miércoles, diciembre 09, 2009

POEMA DE "REPÚBLICA"

De la sección "El Espejo de la Vida", del libro inédito "Fundación":


VI

La descripción sola nada hace

-sólo un militar con experiencia podría

dar cuenta precisa de la misteriosa

flora: la naturaleza del soldado

reproduce lo sabio y lo torpe

de la natural inercia. Así, un día

en los muertos, absurdos barrancos

relucirá bella y alada victoria, de áurea

reina el manto –por gran mano

tallada. Se desploman de asombro,

fieles e infieles: renacido el basural

de la Cañada -nuevos brazos al río-,

cantantes y gente de la mejor andan

por la buena tierra amasada. Sólo

un militar con experiencia, solamente

-Dauxion Lavaisse y el edecán Arteaga

pisan la Libertad Civil, Santiago Vallarta

dibuja el dibujo de los pasos: el obelisco

podría echar ramaje, redondear

el diámetro, ¡atraer como imán

a los Libres! Resuena el día con Haydn

y caballos: se hieren los ojos

con la gloriosa arena enrojecida;

en los óvalos la ranchería se va

agostando, picholeos y las mujeres

más hermosas del mundo; lechos

griegos, cafeterías, todo de piedra;

Mapocho al norte la valza, la revoltura

de la carne. ¡Cuántas grandes guerras, cuanta

matanza y derramamiento de sangre, ha producido

esta unidad! Y ni pensar en las murallas.

Ni pensar en animales –aunque quizá

caballos.


Un fragmento mayor de "El Espejo de la vida" en la Selección correspondiente a este año de las Lecturas de Poesía Onomatopeya, de Mago Ediciones.

domingo, diciembre 06, 2009

Sobre VUELO, de Rodrigo Arroyo


Una de las bases permanentes de la poesía chilena contemporánea es –mal que les pese a nuestros comisarios de siempre- Altazor de Vicente Huidobro. En este libro, uno de los más citados y peor leídos de toda nuestra literatura, la figura del poeta cae en paracaídas desde un cielo de clara y consciente expresión en una progresiva internación en el territorio del lenguaje mismo, el cual se va sustancializando hasta traspasar la inteligibilidad y volver a la musicalidad pura –casi netamente potencial- del fonema.

Sería una operación reveladora la empresa contraria –ir hallando tras la palabra la presencia de sus significados plenos-, y encontrar en Vuelo (Valparaíso: Ed. Inubicalistas, 2009), segundo poemario de Rodrigo Arroyo (Curicó, 1981), una tentativa en este sentido, es digno de agradecimiento. Destacábamos en Chilean Poetry (Valparaíso: Ed. Fuga, 2008) la rigurosidad al seguir un programa ambicioso: el actualizar el conflicto entre el mundo de la creación (asumido como un interior) y el de una posible (imaginada) naturaleza, ubicada en un afuera. Ante aquella rigurosidad programática, el nuevo poemario de Arroyo se planta desde una perspectiva absolutamente otra: la indicación de un decidido salto al vacío en pos de la presencia plena de la palabra poética.

La difícil construcción de un discurso poético sostenido en una duda permanentemente abierta hacia el vacío es realizada con una notable limpieza expresiva. La brillantez de la labor escritural se deja ver repetidamente en base a procedimientos que saben desvanecer efectivamente la sustancialidad de los objetos mostrados:

Los objetos deben ser mostrados, pero no dichos,

los objetos constituyen un modelo parecido al de un río

entrando al mar por la noche.

Es en la entrada que todo ocurre: las violaciones, las marcas, los ruidos

el paso del río al mar es un deseo de luz,

oculto en la sombra del objeto.

El recorrido efectivo por la realidad referida encuentra el obstáculo continuo de una subjetividad que recae en la duda y en una proliferación de reacciones ante ella –la instrucción, la negación, el recurso a una vaga y oscura memoria existencial o a excesivamente precisas referencias literarias- que logran mantener la suspensión de la expresión poética a través del libro. La resultante penumbra del lenguaje poético, necesariamente, tenderá a una disolución del sujeto hablante, que toma realidad efectiva en la entrega a un sujeto plural –nosotros- y la diferencia temporal hacia el pasado: la memoria de la unión amorosa, suma del vértigo y amalgama de deseo y violencia. Como procedimiento, esto hace proliferar la posibilidad de referencias, produciendo la densidad textual que desde ya Arroyo mostró en su primer libro, ahora en una clave y una poética que anhela y sale a buscar ese exterior que constituía el tabú y la fuente de negatividad en Chilean Poetry. Entonces, más que imágenes precisas que se complementan entre sí, nos encontramos con la proliferación: puntos de fuga que densifican y confunden el horizonte del texto, dando a ese salto al vacío (ese vuelo que se define reiteradamente como caída) realidad en los procedimientos mismos del texto.

El uso de la figura de un boxeador en sus últimos días –uno de los mencionados puntos de fuga- muestra con precisión este caso: logra apuntar hacia una dimensión física y violenta de la búsqueda emprendida, pronosticando desde ya su vocación de fracaso, lo parcial y momentáneo de su triunfo. A partir de esta figura, las asociaciones de la lona, los golpes enviados y recibidos, etc., se suceden y entremezclan con las demás líneas de imagen.

Siendo la empresa por la palabra plena una tarea perdida –quedando su comprensión en una escena pasada, recordada-, lo que queda es un apocalipsis de imágenes poéticas –una revelación y una clausura de tiempo y espacio-, que hace pesar sobre el hablante la labor de testigo de algo inefable. El hondo pathos de esta situación poética revela una gran profundidad de tono y una notable belleza expresiva, que es capaz de amalgamar tonos cotidianos de lenguaje con un acento lírico que logra actualizar recursos a la nostalgia y al delirio imaginativo.

Este libro de Arroyo lo confirma como una voz particular y destacada en el concierto de la actual poesía joven, precisamente en la medida en que desplaza decididamente la sencilla referencialidad vivencial que aquélla ha en general tomado los últimos diez años. Si bien la decidida elección por una distribución editorial que podría ser vista como precaria y marginal desde lugares más privilegiados pudiese hacer esto menos visible, Ediciones Inubicalistas promete por su interesante propuesta formal –libros hechos a mano, sencillez extrema de formato y diseño- y las buenas decisiones editoriales que asegura la presencia de Felipe Moncada y el mismo Arroyo, constituir un buen ejemplo de marcar distancias en cuanto editorial de poesía con respecto a las con frecuencia sobrevaloradas empresas que en Santiago han hecho la misma labor (aunque pensando en ellas haya que decir rubro). Las editoriales independientes de poesía cumplen una función de particular significación y tradición que los Inubicalistas confirman.

lunes, octubre 19, 2009

A LA SOMBRA: Un testimonio poético



La testimonialidad es uno de los impulsos más fuertes que se reúnen en esa coalición misteriosa de los que conforman en su conjunto la voluntad poética. La necesidad imperiosa de presentarse como un reflejo de la existencia real en el mundo tiene que enfrentarse –cuando no complementarse- a un persistente impulso de evasión, o más exactamente, a uno que intenta formar y fundamentar un habitar propio francamente opuesto a la existencia real. La oposición absoluta y adialéctica que se esgrime a veces entre poesía testimonial y poesía de evasión es, en este sentido, de una utilidad máxima: ayuda a ver y confirmar al que la plantea como alguien que no entiende en absoluto de poesía –y que sí, muy probablemente, maneja bien cómo conseguirse oficinas en la administración pública.
Es en este plano que la producción que surge desde el encierro llama la atención desde una perspectiva harto más profunda para el lector bien criado que para el eterno buscador de la novedad literaria. Éste último, probablemente, buscará en el detalle propiamente mimético y descriptivo la justificación de cierta ética extraliteraria de gran arrastre entre los comisarios del asistencialismo cultural actual, en que la divinización de una básica y pedagogizante noción del “gesto en sí” de la expresión artística –que valdría más que cualquier concepto que oliera de lejos a calidad literaria. Un lector bien criado busca más bien en la escritura del encierro la confirmación de dialécticas más complejas que forman la base de toda voluntad poética seria: una actividad cuya ansia libertaria está presente desde su conformación profunda.
Sobrepasar el gesto asistencialista es, entonces, una virtud difícil y un riesgo, y es en A la Sombra (Santiago: Alquimia Ed., 2008) donde me parece que gran parte de los errores y vicios de las experiencias de talleres en presidios se han evitado con un logro meritorio. Esto, en base a una voluntad expresa de elevar la imagen del encierro a una condición más profunda y universal, lo cual se logró uniendo a la experiencia de taller a una misma cantidad de autoras internas con la de autoras de trayectorias notorias tanto en el plano regional como en el plano nacional. El resultado que alcanza la forma impresa es de una gran contundencia expresiva, por cuanto salvando la natural diferencia de disciplina escritural, se hace efectivamente para el lector un abanico de experiencias poéticas tras un par de conceptos definidos (el encierro, la sombra).
Así, impresiona la testimonialidad desarrollada –que sabe integrar el reporte de la realidad con el mundo del ansia, de lo deseado- de Judith Muñoz, Nelly Bastías o Vivian Zeledón, que puede encontrarse sin grandes distancias en la expresividad con las poéticas en que el encierro y la sombra se asumen desde una existencialidad radical (como en Rosabetty Muñoz o la desafiante Danitza Fuentelzar) o desde la enajenación de sí en el seno de la ciudad (como en los bellos y violentos textos de Gladys González). La diferencia que se expresa en estas voces hace que entre, por ejemplo, la extrema poética existencial de Alexia Caratazos y el frío y violento testimonio de Cecilia Espinoza se enlace un arco que da a leer un mismo arte y un mismo oficio. El orden rigurosamente alfabético, que no discrimina entre poetas internas e invitadas desde afuera, confirma que esta voluntad no se queda en la declaración de intenciones.
Mención aparte merece el cuidado trabajo gráfico de la publicación, que incluye un registro visual de los talleres en versión DVD. Los sobresalientes retratos de las poetas realizados por artistas visuales, no sólo confirman la convergencia entre artistas declarada en el prólogo de Carolina Schmidt (gestora de la experiencia), sino además el carácter de celebración de la expresión artística como manifestación integral más allá de pedagogías.
La continuidad de este enfoque multidisciplinario y profundo de convergencias es, desde ya, una buena noticia, y más aun cuando se proyecta en el tiempo y hacia fuera de la Región Metropolitana. No queda sino saludar y esperar que este tipo de iniciativas pasen de ser parte de nuestra política cultural puramente eventista a ser instancias permanentes de interés público. En un país cuya enfermedad fundamental es la falta de voluntad –por no llamarle cobardía moral-, no se puede sino desear que estos esfuerzos se continúen y multipliquen.

