lunes, diciembre 05, 2022

Una luz necesaria sobre Carlos de Rokha

Más allá de las mitologías y hábitos de imitación de nuestros ámbitos latinoamericanos, nunca dejaron de aparecer los aquejados por esa paradójica bendición que invocaba en el poema de este título Baudelaire en Les fleurs du mal: una maldición que es como un signo de reconocimiento de aquel que practica la poesía en su forma más genuina dentro de la modernidad, esto es, una forma que se define a sí misma tan solo de cara a esa modernidad burguesa como su opuesto. Llámese poeta maldito (desde la caracterización de Verlaine) o poeta vidente, a este ser elegido por su desajuste con el mundo, le corresponde en compensación ver e intentar realizar el registro imposible de un mundo más allá o más acá de este. Al lector consciente le es inevitable reconocer esta señal de desborde de lo real que vemos, en pos de algo que se presenta como una posibilidad más esencial de lo real, una realidad superior por el solo hecho de ser la más imposible.



Yo estoy armado hasta los dientes de razones.

Mi propia voluntad me convertirá en las amables cenizas de un cadáver futuro.

Es necesario arrojar al mar nuestros esqueletos.

El mar abre su boca limpia su abismo.

Su abismo muestra las más terribles visiones.

Entre sus mágicos carbones ya nada he de temer.


Debo seguir de puerta en puerta hasta la eternidad.

La más remota eternidad es la más bella.


(Fragmento de Salmo al prófugo, del libro El orden visible, publicado parcialmente en 1956, p. 39 de la Antología)



Si hay algo que no requirió Carlos de Rokha (Valparaíso, 1920 – Santiago, 1962) para esa bendición fue la duda sobre sus orígenes que está implícita en el poema de Baudelaire: es el hijo mayor del matrimonio formado por Carlos Díaz Loyola, más conocido por su seudónimo Pablo de Rokha, uno de los más eminentes poetas chilenos del siglo XX (y junto con Vicente Huidobro, uno de los indiscutibles fundadores de la vanguardia poética en Chile), y de Luisa Anabalón Sanderson, escritora de poesía y teatro de perdurable recuerdo en la literatura chilena bajo el seudónimo de Winétt de Rokha. No obstante las poderosas personalidades de sus progenitores, especialmente la del “volcánico” Pablo, la poesía de Carlos de Rokha no es en absoluto imitación de sus escrituras. Sin poder desprenderse del todo de sus influencias, su poesía es quizás filial en relación con ellas en un sentido más profundo: ante el espíritu fundacional y comprometido políticamente de las últimas, él será un ejemplo, y podríamos decir más, el paradigma del momento surrealista en la poesía chilena. Ya que incorporar a la poética las visiones inefables, buscar el punto sintético entre lo que existe y lo que se presenta como pura posibilidad, le resulta mucho más natural que al resto del movimiento surrealista chileno, que se establece en su forma tradicional de “secta” cerrada, con sus dinámicas y órgano periódico oficial: la Mandrágora. Carlos nunca será parte integral de la Mandrágora, aunque haya publicado en las páginas de su revista y la posteridad le acredite como el ejemplo más lúcido de la investigación poética que está en el corazón de la doctrina surrealista: precisamente quizás por ser más leal a su propio trayecto logra ser una de las figuras fundamentales y genuinas de este “aire de época”, que en él es carácter propio, y asumido hasta en los menores detalles de su vida. En palabras de su padre: Te mató, entonces, la superabundancia emocional, no apolínea, furiosamente dionisíaca, y el deslumbramiento inmortal del arte.



Oda


¡Oh mar oh tiempo obscuro

de mi sangre!

Estoy desnudo frente a tu corola

de ráfaga impaciente. Oh tiempo

en azules columnas sostenido:

cielo del mar, devuélveme

el tallo de la angustia, la paloma

del aire, su silencio

de isla detenida.


(Del libro Memorial y llaves, editado póstumamente en 1964, p. 111 de la Antología)



En la biografía del poeta visionario, de manera inevitable y trágica, se reproduce el drama del arte poética ante una modernidad ansiosa por progreso material y con deseos de expansión en contraste con cualquier intimidad. Vemos aparecer la rebelde intimidad de la poesía moderna, en su pasmo radical, en el espejo de las crisis mentales de Carlos, que le visitarían reiteradamente desde los 17 años hasta el mismo año de su muerte; el compromiso político sin cálculos que le cuesta ser condenado a una relegación; el desplazamiento a través del territorio chileno, argentino y uruguayo sin establecerse ni “sentar cabeza” en parte alguna; y de manera muy significativa, el relativo reconocimiento póstumo a su última obra, la más acabada y original, publicada en los libros Memorial y llaves, de 1964, y sobre todo Pavana del gallo y el arlequín, publicada en 1967. Su obra llevará el sello de una trayectoria “fallida”, tanto en lo vital como en la construcción de una “carrera literaria”, y constituirá uno de los miembros de un “coro secreto” de poetas chilenos mal difundidos para el público lector en general, pero leídos con admiración por generación tras generación de escritores -por ejemplo Gustavo Ossorio, Omar Cáceres, Rosamel del Valle, y un muy largo etcétera- en viejas ediciones fotocopiadas que con suerte pudieron llegar a las plataformas digitales. Es casi como si el carácter “secreto” de la poética de Carlos de Rokha le llevara inevitablemente a una transmisión personal entre los fieles, como si fuese una doctrina mística, oscura y concebida para pocos.



