viernes, febrero 12, 2016

POEMA DE LA ESCALERA, de Marina Tzvetayeva -traducción de Carlos Henrickson

Con algunas variaciones, corresponde al texto ya publicado en Pensar y Poetizar, nº 12 (revista del Instituto de Arte de la Universidad Católica de Valparaíso), año 2015. 










La breve caricia
En la escalera tremante.
La breve pintada

De color en la cara.
Y breve el cuento:
Ni adiós, ni buenos días.

La breve agarrada
En la escalera vacilante,
En la escalera que ya cae.

En la casa sin sueño de noche,
¡Las escaleras son la cascada

Al infierno...
       Entre coles podridas!
Como si sólo se bajara aquí

Como si más (¡vivir, ah, arder!)
Las despedidas que los encuentros.
 
Como al llegar a los rosados labios
A veces olvidamos dar el hola,
Y al dejar el tacto de esa boca
Quién -¡cómo!- olvidaría el adiós.

La muy breve burla
En la escalera sensible,
En la escalera sentida,

De culpable a culpable
En la escalera urgida:
El pan tierno de cada día.

¿Conoces el sermón
De estos lugares?
El que no trabaja
No come.

¡Y está todo tan caro!
Es ingenioso el ayuno...
Mañana se puede dormir,
Hoy día hay que comer.

En las apreturas de la vida
El principesco principio:
Mañana se podrá tener
Lo que hoy día cedes.

¡La explosión del gas
Está a punto!
Quien antes se rindiera,
¡Ahora de vuelta

Les va a pegar!
Los dientes ya muestra el gas:
¡Les dará (como una fiera)
De vuelta! (el diablo, no Marx).

El basurero, así
Le llaman a esto: mierda.
Acá hasta la escalera
De servicio tiene un tapiz.

(Aunque bien de medio pelo,
En verdad...) ¿Eso? Ajo, gatos...
Miren, hasta la escalera
De servicio tiene su Coty.

¡Pues tienen sus placeres
Los gusanos del encierro!
Se sabe desde siempre:
Los ajos en la azotea

Son buena medicina...
Y ésta es mi venganza:
De esta oscura escalera
Tragarme las tinieblas.

Para el juglar, el terrorista y el ladrón,
La terraza es el gran enemigo.

La breve empujada
En la escalera pellizcante,
En la escalera enlodante,
Sumas un violín y una colina:
Este es un real cerro de notas.
¡Vaya que arde este horno!

Una breve retada
En la escalera golpeada,
En la escalera vendada.

Le damos hasta ver estrellas,
Así le pegamos –pero de mentira.
¡Y se las cobran con nosotros!
¡Sigámosle dando a ésta,

Y a los abrazos con el patrón!
Por la escalera goteante,
Por la escalera endeble,

Se apura el portafolio,
Se apura la gorra,
Se apura el violín.

- ¡Ah, si sólo dormir, dormir!
¡Estoy comida, podrida, molida!
Se apuran los faldones,
Se apuran los faldones,
Se apuran las falditas.

¡Qué tumulto, qué escándalo...!
¡Son carreras! ¿Y hay premio?
Todo es confusión: ¿adónde:
Hacia arriba, hacia abajo?

Y cada piso echa sus toses
En línea directa:
Y esta nuestra
Escalera tiene bajos,

Las fuertes que sacan lágrimas,
Y las que hacen ij-ij-ij-ij:
También esta, nuestra
Escalera tiene agudos.

- ¡Deberías hacerte ver!
- ¡Una estaca en el pecho!
En toda la escala de toses,
Desde el sótano hasta

El tejado, dejan caer,
Casi todos, un guiso:
Como el sermón de Marx
En tono de Stravinskii.

La breve cantata
De la escalera escupida:
Los votos de los de abajo.

Y no agasajo, sino gargajo
A los escalones del pulmón
Maltrecho -¡apúntale!

¡Ágiles picotazos,
Cacareando de rabia!
¡Miren qué obreros!

Cualquier cosa que eches,
Todo y sin detenerse,
Comen hasta saciarse.
Todo se lo tragan.

Es una mesa como de casa:
Comemos, nos sirven.
Pues en esta, nuestra
Escalera se come a la carta.

¡Y para todas las dietas!
Y hay un tanque de hervir,
Pues en esta, nuestra
Escalera hay un Franzensbad.

¡El sueño de Jacob!
¡Dichosos los patriarcas!
¡Todo el espectro de aromas
Desde el sótano hasta

El tejado: cocinan!
¡Re-mi-fa-sol-si!
¡Una escala de olores
Para taparse la nariz!

Como si en el infierno metida
La espiral ardiente como una tuerca,

Esta viruta de hierro.
¿Cuánta pila
De pies la escalera ha arrojado?

La última carga de secar
La última carga de carbón,
La última carga que limpiar.

La última maquinaria
De dos –puros huesos, trapos-
Piernas, por la escalera vacilante.

El último portafolio,
La última gorra,
El último violín.

