lunes, octubre 24, 2022

El insomnio de los libres: PAISAJES DE LA CAPITANÍA GENERAL, de Jorge Polanco

 

Decía hace unos meses, en relación a su breve poemario Lacrimógena (Valparaíso: Inubicalistas, 2021), que Jorge Polanco había emprendido una escritura del desahogo, para mostrar la magnitud de un desgarro que va mucho más allá de una percepción emocional individual. Esto, por cierto, atendiendo a algo que no había ni qué decir: las experiencias extremas de la crisis institucional, la pandemia y el consecuente (a ambas) estado de emergencia y control, dejaron al artista casi conminado a buscar, más que el acercamiento intelectual (que implicaría un imposible y paradójico distanciamiento), la expresión más consistente de un estado de ánimo y de una pregunta radical por la situación de sí mismo en este nuevo plano (a-)social. Era desde esta personalísima dimensión de la experiencia desde dónde se hacía posible revelar su carácter profundamente político.

Un libro de crónicas parecía ser la consecuencia natural, y ya tenemos Paisajes de la capitanía general (Valdivia: Komorebi, 2022), colección de textos que solo pueden ser comprendidos en un contexto de escritura marcado por la crisis política y sanitaria y la férrea administración de la vida social que el Estado impuso en consecuencia. Tal como en el caso del poemario ya aludido, Polanco va mucho más allá de una visión circunstancial, ahondando con el mismo título en cómo este momento fue tan solo una emergencia de caracteres históricamente determinados (y diríamos casi, genéticamente) en nuestra vida como país.

Cabría, quizás, abordar la denominación de capitanía general. Durante la conquista y la colonia, Chile es una entidad administrativa nominalmente independiente del Virreinato del Perú, mas subordinada a él en todos los aspectos prácticos y económicos: una gobernación (también designada como Reino, de una manera asentada en el uso, y no oficial). A las cabezas de los virreinatos y de las gobernaciones se les daba el cargo de capitán general, en su calidad de jefes del Real Ejército; al momento de la modernización del Imperio Español, desde 1777, las gobernaciones, en su mayoría territorios sometidos a riesgos de invasión, rebeliones o piratería, reciben la denominación oficial de capitanías generales, acentuando su carácter distintivo, militar, con respecto a los virreinatos, e intentando procurar una administración más eficiente y racionalizada de los recursos y la asignación de cargos. Tras la independencia, Chile mantiene el título capitán general para una serie de líderes militares hasta la década de 1820 (a O’Higgins y Ramón Freire de manera efectiva como jefes de estado, y ad honorem a José de San Martín y Manuel Baquedano), para volver a ser oficialmente usado por Pinochet tras el golpe de 1973.

Reseñar lo anterior no es ocioso ni un juego de erudición. Revela como la historia de este término oficial revela una pulsión militar a través de la historia de Chile, un régimen de la pura necesidad y la emergencia permanente, como si con el gesto de Pinochet el país debiese reconocer una lealtad ominosa con respecto a su pasado, una lealtad amenazada por el ideal de libertad cívica y republicana. Nada ilustra mejor ese régimen de la necesidad que la experiencia disciplinaria de las cuarentenas y la implementación de pases de movilidad desde el año 2020.

Polanco aborda de frente la inquietante vivencia del encierro en Agua de insomnio, subrayando las consecuencias de la privación de sueño:


El agua y los sueños desfiguran los contornos, eso que llamamos realidad; se mezclan y entretejen con los soportes cambiando las imágenes y los retratos de las cosas. El insomnio nos tiene carcomidos; un filósofo lo caracterizaba como la experiencia del “Hay” un anonimato esencial. Algo nos ronda, merodea, algo indefinido. Con esta pandemia, ese hay adquiere otra sensación; un espacio sin rostro que prolonga las noches; el contagio del miedo ambiental que no solo proviene del triunfo de la muerte -como la recordada pintura clásica, igualmente anónima-, sino también de un espacio violento anterior que se abre junto a ella.

(…)

El consuelo, reiterado en las conversaciones entre las amistades, es que al menos tenemos trabajo. Esta advertencia nos devuelve a otro espacio que actualmente parece un leitmotiv: la crisis económica de los ochenta, bajo dictadura. ¿Será este nuestro insomnio histórico, el verdadero anonimato esencial que no nos deja dormir? (p. 54)


Me atrevería a señalar que este espacio líquido de una vigilia invadida por el sueño en medio del encierro, en que la experiencia traumática pasada se deja sugerir como fuente de malestar en el presente, es una clave para entender la forma narrativa en que Polanco presenta sus crónicas en prácticamente todo el libro: es el punto de partida anímico de estas escrituras. La recuperación de la memoria parece no estar hecha solo desde una forzada distancia física, sino que además una distancia temporal insalvable; lo relatado juega con la indefinición evanescente de la memoria, en un personalísimo modo elíptico. En Un verano feliz, en que el autor/narrador visita Santo Domingo y el entorno cercano al regimiento de Tejas Verdes, se refiere a la distancia síquica resguardada de los familiares de los oficiales de los campos de concentración alemanes mientras pasa por un bosque:


La oscuridad del inconsciente y la plenitud de la racionalización de la conciencia, dicho grosso modo, yacía dividida gracias a un bucólico y pequeño parque.

En la última novela de Costamagna sucede algo parecido, pero con la cordillera de Los Andes. Quizás en Chile repitamos esta defensa del pasado a través de sutiles cortinas de humo por medio de la ensoñación. No lo sé. Tres, cinco años. No tengo recuerdos. No existen fotos. Se supone que viajamos por tres meses. Mi viejo dijo que fue a cuidar un cargamento en San Antonio.

(…)

Si alojamos en San Antonio, tuvimos que visitar en algún momento el mar. El cargamento estaba en un cerro, y nunca vio qué era, reitera mi viejo, y lo afirma taxativamente. ¿Acaso jugamos con las olas, que repiten su gesto apático, cerca del campo de concentración? ¿Es posible que copiáramos esta indolencia de la naturaleza? (p. 36)


Hasta el mismo ritmo de la escritura parece reproducir el malestar que produce la laguna de memoria, como una resistencia insistente que parece reconocer físicamente la separación con respecto a algo vivido que desea quedar en el olvido. Ante el régimen disciplinario de la cuarentena se revela una estructura interna disciplinaria, análoga en su insistencia necesaria: la represión del recuerdo traumático. Este juego de analogías entre un macro y un microcosmos toma mayor relevancia ante el microcosmos de la familia militar del autor, que pone en valor su experiencia personal ante todo un país que sabe reconocerse como reino de la necesidad y la emergencia.


La educación permite la asimilación adecuada a los shocks del mundo adulto; es decir, capacitación en las competencias y la resiliencia. La familia: preparación para el cuartel; el cuartel: preparación para el éxito en sociedad. (p. 14)


A través de esta analogía sutil, ya desde la primera crónica del libro, Polanco ubica su experiencia personal como ejemplar y representativa de una que el lector puede reconocer como experiencia colectiva.

No obstante dar la primera sección -Familia militar- el umbral de expectativa de Paisajes de la capitanía general, Polanco cierra su objetivo ya desde la segunda crónica sobre la que ha sido una de sus preocupaciones principales como ensayista: me refiero a la situación del intelectual dentro de este régimen de necesidad. Los intelectuales presentes en el libro -desde la misma figura del narrador hasta la de los poetas visitados en la última sección, Actores secundarios, pasando por una larga serie de figuras ficcionales- padecen el peso de sus oficios en una marcada y consciente inadecuación radical, en un mundo en que el solo hecho de plantearse un individuo es de algún modo quedar afuera. En ninguna parte del libro esto es más marcado que en la sección Paisajes, y en particular en la serie 9 estilos de filosofía de la natación, en que las primeras seis narraciones se refieren a una serie de intelectuales en sus espacios “naturales” (la sala de clases, la conferencia, la entrevista en medios especializados) viviendo episodios que de algún modo desnaturalizan su lugar y su rol, concluyendo con tres relatos que enfatizan aun más la inquietud, en una curva que sabe ir desde lo trivial hacia lo trágico. De algún modo, la reiterada crítica al heideggerianismo en el libro apunta precisamente al corazón de este riesgo de de-situación del intelectual, en la medida en que el pensamiento sí puede constituirse en una hermenéutica de la violencia, en que se da


el menosprecio de la situación concreta de donde surgen los discursos y, por qué no decirlo, los sueños (p. 15)


El centrar una de sus crónicas en el inclasificable y constantemente perseguido Gustav Mahler (marcado por una vida de riesgos y tragedia) y en el comprometido y situado director Claudio Abbado, así como el escoger a una serie de poetas en la sección final del libro, dan a entender precisamente que la poética, en un sentido amplio -en cuanto escritura de los sueños, labor de la infinita posibilidad, reunir el pasado con el carácter intempestivo del presente (p. 45)- puede romper el régimen de necesidad dándole carta de existencia a lo imaginado y a lo evocado, así como forma y sentido a la evanescencia de la experiencia límite.

Hay mucho más en Paisajes de la capitanía general, pero creo que con lo dicho estoy apuntando a un tono de fondo, una perspectiva que, si bien está marcada por un latido de inquietud, tiende hacia una visión reconciliada del mundo precisamente desde una de-situación radical. En un momento en que el sentido de lo social y el impulso de abolir el régimen de necesidad de nuestro país imponen, más que estrategias colectivas y programas partidarios, una serie de ecuaciones a la espera de respuesta, la x no resuelta de Polanco es una seña muda, pero patente: un índice que apunta.



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