La crítica vulgar hacia la poesía
esconde un entendimiento bien avanzado de lo que esta significa para ese pájaro
abandonado que es el poeta moderno, huérfano de patronazgos y tirado a la calle
de las mercancías: la poesía es algo que le pasa al poeta, y tiene que ver
primariamente con su vida y con anhelos trascendentes que, como armas sin filo,
poco pueden hacer ante una vida cada vez menos humana.
Las plaquettes de Diego
Bustamante –El soliloquio del posteador
zarrapastroso y No adorarás falsos
ídolos, aparecidas en mayo del 2018 en Editorial Mar Adentro- fundamentan lo
dicho, y en un plano en que muchos aun no caen: la condición del poeta de hoy
es impensable sin esa guinda en la torta de la enajenación de la sociedad
capitalista que se nos ha hecho la distanciada y solitaria contemplación de los
otros a través de la pantalla o el celular. Si Benjamin ya hablaba a inicios
del siglo pasado de la depreciación de la experiencia, casi noventa años
después la vida “real” es algo que sucede a la sombra de la luz electrónica de
las redes sociales, y esa ventaja que tuvo el poeta al rescatar la vida en una
intensidad distinta, deja de ser ventaja para ser un gesto cada vez más absolutamente
gratuito. El poeta deviene posteador, y el papel se pierde con más facilidad
que el archivo de texto, si es que se ha querido guardar ese texto de paso.
Afirmar la experiencia propia es
el gesto de fuerza acá, en la afirmación de la vitalidad extrema que se
encuentra con su extremo doloroso, una adolescencia
sin relación necesaria con la edad cronológica. Una experiencia que se sabe
límite: Uno lee para desaparecer. Uno se
tira en el piso para sentirse amado, dice Bustamante, y nos parece ver
claramente que el dejar de existir está a la vuelta de la página, o a la marca
de un clic en el mouse. Por esto, la visión sabe modularse desde lo
crepuscular, en el límite de la percepción, una estética de ojos entrecerrados,
como en el poderoso Náutica o la
fantasmal rutina de Habitaciones. En
este curso de desaparición, Bustamante solo puede plantear la escritura como
solución inevitablemente parcial e insatisfactoria: la irónica manifestación de
existencia será la del posteo:
Me voy a pintar una
remera que diga: Soliloquio del posteador zarrapastroso y me voy a sacar una
selfie y la publicaré en las redes sociales y me etiquetarán y seré conocido
por algunas horas y la mañana será dulce.
El levantar una ética, desde acá,
se hace difícil, y solo puede asumirse desde la pasión extrema: escribir el
poema –ese que solo se puede hacer cuando se tiene algo que decir- cuando el corazón te explote en la cara.
Ser fiel ya no a lo que se es, sino a lo que se va dejando de ser. El heroico
poeta rural está lejos y ya se ha hecho inalcanzable en la lealtad a una verdad
que se dejaba ver sin ocasos. Pero la escritura desde este lado se ha hecho un
puro ocaso, y no deja de ser importante que la
primera vez de este hacer poético se registre en el Minato –un bar
semiclandestino del barrio puerto de Valparaíso-, en lo nocturno de la
experiencia extrema.
En esta luz confusa, toda la
victoria del poeta se ha elevado como una bandera de derrota, como registra el
inicio de No adorarás falsos ídolos.
Me parece que aquí, libre de la demanda vacía del mundo, Bustamente es capaz de
plantear una poesía de extrema videncia, en que, si bien ya se esboza en El soliloquio del posteador zarrapastroso,
el amor toma el lugar de la salvación extrema ante el límite de la existencia,
el inminente final absoluto que respira como fundamento de esta poética.
Resulta inevitable recordar a De Rokha en esta respiración que parece urgida,
forzada fisiológicamente por rescatar lo humano ante una catástrofe
omnipresente. La esperanza de salvación, íntima y real, no será sino volver a la cueva, desandar el camino de
la historia para recuperar el derecho a la alegría, al canto, al estar junto
con los otros y quebrar la distancia de la poesía y la vida de siempre, esto es, la que siempre
debería haber sido antes de un paso trágicamente errado.
Estas plaquettes traen de vuelta
a Valparaíso –a este Valparaíso, el original, el primario de la Echaurren y la
vida tangible- a Bustamante con su voz madurada y el espíritu de defensa que
sus textos transpiran, no de “la poesía” –a la manera de los patéticos
mitificadores del arte como “mercancía trascendente”, signos de una pequeña
burguesía que ya nació decadente en nuestro país y lo seguirá siendo hasta después-, sino que una defensa de
lo que se trata, en el fondo real, la poesía: la promesa de una reconciliación
del hombre en su hacer y su deseo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario