viernes, enero 19, 2007

SUEÑO DE LAS MAESTRANZAS

A la espalda de mi padre, en el taller

tras la oficina, vibraba y tamboreaba

el son de las máquinas que hacían las piezas

para las otras máquinas –aunque ya no se puede,

no se debe hablar de la bella música del largo

día. La libre importación dio cuenta

de las maestranzas, del amoroso aceite

que filtraba las comisuras del gris

metal, de esa solidez que el mundo

ya no consiente. Todo hoy es tan sutil.

A lo más el fax da un trino limpio: ha llegado

la pieza requerida, el impuesto se arrastra

y se liquida camino del satélite. Y cómo,

cómo desde la mano en el tablero oblicuo

nacía la firme curva de los precisos, preciosos

objetos. Nadie podrá ya más ver esa belleza. Se fue,

se fue sin heroísmos a la silenciosa cloaca

de la historia. Quedan aún sonando

bajo el aire dolorido los discursos

sobre el progreso –ya pura llamarada verbal-,

y los hijos adictos de los operarios, maldiciendo

la explotación de sus ancestros a pipazos

brutales. El aroma limpio del aceite, dónde, y esa

música: reservas para absurdos nostálgicos,

con esa estúpida infancia bajo los militares aún

en la sangre, cantando como ayer

en las fiestas de rigor, sin saber ya de qué diablos

se puede escribir en este sutil, callado

fin de mundo.

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