viernes, junio 27, 2008

ALLENDE, LA POESÍA Y LOS POETAS




Salvador Allende junto a su amigo el poeta Pablo de Rokha


Por Alejandro Lavquén

Desde el momento de su muerte -y quizá desde antes- el presidente Salvador Allende emerge como un personaje que pasaría a ser parte de la memoria popular. Memoria que conserva, sobre todo, la figura del presidente combatiendo en defensa de su pueblo, atrincherado en el palacio de La Moneda sin más compañía, al decir de Neruda en sus memorias, que el corazón envuelto entre las llamas. Una honda imagen poética, sin duda. Preguntamos, al poeta Raúl Zurita, si creía que la muerte de Allende en La Moneda, desde una óptica poética, podría considerarse un acto épico mayor. "Mi respuesta -nos dijo- es muy simple: Sí". Estamos de acuerdo con la aseveración, pues fue un acto digno de ser cantado en el tiempo. De hecho, las propias palabras finales de Salvador Allende, despidiéndose de su pueblo, están construidas con frases equivalentes a versos mayores: "no se detienen los procesos sociales ni con el crimen, ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos" (...) "Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz no llegará a ustedes. No importa: me seguirán oyendo" (...) "Superarán otros hombres el momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor".


Siga leyendo aquí

jueves, junio 26, 2008

CENTENARIO SALVADOR ALLENDE


Felicidad en el recuerdo de los últimos años decentes de la República de Chile. Desde 1973, Chile a secas.

Poema ALLENDE, aquí.

Registros sonoros del Concierto de Solidaridad con Chile en el Felt Forum del Madison Square Garden, organizado por Phil Ochs y varios artistas chilenos residentes en Nueva York, el 9 de mayo de 1974, con la participación de Melanie, Arlo Guthrie, Pete Seeger, Dennis Wilson y Bob Dylan; incluyendo el último registro sonoro de la República en la voz de Dennis Hopper, aquí.

Gentileza -Revista Lanzallamas.

martes, junio 24, 2008

FALLECIMIENTO DE CARMEN CORENA

Amigos y Conciudadanos

Lamento informales el sensible fallecimiento de Carmencita Corena, quien fuera la voz más representativa y permanente del Restorán Cinzano de Valparaíso...

Su inconfundible voz fue registrada por una producción discográfica por Roberto 'Titae' Lindl, integrante del grupo Los Tres, llamada: "Una noche en el Cinzano", junto a Carmen, estaban Manuel Fuentealba y Humberto 'Pollito' González.

Como homenaje a su carrera se invita a sus admiradores y a ciudadanos de Valparaíso en general a enviar flores al Restorán Cinzano.

Pueden encontrar más información en:

http://www.barcinzano.cl/modules.php?op=modload&name=Sections&file=index&req=viewarticle&artid=15

Patricio Gonzalez
Caco Mesa


entrevista a Carmen Corena en Punto Final, 21 de diciembre de 2007, lea aquí

PORFÍA POÉTICA -Jueves 26 de Julio - 20:30.-


Recordando a la Nación Mapuche,
en la alborada de su nuevo año,


en Casa Rosada,
Concha y Toro 32,
Metro República:


Rodrigo Quezada
Alberto Guzmán Rallimán
Alan Paillán
Eliana Pulkiyanka
David Aniñir




ALLENDISTAS, NO DEJAR PASAR EL CENTENARIO EN VANO!

- Páselo poética y concientemente -

martes, junio 17, 2008

SIN DETENERSE NI CLAUDICAR


Este Jueves 19 de Junio, 20:30 hrs.,
continúa
la

PORFÍA POÉTICA

en Casa Rosada
-Concha y Toro 32- Metro República.-

DANIELA JOHANNES
JULIETA MARCHANT
GABRIEL ZANETTI

Y A NO FALTAR!!!!

lunes, junio 16, 2008

CHILEAN POETRY, de Rodrigo Arroyo


La obsesión política recorre como un fantasma la nueva poesía chilena. No es sencillamente que autores de mayor trayectoria –como Bruno Vidal o José Ángel Cuevas- hayan puesto el tema de la dictadura militar y sus restos simbólicos en el Chile de hoy, sino también quizás algo que bien pareciera misterioso: es que a las generaciones cuyas primeras impresiones éticas y estéticas se crearon bajo la violencia (económica, física, comunicacional, ambiental: absoluta) de esas épocas miserables, llegó el debido momento en que corresponde el esperado y necesario trabajo de superar activamente un duelo –del que bien podrían haberse hecho cargo otros si Chile no se hubiera convertido en el abismo de cobardía semifascista que le dejó a los hijos el limpiar la basura de los padres. Acorraladas por una permanentemente reactualizada escena de violencia irracional, con una profunda erosión de la noción de persona en el plano de la escritura y una fuerte desconfianza hacia la literatura en su dimensión de más sencilla comunicación, estas generaciones cargan con un confuso pathos de marginalidad, de cuya constante expresión –a veces excesiva y altisonante, otras casi traumáticamente calculada-, bien se podrían sacar más lecciones que la sencilla mirada de desprecio y el permanente malentendido entre escritores “serios” y los “no serios”.

En algún sentido, David Bustos, en Ejercicios de Enlace, pareció dar la nota más extrema de obsesión política que pudiéramos haber esperado en el último par de años, tras el trabajo de, entre otros, Roberto Contreras (Siberia), Jaime Pinos (Criminal) o Carlos Soto Román (Haikú minero). Sin embargo, probablemente habría que notar especialmente a Chilean Poetry (Ed. Fuga, Valparaíso, 2008), y esto precisamente porque Rodrigo Arroyo (Curicó, 1981) hace un ejercicio en que, aunque incurra en varias demasías –de las que ya hablaremos-, ejerce un gesto poético mucho más delicado. Delicado tanto por la decidida situación de su escritura, así como por la fuerte performática que ésta desea establecer.