V


Un volantín de hierba asciende a las estrellas

El tren vuelve de nuevo a pasar sobre el puente

Y los ríos se llenan de una música ebria

El color de las hojas se torna tornasol

Y lloran las abejas en sus jaulas de hilo

Se demoran los gatos en la siesta de estío

Ahora esta la tarde son los gallos de enero

Que juegan a los dados su roja eternidad

Ahora ya la tarde son diez gallos no más

Que bailan sobre un fuego en vértice tenaz

Los gallos degollados multiplican la esfera

Los gallos, ¡ah!, gallos su terrible coral.


(De Cuadro de verano, de Pavana del gallo y el arlequín, p. 147 de la Antología)



La Editorial UV, de la Universidad de Valparaíso (ciudad natal del poeta) ha publicado una Antología amplia de Carlos de Rokha en junio de este año 2022. Esta resulta ser la publicación más completa que se haya publicado alguna vez de su obra, incluyendo varios poemas inéditos que formarían parte del amplio proyecto El orden visible (del cual solo una primera parte había aparecido en vida del autor, en 1956 por Editorial Multitud), otros poemas dispersos en revistas y archivos, y abundante material gráfico. Complementan la obra un prólogo y una cronología, realizados por Cristián Jofré; y tres epílogos que comentan sobre la vida y obra del poeta escritos por cuatro figuras fundamentales de la escritura poética y crítica en la literatura chilena: su padre Pablo de Rokha, su cuñado Mahfúd Massís, y sus amigos, los poetas y críticos Enrique Lihn y Teófilo Cid. En conjunto, un libro que echa una necesaria luz sobre una obra que no debía quedar en tinieblas.

 

Una traición leal a la memoria: PREGUNTAS AL SUR DE FANTASÍA, de Wenuan Escalona

Estamos en medio de una densa, forzada convocatoria a los “ejércitos del arte” hacia el laberinto de las identidades, en la renovada guerra de posición post-proceso constituyente. El imperativo de estar “al lado correcto de la historia” se ha impuesto especialmente a cierta área de la escritura nacional que desea situarse al Sur, dada la presencia geográfica tanto de una cultura prehispánica viva y en un proceso incesante de desarrollo cultural, como de una naturaleza menos intervenida y en que aún se encuentran especies endémicas. La mirada desde cierta institucionalidad cultural hace el enlace fácil entre poesía y naturaleza, conceptos que saben atraer a su órbita a la autenticidad, la pureza y lo “originario”.

Para cualquier viejo habitante de estas estancias literarias, no se revela como obvia tan solo la capacidad operativa de lo anterior dentro del ámbito de la administración cultural, sino que también la cuidadosa y casi coordinada puesta en escena de este posicionamiento táctico de la cultura. Y por ello corresponde recuperar y explicar el valor de la posición que asume Wenuán Escalona (Temuco, 1977) en su último libro, Preguntas al Sur de Fantasía (Concepción: delarchivo, 2021), al plantearse desde condiciones de autonomía en que la conciencia creadora intenta ponerse a la altura de los desafíos de la época.

Uno de estos desafíos es, sin duda, saber desarrollar una forma enriquecida y actualizada de memoria histórica, superando una visión de la identidad que tan solo pueda ser eficaz en la táctica contingente. Por cierto, esto implica asumir el paso problemático de ver a la tradición y lo mítico como entes en construcción permanente, lo que no puede sino forzar a comprender a la(s) literatura(s) -la propia y la de otros- como posible(s) creadora(s) de mitos nuevos. En un salto inaudito, Escalona ha elegido como eje constructivo de Preguntas... a la novela fantástica Die unendliche Geschichte (1979) del escritor alemán Michael Ende.

Esta elección no tiene nada de azarosa, desde el momento en que el libro aparece signado por la figura y biografía real del autor. Preguntas... es, en su aspecto más obvio, un homenaje al mundo fantástico creado por Ende, registrando como voces centrales del poemario a una serie de personajes del libro. Resulta inevitable constatar la marca biográfica del fenómeno de masas que constituyeron, tanto el libro como la película realizada en 1984 por Wolfgang Petersen, sobre Escalona, lo que sugiere en primera instancia una huella emocional, pero yendo más profundamente, la presencia del mundo imaginado por Ende funciona acá a un nivel más profundo y orgánico. El hablante de Preguntas... se ve obligado a encarar una realidad en que el orden de la memoria y, por tanto, la propia identidad, están en juego, tal como Bastian, el personaje central de la narración de Ende. Esta realidad se da a través de un desdoblamiento fantástico, la aparición de un mundo al que el personaje central es arrastrado, y que al tiempo que le permite una libertad de movimiento y exploración, se revela como un horizonte en que se ve forzado a tomar decisiones que ponen en riesgo extremo la construcción de la propia identidad.

La identidad en riesgo (la apuesta en juego en este mundo desdoblado) trasciende a la personal, revelándose progresivamente que se refiere a la identidad de persona/escritor mapuche y militante del hablante/autor del libro. Desde los mismos títulos de cada sección del libro, saltan las preguntas:

MEMORIA / INCERTIDUMBRE

¿cuál es la voluntad de tu palabra?


