viernes, mayo 30, 2014

Sobre Elogio del bar. Bares y poetas de Chile: un contundente refresco

Pensar en que se pudiera hacer un resumen mínimo de la relación entre literatura y alcohol en nuestro país bien pareciera tarea imposible hasta la aparición de Elogio del bar. Bares & Poetas de Chile (Santiago: Etnika, 2014), editado por el poeta Gonzalo Contreras. En casi 500 páginas el libro reúne, aparte de textos especialmente hechos para el libro por parte de 90 autores, dos selecciones amplias: una de poemas referidos al bar y la embriaguez, y otra de crónicas y comentarios ya publicados.
Entre lo más notorio de Elogio del bar está el amplísimo registro de experiencia: no es sólo el abanico generacional y geográfico –el libro incluye sin separación ni jerarquizaciones, junto a autores que ocupan el centro de nuestro campo literario, a escritores de provincia invisibilizados por el centralismo y a buena parte de los creadores que aún viven en la diáspora-, sino la diversidad de los mismos textos, que abarcan desde la anécdota personal hasta la especulación sociológica, pasando por la reconstrucción histórica de buena parte de la conformación de nuestra sociabilidad literaria. Esto así, en general, ya que como bien quedará claro al lector de Elogio del bar, la experiencia nocturna de la taberna fue en nuestro país el entorno más fértil de intercambio entre creadores literarios, constituyéndose en un espacio con un peso simbólico en sí mismo, del cual los otros –el café, el taller literario, la universidad, la militancia política, etc.- terminaron la mayoría de las veces siendo deudores, centros de elaboración posteriores a una síntesis única entre labor imaginativa y creación vital. La difícil aplicación infalible de lo ya dicho a nuestra época –en comparación a los días de un Pedro Antonio González, un Teófilo Cid o un Jorge Teillier- está, también, de algún modo presente en el libro, en las frecuentes elegías a locales emblemáticos –que es, por cierto, una sola elegía a un modo de vida y de experiencia literaria ya desaparecido.
Por ello, la cita permanente a nuestros santos bebedores –que incluye, aparte de los ya nombrados, a un amplio registro, desde Rubén Darío hasta los recientemente fallecidos Stella Díaz Varín, Aristóteles España y Mauricio Barrientos- resulta el rescate de una experiencia de creación y vida que deseó –penurias y festejos más o menos- generarse espacios de convivencia fuera de la institucionalidad normalizadora, cuyo peso desmedido en Chile desvía frecuentemente la atención de la práctica real de la disciplina literaria. En este sentido, más allá de la obvia ligereza de los textos del libro –y quizás por ello mismo-, Elogio del bar termina siendo tan refrescante, un alivio para quienes debemos encarar cotidianamente un ámbito literario cargado de exigencias más relacionadas con un mercado literario de vanas mercaderías simbólicas –frecuentemente un tráfico de egos y de una densa y nebulosa metaliteratura cuya utilidad sólo alcanza a la multiplicación del volumen de papel.
Es cierto que no hablamos de un libro de fácil distribución y lectura ágil –el enorme volumen y el mismo formato no corresponde en absoluto a la ligera brevedad a la que nos hemos acostumbrado en la publicación de poesía en nuestro país-; sin embargo, en eso pesa quizá la especial experiencia de lectura del libro: una gran caja de sorpresas en que anécdotas, trozos desconocidos de la historia y buena escritura saltan sin cesar a los ojos. Un avance más para Editorial Etnika, cuyo catálogo –centrado en la poesía, pero que incluye además la obra reunida de Claudio Giaconi- es uno de los fenómenos más ambiciosos y logrados de los últimos años en el ámbito de la edición independiente.