sábado, octubre 10, 2009

En torno a LA DERROTA DEL PAISAJE, de Antonio Rioseco Aragón


La nostalgia en poesía -cuando hablamos de efectiva transformación poética- ya no tiene ese dulzón tono y carácter de la balada en su forma primitiva, aún hoy viva en cualquier estación de radio que se respete. La nostalgia, en poesía, implica el entendimiento y la vivencia profundos de la efectiva simultaneidad de los tiempos y los espacios en la representación -poéticamente, lo que no está está, y este acento lo hace aún más inquietante que la simple ilusión sensorial.


Pienso en Ennio Moltedo cuando digo esto, y no voy lejos cuando me toca ahora presentar el primer libro de Antonio Rioseco Aragón (Los Ángeles, 1980), La derrota del paisaje (Valparaíso: Ed. Inubicalistas, 2009): de hecho es una cita del gran maestro de la poesía de Valparaíso la que encabeza uno de los poemas que me parecen centrales en el poemario –me refiero a “El habitante engañado”. Leo de ese poema la tercera estrofa:



Sólo cuando comencemos


a ser habitados por el óxido


comprenderemos esa herencia


que, como el polvo,


comienza a ocupar el espacio


dejado por lo ausente.



Es la herencia del rumor de las pisadas, los objetos que llevan / ánimas atadas al relato: y este moltediano habitante debe sufrir estas cosas, ya que para ello ha sido entrenado. Una conciencia difícil, ya que éste que habla no es en absoluto un vate.


Ser un vate implicaría ser el puro canal de un mundo otro, como de algún modo lo confirman los adivinos contemplando transparencias –piénsese en el agua quieta, la esfera de cristal. Por ello, la tradición los desea ciegos a este mundo lineal de cosas presentes. Pero, ¿cómo haces el mismo truco con los ojos abiertos y sin ser Tiresias? La simultaneidad aterradora del mundo va a pasar la cuenta a cualquier aspirante a la verdad del mundo, para hacerle elegir obligadamente otro camino de verdad, de más vértigo y menos prestigio: la vía poética.


Rioseco lo sabe, y como tal, asume la débil realidad del mundo enfrente y de sí mismo como observador. El sueño, o la pesadilla, puede coincidir con el sólido horizonte urbano –que a su vez puede ser barrido por bombas o por el espectro de cisnes elevándose desde humedales: Vietnam puede estar en la puerta del edificio de Lennon, cuando la guerra ya había terminado. La consistencia de la cotidianeidad logra desvanecerse, y el vaso de alcohol sólo confirma la percepción anterior de un mareo mil veces más radical –de raíz. El paisaje enfrente cae efectivamente en la evanescencia –la conciencia poética le pasa por encima.


En la poesía chilena contemporánea la entrada de esa otredad en esto mismo asume varias formas –basta recordar las alucinaciones futuristas de un Maquieira o la palpable substancia intempestiva de la lengua latina o inglesa en el centro de la anécdota en Germán Carrasco-; en Rioseco es clara la elección por la entrada de lo desplazado. Se trata del apego a lo caído de lo que habla en esa ciudad deshabitada, con un depósito entero de momentos que quedaron en la posibilidad o el olvido:



Hay ataúdes que siguen intactos bajo tierra.


Hay una ciudadanía oculta que corroe desde abajo.


Hay un temporal que llega y que no llega.



-como señala en esa corrida de versos que parece indicar el manantial que se ha mal llamado lárico, y que debiera calificarse de forma más precisa: lo que la ciudad chilena moderna desplaza mientras deja su huella, como un combustible de reacción para asegurar el flujo de sus imágenes propias. El poder de lo urbano depende de la medida de su destrucción, y ésta sólo puede corroborarse por sus ruinas: los muros bajo el suelo, los secretos mal guardados. Teillier en esto fue fundacional, en su forma de trazar un sujeto poético que más se definía mientras más se desdibujaba su entorno posible de afecto o pertenencia.


Pero Rioseco no tiene interés en definir ese sujeto. Es más: me parece que se remite una y otra vez a un sujeto múltiple, con lo que fragmenta más la posibilidad de poéticas definidas como mayores. El apoyo estará, naturalmente, en el desarrollo de la anécdota como posibilidad de vaciar la universalidad de la poesía mayor, y construir un flujo propio de imágenes. La resistencia vendrá entonces desde la inhabitabilidad del mundo, lo áspero de la situación del hablante. El casi alarde de las versiones del poema de Carver me parece un gesto nítido en esta dirección, así como la decidida y necesaria evasión que es ostentada en el texto final.


Como primer libro de Rioseco, el poemario es una buena sorpresa con respecto a búsquedas poéticas. Es fácil experimentar a estas alturas de la ruina de los grandes discursos: lo difícil resulta dar los pasos conociendo el suelo que se pisa –como las crisis financieras se resuelven capitalizando y no especulando sobre el aire. El trabajo consciente del sonido, el sentido y la imagen en cada uno de los textos de La derrota del paisaje es garantía del encuentro de una voz poética propia, que me parece ya responder a ese mismo aire que veo en Ennio Moltedo, Guillermo Rivera o Eduardo Jeria: distintas generaciones pero un mismo entorno con una forma de vida y de sentido de lenguaje comunes, situados decididamente de espaldas a la poética de capitalías, con su frecuente tendencia a la hazaña literaria –artística, política o mediática. En sentido estricto, esta pertenencia a una cierta disciplina escritural porteña (por no decir “estilo” o “tradición”, lo que implicaría seguras falacias) más que limitar la pluma de Rioseco, le da sustancia y cimienta una vía sólida.


La derrota del paisaje confirma desde el lugar de la autoría lo que ya confirmó Carta de Ajuste (Valparaíso: Ed. Cataclismo, 2007), antología de poetas inéditos de Valparaíso, desde el sitio de coeditor y seleccionador de autores y textos junto a Juan Eduardo Díaz: una decidida llamada a estar en la que es una de las trincheras fundamentales de la cultura chilena contemporánea, que es la afirmación de la poesía como visión de mundo, más acá de las consagraciones literarias académicas o periodísticas. En éste, un lugar del que ya no se sale, Antonio Rioseco Aragón confirma su carta de residencia.


Poema XVII de Chestnut Tree Cafe, traducido al inglés

Publicado en la revista norteamericana Ekleksographia, junto a unos textos de Camilo Brodsky y Gladys González, traducidos por William Alllegrezza y Galo Ghigliotto. Léedlo aquí.

Nota importante: el poema corresponde al libro An Old Blues Songbook, publicado por Ediciones del Temple, el año 2006.

jueves, octubre 01, 2009

Se invita al lanzamiento de...

La Derrota del
Paisaje
del poeta
Antonio Rioseco Aragón
presentan

Carlos Henrickson & Marcelo Guajardo
el evento se realizará en
Santiago
viernes 2 de octubre 2009
en el bar
Thelonious
Bombero Núñez 336
Bellavista
20.00 hrs.

sábado, septiembre 19, 2009

POCO ME IMPORTA, de Andrés Florit: una poética de reacción



La deriva por la ciudad es uno de los fundamentos claros de la modernidad poética. Desde el central artículo de Baudelaire, El pintor de la vida moderna, de 1863, ese exilio liviano del flaneur, que pasa despreocupado sobre esa ciudad que se transforma incesantemente, se constituye como una de las situaciones privilegiadas del artista: ver el mundo, ser el centro del mundo y permanecer oculto al mundo, tales son algunos de los menores placeres de esos espíritus independientes, apasionados, imparciales, que la lengua sólo puede definir torpemente.
Sin duda, esa figura del flâneur, algo indolente y con cierta conformación nerviosa que reinvierte toda su energía en el vicio de la contemplación y la posterior representación de aquella fantasmagoría extraída de la naturaleza -esa figura no corresponde en absoluto a la para hoy simpática imagen del escritor que denuncia la injusticia o el carismático iluminado que hace de sí mismo el ombligo de su concepción del mundo. Por lo mismo, hacerse acompañar de un desasido verso de Pessoa y habitar conscientemente un lugar de reacción ante la “revolución” posmoderna, son un par de los corajes detrás de Poco me importa (Santiago: autoedición, 2009), de Andrés Florit (Santiago, 1982), en que el autor irrumpe desde ya con provocaciones de peso ante las exigencias con respecto a la situación de la obra literaria. Ante el deber con respecto a un futuro que parece imponer a coros el mundo, el autor impone otro deber tanto más importante, y por lo demás legítimamente propio del poeta: el desasimiento necesario y consciente –presente- del artista moderno.
Un índice de esto puede verse en “Tendido sobre la hierba”:

Tendido sobre la hierba
escucho a unos pájaros
y poco me importa
saber sus nombres.