MEMORIA / NODRIZA

¿no reconoces a tus crías fuera de la lengua

y la tierra?


MEMORIA / SEXO

¿animal doméstico?


MEMORIA / MÁSCARA

¿podrán ver mi rostro

cuando escriba este poema?


MEMORIA / NIÑA

¿cuál es la pregunta que te salvará de La Nada?


El reconocimiento mutuo de sí mismo y de lo(s) otro(s), fundamentado en la posibilidad de una memoria colectiva, se hacen entonces los motores de la escritura. No obstante, este reconocimiento impone al hablante/autor buscar una vía distinta a la reconciliación plena con lo ancestral, al evitar el salto de fe abstracto que le uniría idealmente a un mundo que ya se le revela quebrado, un mundo sin mito fundante, incapaz de proveer un sentido universalmente válido. El necesario movimiento de abstracción de sí mismo, difícil, gradual, se da hacia una memoria personal que debe integrar una experiencia de vida e imaginación activa que tiene a la multiplicidad y a la voluntad personal de creación como caracteres esenciales:


Que si uno imagina una sola forma siempre

se cae en la estupidez y en la mentira (con uno y con el resto).

Por ello [Wenuan] se puso a jugar con la greda del tiempo, muy niño

y sentimos que con ella nos hizo patas, colas y alas.

Mientras nos modelaba, repetía cosas como:

Serán los aventureros de este mundo quebrado.

Nunca deben quedar inmóviles.

Otros serán sus nombres. Cambiar es necesario

para que guarden al misterio.

Y cuando ya estuvimos hechos

nos dejó en libertad en este libro de gente seria

en estas calles al Sur de Fantasía

para que hablemos con el niño

que estás olvidando ser.


(p. 26)


Vale decir, no se trata acá de rescatar una memoria ancestral, sino de imaginarla, ficcionalizarla incluso (dado su habitar el Sur de Fantasía), y esto engendra el doble juego, reflejo del personaje de Bastian: inscribirse a sí mismo en la historia -como heredero de lo pasado, tanto como ancestro de lo que viene; ser eslabón de la cadena de existencia, así como personaje de la narración- obliga a caer bajo el poder de un régimen de abstracciones, en que al tiempo de tratar de hacerse cargo de la propia vida y de la escritura, se pasa a perder el control sobre ellas y a asumir una deriva bajo su poder. Esta contradicción entre deseo (personal, íntimo, voluntario) y el llamado de una memoria potencialmente colectiva (en cuanto inscripción dentro de una comunidad, algo que está más allá de la propia voluntad: el propio origen y su posible mandato), genera una poética paradojalmente situada, forzada a estar permanentemente alerta para elaborar su lugar, fijar constructivamente desde dónde habla, construir sobre lo abstracto una posibilidad de existencia plena para el discurso propio, elaborado desde la propia experiencia, reflejo de una posible existencia plena (histórica, situada, consciente y hasta militante) de quien lo enuncia.

Esta integración de aspectos disímiles, genera un imaginario que sabe expresar su carácter múltiple. Escalona tensiona la escena de su texto, al pasar desde el paisaje y la convivencia con lo natural, en que expresa una compleja codificación emocional, hasta la trivialidad de la convivencia entre poetas o los ritos domésticos urbanos. La poderosa musicalidad, la entonación del verso, produce que el esperable contraste entre estos elementos de su imaginario, no se deje escuchar. Así, en la experiencia lectora, esta conciliación de imágenes disímiles es vivida más que racionalizada, como si se identificase de inmediato el punto de partida de la mirada, lo que puede ofrecer sentido a la composición, dar cuenta de la situación de escritura a partir de la melopea.

Como resultado, Escalona no puede sino llevar la provocación de su texto al límite. La sección MEMORIA / MÁSCARA emprende el asalto frontal contra cualquier reconciliación plena y no dialéctica, que se proponga como identitaria:


Para traicionar tu máscara, escribe


Te cansó la palabra territorio. Te agotó la palabra ciudad.

El terruño es insufrible, no lo digas.

No más comarcas, no más provincias, no más frontera,

ni el siútico far west, sin antes abordar tu decadencia

y confrontarlos con estos años, con la materia,

la comodidad del auto, el puesto de trabajo, la casa de dos pisos

y el césped que cada tarde riegas.

(...)

Y tu fastidio contra el mundo persiste

pero tu fastidio persiste aun más agudo contra ti

que también eres un mundo

No, memoria, ahora no.

(...)

Pero en nombre propio, Wenuan.

Habla en nombre propio.


(p. 63)


Significativamente, al fin de los fragmentos de esta sección en la página 64 y 65, se repetirá el verso final Tú, compañero. Tú, mapuche. Tú, poeta, como acentuando la capacidad convocante de las identidades más simples de enunciar -y por lo mismo, más asimilables dentro del campo cultural de nuestro país. Esta no asimilación es la sola condición de una real voluntad propia en la escritura que abarque estas determinantes sobre la propia identidad como impulsos creativos y no convocatorias sordas; y solo desde ahí, Escalona puede al fin, responder a la provocación de la historia con su propia provocación, una que se dirige al corazón de su propia actividad como militante, mapuche y creador:


Ay, arte indígena

te han dado la responsabilidad de la resistencia

y al girar en esa órbita, te has vuelto monótono, predecible.