La situación de la escritura de Arroyo da, precisamente, una clave central para entender la vertiginosa densidad de Chilean Poetry. El reiterado recurso a la reflexión metapoética y a un refinamiento de sentido que no excluye la ironía, no deja velar el punto de partida de la percepción poética: una constante reescenificación de un momento experiencial complejo y traumático de infancia, que da cuenta de una completa generación. Éste es la condición de la infancia “protegida” y guardada en casa -como el minotauro en su laberinto artificial, técnico-, mientras afuera el enigma de la violencia y la barbarie desuelan el sentido mismo de la realidad. La conciencia ascendente con los años sobre el carácter y determinantes de esa violencia, opera invadiendo la construcción, haciendo que las fronteras entre esos dos mundos –la misma arquitectura de una posible vivienda- terminen siendo amenazadas en su misma existencia. Esta crisis extrema de comprensión del mundo, entonces, se inscribe como trauma, y su mecanismo será análogo al de la ruina del tiempo o la destrucción de la guerra. Arroyo no duda en dar un paso radical, entonces: la escena existencial generacional primaria (la familia que en la parte exterior del laberinto oye los disparos) pasa a verse aplicada a los planos psicológicos, ideológicos y procedimentales del texto, que se asume performáticamente reactualizando la vivencia pasada como trauma, un objeto muerto que deviene más real que la misma existencia, por lo que no cesa de aplicar su acción sobre todo el extenso mundo literario planteado en Chilean Poetry. El sello del laberinto es, así, gravemente marcado como única expresión posible tras el final de la Era del Sentido, en la extrema necesidad de dar cuenta señalada desde ya por Juan Luis Martínez desde el epígrafe.

El riesgoso trabajo sobre demasías, eso sí, no cesa de dejar una fuerte marca en el trabajo de Arroyo. Su importantísimo y difícil logro programático no se logra a través de la sequedad del cronista: se aprecia claramente que su sorprendente trayectoria en las Artes Visuales ha generado hábitos que son insólitos en los escritores puramente centrados en el trabajo literario. Es así como una serie de imágenes recurrentes, que funcionan a través del libro como leitmotifs, genera una suerte de estética decidida en causar una centrifugación del sentido, en que ni siquiera faltan ejercicios del más puro barroco –tópico que también se toca en sentido expreso en el libro, en una suerte de constante autocrítica sobre la posibilidad de una referencialidad válida. El hablante se recoge en la literatura y desde la literatura, como en el trauma del “resguardo” del sentido en medio de la barbarie, y la tensión entre el dar cuenta y la imposibilidad expresa de ello, -entre la tozudez del significar y la angustia del caos- resulta en 119 páginas de una insólita densidad que obligan a considerar como parte del programa de Arroyo la inducción de una molesta impaciencia al lector: un riesgo que cierra naturalmente este libro para los públicos más amplios, asumiendo como desafío el encuentro sin complejos con un lector entrenado en los extremos de la sorpresa estética. Parte de esta exposición al riesgo, se da asimismo en la elección del inglés como el idioma de prácticamente todos los títulos del libro, en un gesto de ironía que es, en mi opinión, de una difícil y excesiva oblicuidad.

Sin embargo, estos excesos son plenamente entendibles desde el instante en que se accede a una de las fortalezas de la poética de Arroyo: su capacidad de poner en conflicto la relación entre el mundo de la creación (asumido reiteradamente como un interior) y el de una posible (imaginada) naturaleza (exterior). Esta tensión –claro reflejo de la escena generacional primordial a la que me refería antes- no dejará de ejercer cierta atracción destructiva a las posibilidades de creación de sentido, haciendo que o bien el abismo interior (marcado por la oscuridad, la sombra: vanitas) o bien el abismo exterior (hostil, sin ley, marcado por los disparos y la ruina: barbarie) –ambas formas de laberintos, ambas plenas de figuras naturales desplazadas, abstraídas y cosificadas- terminará absorbiendo hacia la nada la posibilidad de construcción de obra. En este sentido, un obvio buen funcionamiento de una obra como Chilean Poetry, sería un desafío a sí misma como máquina que sólo a contrapelo puede dar cuenta de la poesía como fracaso. El programa del libro exige asumir el devenir histórico como un error y toda perspectiva histórica como falacia, lo que hace de un programa escritural la negación de sí mismo. ¿haremos una búsqueda estética o sólo de cadáveres?, llega a preguntarse, apuntando certeramente a plantear una duda con respecto a la posibilidad de construcción de estética que, sabiamente, no es resuelta en lo absoluto en el largo conjunto de textos que compone el libro.

Chilean Poetry llega, creo, a convertirse en uno más de los libros axiales en el actual empeño generacional de búsqueda de un nuevo ethos literario. La extrema conciencia generacional de libros como Ejercicios de Enlace, de David Bustos, Siberia, de Roberto Contreras, o Chilean Poetry, no dejan de apuntar a uno de esos misteriosos momentos en que la literatura empieza a dejarse imponer misiones de re-situación histórica, planteando en la débil trama del oficio hechos tan grandes e inefables que no caben en la “conciencia histórica”, cada vez más degradada por los sistemas de distribución y manipulación de la comunicación social. La perspectiva de una futura inquietud sociológica sobre épocas como la nuestra -de intensa mutación cultural y social-, podrá decir cosas que nuestra actual visión literaria contemporánea sencillamente no puede. Lo que nos obliga a leer, ahora, con más atención que nunca, y asumir que el rol de la literatura en los grandes diálogos sobre los problemas humanos está lejos de haberse clausurado.