Silencio. Hasta la tos
Se extinguió, seca.
Pues esta nuestra
Escalera tiene su hora

De silencio...

La última carrera
En la escalera temblante.
El último maullido.

La sombra barre con todo,
Con la mugre y nosotros.
Pues esta nuestra
Escalera tiene su hora

De limpieza...

¡Y de dónde -¡anda a saber!-
Esa última palangana
-Un Rin desde los Alpes-
De agua al asfalto

De la calle...!

Sobre el patio sus dibujos:
Allí la cruz, allá el racimo...
Hasta esta escalera
De servicio tiene su mapa astral.


*


¿Cómo expresar la noche?
La noche es la confesión de las cosas.
La noche exige franqueza,
¡Y la cosa quiere expresarse,

Entera! Mucho se ha humillado
Ya a todo, enteramente, hasta
A lo inmóvil. En ataque de elocuencia,
Erguirse quiere la cosa.

¿Crees que esta tuerca
-La escalera- al muro se fija?
La noche es hora de oración,
Y esta tuerca quiere alzarse.

La altura ha sido cosa fiel,
Y se les debe respeto a las cosas.
A la mentira veo: se va desviando
De a... poco su... línea.... recta.

Y el patio solo un montón de hoyos,
-¡Casi un año sin limpiarse!-
Con flores y con huertos
El patio sueña: con los suburbios.

La cosa olvida la cortesía:
- ¡Tiza soy! ¡Hierro soy!
¡No nos convertiremos!
Judíos que sueltan sus trenzas,

El clavo, la baldosa, la viruta:
La cosa se ha sentido las entrañas.
Contra su parodia de oficios
Lucha el poder de su tierra primera.

El cristal, desde el macizo estante:
- ¡Are... na soy! - ¡En mil pedazos!
¡La bofetada de los elementos!
¡El cristal hecho arena pura!

¡Fuera lo mentiroso, lo quebrado!
El jer... gón: ¡paja soy!
El col... chón: ¡hojas soy!
Todos a coro: ¡naturaleza!

La hora huele a bombas.
¡Puro lino era la cuer... da!
El fuego sobre el carbón:
- ¡Dios fui, y dios he de ser!

¿Qué pasó con mis llaves?
- ¡Caído Dios, heme yo aquí!
Para decirlo de una vez:
La cosa quiere su salud.

*

Nosotros con oficios, con industrias,
¿Qué hicimos del paraíso regalado?
¿De ese primer cuchillo, del bastón?
¿Qué hicimos con nuestro primer día?

La cosa, como mujer, creía en nosotros.
Y claro, poco nos parecieron la madera
Y el hierro, -¡pesa, rompe, deshace!-
¡Y quisimos tener tablas, clavos,

Astillas, baratijas consumibles!
¿Y cuánto más, tras ese primer paso?
¿De un planeta pleno de divinidad
Hicimos este montón insulso de cosas?

¡Nosotros, con nuestros oficios y artes,
Estiramos en el lecho de Procusto
A la cosa...! Encerrada espera su fin
La cosa, en el mecánico lecho infernal.

La gloria anunciaban los ríos,
El peñasco confirmaba la gloria.
¿Al más animado de los mundos
Qué ha podido dar el hombre?

¡Es que debía él, este visible
Espíritu, este dios doliente,
Al objeto imaginar sin alma...!
¡Ah la más infame calumnia!

Ustedes con sus objetos, sus conceptos,
Con el hierro (más barato que el platino),
Con el diamante (más digno que el pedernal)
(¡Y ese jabonero, más necesario que yo!),

Con lo “inconmovible” y lo “inamovible”,
Que en el peldaño más bajo de todos,
En este moho, en esta penumbra,
Han metido a la idea y al canto

(¡Y por esto siempre estallaremos!),
¿Qué hicisteis con la igualdad primera
De la cosa -en todo lugar y toda
Circunstancia- consigo misma?

Al árbol, que confió en los estruendos
De la insolente hacha y la molesta sierra,
Tendida su mano con la manzana,
El hombre derribó.

Al monte que abrió sus minerales
Ocultos (lo que llaman “metal”),
Y fuerte decretó su milagro,
El hombre excavó.

Ya ilustrada por esta acogida, la cosa
Responderá a la mierda con mierda.
La mesa siempre se mostró como tronco.
¿Se quebró la silla? No, está alzando una rama.

¿Eso que se oye en sus jaulas lacadas,
Es el rumor de los abuelos?
No: para ver las estrellas en la noche,
Entre las tablas se yergue el nogal.

Y te despiertas, como por un disparo.
¿El armario se ha roto? No, la cosa
Revela su carácter. ¡Es fiesta de sirvientes!
¿Estalló el gas? ¡No, se soltó el diablo!

Justo a tiempo se pudren las barandas.
No fue eso una “bala loca”: sucede
Que una armada voluntad vigila.
A propósito fue aquél muerto

Por la cosa, en su indignación persistente.
Al vacío no vuela desde la construcción
La piedra: ¡siempre es lo mismo:
La piedra exige cabezas!