El desasimiento –poco me importa- impone a Florit una definida y provocadora reacción ante una poesía omnisapiente cuya altura sobre el mundo permita redimir a éste o a sí misma. El consciente hedonismo sencillo que este poema eleva como enseña dicta, quizás, el programa de la escritura de Florit: el no saber como gesto consciente, sin nada de inocencia, como punto de partida para la posibilidad del lenguaje poético.
Y esto porque la palabra, y el mismo nombrar las cosas y los seres se van poniendo en entredicho en una vivencia poética sin el espectáculo estruendoso del demiurgo. En éste último, este gesto es inicial y constitutivo; en la modernidad poética, conservada en el gesto reactivo de Florit, el nombrar es prácticamente una necesidad pesada y confusa para la expresión de esa muerte acumulada en nosotros. El divorcio con el logocentrismo es, entonces, decidido desde la crisis del sujeto poético (Lo que digo / no soy yo, en “Quién es éste...”), que tampoco encuentra sosiego en el callar (cfr. “A la vieja usanza”) y a quien la ciudad le pesa como una necesidad en la que es necesaria la transformación poética. Y más aun si hablamos de una en particular: aquella de las 3 de la tarde, ya sin prisa, en que constituye un pecado corregir la ortografía de los muros -esto es, un espacio libre de eventos cuya representación o explicación se hace imposible. Tan sólo funcionará para ello la liviana ambición del croquis, la representación aproximada y conscientemente subjetiva del plasmador de imágenes.
Esa preferencia por la contemplación conjuga otro perfil para la decidida reacción desde la modernidad de cara a la crisis del lenguaje y del sujeto. La presencia de las cosas (y hasta la huella de la presencia de las cosas) aplasta su denominación: la pregunta heideggeriana se diluye ante la absoluta realidad de lo que se mueve, se desplaza, se va y no deja de indicarse a sí mismo como pasado, un pasado que logra coexistir y ser presente bajo el sello de la inquietud. No resulta casual ni inocente, en este sentido, la indicación a The Californians Tale, de Twain.
Una poética con este recurrente vínculo a lo pasado, esta reacción: sería absurda y fuera de lugar si no encontrara una palabra justa, y ahí radica la virtud final de Poco me importa. La creencia en la labor poética como una búsqueda de una expresión más precisa de la realidad, que sepa que tiene una vocación demiúrgica crítica, condenada a la sordera en una época sorda –ésa es la alimentación ética preponderante en la poética de Florit: Tartamudear es un comienzo. En este sentido, aunque corresponda recalcar la poca solidez de la obra como totalidad –existen notorias diferencias estilísticas entre los textos, y se echa de menos un programa que logre unificar el conjunto de poemas-, queda clara una intención de situar a la creación literaria en la medida justa de su poder o su impotencia. El poema final del libro es luminoso en este sentido: la obra literaria se inicia en la escucha más que en la ejecución de melodías.
En un medio literario en que la inquietud política se convierte en central –por lo que salta a ser “tema de turno”, necesario escalón para aprendices de burócrata-, y en donde se ha legitimado por parte de un par de poetas de la generación de los 80 invocar palabras con mayúsculas que tan sólo un militar o un funcionario de los militares habría tenido la cara dura de decir u ocupar burlescamente –para resumirlo en un concepto, en el fascismo de parodia de la estrategia literaria concertacionista, instalado a medias y a punta de insolencias de sus agentes cubiertos y descubiertos, uno definitivamente termina por respirar de alivio ante el increíble hecho de que se siga haciendo poesía con una real preocupación al cuidado literario. Esta última inquietud, que constituye la necesaria ética del trabajo literario, no es –como tal vez quisieran los últimos profetas de la avanzada literaria- un escombro escondido y algo mohoso, como una primera edición de Enrique Lihn o una anécdota (otra más) de Teillier pasado de copas, sino que revive por propia necesidad, como parte fundamental de la actividad literaria y condición para su supervivencia más allá de la “transición” y la sofisticada manipulación instrumental de la actividad poética por parte de moros y cristianos.

miércoles, septiembre 02, 2009

RASO: en torno a la carencia de un rito de paso


Hay un problema fundamental en las sociedades laicas, modernas y racionales: su ausencia de rituales de paso. Existe una razón obvia: estos rituales surgían por la evidencia de una pluralidad de mundos, que estaban presentes en el nuestro. El niño vivía en el mundo de las mujeres, hasta que una ritualidad particular lo hacía renacer en un mundo distinto, y podía ser llamado hombre, dar la entrada al mundo del padre, a través de los rituales de la caza o la guerra. Desde la visible ritualidad de los kaweshkar a la republicana y guerrera Roma, esto se mantuvo indemne, hasta que el mundo quiso ser uno solo, evitarse complejos dibujos metafísicos, producir pasos graduales y ojalá insensibles hacia una madurez cada vez más vaga e imprecisa.

Este paso de una realidad a otra alcanzó a ser en nuestras armadas naciones republicanas el llamado “servicio militar”. En el insultante patrioterismo chileno, la figura de los muchachos, uniformados (es decir, disueltos sus rasgos particulares para ser todos una sola “arma”, cada uno la partícula indivisible de un solo útil de agresión) y con rictus insensible, implicaba el paso a la adultez, a la existencia dentro de la fallida, incompleta y mentirosa religión civil de nuestras jóvenes copias de repúblicas. Inclusive cuando se trató de muertes accidentales (Alpatacal y Antuco), toda la autoridad civil y militar les dio el ridículo trato de héroes, aumentando –si se pudiera- la parodia de ritual que aún significan para algunos estas instituciones. Algunos, por supuesto. Ya que el aprendizaje de obediencia y desindividuación que implica tan sólo es dirigido en Chile a aquellos a los que les conviene aprender a obedecer y sumirse en una colectividad. Para otros, el aprendizaje será otro: para mandar y especializarse, destacarse, ser alguien. Dentro de esta copia infeliz de metafísica, el servicio militar es un ritual de paso incompleto, fallido e inútil: su finalidad es entrar a una adultez obediente y “civilizada”.

El sentido profundo de este error en el alma perturbada de un conscripto es el blanco de Carlos Cardani (Santiago, 1985) en Raso (Santiago: Ed. Balmaceda Arte Joven, 2009), un blanco alcanzado con una singular efectividad emotiva. Y digo emotiva, no en el sentido de una superficie en la cual destaquen procedimientos literarios que provoquen emoción, sino en el hábil trabajo de la forma poética, que logra dejar de decir lo que no se puede decir, y conservar ese conocido monstruo de nuestro Oficio: la profunda inefabilidad de la experiencia. Me explico: antes de intentar hacer sentir al lector la completa irracionalidad de la vida de cuartel, Raso logra presentar los hechos en su honda imposibilidad de comprensión. Y precisamente esto es esencial en la experiencia posible de un raso.

El carácter ritual de la experiencia se fundamenta en su absoluto hermetismo ante la razón. Si paso desde un mundo a un mundo b, es obvio que toda norma y perspectiva debe ser profundamente trastocada, carecer de lo que en nuestra civilidad se entendería como racionalidad. El deber militar toma el lugar de lo sagrado, dejando a la religiosidad en un margen ridículo y absolutamente carente de trascendencia (esa misa llevada a la cama, con los remedios sin bendición), cuando no en la significativa paradoja del Cristo de la Paz, una suerte de testigo y símbolo del absurdo, que da el tope a las pasadas proezas de guerra y las imitaciones de proezas de los ejercicios actuales.

Se trata de algo más significativamente propio, un carácter distinto de trascendencia. El raso, en la soledad más extrema, tendrá que reconocer una nueva familia, una nueva “camada”, y adaptar toda visión a esta nueva luz. La alternativa es ese otro mundo, marcado por la maternidad y el cuidado, señalado a una distancia casi cósmica. Es decir, la patria no es el Chile que se habita, sino un abstracto imposible, para quien el mediador está claro:

Usted sirve a la patria
cuando sólo me sirve a mí

Por cierto, nada de esto es en sí extraño para los que algo conocemos del mundo. Pero el gesto de Cardani es, en su simpleza, una absoluta revelación: el llevar a la existencia literaria esta realidad con la cual llevamos la convivencia más cotidiana posible en los tiempos de tranquilidad, y que posiblemente alguna vez nos toque en nuestra vida aquella otra violenta convivencia: el mundo más allá del cuartel, que parece esperar a despertar cuando alguna invocación horrorosa lo saque más acá de esos muros. Cardani es capaz de repetirnos lo que sabemos, pero quizá no nos guste saber: que convivimos con este mundo de puro e irrazonable deber.