(...)

Corre, arte indígena

huye de lo espurio y abreva en la sorpresa

para seguir andando. Si no hay deslumbramiento

nos pudriremos en la certeza, en la madurez.

Hay una máscara sobre tu memoria, Wenuan,

pero escribe en nombre propio para traicionarte,

para traicionarlas. Ve con tus preguntas al

Sur de Fantasía.


(p. 70)


La traición a la tradición parece ser la única forma de volver a esta viva y actuante, deslumbrante.

Me parece interesante leer Preguntas... en el marco de la reflexión sobre una Suralidad, concepto utilizado como una herramienta bastante útil de lectura a partir del trabajo de la poeta y antropóloga Claudia Arellano Hermosilla y el poeta Clemente Riedemann desde hace ya casi una decena de años. El libro de Escalona puede entenderse, desde el mismo título, como una crítica activa al corazón de las determinaciones de la Suralidad, una crítica que las pone en tensión para probar, precisamente, su adaptabilidad a contextos de vida y escritura en plena metamorfosis, y especialmente en lo que se refiere a autores de raíz mapuche, cuyo lugar y situación en el campo literario nacional ya trasciende con mucho una zona geográfica específica: una violencia necesaria sobre el concepto para que sea menos fiel a sí mismo, y más leal a horizontes de creación y pensamiento que no paran de ampliarse.

martes, noviembre 08, 2022

ESTRELLA NÁUFRAGA, de Juan Manuel Mancilla: una puerta entreabierta

 

La fuerza con que el νόστος (regreso) de Odiseo se plantó en la cultura literaria moderna no tiene nada de casual: el pensador, en medio de una época de revoluciones y violentos cambios en la percepción del mundo y la historia, se enfrentaba a la soledad de sus cavilaciones bajo el fondo de la tormenta que envolvía a todo el mundo que lo circundaba, y encontraba en el viaje del héroe (que ya en el poema homérico es un viaje interior) un camino para reconstruir al menos en la imagen el hogar, aquello familiar distante, en el tiempo y en el espacio.

Indudablemente, Estrella náufraga (Valparaíso: Bogavantes, 2022) de Juan Manuel Mancilla, desea inscribirse en esta tradición y los títulos de sus secciones (Marea, Naufragio, Bitácora, Mapas y Regreso) parecen hacer obvia la filiación. La primera de estas secciones parece incluso remontarse en su imaginario a la contemplación profunda (la δερξις) de Odiseo al mar del que no se puede sacar cosecha.

Esta mirada nostálgica está poblada ya no solo de tristeza y soledad, sino de la ansiedad por la cercanía de la muerte y la incerteza radical que entrega una realidad que ha acabado curvándose bajo el peso de aquella cercanía:


Acantilado


los piratas

a esta orilla

no se acercan

creyendo ver

el ojo furioso

de un cíclope

evitan visitar

la gruta de nadie


(p. 10)


No se trata acá del desplazamiento físico del héroe; lo que vemos al abrirse el libro es más bien una mirada que busca corporeizarse a través de sucesivas metamorfosis. La travesía es entonces la deriva de la mirada que, más que un frenesí de tormentas, enfrenta su imaginario oceánico en un arrastre pausado por el ritmo de la marea. Es interesante ver cómo Mancilla refleja este ritmo en una poética de gran concisión, que utiliza la temporalidad del verso corto para demorar la conformación de las imágenes, lo que pone el foco en el proceso de esta conformación más que en la figura final, a la manera de los haikús, haciendo pesar, concentrando, cada elemento significativo.

La metamorfosis abre el campo a la visión alucinatoria, que se abre a imágenes de muerte y violencia. Estas imágenes pueden bien tomarse como un signo de época, pero dentro de un ámbito en que la mirada que se quiere consciente se enfrenta a una naturaleza (un afuera absolutamente otro), resulta un signo pleno de sentido para mostrar la trizadura entre conciencia y mundo. La alienación del sujeto respecto a su entorno -que surge del riesgo radical de la mirada en su deriva- produce un imaginario poético tensado que acentúa la intensidad de la metamorfosis.

Este juego poético se hace más complejo si se considera las elecciones formales: Mancilla inscribe esta tensión en construcciones que desean acercarse a la concisión de la canción, en que los efectos de aliteración y rima tienen un papel central.


Cangrejo


Corto como loco

Como loco talo

Mi lengua no traba

Carcome sin tregua

Estraga todo trago


(p. 30)


Lo dicho se asume sin problemas para las primeras tres secciones del texto, pero el autor parece proponer una catábasis, el descenso hacia un plano interior en que se adelanta el cumplimiento del riesgo de la deriva transformativa. Este descenso va presentando progresivamente la figura del hablante ya no desde la segura separación de la mirada con respecto al mundo, sino desde la experiencia sólida e histórica de un hablante situado. La quinta sección -Regreso- parece cumplir esto al presentar, en el poema Visiones del infante una construcción en montaje que recorre diversos momentos que constituyen huellas en la historia personal:


3


Un expresidente estrecha mis manos partidas

El Challenger estalla. Se estrella en la pantalla del noticiario central

El miedo del Santo Padre en el Parque O’Higgins

Un campo de frambuesas a las afueras de San Bernardo

El mercado de Testaccio en vivo. Un charango me hace llorar

(…)


(p. 48)


El brusco cambio en los procedimientos de escritura y el metro del verso, cumple el destino de la mirada, volcándola sobre un plano temporal en que ya no hay margen para la transformación. La catábasis llega a su punto límite con el “tocar tierra” que insinúa la sucesión de imágenes al fin del poema: Una guitarra colgada / Una bandera a media asta / Una estrella cayendo (p. 52), que da el pie preciso para el poema final del libro, Confín, en que la pequeñez del ámbito humano y vivencial se destaca en contraste con la inmensidad (y capacidad infinita de metamorfosis) de las imágenes del universo.