Se venga la roca. ¡Y estos andamios
Son la venganza del bosque! ¿Este telón
De fondo está hecho de...? ¡Roble y damasco!
¡Hay que asegurar la cabeza!

Y todo se asegura -hasta el cedacito
De lata. ¿Así que tú eres la caña
Pensante? - Aunque fueras un taco
de billar: ¿seguro contra los elementos?

Contra Hefesto -con todo lo que guarde-
La casa, y el yate contra Poseidón.
Tómenle el peso, el sentido a esto:
Es un seguro contra divinidades.

¿Contra Hefesto? Esa agujita en el techo,
¿Contra Hefesto? ¡Véanla no más!
¡Pero callados! Todos a su hora
Contra Zeus aseguran su hogar.

Todavía claman: ¡no hay socorro!
Quizá sean perversos los dioses,
Una sobre cada -¿cómo decir esto?-
Cada hogar: antenas “para-dioses”

Bahías, yates, negocios, camisas,
Sólo una cosa no se asegura:
Contra la propiedad, en sí misma.
El fuego, nuestro seguro contra las cosas.

*

Las cosas de los pobres. ¿Acaso esta estera
Es una cosa? ¿Y es una cosa esta tabla?
Las cosas de los pobres son de piel y huesos,
Sin nada de carne, con solo tristeza.

¿De dónde las sacaron? Parecen como de lejos,
Desde abismos -¡no te fuerces los ojos!
¡Las cosas de los pobres, como si arrancadas,
Sacadas, extirpadas del pecho!

¿El anaquel? Casualidad. ¿La percha? Un azar.
También puro azar este espectro de sillón.
¿Son cosas realmente las ramas, las espinas,
Toda madera de un solo día de otoño?

El apocado mobiliario de la miseria.
Todo cuartos y tercios (¿y de qué?).
Cosa, estás desde hace mucho en el cielo.
Hasta dolor causa mirarte.

Ante ti la vista del pecador,
Como ante llagas, no puede desviarse.
Una silla vienesa... ¿está Viena ahí?
¿Quién, cuándo...? ¡Esa porquería!

Con lo mejor que hay aquí, deshonrada
Estaría una casa. ¿Y qué? Éste es
Vuestro desván, solo que aquí se planta
Como cosa la cosa. - Sus cejas alzadas

ante el signo ? ¿Y estos harapos de viuda?
¡Alza las cejas! (En vez de impertinentes,
Usa sus cejas!) Sabe preguntar con sus cejas
El ojo: y a veces el ojo es un objeto.

Así mismo, a veces, tan vacíos y secos,
Esos ojos de dama, grandes y honrosos,
Que -mírenlos- se parecen en espíritu
A una palangana o a una cubeta con añil.

Al igual que la palangana y el cedazo,
- ¡Sí, por el zar, hasta el día del juicio!
Todos los que se han llamado vates,
Bien han conocido ese ojo sobre ellos.

¡Los temerosos enseres de la miseria!
Cada cuchillo es conocido en persona.
Como bestias que esperan la mañana,
Están un rato aquí, y siempre más allá

De la ventana, en los eriales, en esos
Suburbios... ¿Supiste de los robos?
De la limpieza de la cosa, de su honra
Esta es señal: no entran al equipaje.

Ya que floja, agrietada,
Se descompondría a la vista:
Cien cargas y descargas
No aguanta...
Y llega el llanto...

Ya que mesa no es, sino un marido,
Un hijo. No un armario: nuestro
Armario.
Pues los corazones y las almas
No entran al equipaje.

Las cosas de los pobres son secas, malas:
Peores que el mimbre, secas como paja.
Las cosas de los pobres son sólo almas.
Por eso, arden enteras.

*

¡Arriba, arriba
Ligero humo!
¡Limpie, limpie
Codo y laca!

¿Dónde escoria?
¡Sea ceniza!
¡Laca, laca
En codo!

Recto el humo
Del suburbio.
Pega de Cam,
No de Caín.

La manga
Por la mesa.
Nuestra laca
De alquitrán.

La mesa, ya sin mierdita,
La mesa el codo encera,
Limpia la cera, agudo el codo,
Helado sudor la cera

Que usamos en las alcobas,
(¡Enceramos, no es mugre!)
Ésa, la que les deja por un rato
Tan blanco su suelo.

*

Cosas de los pobres: extraño par
De palabras. ¡Esta pareja revienta!
La cosa y la pobreza: ¡evidente disputa,
Cuando no los aparea la lengua!

¿Y a ese sacristán le importan las palabras?
Cosa, pobre. No hay relación: sólo discordia.
La desnudez busca vestidos,
Y por eso acostumbran arder así

Los desvanes –rápido y bien seguido:
¡Es nuestra hora de la capa roja!
La estrechez busca espacios
(El autor cabe en una pinza de cangrejo).