viernes, junio 13, 2008

CANCIÓN CLÍNICA

A Charly

La decoración de los hoteles es
cada día más espantosa: los hoteles
son cada vez más espantosos.
Un sordo pintó estas paredes de blanco
lechoso, otro sordo se restregó acá
con un par de sordas, mientras afuera toda esa gente
pierde las manos y los pies bajo
esa nada blancolechosa del cielo
invernal. Uno de estos días se quedará
vacía Argentina, y los humildes, pobres,
imaginarios transeúntes darán sus tripas
al mundo, continuos días y horas en el más
lechoso abismo. No vas a estar ahí.
De cara a la pared de clínica más azul
e infinita, los enfermeros te dirán
cuál era el truco de todo esto,
mientras Latinoamérica se transparente
y gasifique con la densidad necesaria
para caber en la pantalla de un iPod
portátil. El truco no es la verdad o la
belleza. Cualquier paramédico
lo sabe en la más clara medida
de su experiencia. Hay que internarse para saberlo,
llevar la certeza más vacilante en el hígado,
hacer que los electrodos te revienten
los oídos para poder al fin escuchar
las arpas finales de este mundo
blancolechoso. Abandonar los hoteles.
Volver a casa y vivir el incendio que, cada
mañana, hace que las cosas
aparezcan fuera de su sitio.
Ser parte del cuerpo médico, y esperar
con un café la hora de la peste, observando
la infinita, limpia y abismal pared
manchada de gasa, algodones,
alcohol y toda la gama de desinfectantes
que el mundo conozca,
los mensajes inútiles de los que acá
agonizaron, sordos
y enfermos.

PARÁBOLA DE LA BUENA VIDA

Los pájaros al morir, con el veneno

de nuestros restos -esa solemne

rapiña inmunda-, caen desde los árboles,

se estrellan contra el piso. No oímos

esos ruidos: sólo el gato o el perro oyen

ese regalo del cielo, que los consuela

de los días fríos. Desde ese festín rápido

e ineficaz, los llamados animales superiores

volverán a su patio o a sus calles de vagancia,

reproducirán el paso del ancestro al gritar

o aparearse. Nada de esto dejará nunca

de suceder. Las gargantas de uno

y otro animal seguirán envenenándose

con la ponzoña del otro: como si el mundo

se besara profundamente a sí mismo,

con el violento, porfiado y denso masaje

de lenguas de los amantes borrachos,

que no piensan lo que hacen -tan sólo

en cuándo acabar, y en el fondo de su conciencia

cuándo echarse a dormir. El sordo golpe

del pájaro contra el cemento -las plumas

estrechándose, sucias, una

sobre la otra-, no son parte del gran despliegue

de la conciencia del mundo. Es tema

menor, consuelo de perros y gatos, preocupación

para el ornato municipal, tema

para poetas.

miércoles, junio 11, 2008

LA TRANSACCIÓN

En consecuencia, quise destruir el volumen utilizando el plano. Después, el problema consistió en destruir el plano también. Esto lo logré por medio de líneas que cortaban los planos. Pero aún el plano quedaba demasiado intacto. Así que llegué a hacer sólo líneas y puse el color en ellas. Ahora, el único problema era destruir estas líneas también mediante su oposición mutua.

Piet Mondrian, carta a J. J. Sweeney, 1943.

Lo primero que pasó por su cabeza al salir, la última, de la Facultad: el viento de la tarde, raudo corriendo por Playa Ancha cuando empieza a oscurecer. A su paso convierte en alas de cuervo los cabellos largos y negros de Aralía, presagios oscuros sobre el paisaje que se va yendo con el sol; remolinos, fantasmas, insectos molestando entre los párpados, se quejó ella brevemente ante sí misma, como si un espejo los edificios nuevos, amarillos, quietos al frente -el letrero llamando ocupantes, porque están vacíos.

Lo segundo que se desliza entre esas alas que parecen esperar el vuelo: esa voz que la nombra con el tono de las voces recién aprendidas, como un segundo bautizo bajo otros rezos y óleos, y recordó viento, otro viento, tras el cálido y cercano sonido. Y esa noche, arena, pieles en la arena y la boca de uno llamado Jaime, algo ronco y cálido haciendo surcos en la piel, unas palabras lentas que olían a cerveza, a medias palabras: palabras que no lo eran. Pero habría sido engañarse considerar todo eso como una recurrencia inútil, inerte: cuatro meses y la distancia entre Calama y Valparaíso habían convertido ese sentir en un entresentir, el torpe relleno entre dos instantes vacíos de su pensamiento, y aun así, la historia se le hacía persistente y molesta como un miembro faltante. Es inútil también, entonces, el gesto del recuerdo: lo pensó de nuevo, digamos que es una invitación que me susurro al oído, un esfuerzo del ánimo; digamos que las palabras son otras y están quietas, por decir: ya son las siete, y siempre se va a hacer corto el tiempo para la transacción; muévete Aralía.

Y así de rápido, deshabitada de voces. Su nombre fue de nuevo un trazo rápido, Aralía nombrada diez veces sobre la agenda sobrescrita, los cuadernos, un libro de Camus, el Mio Cid Campeador, una mochila negra de estudiante, el carné que presentó al chofer del bus verde. Ahora sólo las casas en declive que caen hacia los blancos edificios militares en el plano, y el mar que se posa a su izquierda para permanecer con ella hasta el sitio preciso; con los ojos entreabiertos repasó los detalles de la transacción, para así no pensar más en ellos hasta la hora en que hacerlo estuviera de más. Al bajar junto a la pasarela, su mente está tan decidida que pareciera vaciarse a cada parpadeo: Aralía no emprendía, más bien navegaba en su propósito, y hasta dormida, pensó, daría idénticos los pasos, buscaría los rostros y atuendos precisos con los ojos cerrados, llegaría al fin de su tarea como, a sus espaldas, el día deja paso a la noche. En rápida gimnasia de su mente hace de lo más trivial lo más importante: un calefont recién instalado en la pieza, dos kilos de azúcar: las ya borrosas diligencias de la mañana.