viernes, mayo 16, 2014

Sobre MAGENTA, de Fernando Ortega

Para los pocos que pudimos conocer Cian (autoed., 2012) de Fernando Ortega (Viña del Mar, 1983), la aparición de Magenta (Santiago: Libros del Pez Espiral, 2014) es una buena noticia, tanto al situar una escritura llena de riesgos en un circuito de lectura más expuesto, como porque, de algún modo, esta nueva unidad obligaba a ampliar los desarrollos del primer poemario. Allí ya se veía una voluntad abierta a desnaturalizar poéticamente la experiencia de la percepción, poniendo en una difícil estacada no sólo al arte como posibilidad de representación, sino al mismo autor como “demiurgo” de algo ya indefinible.
Magenta entrega la muestra amplia de registros poéticos que, siendo distintos, confluyen en su voluntad de síntesis y en la situación de radical despojo de la poesía como posibilidad de belleza. El libro se inicia con poemas de transparente evocación personal, en que Ortega parece hacer genealogía de la especial distancia que debe expresar con la realidad. La fría decisión del funcionario del cementerio y la búsqueda del hablante en los videos de Arrau de youtube, respectivamente, en los textos iniciales, tienen en común el especial trato con la muerte que puede abrir un enfrentamiento seco con la realidad, en plena conciencia de que la aparición o desaparición de entes en el mundo deja de ser algo personal para pasar a ser un tema de observación investigativa. El ajuste de cuentas con la poesía lírica difícilmente se puede expresar de modo más nítido.
Ver la experiencia propia con este desasimiento entrega pronto las señas de un nihilismo que bien aspectado técnicamente puede ser poderoso y sugerente:

Intento agarrarlas
como quien se saca una espina de tuna
pero en mi torpeza
las mato.

Pronto, otras hormigas ocupan
el lugar de las muertas
caminan lento entre mis dedos.

No importa qué tan fuerte las mire.

Sin embargo, varios textos de carácter experiencial parecen caer en una excesiva sequedad que los neutraliza, dejándolos sin efecto estético alguno. La habilidad de Ortega para síntesis poéticas breves y efectivas puede llegar a excesos en este plano que no parecen corresponder a lo mejor del libro.
Tal como en Cian, el punto fuerte de este libro es la crítica poética a la realidad aparente. Heredero, en este sentido, de Juan Luis Martínez, Ortega entrega textos de real poder inquietante, como Límites de migración específica o Tao, ya presentes en el libro anterior. El último de los textos nombrados sabe revelarse como una suerte de umbral de arte poética, asumiendo el riesgo de despojo que supone la permanente y asumida duda sobre lo percibido:

Los poetas chinos podían hablar de la nieve
con la propiedad de un habitante de la nieve.
Solían cantar en ella; imponerle colores.

Cómo llegar a la nieve
            desde mi cómoda habitación
si acaso pensar sirve, si el blanco sirve
y entonces cae el sendero.

Piedras que bordean el arroyo,
el sopor intimidado por su ruido fresco.

-Pero de qué nieve estamos hablando-
me dice un chino, tendido sobre un peñasco
y vemos el pasar del agua un día entero.

Piensa en un cuadrado blanco.

No es exageración, en este sentido, asumir una pulsión mística en la mejor escritura de Ortega, tal como se desprende de poéticas con análogos saltos al vacío estético -piénsese en Gonzalo Millán, por ejemplo. Desde esta pulsión resultan naturales ciertos rasgos de ironía que el autor sabe manejar con propiedad, sin caer en el ingenio de estirpe parriana, ya tan aprendido por el oído educado literariamente en nuestro país que hasta asombra verlo aparecer impunemente.
Si sumamos el manejo de tonos precisos y sin impostación, se puede plantear a Ortega como uno de los autores jóvenes de más proyección en un escenario poético nacional que parece a la espera de alguna sorpresa trascendente e imposible -como un adicto en fase terminal ya casi incapaz de reconocer escrituras realizadas. Con mayor motivo, además, corresponde felicitar a Libros del Pez Espiral, que en poco tiempo ha ido armando uno de los catálogos más desafiantes en el universo de las editoriales independientes.