El techo, al derrumbarse, a su altura
Se ha puesto: ya tenía joroba y se llovía.
La justicia busca cadalsos:
¡Confiesa todo, o la hoguera!

Tenemos lugar, ahí está el patíbulo.
Nada de sol: sólo huele a rayos.
La palidez busca bronceado.
Y de esto se acuerda el fuego.

*

Son gemelas en la rima:
Servidumbre y lumbre.

Es salario para el fuego:
Vida que vive quemándose.

¡Siempre con esa faldita,
No friegue más, señorita!

¡Pobre y triste campesina,
Córtala con la escobilla!

Ya saciados de belleza,
Ellos con fósforos juegan.

La madre al lado de visita,
Se olvidó de la cajita

De fósforos...
                      - ¡Qué limpio
Tiene el suelo, un real espejo!
¡Y a cambio de esta eterna
Muerte, ten ya tu vida postrera!

¡Una mugre que limpia arde!
¡El hogar entero un saúco rojo!

¡Altísima, la honra salvada!
¡El hogar ya es la roja zarza!

Sus miserias y sus grandezas:
¡Miren, miren como se hunden!

¡Un paraíso sus caritas ahogadas!
¡Mírenlos, miren cómo caen!

¡Qué imponente es este horno!
¡Cómo derrite su palacete!

¡Hechas humo las nubecitas!
¡Bien sequitos los calzoncitos!
¿Esto, un cenizal? ¡Es el más fresco estero!
¿Salvarnos? ¡Si de ustedes nos salvamos!

¡Nunca más sus pies sobre estos llanos de oro!
¿A nosotros, a los salvados quieren salvar?

¡Deslumbrado ante el rojo amanecer,
Ya libera el fresno sus ramas!

¡Madura el centeno desde el pan duro!
¡El cordel de ropa ha florecido en lino!...

Y por la escalera -ardientes en sueño-
Ascienden, descienden

Arcoiris...

*

                                           - La mañana

Ha confundido las plumas:
¿Son de un ave? ¿Es la mía? Ya no la sé.
La primera hora, el primer golpe
A la puerta...  
          Duerma el poema.


Vendée, julio de 1926.




Publicado por primera vez en la revista Volia Rossii (La Voluntad de Rusia) (Praga, 1926, N° 11) bajo el título de Liestnitza (Escalera). La presente versión está de acuerdo al texto de la primera publicación.
Tzvetáyeva empezó a trabajar en el poema en París, poco después de establecerse en Francia. El primer invierno ella y su familia vivió en un barrio obrero alejado del centro. La vida de la pobreza en las áreas industriales, así como la amistad con una familia que vivía en uno de los más miserables hoteles de París, le dio a Tzvetáyeva la idea de una obra sobre los “retoños de la gran ciudad”: “Historia sobre cómo vive y trabaja la escalera de servicio”, como inicialmente se llamaba el poema.
Aunque el poema no resultó muy largo, ya que no se escribió la continuación, es complejo y de planos múltiples. Esto se explica mucho por la tensión y la compleja vida interior que Tzvetáyeva vivió en el verano de 1926, cuando sentía y soportaba de manera especialmente intensa el contraste entre el “ser” y el “vivir”. Por un lado, la “esfera celestial” de su correspondencia con Rilke y Pasternak; por el otro, la conciencia del completo desorden en el nuevo país, la inestabilidad del suelo bajo sus pies, de la amenaza de la miseria: todas estas inquietudes colman la correspondencia de Tzvetáyeva de esta época. De ahí vienen los múltiples sentidos del poema, la dificultad de su lectura, cuando el poeta intenta introducir a la fuerza en la extremadamente apretada forma una completa concepción de mundo para comprender filosóficamente lo inevitable de la pobreza de los hombres, la tragedia de su existencia. La denuncia social del Poema de la Escalera, la aguda simpatía de la poeta con los heridos por la vida -y su no menos agudo odio a los ricos, a la “grasa”, contra la que las mismas cosas se restauran-, se unen a la protesta ante la civilización en general y con la apelación romántica a la restitución de las cosas creadas por el hombre a su seno primigenio. (repr. del comentario en las Obras Completas en la edición de Ellis Lak, 1994, por Anna Saakianz y Lev Mnujin). 

Coty.- Nombre de una famosa fábrica francesa de perfumes.
Franzensbad.- Baños termales en Austria, muy conocidos en la época.
¿Así que tú eres / la caña pensante?.- Expresión acuñada por el filósofo francés Blaise Pascal (1623-1662) en su conocido aforismo: “El hombre es sólo una caña, la más débil de la naturaleza; pero es una caña pensante”.