Pero, y ya lo esperaba, apostar al olvido se hace imposible: fracasa por segundos, como a grietas, y ahí, de nuevo, como clavada la voz de Jaime, como clavada la barba en punta sobre los labios de ella, los ojos risueños y persistentes. Cómo, cómo poder disolverlo entre la gente, proyectarlo hecho un fantasma ambiguo y sin contornos hacia la masa de gente que satura Bellavista. Su voz sería entonces simplemente la de un oficinista al celular, ofrecería pescado fresco y limpio de espinas, pediría cigarrillos y el aliento sería un fuerte tufo de alcohol y cáñamo quemado. Sí, como los sueños, esos sueños de respiración salivosa, círculos oscuros, visión densa: Jaime hecho un grano de sal, perdido en el monstruo de oleajes; Jaime, el aliento que se devuelve, el respirar que es grande, enorme y dura hasta que mueres, los ojos abiertos al alba. Y no recordarás el alba: esa exhalación última que era Jaime, ese pleno desasirse bajo la noche de Calama que ya no era noche, la mano en el pelo y la voz que le decía Aralía, la demora en darse cuenta de que eran las mismas seis letras que el resto de las horas y los días; que si esa mañana salía el sol era porque tenía la costumbre de hacerlo, igual que ayer y antes de ayer.

Fue entonces cuándo, recuerda: fue el día después cuando, aunque por un par de segundos, esta transacción fue en su mente la sombra de una respuesta; y acá ella, cuatro meses después, primer semestre del primer año académico, esquina de Bellavista con Condell en una ciudad mucho más al Sur, da la ante la empresa, definitiva e inevitable. Se detiene ahí, esperando el verde, y la resonancia del aire fresco se hace más fina, anuncia nuevos secretos a la oreja del mundo: el paso de los buses, las charlas y la música de los negocios indican la dirección como lo harían frailes alentando peregrinos a la vera de las vías santas. Miró adelante: dio un paso y otro más; y la acera de enfrente es donde considera de una plumada la visión de ella en los ojos de los otros, la Aralía de este mundo, la que encontrarían los transantes: pantalones y beatle negros y sencillos, ciñendo el cuerpo sin darle más sensualidad que su misma compactación de veinte años; lo más cercano a la indeterminación que puede ella crearse como una barrera necesaria, una fachada comercial para algo que en ella no es de estos mercados, los abiertos, los ligeros. Cuando empieza a pensar en la carne, más tensa y sensible hacia el frío, considera rápido dos palabras para repetir (es Viernes), y corona su esfuerzo deduciendo razones de la plegaria silenciosa: debe encontrar rápido a los transantes, antes que otras reuniones, otros compromisos de fin de semana, se los arrebaten.

Unos pasos más allá está la primera cervecería del sector: oficinistas de vuelta del trabajo; conversación cansada y un consuelo frío para el paladar reseco. En la imagen una mujer: son todos iguales; unos hablan mejor que otros, se visten bonito, se hacen los valientes; pero son todos iguales; bajo el televisor, los ojos breves y concentrados de Aralía. Los ojos al reloj -pensarán que espera a alguien-, para que después breve y concentrada, mesa por mesa, la mirada. Conversan, se ríen de dos en dos y de tres en tres: sólo al fondo, un joven que la mira, pero no la mira tras la mirada, para mirarla de nuevo. Cerveza enfrente, y recién empezando a beberse la botella de medio, el plato con rastros de mayonesa ya lejos de sí, porque bajo sus ojos un libro: parece una novela. No lleva cuadernos, pero es estudiante -el pelo bien cuidado es señal de buen origen, y la negligencia del planchado, ese inconfundible vestirse-rápido, revela la pieza de pensión. Nada más indicado para este negocio. Aralía lee y considera el libro abierto de esta tarde sobre la pared amarillenta, este espejo manchado en la pared: el pelo corto, la barba que aún no crece porque ¿diecinueve, veinte años, quizá? Sácale la barbita mal crecida y hazla crecer compacta y de buen color, y Jaime Álamos no estaría en Osorno con Filosofías en el seso: los ojos cerrados verían lo mismo que los abiertos, olería a tabaco en este instante la piel clara; olería muy cerca a cerveza y tabaco. Pero no soñemos: es El Real, calle Bellavista, Valparaíso, de otra forma no habría ojos pensativos, que después viene la sorpresa si en tu dirección, justo hacia tu mesa:

- Hola, ¿puedo sentarme acá..? -ese rostro inclinado que sonríe, esa confianza plena en y desde la voz.

- Claro... -sentada a su derecha, ella se dice: un transante, de seguro el primero de ellos.

- Aralía, me llamo -acerca su cara. Observa la lentitud inicial del gesto entero y la aceleración súbita de los labios, y piensa que, de seguro, reaccionará como debe cuando llegue la hora.

- Jorge -tibio el beso, y el libro: Extraterritorial, George Steiner.

- ¿Esperas a alguien?

- No. Me iba ahora a la pieza... arriba, en el cerro. Si quieres, traigo otro vaso.

- Claro.

- Siéntate -va hacia la barra y vuelve.

Hablando a pausas largas, como eligiendo un tono distinto y más exacto de voz a cada frase, Jorge dice lo muchas veces dicho en estos meses. También estudia Castellano, pero en otra Universidad. Su familia es de Olmué, pero ocupa una pensión en Cerro Cárcel, la comodidad de estar en el mismo Valparaíso es impagable. Aralía le comenta que tiene que leer el trabajo sobre las Antígonas, también de Steiner; y Jorge le habla de un comentario sobre la poesía de Borges. Ella dice que le interesaría leerlo, y a ver si alguno de estos días me lo prestas, y entonces el brillo en sus ojos, para que ella estuviera segura de que la deseaba. Diez o quince minutos de Beckett, Ionesco, Joyce, la poesía chilena y los horarios estrechos, fue, entonces, suficiente:

- Mira, tengo que decirte algo -él se inclina. Su rostro se nubla por un momento, y cuando Aralía termina, queda mirando las facciones frías y expectantes, al frente.