La sutileza y la manera de encarar problemas complejos en la construcción de su imaginario desde una escritura que sabe evitar tanto cualquier lirismo fácil como la tentación de una poesía filosófica de cátedra, producen un especial efecto de sortilegio en Estrella náufraga. Juan Manuel Mancilla nos entrega acá una pieza excepcional de reflexión poética, que llama a ser leída y vivida sin darse gratuitamente ni optar por el hermetismo: una puerta entreabierta.


lunes, octubre 31, 2022

La invocación de lo común: MATADERO, de Roberto Bustamante

En la historia de nuestras ciudades, especialmente en los puertos como Iquique o Valparaíso, se aprecia con una particular huella el contraste entre los proyectos de planificación y la configuración que les ha dado el poblamiento. En este contraste obvio se refleja otro no tan obvio: aquel que se da entre los grupos sociales que suponen que el puro pensamiento modifica lo real y aquellos que unen pensamiento y acción bajo la espada de la necesidad.

Nuestro arte es, como nuestras ciudades, producto de estos contrastes. La tradición culta, sostenida de algún modo institucionalmente, que nos entrega figuras y procedimientos literarios y nos promete la libertad del arte, se nos da solo a través del cedazo de un habla que reproduce nuestros reales entornos y nuestras experiencias de vida, marcadas por una necesidad que no deja de forzarnos. La conciencia de la riqueza que este contraste produce, es quizás la fortaleza de la mejor poesía chilena.

Ahora bien, la demanda de escribir sobre la huella del tiempo -de la historia- sobre nuestras ciudades -casi siempre la huella de una acción que las degrada como infraestructura al tiempo que sabe ofender, segregando y empobreciendo a determinadas comunidades-, esta demanda parte de una de las más antiguas tradiciones literarias: la elegía sobre las ruinas, equivalente lírico a la reflexión filosófica sobre la vanidad de la gloria. Nuestra intelectualidad moderna, nieta más o menos directa del romanticismo del siglo XIX, no puede sino encontrarse con esta huella genética de la tradición en la forma misma de la elegía: la voluntad autoral, la vida del hoy, observa de frente aquello muerto, para aprender a encarar el paso del tiempo presente, la inevitable vejez del pensador y lo ineluctable del paso de la historia.

¿Cómo romper este esquema binario de vida-conciencia intelectual versus muerte-ruinas del pasado glorioso, para ir más allá de la reflexión filosófica y el tan burgués consuelo mental que esta provoca?

Me rondaba esto hace un par de días en la cabeza, al instante en que participaba en una reunión conspirativa junto a otros artistas -literarios, gráficos y teatrales-, y aparecían ideas para proyectos culturales significativos y grandes acá en Valparaíso. Animado quizás por la lectura del libro de Roberto, planteé el tema de la gran cantidad de clubes deportivos instalados desde hace más de setenta años en las alturas de la ciudad, en que para las canchas se había privilegiado lugares con soberbias vistas a la bahía, como posibles escenarios para actividades culturales que trascendieran los lugares tradicionales, más cercanos al plan. No pude evitar ver un particular brillo en los ojos de todos los presentes, un entusiasmo particular.

¿De dónde venía este entusiasmo? Buscando en mi propio entusiasmo, me di cuenta de que se trataba del encuentro posible con una efectiva vida social, marcada por la resignificación continua de los espacios cotidianos por parte de una colectividad que no necesita -ni puede- distanciarse de su territorio como quien lo hace de un objeto de análisis. Nuestra tradición intelectual (desde Europa) siempre ha aspirado a una especie de administración mental, una contemplación razonada de los espacios, hasta que alguna conciencia adulta nos dicta un malestar que proviene de la impotencia: nuestra forma de comprender la vida de la sociedad solo nos llega desde el momento en que nos plantamos afuera de ella, justo donde la más mínima acción real nos está vedada. El mismo espacio que habitamos se nos convierte en objeto separado, con un hábito bien aprendido después de cierta cantidad de libros leídos.

Es por esto que la dinámica del acercamiento es compleja, y me parece esta la clave de lectura para comprender Matadero, de Roberto Bustamante. Estamos obligados a entrar al tema, pero bien podemos intentar la operación inversa: salir desde el tema al encuentro del lector. Esto implica ya no la voluntad de aprender (esencialmente una operación de traspaso de información), sino la de aprehender, situarnos en el cruce entre paisajes, flujos sonoros, aromas y hedores, hábitos de existencia e interrupciones de esos hábitos en los momentos de gesta que imponen los movimientos obreros y la afición deportiva, o en los momentos luctuosos que imponen las masacres y las catástrofes naturales. Son sustancias, hechos y ánimos que resisten la explicación y solo aceptan la exposición, y acaso -que es lo que nos interesa- la invitación a revivirlas.