Para una plena comprensión del texto, cabe señalar que la escalera de servicio se nombra en ruso como “escalera negra”.

martes, febrero 09, 2016

CONTRA EL REDUCCIONISMO EN LA CRÍTICA

Una de las capitales de la ridiculez en la historia de la cultura es la gigantesca metrópoli de las disputas literarias. Esto, ya que jamás ha faltado quien quiera generar un acuerdo -desde una supuesta evidencia del gusto o desde la sofisticada álgebra académica- con respecto a algo que se rebela a dejar de ser una práctica más o menos indefinible, ligada íntimamente a la experiencia humana individual y social en su plena diversidad. El hecho de la escritura es, ha sido y será irreductible a la legislación de cualquier corte, y en esto quizás se define su voluntad libertaria en épocas como las nuestras, en que el poder se sabe expresar incluso a nivel de nuestra biología enmascarado como normatividad interior.
El tema es el poder, que puede o no significar que el tema es político. A corta distancia, en los ámbitos de nuestra sociabilidad literaria más sencilla, podemos darnos cuenta de esto al examinar el orden o la prestancia de los discursos en una mesa informal cualquiera en que hay más de un escritor sentados; y si nos pusiésemos minuciosos, tendríamos la ocasión de constatar en el uso de un adverbio más o menos en el juicio sobre un colega una toma de posición dentro de un mapa en permanente movimiento, en que lo que se juega es un reconocimiento por lo general momentáneo, casi sólo el golpe de ojos de la mujer más bella de la mesa, cuando no la posibilidad de no cancelar -merecidamente- la parte de la cuenta.
Sobre lo último haría falta casi un estudio pormenorizado de psicología transpersonal, que le llaman; pero extraña que en ámbitos más evidentes como el lugar de la escritura en la esfera formal de circulación literaria de los últimos 30 años -en los planos editorial y académico, al menos- no se verbalice claramente la existencia de luchas más de fondo. Sabemos que existen estas luchas que rara vez se expresan en la descalificación directa, sino en mecanismos de visibilidad e invisibilización, dado el traumático miedo al disenso en nuestro país. Esto genera un panorama fragmentado, con espacios estancos cerrados de circulación crítica e incluso de análisis académico, cuya fundamentación es un reduccionismo adoptado deliberada y hasta orgullosamente. Así, se puede plantear cualquier juicio, decir que este es un momento único y fundacional para la poesía nacional, que “la poesía chilena está en ruinas” (Zurita), que la poesía chilena ha sido raptada por la élite académica, que la poesía chilena está hundiéndose en el prosaísmo y el lumpen, que es la cumbre del experimentalismo en la lengua castellana, etc. Frases fáciles de decir, y difíciles de rebatir, dado que cada una de ellas son entendidas desde un arsenal particular de herramientas y procedimientos críticos; cualquier ampliación de perspectiva implicaría un esfuerzo que nadie que esté involucrado en cada uno de los ámbitos de lectura asumiría como serio, si bien ya asumen como hasta admirable la frase suelta. Y nada sería más inconveniente al instante de asumir las apuestas sobre la venta, la recepción universitaria o la consecusión de un concurso estatal que dejar de lado este reduccionismo. 
Por suerte, hemos aprendido todos a sentarnos en la misma mesa y elegir bien los temas de conversación para terminar concordando en superficie. Así, junto con escribir, hacer crítica y tener responsabilidades eventuales en editar o seleccionar obras en concurso, los literatos chilenos también dominamos el arte del doublethink orwelliano -asumir la verdad de dos tesis contradictorias-, o en vernáculo nacional, hacerse el huevón. Cuando vemos a alguien tomar una perspectiva literaria o crítica firme, no sólo resulta incómodo fuera del espacio formal (el discurso académico o el comentario crítico), sino que por lo general -no siempre- nos damos cuenta de que está intentando hacer su negocio en el espacio informal, esperando nuestro “sí, es cierto” o el matizado “bueno, puede ser, pero en ese sentido es interesante, en todo caso...”, etc. Así, el hábito sistemático del reduccionismo es protegido como una suerte de opción personal, privada, que no discutimos, pero nos damos el lujo de conocer, como los hábitos de consumo de drogas o de preferencia sexual. Esto ha convertido el escenario de la poesía chilena en un espectáculo bufo y ridículo, basado en máscaras de sociabilidad que terminan exotizándose cuando se levanta el telón ante el poco público que aún logra soportar la exposición sobreactuada de los personajes que ocupan el primer plano de la escena. El debate serio sobre el discurso y devenir de la poesía chilena, de nivel cada vez más alto e interesante para quienes lo conocemos, resulta al fin marginalizado por una dimensión espectacular del flujo crítico, llevada a cabo sin ninguna vergüenza incluso por actores respetables en el plano de la creación y estudio literarios. No aparto de esta espectacularización a autores y críticos que han sido arrastrados sin necesariamente querer sacar partido de ella, así como tampoco se puede negar que figuras de real peso, incluso entre los fallecidos, son vedettizados post mortem sin necesidad de leer o sopesar históricamente su aporte real en el terreno de la creación y el estudio literarios. El sistema social de espectáculo hace que la sola exposición unidimensionalice y aplane, reifique, la trayectoria intelectual de cualquiera que se visibilice a cierta altura de su movimiento.
La forma simple del reduccionismo se expresa en la afirmación de una verdadera poesía. No es este el momento de tratar a fondo el tema de la relación entre poesía y verdad, lo que de seguro engendraría un absoluto desacuerdo; mas permítase la exposición de al menos tres instancias de fundamentación de la práctica literaria, presentes en la actual escena poética nacional.