Este mundo de puro e irrazonable deber... Creo que este camino es necesariamente aquel a través del cual recién se puede empezar a hacer una lectura política clara y precisa de Raso. El mundo que muestra Raso es un interesante cristal en que se ve el aprendizaje de la obediencia, de la gris mediocridad (absolutamente opuesta a cualquier posible tono dorado), de la debida callada aceptación, que deben pasar todos y cada uno de los hijos de la clase trabajadora de este país. El mundo de la conscripción invade las obras de construcción a través de todo el territorio (verdaderos ejércitos, con sus desplazamientos, sus alegrías y sacrificios análogos a los de la guerra), todos los restos de nuestro mundo industrial, el “servicio público” en la administración estatal, e incluso nuestra moderna estructura de empleos de servicios. La estructura de esa gris mediocridad es, en algún sentido, el alma del país, sobre el que la piel y el vestuario de la civilidad se sostienen –y la razón de la diferencia que esa racionalidad desea representar.

Raso es, como el estado mental de conscripción que logra representar en su plena sequedad emocional, un índice de cómo funciona en verdad la vida en el bárbaro país que habitamos. La limpia intención descriptiva logra presentar una diferencia suficiente marcada con el lector, que de seguro se va a ver una y otra vez en esa denominación, tan precisada que se convierte en el espacio o lugar desde el cual se puede efectivamente leer el libro: el cinco por ciento: la vergüenza del Ejército / Los que no merecen llevar el uniforme / Por pobres calambrientos pollerudos, que no merecen ni orden ni castigo.

Este trabajo de representación de un ritual de paso incompleto –incompleto precisamente desde el momento en que se ve desde el cinco por ciento- resulta así un objeto tan inquietante como debe serlo un buen libro de poesía. La realidad se nos vuelve una elástica entelequia, tan sólida en su calidad de simulacro (la instrucción de tiro en que el blanco debe ser un peruano), como ilusoria en lo que parecía más sólido: el sitio donde se habita (una imagen que se desvanece) o la historia, que debería ser el fundamento de esta supuesta épica (esas últimas guarniciones peruanas, los últimos pasos de Bolognesi...).

Sin pretender ser manifiesto político, testimonio esencial o epifanía estetizante, el libro de Cardani resulta una de las más notorias y precisas de las muestras de poesía de su generación, precisamente por el conocimiento claro que muestra de la esencia del Oficio y su compleja relación con ese mundo externo del que, se supone, debe dar cuenta. En la valentía, además, que implica la verdadera incitación a lecturas erradas que constituye este libro, Raso se convierte en acierto efectivo en un campo poético que llama a una verdadera crisis del modelo literario bien pensante que ha impuesto un aparato estatal de oscura y venenosa influencia en la escena poética nacional.

a no faltar!!

miércoles, agosto 26, 2009

Descentralización Curicó-Talca 27-29 de agosto


PROGRAMA CURICÓ

JUEVES 27 DE AGOSTO
Curicó

10:30 Escuela El Boldo

Charla y lecturas con alumnos y poetas invitados.

José Ángel Cuevas (Santiago) Cristian Muñoz (Copiapó), Juan Soñador Rivera (Huasco), Claudia Kalleg (Valdivia), Carlos Henrickson (Valparaíso), Rodolfo de los Reyes (Curicó), Iván Lorenzini (Curicó), Alejandra Contreras (Chillán).

Presentación musical: Charlie Flowers (Talcahuano).


12:00 Lectura Frontis Teatro Victoria de Curicó

Christopher Malebrán (Copiapó), Marcelo Mucca (Iquique), Samuel Maldonado (Curicó), Cristóbal Ramírez (Talca), Milton Leiva (Chillán), Juan E. Díaz (Valparaíso), Marcos Leiva (Puerto Montt), Kato Ramone (Curicó), Poli Roa (Puerto Montt), Nicolás Miquea (Concepción).

Performance: Colectivo “Tres Mujeres Nuevamente” (Concepción).

Teno

14:30 Liceo de Teno

"Homenaje a Efraín Barquero".

Diego Muñoz (Curicó), Christopher Malebrán (Copiapó), Jaime González (Curicó), Marcelo Mucca (Iquique), Cristian Muñoz (Copiapó), Christian González (Santiago), Cristina Gallardo (Valdivia), Gladys Mendía (Venezuela), Claudio Faúndez (Valparaíso), Víctor Munita (Copiapó), Greta Montero (Concepción).

16:15 Cuesta el Peral - Teno

Lectura Homenaje a los guerrilleros Francisco Villota, José Miguel Neira y Manuel Rodríguez. Lectura Colectiva.

Curicó

17:15 Centro Cultural Población Santos Martínez “Cumbre Poética”

Lecturas poéticas, música y talleres

Danza: Grupo de danza y ballet infantil “Santos Martínez”. Dirige: Cyntia Moya

Mesa no. 1: Christian Martínez (Temuco), Rodrigo Romero Flores (San José de Maipo), Greta Montero (Concepción), Colectivo “Tres Mujeres Nuevamente y sus vástagos cesantes” (Concepción): performance y lecturas. Cristina Gallardo (Valdivia).

Presentación Musical: Evelyn Cornejo (Talca)

Mesa no. 2: José Ángel Cuevas (Santiago), Gladys Mendía (Santiago), Marcela Menares (Santa Cruz), Eduardo Klein (Curicó), Matías Espinoza (Talca), Carlos Henrickson (Valparaíso), Nicolás Miquea (Concepción), Poli Roa (Puerto Montt).

Lectura “Poetas del Norte Grande”: Juan Soñador Rivera (Huasco), Rodrigo Rojas Terán (Arica), Marcelo Mucca (Iquique), Víctor Munita, Christopher Malebrán, Cristian Muñoz (Copiapó).

Cierre musical: Charlie Flowers (Talcahano).



20:30 Corporación Cultural de Curicó

Presentación Editorial "Yerba Mala Cartonera” con Marcelo Mucca (Iquique).

Mesa de conversación: “La integración latinoamericana en el arte”. Intervienen Christian González (Santiago), Gladys Mendía (Venezuela) y Patricia Tagle de Rokha (Santiago).

VIERNES 28 DE AGOSTO
Curicó

10:00 Liceo de Niñas Fernando Lazcano
Charla y lecturas poéticas de género.

Cristina Gallardo (Valdivia), Claudia Kalleg (Valdivia), Alejandra Contreras (Chillán), Rocío Cano (Santiago), Poli Roa (Puerto Montt), Gladys Mendía (Venezuela), Catalina Flores Araya (Talca), Greta Montero (Concepción), Gisella Morety (Curicó), Patricia Tagle de Rokha (Santiago), Silvia Rodríguez (Talca).

Presentación musical: Evelyn Cornejo (Talca).

Performance: Colectivo “Tres Mujeres Nuevamente” (Concepción).

11:30 Plaza de Armas, Kiosko Monumento Nacional

Lecturas: José Ángel Cuevas (Santiago), Marcelo Mucca (Iquique), Juan Soñador Rivera (Huasco), Milton Leiva (Chillán), Carlos Henrickson (Valparaíso), Cristian Muñoz (Copiapó), Marcos Leiva (Puerto Montt), René Silva (Santiago), Rodrigo Romero-Flores (San José de Maipo), Christian Martínez (Santiago), Jaime González (Curicó), Víctor Munita (Copiapó).

Performance: Patricia Tamblay (Colectivo Tres mujeres nuevamente).

Presentación musical: Charlie Flowers (Talcahuano).



PROGRAMA TALCA

VIERNES 28 DE AGOSTO

Talca

15.00 Cárcel de Mujeres
Leen: Gladys Mendía, Cristina Gallardo, Rocío Cano, Elvira Hernández.
Música: Evelyn Cornejo.

18:00 Teatro Liceo Abate Molina . Homenaje al grupo "Mandrágora"

Exhibición documental "Mandrágora" de Eduardo Bravo Pesoa.
Exponen: Lucía Muñoz, Claudia Kalleg y Eduardo Leyton-Pérez

20:00 Centro de Extensión UCM
Presentación del Libro “Los escombros de un actor porno” de Kato Ramone. Presenta: Eduardo Klein.
Leen: Matías Espinoza, Juan Soñador, Marcelo Mucca,
Cristián Lagos Condemarzo, Marcos Leiva, Samuel Seguel, José Angel Cuevas.

23:00 TNT
Leen: Marcela Menares, René Silva, Milton Leiva, Alejandra Contreras, Marcelo Mucca, Víctor Munita, Feña Herrera, Cristopher Malebrán, Cristian Muñoz.




SÁBADO 29 DE AGOSTO

Talca

9.30 Cementerio General de Talca. Memorial DD.DD.
Leen: Milton Leiva, Marcos Leiva, Claudia Kalleg, Juan Soñador Rivera, Cristian Muñoz, Víctor Munita.


11:00 Radio Comunitaria “Primavera”, Población Padre Hurtado
Leen: Andrés González, Cristobal Ramírez, Matías Espinoza, Marcela Menares, Cristina Gallardo, Gladys Mendía, "Tres Mujeres Nuevamente", Samuel Maldonado, Jaime González, Marcelo Mucca, Cristopher Malebran.
Música: Charlie Flowers, Todas esas Manos.