La poética puede, en virtud de su ancestro ritual, proto-religioso, acercarse a la operación de sortilegio necesaria para darnos de vuelta esta vivencia pasada. Se trata de su poder de suspender la distancia prudente para ponernos ya no de frente, sino dentro de otras vidas anteriores que siguen resonando, de algún modo, en nuestra herencia cultural más íntima y personal. Este movimiento ya no tiene que ver con la voluntad de conocimiento característica de la sociología o de otro tipo de análisis, sino de algún modo con una suspensión de esa voluntad, el reconocimiento forzoso, como bajo el efecto de una droga, de nuestro particular y personal habitar de nuestras ciudades.

Esta suspensión de la distancia de observación me parece el logro fundamental del libro de Roberto. Desde una ciudad distinta (y tan similar), puedo reconocer que pertenecemos a la misma comunidad, una que incluye también al boxeador Loayza y al matarife de los años gloriosos, al migrante caminando a la ZOFRI o acá mismo en Cerro Barón, a los eternos viejos de Plaza Echaurren, y ampliando la mirada, a Pedro Páramo o a Roberto Bolaño, una comunidad que deja fuera a los planificadores de ciudades, a los administradores de la cultura que no dejan sus oficinas académicas ni aunque tiemble, y a aquellos que desde tres comunas junto a la cordillera han administrado la vida económica de nuestras comunidades marítimas desde hace ya tanto tiempo. En el libro de Roberto veo esa reconciliación necesaria entre vida y pensamiento de clase, que al menos en la página rompe la separación que nos ha impuesto un cierto modo de ver la cultura: el modo del burgués.

Por ello, la elegía situada de Matadero, no es la lamentación por una pérdida abstracta e irrecuperable: me parece que lo que resalta es el dolor por una comunidad que dejamos de ver y sentir, una comunidad que dejó de reconocerse como tal, si bien afirma su presencia latente en la misma escritura. No es casualidad que sea en estos días y en esta coyuntura que hablamos de esto, y que el libro de Roberto le asigne tal patente de existencia a la evocación, o diríamos, a la invocación, a este acto de traer de vuelta espectros que parecen ansiosos de criar carne y sumarse a la sustancia de las luchas del hoy. Desde lo local, Matadero afirma una noción de país y de cultura popular que estamos sintiendo en toda la inquietud del momento que vivimos.

martes, octubre 25, 2022

Un hackeo socrático en versos: UNA POÉTICA POR OTROS MEDIOS, de Enrique Winter

En nuestro hoy, que ama el desvío, el ensayo en verso ha vuelto a aparecer a la superficie, y en un país como Chile, con una larga tradición metapoética y de espaldas a la lírica “pura” -baste nombrar a Pablo de Rokha o Enrique Lihn-, Una poética por otros medios (Santiago: Bisturí 10, 2022), de Enrique Winter (Santiago, 1982), no debería considerarse una rareza. Se trata de la versificación de un breve ensayo aparecido el año 2018 en la revista argentina Hablar de poesía (https://hablardepoesia.com.ar/2018/04/17/una-poetica-por-otros-medios/). Lo propiamente raro del texto es su particular entronque con una tradición de poéticas preceptivas que se enfrentaban a los desafíos de sus respectivos cambios de época, como el Ars poetica de Horacio o el Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo, de Lope de Vega. Tal como en estos ancestros, el juicio irónico sobre el desajuste y la incomprensión de los creadores con respecto a su Zeitgeist se vacía inevitablemente en gesto polémico, y la referencia del título a la famosa frase de Von Clausewitz que homologa la acción política con la guerra, ya sitúa los temas del libro en relación al mundo real en que se inserta, más que en debates propiamente escriturales.

El cruce entre la impostación de la voz poética y el frío vaciarse de la reflexión produce un efecto especialísimo: Winter decide usar de manera impropia el verso métrico, eliminando la intencionalidad en el plano de la melopea, evitando cadencias y aliteraciones, y sin una búsqueda aparentemente guiada de la rima. Esto permite reforzar el gesto irónico, al hacer aparecer en determinados momentos del texto recordatorios de que esta poética sí desea ser un poema.

El modo en que Winter aborda la validez de la creación y el objeto poéticos en una era caracterizada por el hipertexto y el acceso prácticamente universal a la red multimedial, destaca por su radical aceptación de las nuevas condiciones de producción en el plano de la cultura. Esto no puede sino expresarse en una ironía socrática (en el sentido más amplio y agudo del término) de lo poético en relación con los medios en que se ve “arrastrada” a habitar, una operación que lleva a de-situar el ámbito literario, y subvertir los gestos de convencimiento y la pretensión de verdad, para proponer una poesía que defraude, que desbanque la voluntad tradicional de honestidad autoral. La validación de la creación y el objeto poéticos, al fin, pasa por tomar una paradójica carta de ciudadanía, como un pasaporte falsificado hacia el flujo universal de información de las redes.