En primer lugar, pienso en una poética de experiencia personal o social. En lo personal, pienso de inmediato en los libros de Carlos Cardani Parra y en Una mujer sola siempre llama la atención en un pueblo, de Natalia Figueroa, como ejemplos claros; la escritura se sustenta en la puesta en valor de la experiencia como espacio irreductible. En lo social, tenemos un océano, y es desde aquí que cabe pensar en la expresión de formas de vida marginalizadas a distinto nivel -la violencia socioeconómica de los libros de Juan Carreño, la experiencia laboral en La contru de mi alma, de Daniel Tapia, el mapurbe de David Aniñir, las temáticas de género y diversidad sexual, en lo que quisiera destacar la notable obra de Antonio Silva o Menester de Ángela Neira que he leído hace poco-, pensando en este marco las distintas dimensiones de trabajo de lenguaje como soportes expresivos de relativa eficiencia. Sin embargo, ¿podemos suponer en este caso que es la dimensión de su verdad lo que les pone en valor? Si es que se piensa así, se nos abren unas arenas más bien pantanosas: si este precisamente fue durante mucho tiempo el sustento que levantó buena parte de la obra nerudiana, si esto mismo fue usado para elevar a Zurita a la cualidad de intérprete del dolor nacional, ¿implica esto entonces que el decidido enmascaramiento de autores como Enrique Lihn en buena parte de su obra, Paulo de Jolly o Bruno Vidal corresponderían a una esfera absolutamente distinta de valoración? ¿Y no supondría esto entonces varios géneros poéticos distintos? Está claro que en alguna parte del argumento hay un malentendido fundamental: desde esta perspectiva cualquier experimentación concentrada sobre el lenguaje -y el hablante pertenece a este suelo- no sólo resulta un gesto de evasión, sino que se niega su propia calidad de poesía, cargándose el juicio éticamente en el engaño y la falsificación superficial (moda, ñoñez, poesía descomprometida, etc.).
Pero, en este sentido, reconocer el trabajo sobre la misma materia del lenguaje sólo como herramienta para la expresión de la experiencia significa por lo menos un gesto de violencia histórica. La investigación concentrada sobre los procedimientos mismos es una fuerza vital dentro del desarrollo literario moderno, y aun así resulta periódicamente negada en cuanto componente fundamental de obra. El ataque virulento sobre cualquier tipo de investigación experimental que lleve a segundo plano una pretensión de contenido puede ser enarbolado en la actualidad por distinguidos académicos y literatos que no se atreverán seguramente a proscribir a Mallarmé o Duchamp, y, en general, toda la vanguardia del siglo XX, de todo estudio y consideración públicos o académicos, o plantear de una vez que la transmutación de la experiencia estética en Rimbaud debería considerarse un juego absurdo y bien probablemente patológico. 
En los mejores momentos literarios de nuestra historia coinciden ambos acentos sin una querella mayor: la segunda mitad de la década de los 30 es, precisamente, el tiempo en que Chile se pone al día con la vanguardia europea (con un grupo surrealista nacional, nada menos) y, al mismo tiempo, se plantea la necesidad del compromiso político a nivel de contenido; véase, si no, Madre España, de 1936, en que coexisten sin problemas Huidobro, De Rokha y Neruda. Cuando desde nuestra época, ya acostumbrada a un debate reduccionista, surge la inquietud de cómo se podía tolerar a tales evasores de la realidad, la pregunta debería ser más bien: ¿qué sucedió que hace imposible la coexistencia en pleno derecho? 
En un instante en que se relee la obra de Gonzalo Millán más allá de un par de secciones del poema La ciudad, en que hasta la experimentación técnica ya se instaló de manera transversal -desde los circuitos literarios oficiales hasta los más marginales-, resultaría absurda la anticuada frase que desde conservadurismos de todo signo desechaban la experimentación formal como una obscenidad patente: Este poema no dice nada. Por suerte la respuesta de la historia literaria fue siempre generar obras que querían no decir nada, afirmando lugar y ciudadanía dentro de la república de las letras: veo el Cuaderno de composición de Martín Gubbins, o la admirable obra de Carlos Cociña, para entender que jamás se trató de que el poema dijese, cuando la mejor poesía más bien sugiere, o hasta indica.
Desde esta orilla, he escuchado muchas veces -y hasta yo he buscado una formulación graciosa-, ante un poema que se fundamenta en la efusión emocional o que se hace cuerpo de una denuncia social sin otra pretensión: X llegó tarde 100 años, o bien suponer por la sola elección de perspectiva un desarrollo incompleto de la escritura del autor: le falta.... El gesto, en este caso, asume bien probablemente, la sombra de una formulación opuesta: es que esta es poesía, en un tiempo en que esta se ha hecho una palabra simple ante nuevos horizontes de una escritura, proyectada en el escenario de una utópica conciencia universal de un autor capaz de negarse a sí mismo en una expresión artística que se redime a su vez a sí misma. Como un infierno al revés, cada plataforma superior termina negando a la inferior, estando quizás en la cima un poeta que no escribe y cuya carencia total de trabajo literario lo configura como el supremo artista -que en esta imagen sería también el gran ninguneador.