Mercedes

15.30 Radio Comunitaria “Travesía”.

Performance: Colectivo Tres Mujeres Nuevamente.
Exposición Fotográfica y Artes Visuales: Groop Orfeón y Pausarte.
Música: Jaime Rocco, Evelyn Cornejo, Bajo Bantu, Charlie Flowers.
Leen: Marcelo Mucca, Victor Munita, Cristian Muñoz, Juan Soñador, René Silva, Marcos Leiva, Gladys Mendía, Cristina Gallardo, Claudia Kalleg, Milton Leiva, Matías Espinoza, Cristobal Ramírez, Bernardo González, Rolando Pavez.

22:00 Restaurant Tuareg. Microfono Abierto.
Fotografía. Performance. Improvisación. Poesía. Música

lunes, julio 13, 2009

"OBRA COMPLETA" de Gustavo Ossorio: una buena noticia


Existe una obvia dimensión espiritual “ascendente” de la que procede muy directa y visiblemente nuestra cultura. Pensar en las divinidades como seres del cielo, en este sentido, es de hecho la gran elección cultural de nuestras sociedades, desde el castigador y terrible Yavé hasta el claro, luminoso y festivo Olimpo: aunque bien pudiera haber sido otro el camino. Los seres celestiales que rigen la vida diaria de los hombres, que obedecen a su razón y a su deseo, siempre tuvieron su opuesto despierto y vigilante en las entidades subterráneas y nocturnas. El Olimpo podía regir la vida diaria e iluminada por el sol, podía dictar las leyes e inspirar la discusión sobre el destino y las decisiones de la polis –al fin y al cabo, su creatura-; sin embargo, ante la muerte y todo aquello que estaba más allá de la razón y los muros de la ciudad otros regían. En vez de ofrendas que se queman hacia el cielo, ofrendas que destilaban suelo abajo; en vez de la elevación del alma hacia Dios, el oscuro y doloroso descenso, la catábasis.
Este contraste entre la búsqueda luminosa y la búsqueda oscura tiene sus ecos en todas las manifestaciones culturales de nuestro mundo: habría que ver, por ejemplo, cómo las poéticas chilenas tienden a asumir posiciones en una forma prácticamente maniquea: poéticas claras (desde el modernismo de Rubén Darío, el obvio y cívico Neruda post-Guerra Española, el larismo desde Juvencio Valle hasta Efraín Barquero y Jorge Teillier, el ansia cívica e hímnica de un Zurita, etc.) y poéticas oscuras (desde la partida chilena del modernismo con Pedro Antonio González, las múltiples vanguardias que deseaban rescatar lo irracionalidad desde Agú hasta la Mandrágora, De Rokha en sus ecos más profundos, Díaz Casanueva y Rosamel del Valle, hasta llegar al asombro radical ante el lenguaje de Enrique Lihn o Juan Luis Martínez). Pertenecer a estas “poéticas oscuras” significó –y aún significa para ciertas comisarías críticas- pertenecer a cierta tradición secundaria, adjunta y subalterna, que alimenta de material y procedimientos a sus gemelas claras que tienen en su poder las misiones finales: la palabra cívica y la dotación de sentido al ser nacional. Si bien este cuadro no se aplica en absoluto a la producción efectiva de la literatura chilena actual, durante largos años fue una convicción permanente.
Es así que la conocida como “segunda vanguardia” por los cronógrafos literarios quedó ensombrecida por una minoridad abismante. Manchada por cierta vaga acusación ética –¿búsquedas poéticas mientras mueren niños en España?-, investigando modos poéticos europeos mientras en esos mismos finales de los 30 la prosa estaba descubriendo el mundo popular chileno, en un momento en que se ve ya armado e inconmovible un canon desde Pezoa Véliz hasta Neruda –falacia en la que aún estamos envueltos nosotros-, canon en el que lo que no corresponde a la línea es ruido de ambiente; en ese momento, los “poetas oscuros” de ese 38, parecen verse condenados a un segundo plano.
Quién pudiera ser, en este sentido, más condenado que Gustavo Ossorio, quien desde ya muestra esa misteriosa coherencia entre vida y poética característica de las figuras épicas del oficio. A su fatal camino vital –en que no faltó ni la enfermedad ni la locura-, a su escasísima figuración pública, se suma quizás el haber vivido en un momento poético absolutamente privilegiado en la historia de la poesía nacional, en el que el desarrollo de escrituras de gran complejidad enfrentaba desafíos profundos. Tan sólo dentro de lo que pudiéramos llamar poéticas de catábasis –descenso espiritual, búsqueda interior, examen poético de la muerte y la fatalidad-, estaban además las figuras señeras de Hernán Díaz Casanueva y Rosamel del Valle, así como la poesía negra del grupo Mandrágora. Quedó entonces, consecuentemente, como uno de los tantos nombres a media voz de la poesía chilena, junto a Hugo Goldsack, Boris Calderón o Julio Tagle: rarezas bibliográficas para el conocedor.
Una de los aportes fundamentales de la Obra Completa (Santiago: 2009) de Gustavo Ossorio, publicada por Editorial Beuvedráis y editada por Javier Abarca y Juan Manuel Silva, es claramente el resaltar la originalidad y enorme intensidad de la poesía del autor. El daño de la permanente canonización de los cronógrafos literarios chilenos es obvio: la escritura de Ossorio reúne características de una poética absolutamente madura, con un rigor y una vivencialidad profunda que sorprenden.
A pesar de su marcado sello oscuro (el “diálogo permanente con la noche y la muerte”, remarcado por Rosamel del Valle), es importante considerar el carácter profundamente iluminador de la poética de Ossorio. En respuesta a la consulta sobre su poética para la Antología 13 Poetas Chilenos, realizada por Hugo Zambelli, Ossorio responde:
“La poesía no es para mí ni el anecdotario rimado, ni el romance, ni nada que emita destellos ni signifique una decoración amable ni una música sensual. Ella es para mí el verbo encendido que con tremenda voz clama por el lugar justo del hombre entre sus semejantes; y es el vestido mágico para aparecer y desaparecer a voluntad; y el don de salir de uno mismo o de entrar en uno como un ojo encendido, para visitar la sima profunda” (los destaques son míos)

Llama la atención la repetición del concepto de lo “encendido”, y la aspiración hacia el “lugar justo del hombre entre sus semejantes”: poco o nada hay acá de la defensa de una poesía libérrima o desasida. Se aprecia un sentido muy profundo de la experiencia poética, lejos del alarde vanguardista, lo que lo acerca mucho más a Díaz Casanueva que a la Mandrágora, más a la aún poco conocida conciencia estética rokhiana que a la lúdica poesía automática.
El mismo Ossorio, al explicar su concepción poética en una carta a la poeta argentina María Adela Domínguez, cita una frase de Rokha: “La estética es el conocimiento intuitivo del universo, formulado en esquemas y axiomas conceptuales”. Este acercamiento a la poesía como hermana de la pregunta filosófica debería expresar la apertura de un posible nuevo “campo” en la producción poética chilena, en que autores como Díaz Casanueva, Rosamel del Valle y el mismo Ossorio puedan ser vistos bajo una luz distinta y más consistente que hasta ahora. La sumamente lúcida misión de la poética de Ossorio (“expresar la batalla del ser”) podría ser desde ya el punto de inicio de una “descanonización” y una nueva mirada sobre la producción literaria que rodeaba el año 1938.
Llama la atención la absoluta ausencia de lo anecdótico en la poesía de Ossorio. “Vida es una cosa, poesía otra”, afirma en la carta ya citada: y esta condición de oficio trascendente se confirma claramente en toda la trayectoria de la obra que se nos ha dejado conocer. Acaso el nivel de experiencia asume una dimensión muchísimo más profunda: una dimensión cerrada y personal, que no deja de reconocerse eco de angustias primordiales humanas: la muerte, la posibilidad de trascendencia, la pregunta por el ser. La “subjetividad” de una poética como ésta es, quizás, sólo una palabra vieja de encasillamiento, desde el instante en que las problemáticas esenciales distan mucho de ser reductivamente personales. Estas angustias llaman a una memoria –una palabra clave en la obra de Ossorio y destacada con mayúsculas por Díaz Casanueva en el prólogo a El Sentido Sombrío, de 1948-, reserva en que las imágenes y presencias de una colectividad están presentes: y esa colectividad no es la cerrada conciencia nacional o popular, sino la expresión de una humanidad, que en su viejo sueño de trascendencia propia, naufragaba en esa década de forma casi final.
Esta universalidad es posible porque este “yo” poético no es en absoluto el “yo” romántico. Este “yo” implica la persona de una experiencia límite y mistérica, cuyas rota trascendencia y limitación esencial se plantean en el aparente hermetismo y la intensidad emocional casi religiosa que podríamos leer en un Hölderlin o un Rimbaud. Como poética de “catábasis” cumple con una milenaria tradición de abrevar en las aguas más oscuras en busca de la definición más plena de las posibilidades del ser humano, en lo que es quizás el gesto reflejo y necesariamente complementario de esas otras búsquedas del 38: la literatura nacional, el ser popular.
Esta edición de la obra completa de Ossorio marca una positiva señal en pos de una necesaria relectura de la literatura nacional desde un punto de vista más abarcador y comprometido –comprometido en el sentido de tomar las obras literarias como formas vivas, y no como restos o marcas de la historia social, política, o de una “historia literaria” que cada vez suena más a mito vacío. El prólogo de Juan Manuel Silva, en este sentido, salva el obvio defecto de no tratar directamente en toda su extensión el caso, la vida y la obra de Ossorio, a través de un formidable desafío a los modelos de lectura historiográfica de la poesía chilena.

sábado, julio 11, 2009

ANTOLOGÍA EN VOX

Como parte de un programa de colaboración, intercambio y coproducción entre la revista y editorial Lanzallamas de Chile y Vox de Argentina se publican dos antologías de la nueva poesía de cada país. La selección de poetas chilenos esta integrada por: Cristián Gómez, Andrés Andwanter, Camilo Brodsky, Carlos Henrickson Villarroel, Katherine Alanis, Alejandra González Celis, Florencia Smiths, Galo Ghigliotto, Marcelo Guajardo Thomas, Francisco Leal, Carlos Soto Román, Oscar Saavedra Villarroel, Claudio Gaete Briones, Ernesto González Barnert, Raúl Hernández, Marcela Saldaño, Rodrigo Arroyo, Enrique Winter, Víctor López, Edson Evaristo Pizarro, Diego Alfaro Palma, Tamym Maulén, Guido Arroyo y Monserrat Ovalle Carvajal.