Lo radical de esta propuesta poética encuentra en su cruce con el lirismo subvertido de la forma soneto, una energía que acaso profundiza su efecto irónico. Resulta inevitable incluso no sospechar de la honestidad de una tesis tan radical que se acomoda a medias en un molde tan consagrado por la tradición. El traspaso del ensayo hacia el poema, toma todo su sentido al producir un objeto cuya pretensión de convencimiento es puesta en crisis desde el mismo contenido del texto. Lo subvertido ya no es la forma-poema, sino más bien el ensayo publicado el año 2018.

Libro para lectores atentos y suspicaces, se suma al muy especial proyecto de Bisturí 10, cuyas preocupaciones en general corresponden a lo que un sector no menor de nuestra sociabilidad literaria del cono sur califica como “de élite”, cuando la reflexión aguda se hace indispensable precisamente al presenciar hoy el resultado del compromiso fácil y el espontaneísmo.


 

lunes, octubre 24, 2022

El insomnio de los libres: PAISAJES DE LA CAPITANÍA GENERAL, de Jorge Polanco

 

Decía hace unos meses, en relación a su breve poemario Lacrimógena (Valparaíso: Inubicalistas, 2021), que Jorge Polanco había emprendido una escritura del desahogo, para mostrar la magnitud de un desgarro que va mucho más allá de una percepción emocional individual. Esto, por cierto, atendiendo a algo que no había ni qué decir: las experiencias extremas de la crisis institucional, la pandemia y el consecuente (a ambas) estado de emergencia y control, dejaron al artista casi conminado a buscar, más que el acercamiento intelectual (que implicaría un imposible y paradójico distanciamiento), la expresión más consistente de un estado de ánimo y de una pregunta radical por la situación de sí mismo en este nuevo plano (a-)social. Era desde esta personalísima dimensión de la experiencia desde dónde se hacía posible revelar su carácter profundamente político.

Un libro de crónicas parecía ser la consecuencia natural, y ya tenemos Paisajes de la capitanía general (Valdivia: Komorebi, 2022), colección de textos que solo pueden ser comprendidos en un contexto de escritura marcado por la crisis política y sanitaria y la férrea administración de la vida social que el Estado impuso en consecuencia. Tal como en el caso del poemario ya aludido, Polanco va mucho más allá de una visión circunstancial, ahondando con el mismo título en cómo este momento fue tan solo una emergencia de caracteres históricamente determinados (y diríamos casi, genéticamente) en nuestra vida como país.

Cabría, quizás, abordar la denominación de capitanía general. Durante la conquista y la colonia, Chile es una entidad administrativa nominalmente independiente del Virreinato del Perú, mas subordinada a él en todos los aspectos prácticos y económicos: una gobernación (también designada como Reino, de una manera asentada en el uso, y no oficial). A las cabezas de los virreinatos y de las gobernaciones se les daba el cargo de capitán general, en su calidad de jefes del Real Ejército; al momento de la modernización del Imperio Español, desde 1777, las gobernaciones, en su mayoría territorios sometidos a riesgos de invasión, rebeliones o piratería, reciben la denominación oficial de capitanías generales, acentuando su carácter distintivo, militar, con respecto a los virreinatos, e intentando procurar una administración más eficiente y racionalizada de los recursos y la asignación de cargos. Tras la independencia, Chile mantiene el título capitán general para una serie de líderes militares hasta la década de 1820 (a O’Higgins y Ramón Freire de manera efectiva como jefes de estado, y ad honorem a José de San Martín y Manuel Baquedano), para volver a ser oficialmente usado por Pinochet tras el golpe de 1973.

Reseñar lo anterior no es ocioso ni un juego de erudición. Revela como la historia de este término oficial revela una pulsión militar a través de la historia de Chile, un régimen de la pura necesidad y la emergencia permanente, como si con el gesto de Pinochet el país debiese reconocer una lealtad ominosa con respecto a su pasado, una lealtad amenazada por el ideal de libertad cívica y republicana. Nada ilustra mejor ese régimen de la necesidad que la experiencia disciplinaria de las cuarentenas y la implementación de pases de movilidad desde el año 2020.

Polanco aborda de frente la inquietante vivencia del encierro en Agua de insomnio, subrayando las consecuencias de la privación de sueño:


El agua y los sueños desfiguran los contornos, eso que llamamos realidad; se mezclan y entretejen con los soportes cambiando las imágenes y los retratos de las cosas. El insomnio nos tiene carcomidos; un filósofo lo caracterizaba como la experiencia del “Hay” un anonimato esencial. Algo nos ronda, merodea, algo indefinido. Con esta pandemia, ese hay adquiere otra sensación; un espacio sin rostro que prolonga las noches; el contagio del miedo ambiental que no solo proviene del triunfo de la muerte -como la recordada pintura clásica, igualmente anónima-, sino también de un espacio violento anterior que se abre junto a ella.