En ambas perspectivas de privilegio -el de la experiencia personal o social y el de la experimentación sobre los procedimientos de escritura-, vemos entonces un análogo orgullo, sólidamente sustentado en respectivos negocios de prestigio, venta, distribución y recepción académica. Hasta se podría pensar en cooperativas colectivas con respecto a temáticas particulares, las cuales terminan reforzándose a través de talleres de literatura creativa y escrituras de tesis, precisamente en la perspectiva en que son más directamente gobernables, concebibles y reductibles dentro de estructuras fijas. En este sentido, la visibilización de temáticas y procedimientos marginalizados desde estructuras normalizadoras como una academia sin horizontes y la escasa y delgadísima crítica de los medios de prensa, termina achatando y delimitando la posibilidad de experiencias reales de lectura, no necesariamente más profundas ni más ligeras, sino que más integrales y menos reductibles.
No me refiero acá simplemente a dinámicas de apropiación por parte de poderes determinados ideológicamente; más bien pienso en la negativa coerción sobre una plena apropiación que un lector pudiera sentir ante una pieza literaria -y no dejo de ver acá una de las raíces de nuestra carencia en la formación de lectores en el instante preciso en que corren millones de dólares para planes de fomento en este campo. 
Pero se me ocurrían tres instancias de fundamentación: la tercera está afincada en la voluntad de los textos, y se refiere a lo lúdico. Cada cierto tiempo se descubre la pólvora en este sentido: Claudio Bertoni ha sido elevado precisamente por privilegiar esto de manera absoluta por sobre cualquier otra posibilidad de valoración de su escritura, pero esto ya lo hemos visto. Ocurrió con la apoteosis de la antipoesía parriana en un momento crítico de nuestra historia literaria, y aun antes, cuando se hizo partir el canon de la poesía chilena sobre la versificación simple y socarrona de Pezoa Véliz sobre la aceptada paternidad hasta los años 20 de nuestro gran modernista Pedro Antonio González. También acá acecha un reduccionismo absolutamente descarado: la carga efectivamente agresiva de Parra ante los “olímpicos” es respondida a menudo por la acusación de facilismo. 
Pero fijemos mejor los ojos. Leer desde cualquiera de estas instancias de privilegio resulta al fin harto amargo a la hora de concebir una visión más integral de una pieza de escritura o una obra poética. Una buena parte de nuestros poetas ha sido capaz de movilizar variables distintas de escritura sin que por eso alguien pueda acusarlos de inconsistencia: pensemos tan sólo en que Enrique Lihn es mucho más que un articulador sabio de lenguaje, tal como investigaciones como la de Jorge Polanco puede revelarnos: la situación como herramenta de lectura nos muestra que ni la autoconfesión ni el compromiso político están fuera de su concepto creativo. La obra de Juan Luis Martínez, tradicionalmente vista como una concienzuda investigación sobre el lenguaje, bien puede ser considerada como un gran ejercicio lúdico, desde el que salta como una afirmación trascendente una paradójica presencia del autor como figura central cuyas obras particulares son momentos de descentración. Y los intentos de leer a Gabriela Mistral desde la autoconfesión o el testimonio de género se escurren como pez en el agua al encontrarse con una opacidad de lenguaje que rehuye cualquier señal de ingenuidad o apertura fácil.
Vale decir, si los valores se estructuran tan diversamente, ante el hecho irreductible de la escritura, es que lo que se nos cuela es una voluntad de verdad. No deja esto de tener cierta fundamentación, desde que el impresionismo en la crítica ha caído bajo el ataque más completo; se supone que es el tiempo de la ciencia literaria, la era del Fondecyt y de los expertos en la comunicación de masas, distribución de bienes culturales, de la gestión cultural. La estructuración de ciencias y disciplinas supone un fondo de verdad como parte esencial de la voluntad artística. La voluntad del investigador debe poner en valor algo que ya el creador ha producido; el editor, el distribuidor y el gestor se comprometen a entregar algo que asume cierta honestidad, que consiste en una oferta dispuesta en relación a la demanda de un público.
Es así que nos parece ver un acuerdo tácito sobre la naturaleza de la obra literaria como producto, con su buena o su mala conciencia de tal, que no puede sino insertarse en un intercambio ya dispuesto socialmente.
Es inevitable que los que tomamos la máscara del crítico estemos mal que mal, dentro del negocio. Nuestro papel se supone que es reconocer y revelar los valores de las escrituras ofrecidas; no obstante, la crítica, en cuanto forma artística, puede bien darse como expresión de la relatividad radical que parece aguardar al fondo de la creación. Así, es campo de elecciones abiertas; en mi caso, creo que el reconocimiento de los bordes que no calzan en la esfera de intercambio artístico, las resistencias profundas a una voluntad formal de verdad desde una voluntad de creación que esté a la medida de lo irreductible de la experiencia, deberían constituir el objeto primordial de búsqueda del lector de una obra literaria en sentido pleno. En esto, tomo propiamente partido: más acá de la voluntad de contenido, voy por el mensaje íntimo de resistencia, los índices no evidentes del descalce que en sí mismos saben denunciar un estado de cosas que fagocita la posibilidad humana. 
Me temo que la visión de mundo que fundamenta esto, está lejos de los humanismos modernos, y más cercana a un humanismo posible que se fundamenta en la necesaria creación de nuevos valores en pos de la afirmación de una íntima libertad de vida y creación. Y por riesgosa que resulte esta apuesta en la arena de las artes, la palanca sobre el vacío no puede sino abrir nuevas perspectivas de creación y lectura, íntimamente asociadas al necesario replanteamiento de las condiciones generales de nuestra vida social.  