Échenle una miradita aquí.

sábado, junio 27, 2009

SOBRE 34, DE C. FAÚNDEZ


Conozco desde hace una buena cantidad de años a Claudio Faúndez (Valparaíso, 1973) (C. Faúndez, en su nombre de autor), y me es imposible olvidar Playa Ancha –como paisaje humano más que como imagen detenida- en el instante en que tengo que dar cuenta de 34 (Valparaíso: Ed. Cataclismo, 2008), poemario en que celebra ese número de años, si es que de una celebración se trata. Y esto porque Playa Ancha, más que cerro o sector, casi una ciudad asociada al puerto de Valparaíso, sigue siendo un ejemplo cotidiano de esas realidades que se nos han estado escapando de la literatura desde que pueblo pasó a ser de nuevo una simple palabra –y una mala palabra. A pesar de ciertos intentos risibles de convertirla en patrimonio literario (incluyendo el bautizar a Pezoa Véliz como porteño y playanchino), Playa Ancha está muy lejos de entrar a la moda patrimonial o literaria: en lo cotidiano la vida no se deja atrapar por museologías y transcurre tomando y olvidando las ocasionales victorias y las más comunes derrotas cotidianas en una ciudad que sufre desde hace décadas la absoluta escasez de puestos laborales, así como miserias más actuales como la pasta base o los funcionarios que se pasean impunes con el botín ganado en los últimos años a través de una corrupción desesperante. Esto, por supuesto, es tan iletaturizable como el lento paso de la tarde y la noche: habría que estar ahí para saberlo –donde la gente vive: más arriba de la Universidad de Playa Ancha, claro, que no nos dirá nada sobre esto.

El clima de una casa cercana a uno de los cementerios más lúgubres que uno pueda imaginarse –más o menos oculta en una quebrada de fuerte humedad- daría una noción más precisa; pero claro, habría que estar ahí. El imaginario de Faúndez logra llevarnos a la presencia de un transcurrir del tiempo más allá de los acontecimientos –el acontecimiento acá se da, a lo más, en la visita de un par de amigos del poema la mosca, en que la conciencia del hablante termina alejándose hacia la expresión de una nueva experiencia de encierro. En el encierro de un insecto parece expresarse el absurdo de cualquier noción de espacio externo o cualquier utilidad de la visita: situación que rememora a Kafka, y precisamente desde el ambiente de transcurso cerrado e impasible del tiempo que su narrativa expresa.

Pienso en narrativa, porque en general la voluntad narrativa aplasta en estos textos cualquier lirismo. En la tomadura de pelo de la desesperación de quien desea escribir un poema de forma perfecta se ve claramente el deseo de exterminar cualquier punto de fuga en la poética de Faúndez, restando a la vida y a la muerte cualquier sentido de trascendencia. Lo lúgubre se presenta suavizado por la frialdad del oficio de testigo: el trabajo de la carnicería –la trivial y breve presentación de los empleados y sus instrumentos- podría verse como la imagen de esa actividad de frío registro, en que la atención sobre lo cotidiano desplaza definitivamente cualquier carga emocional sobre el material tratado.

Sería sencillo lograr este clima si se obviara completamente la presencia de lo trágico, mas Faúndez sí lo hace aparecer. La clave de esta presencia se da en jirones: la inquietante figura de un farol, la muerte de una madre, la nostalgia de la época de la inocencia. Lo interesante del tratamiento de Faúndez es la aparente sencillez al relevar estos hechos trágicos a un segundo plano, dejando a la vista el paso del tiempo o la banalidad (pienso en libro de poemas, por ejemplo) como el sustento de la imagen poética.

La base es sin duda un sentido de prolongada contemplación, que no busca revelaciones, sino que la sola experiencia del transcurso. Esta pura melancolía es el clima dominante de los textos, y hasta la sencilla y oscura presentación externa del poemario tiende a confirmar esta percepción. El hablante, como habitante de lo trágico, no es capaz de ver el hecho trágico en su totalidad, habitando permanentemente el momento vacío del pasmo, la indiferencia tras la lucha contra la necesidad. La salida a ese pasmo paralizante se presenta en el pleno sumergirse en esa penumbra nocturna: para salir de la noche servirá un fósforo sostenido por dos dedos agusanados, como expresan los versos que cierran el libro.

34 tiene la dimensión breve de un libro de anticipo, que espera un desarrollo más amplio. Aunque, como muestra de la voluntad poética de Faúndez, es de gran contundencia. Si bien aún se puede ver el aspecto oscuro y denso de los cuentos de El Silencio –Manuscritos para los Suicidas del Mañana (Valparaíso: Ed. La Bruja, 2000), la escritura poética tiene características propias y definidas: la formación de imágenes poéticas compactas y el sentido de una cierta musicalidad trunca de gran fuerza y originalidad le dan a Faúndez pleno derecho de ciudadanía poética en un Valparaíso en que la poesía de la melancolía (piénsese en Juan Cameron, Ennio Moltedo o el también playanchino Álvaro Báez) tiene y seguirá teniendo una poderosa presencia.

jueves, junio 11, 2009

FURIA DEL LIBRO: EN VILLAVICENCIO 323


Una ocasión imperdible.

19 de junio

20:00 hrs. Noche de apertura de la Furia del Libro

Recital con los poetas: Germán Gana, Galo Ghigliotto, Pablo Paredes, Gladys Mendía, Gustavo Barrera, Ángel Valdebenito, Edson Pizarro, Elvira Hernández, Alejandra Fritz.

Música en vivo.

20 de Junio

11:45 Lanzamiento de Nuevo curso de Mecanografía. Diego Alamos. Ediciones Luciérnaga.

12:30 Lanzamiento de Jaunesse 1. Carlos Henrickson. Alquimia Ediciones.

13:45 Lectura Gustavo Barrera, Alejandra Fritz, Elvira Hernández y Edson Pizarro. Ripio ediciones.

14:30 Lanzamiento Antología Nunca Nunca. Clara Quero y Cristina Bravo. Microeditorial Lingua Quiltra.

16:00 Conversación y lectura entre: Juan Pablo Sutherland, Pedro Lemebel y Felipe Rivas; en torno a Literatura, Política y Género.

17:00 Conversación y lectura con José Angel Cuevas.

17:45 Conversación y lectura con Patricia Espinosa y Roberto García.

18:30 Lanzamiento Epew-Fabula. Nuevo Imaginario visual de la poesía Mapuche. Piedra de Sol Ediciones.

19:15 Recital de Poesía y Narrativa actual:
Jaime Huenún, Felipe Moncada, Tomás Browne, Felipe Becerra, Lucas Costa, Enrique Winter, Víctor Quezada.

20:00 Performance “Putas para Huidobro”. Eli Neira.

20:30 Lanzamiento de Segunda Serie Poetas del Puerto. Rabiosamente Independientes.

21:00 Música Electrónica Experimental.

21 de Junio


11:30 Presentación de las leyendas The lanterns of Pillan y When the moai walked (Lectura de leyendas chilenas en inglés, apoyo de imágenes a través de power-point. Amapola Editores.

12:15 Cuentacuentos Infantiles. Eva Passig.

12:45 Leyendas chilenas adaptadas por el equipo Amapola Editores.

13:15 Presentación del libro A la sombra, Encuentro Lit. en el recinto penitenciario femenino. Alquimia Ediciones.

14:00 Lanzamiento de Lenta. Alexia Caratazos. Alquimia Ediciones.

14:45 Muestra de Videopoesía, Varios autores.

15:00 Lanzamiento de Revistas Literarias: Los Poetas del 5, Contrafuerte, Cuadernos Quiltros N1, La Piedra de la Locura.

15:45 Lanzamiento de Los Perplejos. Cynthia Rimsky y Lanzamiento de Colección Reserva, Ricardo Loebell. Sangría Editora.

16:00 Conversación y lectura con Rafael Rubio.

16:45 Recital de Poesía y Narrativa:
César Cabello, Juan Pablo Pereira, C. Faúndez, Julieta Marchant, Marcos Arcaya, Guido Arroyo, Diego Ramírez.

17:00 Lectura Poética: Héctor Hernández Montecinos, Carolina Vega, Leonardo Quezada, Rodrigo Romero-Flores, Cristian Moyano, Yeko Aguilera.

