presente. (p. 25)


El personaje en que reposa esta transformación de la vida, es Eva, la figura de una mujer que practica una serie de saberes marginalizados por la institución: la alquimia, el tarot y la práctica de las últimas especulaciones de Nicola Tesla con respecto a la conexión de la energía solar con la conciencia. Eva es quien hace posible una ampliación de la conciencia individual hacia una conciencia colectiva, lo que no solo se presenta en su liderazgo en la formación de un nuevo orden social en lo que se denomina Neopuerto tras la ruina institucional completa del puerto existente, sino como la construcción de una mente ampliada a través de una conexión literal entre las mentes.

A través de Eva y los okupas asistimos en cada una de las tres secciones respectivamente, al derrumbe del mundo presente (Caos-germen), a la formación y caída de un orden transitorio fundado en un orden autogenerado en la ciudad de Neopuerto (Cosmogénesis), y al colapso de la misma noción de la posibilidad de lo social, que conlleva el ocaso de lo real (Neón mantra). Y es precisamente a través de, ya que Guerra reconoce la paradoja de los relatos de fin de mundo: cuando no es posible un testigo externo, solo podemos confiar en la visión particular de los individuos. Por ello, las modificaciones sobre las conciencias ejercidas por el personaje de Eva resultan permear la forma misma de la nouvelle. En términos estrictos, progresivamente se asiste a una escritura que va dejando de ser puramente narrativa, y que ante la imposibilidad de dar cuenta de lo que perciben los personajes, tiene que volcarse en la búsqueda del lenguaje en su misma superficie: la historia decae en poema, precisamente cuando la conexión psíquica de los personajes va mostrando las crisis de su desarrollo y un colapso que aprendemos a sentir como inevitable. En la perspectiva final, vemos al componente argumental hacerse jirones, que aparecen cada vez más secundarios en relación con el trabajo de superficie del lenguaje, como si se tratase de un mosaico.

¿Qué desea decirnos esta pérdida progresiva de sustancia de la realidad en Tracción a sangre? Acaso el libro nos remite, como alegoría, a la pérdida de lo común después de un momento en que este se hizo evidente. Los personajes -aquellos que en la revuelta se vieron como los encargados de la tracción de la historia- están obligados a habitar una escritura fragmentaria y confusa, que desea hacerles desaparecer (no en vano su mundo está agitado por una Guerra del Gran Silencio), y la conciencia superior que constituye Eva, también debe colapsar en su función organizadora para que su carcajada al fin de dos de los capítulos adopte su pleno sentido.

Guerra parece poner una fuerte lápida sobre los intentos de leer nuestra historia social y política contemporánea como una en que el triunfo de la racionalidad se hace inevitable. Más bien sabe señalar el carácter de acontecimiento de la súbita conciencia de lo común, que implica su fácil neutralización, su silencio, por parte del poder institucional, a no ser que se despliegue como creación libre, lenguaje en libertad, poema, victoria íntima. Dicho de otro modo, Tracción a sangre se hace a sí mismo expresión performática del colapso de lo común, víctima de las últimas contradicciones históricas: y es la escritura quien toma el sitio de la fuerza destructora inevitable de la ideología, que acaba destruyendo la posibilidad de dar sentido desde afuera a la vida real. De ahí, la inevitable irrealidad del libro, y la íntima victoria de su derrota aparente.

Estamos ante un notable riesgo emprendido por Schwob Ediciones. Un libro desafiante y violento, que pone en su centro las inquietudes de lo inaudito de los últimos años, sabe seducir por la belleza cruda de sus imágenes y el ritmo acelerado con que se van precipitando las acciones, que sabe deslumbrar sin tener que dar explicaciones. Hay que señalar además, el extremo cuidado de la edición, que aplica un diseño que sabe hacerse cargo de la ansiedad de esta escritura.