- Bueno, ¿querrías?

- En fin, no sé...

- Vamos, el asunto es simple. Como todo en la vida -dijo Aralía, luz en los ojos al saberse segura, la respuesta en los verdes mirando intensos adelante.

- ¿A las doce, dijiste?

- Sí, a las doce.

Tras recoger la muda respuesta, ella saca un papel y se lo entrega: un nombre y un número, líneas que se asimilan a un mapa. ¿Le será difícil? Él desecha la dificultad como quien los malos sueños. Ella se levanta entonces; nos vemos, y sólo las manos se tocan: los ojos fijos en los ojos, sale Aralía del encierro, los ruidos y olores. Desde la puerta, su breve despedida y como ave liberada su mano; observa brevemente la calle: hacia la subida Ecuador, le dice una voz. Jorge aceptará las condiciones, las que sean, cuando las encuentre. Puede estar segura, y continuar sin sobresaltos mayores la búsqueda de los dos restantes.

Si se va a hacer en forma, la busca debe acabar pronto. La urgencia, la inquietud puede hacer que todo se vaya al carajo en el momento definitivo, y se está viendo durante una hora ya en una cuidadosa, lenta y estéril pesquisa; la mirada breve, el gesto fugaz. Es la llegada de la impaciencia: casi cree ver al tiempo, ese caracol sucio y enervante burlándose de ella desde el aviso pintado en el muro. Hay bastante gente ya en el sector: empiezan a llegar los primeros, casi inoportunos, clientes a los bares y los pubs de Ecuador, y aunque es aún temprano y hay hombres solos de mirada seria y aspecto reservado yendo a por un trago o una cerveza para evitar la congestión de gente más joven después de las once, ella, la impaciente, se ve a sí misma débil e indecisa, casi fracasada en el retraso. El tiempo se calcula otra vez y una más en su cabeza; y entonces regresa la frase, inoportuna, a sus oídos: cabecita de pájaro, porque los pájaros deben medir el tiempo de otra forma. Cabecita de pájaro, y eso basta para pensar mientras observa y anda, pensar de nuevo, con el ritmo lento del paso de los meses, para que casi vuelva a tener carne ese viejo y nuevo fantasma que la habita. Y casi ya no es un fantasma cuando lo siente al lado, sin nombre todavía, preguntando por una doña Francisca, piezas en arriendo para gentes de paso. Con sus ojos cerrados ella piensa que sabe, que sabe que esto es el ahora, pero no son así las cosas en su cabecita de pájaro que le dice él que ella tiene, él que se llama Jaime, de Santiago, que se encontró con ella hace dos años en Calama, mientras buscaba una rosa para el comedor tras el almuerzo, y tras una pausa le dice ella: al frente. Pero al frente, ahora, sólo la escalera y los afiches, las luces allá arriba; y es Valparaíso, y han pasado los años, y el recuerdo la ha hecho caer en el error de darse tiempo, cuando no lo tiene.

Recapitula antes de subir: los ojos negros de Jaime Álamos la habían llevado al bar de vinos y el cuarentón de camisa caribeña (la fiesta de hoy en el Sindicato, salsa y ron, a la que dijo que iría), a la Plaza Victoria y el argentino de la mochila (con quien se tendría que reunir en Concón, para ponerse de acuerdo esta noche en los lugares que visitarían los dos días que le quedaban en el país), al asco de mentir, a la calle que recorrió con la mirada para ver al par de personas precisas con esta noche de Viernes desocupada y el vacío necesario en los ojos: los dos transantes que no encuentra. Entonces, al llegar arriba se olvida de pupilas y ve sólo lo que hay al interior del restaurante de turismo, entre superpuestos de pintura, carteles de hace diez años y recuerdos escritos por los turistas sobre las paredes de madera vieja.

A pesar de los focos vacilantes, que concentraban sus esfuerzos en el escenario y el gordo que cantaba un vals muy viejo, y con la ayuda débil de la luz de las velas sobre las mesas, Aralía vio, o más bien adivinó, saturada la breve instalación de turismo: de un golpe de miradas, varias parejas, algo que parecía un reencuentro familiar, pequeños grupos de marinos extranjeros. En la barra, un par de mujeres parecían calcular las cifras de algún otro tipo de comercio, mientras miraban las mesas de los marinos en las que aún se las esperaba; fingían escuchar al gordo que cantaba, ahora, una mala canción de moda adaptada a ritmo de bolero. Hacían juego el gordo y las putas, pensó, la improvisación de la tarima allá adelante, la mala amplificación: esta entera máscara de puerto con minúscula, que ella pensó real alguna vez. Pero si alguna vez incluso quiso esa ilusión postiza y externa, hoy día no puede, no podría comparar esta sincera tristeza que le invade el cuerpo, como otra sangre, y esos ojos vidriosos de emoción, de eso que llaman poesía, que es una parte más de la mentira del local, de estos días y estos lugares. Piensa en sí misma dentro del lugar, en la distancia entre estas débiles caretas y esto que la conmueve; tan lejos ella y tan cerca, tan inserta entre las maderas viejas; tan compacta esta realidad inútil en la que vive que se podrían confundir los pobres comercios de la carne con las decisiones graves que ya tomó y las que le quedan; y da los pasos en su mente, porque no tiene todo el tiempo, porque le da asco y no puede, no debe rendirse a estas cosas tan de estómago, y los malos momentos deben cumplirse para que dejen de suceder. Así, entonces, empujada, se vuelve hacia la escalera; pero es sólo para verlo llegar, y de nuevo la certeza.