martes, febrero 02, 2016

El impuro escenario de HERIDA DE MI HERIDA, de Carlos López Degregori

La poesía de Carlos López Degregori no había tomado pie impreso en Chile sino por su inclusión en la antología Fuego abierto (Santiago: Lom Eds., 2008, realizada por Carmen Ollé) y la revista trinacional Mar con Soroche (La Paz: Ed. Intemperie, n.º 3, 2007, dirigida por el heroico Andrés Ajens), hasta donde sé; y es triste que ya no nos extrañe lo extraño de que una labor permanente en los planos de la creación literaria y el ensayo se nos haga tan lejana. En fin, todo acá se hace tan lejano; y por lo mismo esto nos puede ser propio -una poética que se fundamenta en distancias insalvables.
Distancia con el mundo, porque el registro en que López Degregori describe su crianza dentro y fuera del seno familiar, una educación afectiva hasta el dolor, es el de una formación en la extrañeza. Los objetos y seres vivos no tienen configuraciones que por sí mismas puedan tender la mano al hablante; dan la cara como amenazantes, ostentando su inquietante desafío como lo hace la Caja romana regalada, que no se puede abrir, y sólo permite mirar por el ojo marchito. Un mundo entero bajo ese signo permite solamente al creador entrar en un contacto fértil con él: la poesía es quien puede conocer la imperfección radical de lo creado. 
El héroe de esta experiencia que es capaz de clausurar épicas y tragedias, es precisamente el demiurgo, cuyo conocimiento del mundo es crearlo. López Degregori -¿y hablo del autor del libro, del hablante, o acabo hablando de alguien más?- expresa así la voluntad de metamorfosis, en que la naturaleza, impregnada de la mirada transformadora poética, es una expresión secundaria: el trato entre el hombre y el mundo acaba siendo un trato entre mentirosos, la experiencia de un traspaso de secretos privilegiados que puede bien acabar en el trastorno general que el autor nos deja ver como a retazos. Saber no decir, indicar desde el fondo del escenario este acuerdo fundamental y profundo -¿y es que Cementerio de perros es solamente una anécdota?-, hace del poema el umbral posible para un Orden del mundo, heredero y parricida de los otros -los construidos desde la religión o las luces. 
Se trata de secretos, de escondites como formas fundamentales de aparecerse al mundo, de tinieblas para casi-mostrar las imágenes a medias. La imagen del mundo que vemos a través de los poemas de Herida de mi herida es precisamente la de una metamorfosis ocurriendo, en el mismo trance, y los procesos de transformación acaban mostrando la costura de su plan: los seres están a medio camino entre la vida y la muerte, y su inminente caída bajo la violencia de los elementos es presentada a través de personajes que arden o aparentan desaparecer. Pero ya lo sabemos: este es un escenario, un espacio que es producto de una convención asumida, un acuerdo. Y ante esto, no podemos saber si algo realmente desaparece o sólo se fue a ocultar entre bastidores.              
Y este hablante que vemos, este reflejo del autor, no puede sino ser un actor. Su doblez, su separación interna, es también puesta a la vista, como esos dos corazones abiertos; López Degregori sabe que la creación decidida de ese mundo aparte en el que hacer su juego, implica el quiebre íntimo de invertir ahí a su doble. El proceso, así, se hace doloroso, a un punto en que la medida de dolor es también la de lo significativo: no olvida indicarnos a cada paso las cicatrices que definen, en el fondo, su oficio, y que han hecho de este un humanismo paradojal, que puede bien tomar sus bases sobre la crueldad o el despojo, como forma de hacer justicia a algo que se revela más profundamente humano que el conocimiento o un bien que ya no se deja ver en esta nueva jerarquía de valores, en este nuevo mundo.