(…)

El consuelo, reiterado en las conversaciones entre las amistades, es que al menos tenemos trabajo. Esta advertencia nos devuelve a otro espacio que actualmente parece un leitmotiv: la crisis económica de los ochenta, bajo dictadura. ¿Será este nuestro insomnio histórico, el verdadero anonimato esencial que no nos deja dormir? (p. 54)


Me atrevería a señalar que este espacio líquido de una vigilia invadida por el sueño en medio del encierro, en que la experiencia traumática pasada se deja sugerir como fuente de malestar en el presente, es una clave para entender la forma narrativa en que Polanco presenta sus crónicas en prácticamente todo el libro: es el punto de partida anímico de estas escrituras. La recuperación de la memoria parece no estar hecha solo desde una forzada distancia física, sino que además una distancia temporal insalvable; lo relatado juega con la indefinición evanescente de la memoria, en un personalísimo modo elíptico. En Un verano feliz, en que el autor/narrador visita Santo Domingo y el entorno cercano al regimiento de Tejas Verdes, se refiere a la distancia síquica resguardada de los familiares de los oficiales de los campos de concentración alemanes mientras pasa por un bosque:


La oscuridad del inconsciente y la plenitud de la racionalización de la conciencia, dicho grosso modo, yacía dividida gracias a un bucólico y pequeño parque.

En la última novela de Costamagna sucede algo parecido, pero con la cordillera de Los Andes. Quizás en Chile repitamos esta defensa del pasado a través de sutiles cortinas de humo por medio de la ensoñación. No lo sé. Tres, cinco años. No tengo recuerdos. No existen fotos. Se supone que viajamos por tres meses. Mi viejo dijo que fue a cuidar un cargamento en San Antonio.

(…)

Si alojamos en San Antonio, tuvimos que visitar en algún momento el mar. El cargamento estaba en un cerro, y nunca vio qué era, reitera mi viejo, y lo afirma taxativamente. ¿Acaso jugamos con las olas, que repiten su gesto apático, cerca del campo de concentración? ¿Es posible que copiáramos esta indolencia de la naturaleza? (p. 36)


Hasta el mismo ritmo de la escritura parece reproducir el malestar que produce la laguna de memoria, como una resistencia insistente que parece reconocer físicamente la separación con respecto a algo vivido que desea quedar en el olvido. Ante el régimen disciplinario de la cuarentena se revela una estructura interna disciplinaria, análoga en su insistencia necesaria: la represión del recuerdo traumático. Este juego de analogías entre un macro y un microcosmos toma mayor relevancia ante el microcosmos de la familia militar del autor, que pone en valor su experiencia personal ante todo un país que sabe reconocerse como reino de la necesidad y la emergencia.


La educación permite la asimilación adecuada a los shocks del mundo adulto; es decir, capacitación en las competencias y la resiliencia. La familia: preparación para el cuartel; el cuartel: preparación para el éxito en sociedad. (p. 14)


A través de esta analogía sutil, ya desde la primera crónica del libro, Polanco ubica su experiencia personal como ejemplar y representativa de una que el lector puede reconocer como experiencia colectiva.

No obstante dar la primera sección -Familia militar- el umbral de expectativa de Paisajes de la capitanía general, Polanco cierra su objetivo ya desde la segunda crónica sobre la que ha sido una de sus preocupaciones principales como ensayista: me refiero a la situación del intelectual dentro de este régimen de necesidad. Los intelectuales presentes en el libro -desde la misma figura del narrador hasta la de los poetas visitados en la última sección, Actores secundarios, pasando por una larga serie de figuras ficcionales- padecen el peso de sus oficios en una marcada y consciente inadecuación radical, en un mundo en que el solo hecho de plantearse un individuo es de algún modo quedar afuera. En ninguna parte del libro esto es más marcado que en la sección Paisajes, y en particular en la serie 9 estilos de filosofía de la natación, en que las primeras seis narraciones se refieren a una serie de intelectuales en sus espacios “naturales” (la sala de clases, la conferencia, la entrevista en medios especializados) viviendo episodios que de algún modo desnaturalizan su lugar y su rol, concluyendo con tres relatos que enfatizan aun más la inquietud, en una curva que sabe ir desde lo trivial hacia lo trágico. De algún modo, la reiterada crítica al heideggerianismo en el libro apunta precisamente al corazón de este riesgo de de-situación del intelectual, en la medida en que el pensamiento sí puede constituirse en una hermenéutica de la violencia, en que se da


el menosprecio de la situación concreta de donde surgen los discursos y, por qué no decirlo, los sueños (p. 15)


El centrar una de sus crónicas en el inclasificable y constantemente perseguido Gustav Mahler (marcado por una vida de riesgos y tragedia) y en el comprometido y situado director Claudio Abbado, así como el escoger a una serie de poetas en la sección final del libro, dan a entender precisamente que la poética, en un sentido amplio -en cuanto escritura de los sueños, labor de la infinita posibilidad, reunir el pasado con el carácter intempestivo del presente (p. 45)- puede romper el régimen de necesidad dándole carta de existencia a lo imaginado y a lo evocado, así como forma y sentido a la evanescencia de la experiencia límite.

Hay mucho más en Paisajes de la capitanía general, pero creo que con lo dicho estoy apuntando a un tono de fondo, una perspectiva que, si bien está marcada por un latido de inquietud, tiende hacia una visión reconciliada del mundo precisamente desde una de-situación radical. En un momento en que el sentido de lo social y el impulso de abolir el régimen de necesidad de nuestro país imponen, más que estrategias colectivas y programas partidarios, una serie de ecuaciones a la espera de respuesta, la x no resuelta de Polanco es una seña muda, pero patente: un índice que apunta.