Parecía ser un empleado en vacaciones, y de hecho lo era: tras el cambio de miradas y las palabras breves, ocuparon una mesa de las más alejadas a la barra y al músico. Germán, que así se llamaba, la barba de pocos días y la ropa nueva arrugada, venía a conocer la ciudad para olvidarse de un divorcio difícil: platos rotos y litigios costosos. Este puerto era encendido: el sur era gris y apagado. No podía quedarse ahí, los meses lluviosos, y las vacaciones esperándolo durante años.

- Puerto Montt no debe ser tan triste -le dijo Aralía-. Aunque los inviernos son casi siempre tristes. El sur, el sur no debe ser tan triste.

- Cuando se trabaja en un banco... la vida es algo monótona. Piensa que treinta y cuatro años, y ya las canas...

- No tienes aspecto de cansado, eso sí. Parece que la ciudad te deslumbra. No, no quiero nada. Tengo algo que hacer, justo ahora.

Y mientras el garzón va por el vino, cuando bajo las luces de adelante un bolero empieza a hablar de la distancia, ella anota en una servilleta las señas del lugar, y cómo se llega.

- Puntual. A las doce -y la chispa en los ojos azules de él le dice que entendió, que sabrá llegar a la hora y que ella queda libre para lo que le queda por hacer: encontrar al tercero. Al irse, recuerda por un instante las pupilas negras de Jaime; parece verlas al pie de la escalera larga de salida: agujeros hondos en el rostro de alguien, y son otros la ciudad y el tiempo.

Y todo, todo lo que restaba para la medianoche, la persiguen esos ojos oscuros vueltos hacia ella, camino a unas dunas, que ella dijo: sería bonito, porque era el típico paisaje que se recuerda siempre del seco Norte. ¿Le podría alguien haber preguntado, en el trayecto por calle Esmeralda, porque inmediatamente, sin preguntar más, así, de repente, ella acompaña al chico de Santiago, que acaba de cerrar trato con doña Francisca, hacia un lugar sin gentes bajo el calor bárbaro de ese verano del 97? ¿Alguien en la noche porteña conoce lo que pasa en ese otro lugar oculto bajo alas de cuervo hechas cabello: una mujer toda entrega bajo ojos negros, un momento que es ahora y está atrás dos años, un lugar que es viento frío de noche marina pero huele a tarde de sol y arena seca? Aralía podría haber respondido, podría haber dicho que cualquiera podía caer en esos ojos, que entera se fundía y se apagaba en esa nueva noche de ojos ajenos que sería amanecer de algo en los suyos. Que toda su voluntad en ese propósito, pero sin voluntad al mismo tiempo, la palabra voluntad una pobre excusa del idioma. ¿Puedes tú unir colores, preparar tintas (diría ella) cuando el único color es el negro cerrado, el negro-agujero, el negro-nada que hace parir mundos: sin mezclas, sólo lo oscuro en lo oscuro engendrando? Pero Aralía considera entonces que va por reflexiones abstrusas e inútiles, y prefiere romper ese antiguo vicio suyo para quedarse con una consideración simple, fija en la mente: alguna vez fue nada: esclava de sí misma sobre arenas, y hoy los juegos son suyos, suyos los escenarios, suyas también, sí, las figuras mágicas que quitan los malos sueños, las fichas de estos juegos suyos que barren con los otros, los juegos sombríos.

Ya eran las once: un solo transante y una hora faltan: ya es como si estuviera hecho, consideró. Entró a comprar cigarrillos y vio al gringo, intentando hacerse entender. Ella allanó el camino, pronunciando Viceroy como todos los días en estas latitudes, y tras los gestos de "entendido" y el Thank you, salieron a calle Esmeralda hablando. Aralía ensayó saludos a los que él ensayó respuestas, y ella le habló en inglés directamente: así convinieron en el idioma tras un golpe de ojos. Harry estaba sólo de paso: tras un trabajo en Venezuela (an excellently well-paid, an excellent job, con los ojos brillosos del primer gran sueldo), era ocasión de conocer the grand-ma's native city antes de volver a Newcastle: not in England, sino que frente a frente from here, en Australia. Tendría veinticuatro ó veinticinco años, los ojos azul-claro y la mirada de niño eterno que acostumbran los gringos que llegan solos y no entre marinerías. Mientras Aralía le decía petroleum, maybe?, en su mente eran otras las palabras: Harry, el de pelo rojo, sería el tercer transante, y tras decidirse en ese preciso instante, subirían a un taxi colectivo, irían hacia Playa Ancha. Ya eran las once y treinta, y sin escuchar su respuesta, Aralía empezó a decirle el destino en ese preciso instante: Would you like to..?

Faltaban diez minutos para las doce, Aralía y Harry llegaron a la esquina prevista. El recio viento de la tarde se había hecho una brisa húmeda, densa, que calaba los huesos y dejaba tensa la piel bajo el frío.

- The place is just a half square from here -dijo Aralía, y miró en dirección al taxi que iba llegando.

- I see -murmuró Harry-. Should we wait?

- We'd have to wait just a bit -dijo Aralía, como para sí misma; como si las palabras sólo por el sonido-. Sólo un poco más...

