lunes, octubre 19, 2009

A LA SOMBRA: Un testimonio poético



La testimonialidad es uno de los impulsos más fuertes que se reúnen en esa coalición misteriosa de los que conforman en su conjunto la voluntad poética. La necesidad imperiosa de presentarse como un reflejo de la existencia real en el mundo tiene que enfrentarse –cuando no complementarse- a un persistente impulso de evasión, o más exactamente, a uno que intenta formar y fundamentar un habitar propio francamente opuesto a la existencia real. La oposición absoluta y adialéctica que se esgrime a veces entre poesía testimonial y poesía de evasión es, en este sentido, de una utilidad máxima: ayuda a ver y confirmar al que la plantea como alguien que no entiende en absoluto de poesía –y que sí, muy probablemente, maneja bien cómo conseguirse oficinas en la administración pública.
Es en este plano que la producción que surge desde el encierro llama la atención desde una perspectiva harto más profunda para el lector bien criado que para el eterno buscador de la novedad literaria. Éste último, probablemente, buscará en el detalle propiamente mimético y descriptivo la justificación de cierta ética extraliteraria de gran arrastre entre los comisarios del asistencialismo cultural actual, en que la divinización de una básica y pedagogizante noción del “gesto en sí” de la expresión artística –que valdría más que cualquier concepto que oliera de lejos a calidad literaria. Un lector bien criado busca más bien en la escritura del encierro la confirmación de dialécticas más complejas que forman la base de toda voluntad poética seria: una actividad cuya ansia libertaria está presente desde su conformación profunda.
Sobrepasar el gesto asistencialista es, entonces, una virtud difícil y un riesgo, y es en A la Sombra (Santiago: Alquimia Ed., 2008) donde me parece que gran parte de los errores y vicios de las experiencias de talleres en presidios se han evitado con un logro meritorio. Esto, en base a una voluntad expresa de elevar la imagen del encierro a una condición más profunda y universal, lo cual se logró uniendo a la experiencia de taller a una misma cantidad de autoras internas con la de autoras de trayectorias notorias tanto en el plano regional como en el plano nacional. El resultado que alcanza la forma impresa es de una gran contundencia expresiva, por cuanto salvando la natural diferencia de disciplina escritural, se hace efectivamente para el lector un abanico de experiencias poéticas tras un par de conceptos definidos (el encierro, la sombra).
Así, impresiona la testimonialidad desarrollada –que sabe integrar el reporte de la realidad con el mundo del ansia, de lo deseado- de Judith Muñoz, Nelly Bastías o Vivian Zeledón, que puede encontrarse sin grandes distancias en la expresividad con las poéticas en que el encierro y la sombra se asumen desde una existencialidad radical (como en Rosabetty Muñoz o la desafiante Danitza Fuentelzar) o desde la enajenación de sí en el seno de la ciudad (como en los bellos y violentos textos de Gladys González). La diferencia que se expresa en estas voces hace que entre, por ejemplo, la extrema poética existencial de Alexia Caratazos y el frío y violento testimonio de Cecilia Espinoza se enlace un arco que da a leer un mismo arte y un mismo oficio. El orden rigurosamente alfabético, que no discrimina entre poetas internas e invitadas desde afuera, confirma que esta voluntad no se queda en la declaración de intenciones.
Mención aparte merece el cuidado trabajo gráfico de la publicación, que incluye un registro visual de los talleres en versión DVD. Los sobresalientes retratos de las poetas realizados por artistas visuales, no sólo confirman la convergencia entre artistas declarada en el prólogo de Carolina Schmidt (gestora de la experiencia), sino además el carácter de celebración de la expresión artística como manifestación integral más allá de pedagogías.
La continuidad de este enfoque multidisciplinario y profundo de convergencias es, desde ya, una buena noticia, y más aun cuando se proyecta en el tiempo y hacia fuera de la Región Metropolitana. No queda sino saludar y esperar que este tipo de iniciativas pasen de ser parte de nuestra política cultural puramente eventista a ser instancias permanentes de interés público. En un país cuya enfermedad fundamental es la falta de voluntad –por no llamarle cobardía moral-, no se puede sino desear que estos esfuerzos se continúen y multipliquen.

sábado, octubre 10, 2009

En torno a LA DERROTA DEL PAISAJE, de Antonio Rioseco Aragón


La nostalgia en poesía -cuando hablamos de efectiva transformación poética- ya no tiene ese dulzón tono y carácter de la balada en su forma primitiva, aún hoy viva en cualquier estación de radio que se respete. La nostalgia, en poesía, implica el entendimiento y la vivencia profundos de la efectiva simultaneidad de los tiempos y los espacios en la representación -poéticamente, lo que no está está, y este acento lo hace aún más inquietante que la simple ilusión sensorial.


Pienso en Ennio Moltedo cuando digo esto, y no voy lejos cuando me toca ahora presentar el primer libro de Antonio Rioseco Aragón (Los Ángeles, 1980), La derrota del paisaje (Valparaíso: Ed. Inubicalistas, 2009): de hecho es una cita del gran maestro de la poesía de Valparaíso la que encabeza uno de los poemas que me parecen centrales en el poemario –me refiero a “El habitante engañado”. Leo de ese poema la tercera estrofa:



Sólo cuando comencemos


a ser habitados por el óxido


comprenderemos esa herencia


que, como el polvo,


comienza a ocupar el espacio


dejado por lo ausente.



Es la herencia del rumor de las pisadas, los objetos que llevan / ánimas atadas al relato: y este moltediano habitante debe sufrir estas cosas, ya que para ello ha sido entrenado. Una conciencia difícil, ya que éste que habla no es en absoluto un vate.