17:45 Proyección de documental “Señales de Ruta”, de Tevo Díaz, sobre el Poeta Juan Luis Martínez.

18:15 Presentación Los Cantos Ocultos. Antología indígena Latinoamericana. Jaime Huenún.

19:00 Conversación y lectura con Carmen Berenguer. Organiza: Catapulta Libros.

19: 45 Presentación de Editorial Mansalva de Argentina, conversan el director de la editorial Francisco Garamona, y el crítico del diario El Mercurio, Pedro Pablo Guerrero.

20:30 Presentación del libro “Sobre la ausencia” de Carlos Droguett, y exhibición de video del autor. Presenta: Roberto Contreras Organiza: Lanzallamas Libros.




Entre las editoriales participantes se encuentran:

Puntociego Ediciones
Ediciones Cataclismo
Lanzallamas Libros
Ortiga Ediciones
Microeditorial Lingua Quiltra
Rabiosamente Independientes
Canita Cartonera
Das Kapital Ediciones
Ediciones del Temple
Corriente Alterna
Puerto de Escape Editores
Replica Mag
La Piedra de la Locura
Editorial Fuga
Ripio Ediciones
Sangría Editora
Revista Contrafuerte
Piedra de Sol Ediciones
Ediciones Luciérnaga
Revista Los Poetas del 5
Mythica Ediciones
Amapola Editores
Editorial Gog y Magog (Argentina)
Vox Ediciones (Argentina)
Editorial Mansalva (Argentina)
El niño Stanton Ediciones (Argentina)
Editorial Black & Vermelho (Argentina)
Editorial Zignos (Perú)

viernes, junio 05, 2009

IN MEMORIAM SERGIO RAMÓN FUENTEALBA


La lucha por la promoción y difusión de la cultura es, sin duda, una de las guerras –así de extremo, así de difícil- más largas de nuestra humanidad. No me refiero a la cultura en sentido amplio –lo que todos hacemos a toda hora, la forma en que vemos el mundo-, sino a esa vuelta dialéctica que nos hace ver todo eso que hacemos bajo la luz de un segundo momento, así como volver a ver el mundo tal como es. Ésta es la base que moldea nuestra ética personal y social, ésta es la condición única para ver el mundo como quisiéramos que fuera. Por esto el sentido ético y político de todo quehacer cultural permanece en un primerísimo plano para nosotros, los que metemos la vida en eso, a pesar del persistente blanqueo del concepto de cultura que quieren hacernos tragar –y así entregar las preguntas y las respuestas fundamentales a los administradores burocráticos de la vida social, a los moldeadores de una humanidad sorda y ciega.

Es, sin duda, una vocación, algo imperioso. Eso se me viene a la mente cuando me acuerdo de Sergio Ramón, y en especial considerando que colaboré con él en las publicaciones que realizaba junto con su esposa, Cecilia Zúñiga. Si bien aprendí de muchos lo que concierne al arte y la cultura en cuanto creación, fue con Sergio Ramón de quien aprendí lo imperioso de la vocación de la difusión cultural, y en su aspecto más real y palpable. Ya ni recuerdo en cuantos de esos libros trabajamos (¿10, 15?), sabiendo que si bien no correspondían a la vistosa presentación de las escasas publicaciones que aparecían en Concepción, su interés inmediato les hacía imprescindibles. Las entrevistas a escritores y artistas de nivel nacional e internacional que duraban un día en el diario de esa ciudad de mala memoria pueden prestar hoy ese testimonio: el oficio de Sergio Ramón lucía ahí la precisión de ese verdadero periodismo cultural, atento, consciente y pleno de sentido, que hace rato viene escaseando –y las crónicas sobre el Concepción de las buenas épocas demostraban en él el estilo ágil y agudo de quien más que nostalgia tenía el sentido de celebración de lo que significaba vivir en el entorno cultural floreciente que algunos hubiéramos querido que volviera a ser la ciudad.

Dejo aparte el tema de las publicaciones literarias, y eso porque ahí me corresponde hablar en sentido personalísimo. Cuando estaba recién intentando mis primeros esbozos literarios –irresponsablemente (como siempre debiera suceder en la primera publicación) editados en Ediciones Etcétera por Tulio Mendoza-, me tocó encarar por primera vez una entrevista, en el edificio del diario El Sur de calle Freire. Fue Sergio Ramón quien me hizo aparecer en una nota para la Gaceta, como “el benjamín” de la literatura penquista (¿el 91, el 92?). Miro hacia atrás, y gran parte de lo que estimo el deber de prestar una atención seria a los autores más jóvenes, al mismo tiempo en que se considera la trayectoria más larga de los consagrados, viene de ese gesto suyo, que revela no tan sólo la mente amplia sino el alma grande. Eso escasea, y este verbo me viene demasiadas veces a la cabeza cuando se trata de la pérdida de Sergio Ramón. No es extraño, entonces, que surgiera una amistad y la colaboración en las publicaciones, una de las cuales fue mi segundo libro, Y si vieras la Mañana, de cuentos y poemas, el año 98.

La amistad de Sergio Ramón es otra cosa que extraño. Con el tiempo veo que las conversaciones entrañaba cierta sabiduría difícil de hallar en estos tiempos: saber aprender que en la vida del arte y la cultura (así como en la cotidiana) no había gente perfecta y que todos los ideales pasaban por esa humanidad –llena de pequeñeces y de limitaciones- para realizarse. El extremo escepticismo con respecto a las múltiples promesas que traía la cultura en épocas de “transición” y la necesidad del reconocimiento del quehacer cultural real son cosas que aprendí en esas conversaciones.

Correspondió además la amistad común con Tagore Biram, en cuyos libros, publicados por Sergio Ramón, yo trabajé como editor. Esa solidaridad efectiva, compartida por muy pocos (pienso en Omar Lara, en Fernando Vásquez, en el Taller Mano de Obra y en otros que me olvido), significó otra muestra de un deber cumplido, deber que nadie ordena que se haga, pero es necesario hacerlo. Desde ese tiempo aprendí que sobre la rabia y el dolor hay que construir, y construir alegremente. Ese sentido profundo del compromiso, a mil kilómetros del habitual compromiso político de la boca hacia fuera, solamente lo podría haber comprendido en casa de Sergio Ramón, celebrando o recordando penas junto a él y su familia.

La última vez que anduve en Tomé fui a la antigua casa y no le encontré, me arrepiento ahora de no haber hecho algún otro esfuerzo. Ya nos veremos, después.