El taxi se detiene entonces justo enfrente, y Germán, después de leer Pacífico sobre la señal de tránsito, baja y revisa los dineros. Mientras cancela, Aralía siente el viento: el del Norte, frío ya a las seis, y la corriente tibia dentro de ella le confirma: está ebria; es sólo una ilusión el viento del Sur, y la noche, la conciencia de no haber bebido. Toma la mano extendida de Jaime y los ojos se encienden, justo cuando llega a la esquina Jorge, el universitario, y los tres ya con ella. O los cuatro en su sueño, porque habitan cuatro figuras la noche y es ella la que no está, la que entre vagas voces, demandas de explicación, gestos vacilantes, no se encuentra: se ve ella ya bajo otra piel y el sol poniéndose en las arenas. Vagamente visible bajo brazos fuertes, la llave gira y es la pieza desordenada y la cama deshecha, un par de reproducciones de Matisse sacadas de revistas y una foto de ella lo que se ve: un simple reflejo de la realidad arenosa de las dunas y la piel que se le viene encima. Pero es ella la que empuja su piel contra la otra, las otras, en este otro lugar de su cabeza. Se pensará, si se puede pensar en algo, en un velador y ropa en un armario, pero se verá tan sólo el crepúsculo en algún lugar de más al norte: sólo un sueño el abrazo, fantasía imposible de cuatro manos que la desvisten después de que ella uno dos botones, porque son las suyas mismas las que bajo el sol que se despide, torpes y ebrias jalan las leves mangas, el cierre eclaire abajo un grito en el silencio: porque nadie viene a esta hora, porque la soledad rompe el alma en estos paisajes. Sueño sería, imagen de duermevela; porque sus ojos están cerrados y el mundo huele a cerveza, cerveza y sal; piensa entonces lo que aprendió en la caminata larga: se llama Jaime y prefirió viajar solo al Norte, pues luego los estudios serán en el Sur, cinco años en el Sur, mientras en el sur ya expuesto de ella manos torpes y lenguas ágiles, en su boca la de otro, la de dos, porque en su sueño hay otro beso, y más acá una nueva humedad se suma, en la mejilla izquierda, otra en la piel que piensa, que palpita pensando. Dice ella, se dice: es la realidad, los cuerpos que vestían ya no visten y se acercan y alejan a un compás de violencia: es ocupado entero el abajo, y no puede, entonces, respirar; los puentes ahogados y convulsos, húmedos sin colmarse, le hacen tragarse el aire y una serpiente torpe que busca su gemela que allí, dentro, vibra y gime; y es sólo Jaime bajo las siete, las ocho, las nueve: y ya son cuatro horas, cerrados los ojos y llena de arena cuando una hora ya viene dejando de ser bajo maderas viejas y voces que respiran entre ahogos: desde atrás, desde arriba y por abajo, como santa escuchando, sorda a sí, a su boca cerrada por dos bocas que por un momento se unen en este sueño. Ella separará, hacia su dolor pálido les volverá los ojos -azules unos, los otros pardos, negros los otros que tras la visión la miran, más reales ahora, y ella en las pupilas, allá dentro, antes de abrir de nuevo las visiones-, y de nuevo hacia ella todos, y hasta en los pies un paladar caliente, los dedos, uno a uno, dientes que muerden y se retiran. Ella dice entonces que habrá que volver: en la noche hace frío, van a echarme de menos, y se mantiene silenciosa mientras Jaime se levanta, se sacude la arena del cuerpo, de los pliegues en la mezclilla. Pero quién, quién la escucha acá, en Valparaíso; porque callada se observa la piel mojada, los tres hombres cansados, tan iguales los cuerpos, todos los cuerpos de este sueño. Se despliega suave, con las manos la piel despide a la piel, los ojos en los ojos, la sonrisa: se dirige a la pequeña pieza de baño, con el paso lento.

- Váyanse, por favor. Y preocúpense de no dejar nada -. Recalca breve, la paz en los ojos:- Nada -y su cabeza vuelve a desaparecer tras el umbral.

La puerta con llave, el agua bien caliente, se dice a sí en silencio. El calefont responde tal como en la mañana, y el balón de gas lleva sólo cinco días; así que nada debería funcionar mal. El chorro vaporoso sobre la cerámica empieza a hacerse más sordo cuando tocan la puerta.

- Por favor, váyanse, ¿ya? -con decisión pero sin violencias; y se alejan pasos. Parece haber charlas breves que Aralía no escucha porque no quiere escuchar sino la puerta hacia la calle que se abre y cierra por primera vez: debe ser el gringo, piensa. Hay palabras sueltas indefinibles tras el ruido del agua sobre el agua, pero no le interesa: sólo cuando un golpe de maderas deja el silencio que nadie produce más allá del cuarto de baño, y esta vez cuatro golpes sobre la madera húmeda del suelo. Así debería haber sido siempre, quedarse sola sin estridencias. Mantener esta tranquilidad. Sangre fría, que le llaman. Y el agua bien caliente, y el azúcar, se repite, dicen que así no duele.

Cuando la tina estuvo lista, echó el azúcar, la bolsa al suelo, vacía. Revolvía lentamente el agua con los brazos cansados, cuando pensó en Jaime Álamos. Cuánto, uno, dos años para olvidarlo. Y cuánto, cuánto pagar por ese olvido.

Un pequeño gemido. Sí, la navaja sirve. Todo sirve si uno sabe usarlo como debe.

martes, junio 10, 2008

¡PORTEÑOS! ¡¡Corten de votar por los mismos!!

Y ACUDAN A LA NOTARÍA R. TEJEDA, CONDELL 825,

con 500 pesos para el trámite

y firme por la candidatura de Jaime Yovanovic:

por el bien de Valparaíso
y una sociedad que merezca el nombre de sociedad.

Si está cansado de ser cliente de empresarios políticos y cree que todo este show electoral es un marketing,
dé su opinión con su firma!

Breve entrevista y selección de textos -Voz en Off

Aparecidas en la página del poeta mexicano Sergio Ríos.

Échenle un vistazo aquí

Hasta ensordecer. PORFÍA POÉTICA -Jueves 12 de Junio


Este Jueves 12 de Junio, 20:30.-

continúa sin tregua el ciclo de lecturas

que jamás se detiene.-

CONCHA Y TORO 32 -Metro República.


MARÍA INÉS ZALDÍVAR

DAMARIS CALDERÓN

ELVIRA HERNÁNDEZ

se les espera!

jueves, junio 05, 2008

Celebrando a las amigas!