Ser un vate implicaría ser el puro canal de un mundo otro, como de algún modo lo confirman los adivinos contemplando transparencias –piénsese en el agua quieta, la esfera de cristal. Por ello, la tradición los desea ciegos a este mundo lineal de cosas presentes. Pero, ¿cómo haces el mismo truco con los ojos abiertos y sin ser Tiresias? La simultaneidad aterradora del mundo va a pasar la cuenta a cualquier aspirante a la verdad del mundo, para hacerle elegir obligadamente otro camino de verdad, de más vértigo y menos prestigio: la vía poética.


Rioseco lo sabe, y como tal, asume la débil realidad del mundo enfrente y de sí mismo como observador. El sueño, o la pesadilla, puede coincidir con el sólido horizonte urbano –que a su vez puede ser barrido por bombas o por el espectro de cisnes elevándose desde humedales: Vietnam puede estar en la puerta del edificio de Lennon, cuando la guerra ya había terminado. La consistencia de la cotidianeidad logra desvanecerse, y el vaso de alcohol sólo confirma la percepción anterior de un mareo mil veces más radical –de raíz. El paisaje enfrente cae efectivamente en la evanescencia –la conciencia poética le pasa por encima.


En la poesía chilena contemporánea la entrada de esa otredad en esto mismo asume varias formas –basta recordar las alucinaciones futuristas de un Maquieira o la palpable substancia intempestiva de la lengua latina o inglesa en el centro de la anécdota en Germán Carrasco-; en Rioseco es clara la elección por la entrada de lo desplazado. Se trata del apego a lo caído de lo que habla en esa ciudad deshabitada, con un depósito entero de momentos que quedaron en la posibilidad o el olvido:



Hay ataúdes que siguen intactos bajo tierra.


Hay una ciudadanía oculta que corroe desde abajo.


Hay un temporal que llega y que no llega.



-como señala en esa corrida de versos que parece indicar el manantial que se ha mal llamado lárico, y que debiera calificarse de forma más precisa: lo que la ciudad chilena moderna desplaza mientras deja su huella, como un combustible de reacción para asegurar el flujo de sus imágenes propias. El poder de lo urbano depende de la medida de su destrucción, y ésta sólo puede corroborarse por sus ruinas: los muros bajo el suelo, los secretos mal guardados. Teillier en esto fue fundacional, en su forma de trazar un sujeto poético que más se definía mientras más se desdibujaba su entorno posible de afecto o pertenencia.


Pero Rioseco no tiene interés en definir ese sujeto. Es más: me parece que se remite una y otra vez a un sujeto múltiple, con lo que fragmenta más la posibilidad de poéticas definidas como mayores. El apoyo estará, naturalmente, en el desarrollo de la anécdota como posibilidad de vaciar la universalidad de la poesía mayor, y construir un flujo propio de imágenes. La resistencia vendrá entonces desde la inhabitabilidad del mundo, lo áspero de la situación del hablante. El casi alarde de las versiones del poema de Carver me parece un gesto nítido en esta dirección, así como la decidida y necesaria evasión que es ostentada en el texto final.


Como primer libro de Rioseco, el poemario es una buena sorpresa con respecto a búsquedas poéticas. Es fácil experimentar a estas alturas de la ruina de los grandes discursos: lo difícil resulta dar los pasos conociendo el suelo que se pisa –como las crisis financieras se resuelven capitalizando y no especulando sobre el aire. El trabajo consciente del sonido, el sentido y la imagen en cada uno de los textos de La derrota del paisaje es garantía del encuentro de una voz poética propia, que me parece ya responder a ese mismo aire que veo en Ennio Moltedo, Guillermo Rivera o Eduardo Jeria: distintas generaciones pero un mismo entorno con una forma de vida y de sentido de lenguaje comunes, situados decididamente de espaldas a la poética de capitalías, con su frecuente tendencia a la hazaña literaria –artística, política o mediática. En sentido estricto, esta pertenencia a una cierta disciplina escritural porteña (por no decir “estilo” o “tradición”, lo que implicaría seguras falacias) más que limitar la pluma de Rioseco, le da sustancia y cimienta una vía sólida.


La derrota del paisaje confirma desde el lugar de la autoría lo que ya confirmó Carta de Ajuste (Valparaíso: Ed. Cataclismo, 2007), antología de poetas inéditos de Valparaíso, desde el sitio de coeditor y seleccionador de autores y textos junto a Juan Eduardo Díaz: una decidida llamada a estar en la que es una de las trincheras fundamentales de la cultura chilena contemporánea, que es la afirmación de la poesía como visión de mundo, más acá de las consagraciones literarias académicas o periodísticas. En éste, un lugar del que ya no se sale, Antonio Rioseco Aragón confirma su carta de residencia.


Poema XVII de Chestnut Tree Cafe, traducido al inglés

Publicado en la revista norteamericana Ekleksographia, junto a unos textos de Camilo Brodsky y Gladys González, traducidos por William Alllegrezza y Galo Ghigliotto. Léedlo aquí.

Nota importante: el poema corresponde al libro An Old Blues Songbook, publicado por Ediciones del Temple, el año 2006.

jueves, octubre 01, 2009

Se invita al lanzamiento de...

La Derrota del
Paisaje
del poeta
Antonio Rioseco Aragón
presentan

Carlos Henrickson & Marcelo Guajardo
el evento se realizará en
Santiago
viernes 2 de octubre 2009
en el bar
Thelonious
Bombero Núñez 336
Bellavista
20.00 hrs.