viernes, mayo 29, 2009

UNA CRÍTICA BARROCA SOBRE EL HABITAR



Sobre Creatur, de Gustavo Barrera Calderón




En el amanecer del humanismo, cuando el arte se hizo cargo de las ciudades, las pensaron como formas visibles además de habitables, y hasta ahí el juego de hacer arte de la vida andaba bien. Mas las ideas de los hombres tienen mal carácter, y a veces, sin cuerpo ni sangre ni venas toman el control de la débil máquina que ha resultado ser la sociedad humana. Toda una disciplina de diseño social ha impregnado nuestra forma de vivir y desplazarnos por el mundo: y cuando nos desplazamos por el mundo en los trayectos de siempre, nuestro recorrido corresponde a simetrías prácticamente ya determinadas por ingenieros especialistas. Los seres también están a punto de convertirse absolutamente en simples formas visibles: ya vemos más ejemplos de personas que a personas, modelos.
La crítica a la objetivación del ser humano ha asumido mil y una vez los símbolos del crush dummy o la sofisticada fantasía de los mundos virtuales de Matrix o El Piso 13: seres hechos a modelo. La operación tan obvia de objetivizar lo subjetivo es la consecuente: mas una profundización dialéctica de esta operación, que constituya el examen de una posible subjetivación –una vida de las máscaras creadas en forma industrial y manejadas por los sistemas normativos-, puede llevar en el plano de la creación poética a una conciencia real sobre las condiciones objetivas de lo que actualmente significa vivir en una ciudad.
Me parece éste uno de los alientos tras el último libro de Gustavo Barrera Calderón (Santiago, 1975), Creatur (Santiago: RIL Ed., 2009), y particularmente desde el momento en que parece definirse como un artefacto bastante más complejo que un libro de poemas, incluyendo una sección de imágenes que se configuran como índices fríos más que como ilustraciones pensadas para embellecer un texto –al modo de obras como La Nueva Novela, o sus antecedentes más populares: las guías, los manuales de instrucciones, los libros escolares. Desde ya, el mismo título remite a un neologismo, que enajena al oído el concepto de creatura -que lo hace nombre propio en esa fuerza. Este ser de nombre propio puede o no llegar a identificarse con el autor; y precisamente esto confirma la vaguedad de su pretendida calidad de “personaje”, su posible objetividad ante el lector.
Este desarrollo, que puede dar para una multitud de juegos metafísicos, es ligado por Barrera directamente a la temática del habitar urbano, con lo que amarra esta poética límite a un desafío de carácter profundamente político. El habitar como hecho complejo –no realizado por el sujeto, sino como un atributo casi intrínseco- es precisamente el resultado del despliegue de este “Creatur”, desde los entornos más simples de su funcionalidad: la casa y el lugar del reconocimiento e identificación (en primera instancia, un centro comercial). “El hombre” y “la mujer” ejecutan una serie de escenas en que cada acción parece cancelar su interioridad, abriéndoles la vía a un paradojal y extremo horror existencial desde el vacío de un ser enajenado.
La atmósfera de esta realidad bajo el ataque de la crítica “trascendente” de la representación literaria parece a ratos ser la del sueño: una existencia a la manera de simulacros, maquetas de seres humanos. Sin embargo, la continua operación de alejamiento que ejecuta Barrera desmiente cualquier tipo de onirismo en el sentido de las vanguardias clásicas –cualquier tipo de posibilidad de liberación se ve cancelada por la permanente representación de un malestar abismal. En este sentido, Creatur puede ser visto como una poderosa vanitas, en que no falta una noción desleída de la pretendida conciencia de un autor. La misma concepción de la obra asume a momentos la condición de una instalación fría que revela la imposibilidad de expresar a plenitud la enajenación que se supone tema del libro en el Catálogo final.
Para ello, el despliegue de escritura asume un carácter proliferante de procedimientos que cierran cualquier posibilidad de un “estilo escritural”: es más, es frecuente el referirse paródicamente tanto a antecedentes literarios (Juan Luis Martínez, Zurita, Gonzalo Millán) como a textos de carácter para-literario o abiertamente no literario (guiones, manuales, guías de instrucciones, registros de chat, etc.), en un movimiento que me parece resistirse de manera obvia a cualquier tipo de fijación estilística. El resultado, naturalmente, es el distanciamiento violento de Creatur con respecto a una idea de “obra artística”, haciendo de su relación con el lector una de perpetua enajenación: operación tanto más exitosa cuanto su fin es precisamente una conciencia de des-situación en el lector. Las “Canciones lejanas” de la sección Criogenia me parecen singularmente significativas a este respecto –como una fuerte respuesta paródica a la épica trascendente “patriótica” intentada por Zurita en los albores de la llamada “transición” democrática. Veo el abismo al fondo de Creatur como un signo de cierre (entre tantos) de los proyectos poéticos validadores del sistema simbólico nacional que emergieron tras la caída de la dictadura.
Dice Guy Debord en la tesis 177 de La Sociedad del Espectáculo: “Las "nuevas ciudades" del seudo-campesinado tecnológico inscriben claramente en el terreno la ruptura con el tiempo histórico sobre el cual fueron construidas; su divisa puede ser: "Aquí nunca ocurrirá nada y nunca ha ocurrido nada"”. Esta detención –permanente, cotidiana- paradójica en el seno de un mundo en progreso continuo, es presentada en la proliferación barroca de este libro en una forma que difícilmente se ha visto en la producción literaria chilena de los últimos años. Más allá de cualquier forma de facilismo, la investigación desde y en el seno de la duda más radical (en el plano del habitar) tiene acá más contingencia que la nostálgica introspección sobre la historia política de los últimos 40 años o el alarde inútil en pos de nuevas vanguardias revolucionarias que no necesitan de gestos performáticos escritos para ser confirmadas en el plano de la acción. El terreno evanescente y abismal de la escritura de Creatur deja ver claramente una reflexión efectiva sobre las condiciones reales de la existencia contemporánea.
La fuerte inscripción política del gesto de fondo de Creatur es una más de las muestras de la vitalidad y conciencia de la poesía actual del país, tantas veces motejada de autocomplaciente y en ruinas por actores interesados de la cultura oficial. La dificultad de leer políticamente registros escriturales como éste es tan sólo una demostración más de la aún deficiente y simplista forma de relacionar literatura y vida social, de asumir el sentido político de la escritura poética.

lunes, abril 13, 2009

ANTOLOGÍA EN MOVIMIENTO -Martes 14 de Abril -19:00 hrs.

Antología en Movimiento

Ciclo de Lecturas Poéticas. Un diálogo de generaciones y estilos.

Todos los martes de 2009 a las 19:00 hrs. en La Chascona.
Fernando Márquez de la Plata 0192, Providencia


“Antología en movimiento” es un ciclo de lecturas poéticas que se realizará en la casa “La chascona” de la Fundación Pablo Neruda, cada martes a las 19:00, desde el 14 de abril hasta el mes de diciembre (tentativamente el 29 de diciembre). Cada sesión constará de un panel de lecturas de tres autores. Además, un grupo de microeditoriales y revistas de literatura tendrán su espacio para mostrarse y difundirse.

El proyecto de lecturas de poesía “Antología en movimiento” se fundamenta en la idea de plantear un diálogo entre generaciones, edades y movimientos, así como propuestas (estéticas e ideológicas) diversas, incluso opuestas, para dar un panorama cabal de la poesía que se está produciendo en Chile (intentando también convocar a poetas de regiones).


Organizan: Simón Villalobos y Juan Manuel Silva
Patrocina: Fundación Pablo Neruda
Apoyan y difunden: Revista Contrafuerte, La Calle Passy 061 (www.lacallepassy061.blogspot.com), Revista Grifo, Editorial Piedra de Sol y Editorial Fuga.

domingo, febrero 08, 2009

Sobre UN OJO LLAMADO CACERÍA, de Marcela Saldaño

Más allá de las exigencias externas que se le acostumbran hacer a la actividad poética en nuestros traumatizados medios culturales, es bueno recordar uno de sus papeles más arcaicos: el de registro –incompleto, crítico- de una experiencia de conocimiento tan radical que traspasa el lenguaje, forzándolo a una intensidad que lo obliga a curvarse sobre sí. Esta crisis de la expresión poética, encarada a sí misma por un asombro radical frente a lo otro, es la madre de la musicalidad particular de nuestra arte, así como de la actitud ante la altura del oficio.

En este conocimiento, primigenio e intransferible, el más riesgoso de todos, reconozco el camino literario de Marcela Saldaño, marcado por esa corriente alterna de la historia de la poesía, que desde su carácter sacramental y secreto hasta las escuelas románticas y la praxis surrealista, han mantenido viva la esencialidad paradójica y radical del oficio. En esta obra de Marcela, el peso de una peligrosa intimidad –el máximo riesgo en la experiencia de conocimiento- se vuelve una necesaria llave de entrada para la compleja densidad de las imágenes y el lenguaje que acá se presentan.

La imagen central del ojo, como evidencia de la operación de conocimiento, se presenta desde el título, es claro; pero su exacta determinación como imagen es bastante más compleja. Este ojo posee no sólo su capacidad de receptor de imágenes –lo que lo configura como compacto órgano sensorial. El ojo posee, en este libro, una inquietante interioridad, absolutamente ajena a su mera funcionalidad. El hablante se ve obligado a asumir la condición, por un lado, de objeto de su ojo –desde su materialidad que lo constituye más débil que la corporeización de una categoría sensorial o filosófica, y es así como puede sufrir daño y sucumbir al peso de las vertiginosas metamorfosis que la poética de Saldaño pone en el centro del flujo de imágenes. Pero por otro lado, esta misma metamorfosis lo mueve hacia un mundo poético en que los entes se vuelven activos merced a esta misma plasticidad: el ojo desea, grita; se hace condición llegar a generar una sospecha primigenia sobre él para abrir la puerta a la poesía de este libro. El sujeto de conocimiento se mueve sin planes o dirección, y sin dejar de ser activo y hasta agresivo, tendrá en sí la inercia y la pasividad de la vida vegetativa. Esto conduce directamente al animal como figura definitoria de la experiencia poética.

Destaco la figura del animal, no por el simple hecho de no tener un intelecto ceñido a objetivos o no tener pensamiento abstracto. En mi modo de ver, la experiencia de formar parte de una naturaleza totalizante y aniquiladora, precede en forma oscura a la conciencia de separación del ser en búsqueda de conocimiento, en la obra de Marcela, tal como la densidad y lo espeso es condición para el relámpago claro de Visión que sostiene su poética, y el flujo inerte del agua lo es para la plena definición de un sujeto escritural que se define desde la lúcida dolencia. La re-situación de lo primordial, reconocido y experienciado, es uno de los logros de la poética de Marcela, otorgando a su obra los caracteres de ese “crepúsculo consciente”, clave para una redefinición del ideal humanista desde la recuperación de lo irracional por parte del romanticismo y el surrealismo.

Me parece ver también en Un Ojo Llamado Cacería una suerte de estado luctuoso. La presencia, no sólo de la muerte en su abstracto, sino de una multiplicidad de sombras muertas, marca el libro con una voluntad de purgación, que creo que se puede asimilar bien a una nostalgia por un “estado de gracia” ya inconcebible, por el hecho de que la misma naturaleza esté habitada por un irresistible flujo de fuerzas aniquiladoras en continua transformación y flujo. La profundidad de este luto se puede apreciar cuando no se resuelve a cerrarse dentro del libro, prefiriendo la absoluta conciencia del duelo, desde una forzada y amorosa mudez por la carencia de signos y la sobredeterminación del deseo hasta lo que parece ser la elección de mantener el Secreto en su plano oscuro, sin darlo a la luz. El movimiento del sacrificio, la cesión de sí en el paso a un momento previo a cualquier tipo de definición abstracta del ser, confirma a la naturaleza en su flujo impasible, dando a la aceptación eufórica de la muerte y la organicidad del ser (un ser en una definitiva minúscula) la contundencia de un juicio estético.

Escritura final de una época final, Un Ojo Llamado Cacería revela uno de los libros de poesía joven más lúcidos en lo referente a la actividad poética misma. Como fin de un año de excepción en la producción poética joven chilena, no se podía esperar confirmación más clara de lo que va en la apuesta del oficio, en un entorno poético que no deja de sorprender.