Chile - 1977
Premio Edición Certamen Internacional de Poesía
LOS PUÑOS DE LA PALOMA






El jurado integrado por:
Silvia Delgado Fuentes (España)
Carmen Julia Holguín (México)
Amanda Pedrozo Cibils(Paraguay)
Sylvia Riestra (Uruguay)
María del Pilar Romano (Argentina)
por mayoría de votos
declaró ganador del

Certamen Internacional de Poesía
LOS PUÑOS DE LA PALOMA
al libro

FÜCHSE VON LLAFENKO


presentado bajo el seudónimo Juan SinTierra)
Verificada la identidad,
su autora resultó ser la joven poeta chilena

GLORIA DÜNKLER,

con cuyo logro

El MOVIMIENTO INTERNACIONAL DE ESCRITORAS
LOS PUÑOS DE LA PALOMA

se congratula
y a quien cada una de sus integrantes envía un abrazo fraterno

miércoles, junio 04, 2008

IMPORTANTE! URGE ACTUAR!

La documentalista chilena Elena Varela López está arrestada y retenida en el complejo penitenciario de Rancagua, Sexta Región. Estaba filmando un documental para el cual ha investigado durante cuatro años, sobre el conflicto entre las compañías forestales y comunidades mapuche, sobre el uso de la tierra. Amnistía Internacional cree que las autoridades la arrestaron en un intento de detener las investigaciones sobre éste conflicto y como una forma de intimidar tanto a ella como a las comunidades mapuche.
Elena Varela López fue arrestada el 7 de mayo por la policía en su domicilio en la IX Región, aproximadamente a 620 km al sur de donde se halla detenida. Se le han levantado cargos por "asociación ilícita para delinquir".
La policía ha confiscado equipamiento de la casa de Elena Varela, incluyendo videos, equipo de sonido, cámaras, teléfonos celulares y vestimentas necesarias para la filmación del documental. Además, el personal que intervino en el arresto incautó el material de investigación, y la documentación relacionada con el financiamiento de su documental por parte de una institución oficial, el Fondo de Fomento Audiovisual del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. Amnistía Internacional teme que esta información pueda ser usada por las fuerzas de seguridad para intimidar y hostigar a activistas mapuche y a otras personas que han participado en entrevistas grabadas para el documental.
Desde marzo 2008, las autoridades han arrestado a tres documentalistas que han cubierto temas vinculados con el conflicto entre las compañías madereras y las comunidades mapuche.
Información adicional
La comunidad mapuche está reconocida como uno de los pueblos indígenas de Chile según la Ley de Pueblos Indígenas de 1993. La ley "reconoce que los indígenas de Chile son los descendientes de las agrupaciones humanas que existen en el territorio nacional desde tiempos precolombinos, que conservan manifestaciones étnicas y culturales propias siendo para ellos la tierra el fundamento principal de su existencia y cultura."
El acceso y uso de la tierra es central en el conflicto entre la comunidad Mapuche y el gobierno de Chile, que ha transcurrido desde más una década. En 2003, el Relator Especial de Naciones Unidas sobre la situación de derechos humanos y libertades fundamentales de los pueblos indígenas presentó un informe de su misión en Chile, que recomendaba que "además del otorgamiento de títulos sobre los terrenos privados, los territorios tradicionales que incluyan recursos de uso comunitario deben ser reclamados y re establecidos".
Amnistía Internacional ha informado sobre el maltrato y hostigamiento de Mapuches por parte de Carabineros de Chile y ha criticado públicamente a las autoridades por la aplicación de la "ley anti-terrorista" contra integrantes de comunidades indígenas que luchan por los Derechos Humanos y libertades fundamentales. En Marzo 2008, el Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas expresó preocupación respecto del uso de dicha legislación contra integrantes de la comunidad Mapuche que tomaron parte en actividades de apoyo al derecho a la tierra. El 21 Mayo 2008, Chile fue electo como Estado Miembro para un período de 3 años al Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. En tal condición, Chile debe demostrar su compromiso con los Derechos Humanos tanto en el contexto nacional como internacional y cooperar plenamente con la misión del Consejo.
ACCIONES RECOMENDADAS:
Por favor, envíen apelaciones tan pronto sea posible, en español o su propio idioma:
- Expresando preocupación por el arresto de Elena Varela López, que parece ser un intento de intimidación tanto de ella como de activistas Mapuche;
- Pidiendo a las autoridades que garanticen la seguridad de todos los activistas Mapuche, y de aquellas personas mencionadas en los documentos confiscados por la policía;
- Haciendo notar la preocupación expresada por el Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas sobre el uso de la legislación anti-terrorista contra integrantes de la comunidad Mapuche, y pidiendo que Chile, como miembro electo del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, respete y haga valer los Derechos Humanos de todas las personas.
Para ver una carta modelo y enviarla a las autoridades, vaya ahora a: http://www.amnistia.cl/index_aauu.shtml?x=87763
GI vela web.jpg.jpeg
Equipo de Acción Urgente
Amnistía Internacional - Chile
Entérate, indígnate, actúa

lunes, junio 02, 2008

Sin dar tregua - PORFÍA POÉTICA en Junio


PORFÍA POÉTICA

Desafiando las más duras épocas
en permanente combate!!


Casa Rosada,
Concha y Toro 32 (Metro República)


20:30 horas.-


JUEVES 5 DE JUNIO

Juan Pablo Pereira
Gregorio Paredes (Valparaíso)
Harry Vollmer (Puerto Montt)



JUEVES 12 DE JUNIO

María Inés Zaldívar
Damaris Calderón
Elvira Hernández


JUEVES 19 DE JUNIO

Mauricio Valenzuela
Julieta Marchant
Gabriel Zanetti


JUEVES 26 DE JUNIO

Rodrigo Quezada
Alan Paillán
Alberto Guzmán Rallimán
David Aniñir


A no faltar!