En
esto, esta situación, hay
una incomodidad obvia para el que conozca de rituales literarios.
Hablar sobre los ensayos de Ismael Gavilán (Valparaíso,
1973), me impone esa molestia
vaga que se tiene al intentar determinar las dimensiones precisas de
una habitación en que se dispone más de un espejo: es hablar sobre
alguien que habla sobre poética, y esto desde alguien que también
habla sobre poética, y para más abundamiento, se trata además en
nuestro caso de dos escritores de poesía (arte que, se sabe, no es
para nada lo mismo que la actividad reflexiva que se deja revelar
como poética). Se trata de un ejercicio que, más allá de la
esperable repetición literal que yo haga en esta presentación de
varias ideas que Ismael expresa en estas 214 páginas, impone dar a
entender en primer lugar por qué estoy usando este sustantivo
sutilmente impreciso de poética.
Esto
es, una actividad reflexiva en cuanto obliga a detenerse en cuanto
hay de reflejo en la
reflexión; comprender que la poética no
se funda sobre el suelo seguro del análisis lingüístico o
sociológico, y que también guarda su distancia -nada respetuosa,
más bien con el peso incómodo y siempre políticamente incorrecto
de la mirada aristocrática que recuerda Ismael en el epígrafe de
Eliot que antepone a la selección de ensayos-, su distancia, digo,
con respecto a lo que se entiende, de buenas a primeras, como la
crítica literaria hija del periodismo moderno y que se impone como
mero canal de información y promoción entre la industria editorial
y los lectores posibles. La poética
llega a
sentirse
y asumirse
a sí misma, ante
el
escenario cuantitativamente
determinado en su extensión, profundidad y flujo que
es la crítica literaria,
precisamente desde lejos,
desde el soliloquio o la
capilla de los
que habla el
epígrafe, cuando no desde la
charla en
los minutos previos o siguientes, irrecuperables por la historia, a
la pose
en el
rincón de la mesa de
Henri Fantin Latour, o incluso desde el
ahogado silencio
de Hölderlin en
su encerrada
Umnachtung. Más
que una práctica, la poética
se hace casi un modo del
pensamiento, en que el lenguaje se desea ver y comprender a sí mismo
a través de una conciencia
racional que se va haciendo
más débil en la medida en que las contradicciones de una especie de
gradual bomba estética van aflorando. Así comprendo que la deriva
de este libro no es un título
fantástico o ambicioso, sino que sumamente preciso: el seguir los
tropiezos de un objeto que en nosotros sabe revelarse como
constituyente y operativo, interno y ya no puesto-al-frente,
ya no objeto,
requiere una habilidad de entender que hace
falta una cierta inconciencia
en el paso hacia este
entendimiento, trágica en la medida
en que sabemos,
absolutamente, que en esto o no hay verdad alguna, o bien existe y se
constituye solo desde un
incesante ocultamiento.
Ismael
muestra en Inscripción de la deriva (Viña
del Mar: Altazor, 2017) esa
habilidad que distingue al pensar poético, una extrema flexibilidad
dialéctica que permite asumir ese rastreo que solo se encontrará
con posibilidades relativas,
con perspectivas determinadas
y delimitadas: una linterna
dirigida que ilumina perfiles de un escenario cuya dimensión total
nos será
siempre un enigma,
en una media luz que no
admite la iluminación artificial del expertísimo
administrador de tablas y
telones, y menos el switch eléctrico y a distancia del boletero,
calculador y práctico.
Asumiendo el riesgo de la
deriva en ese rastreo,
el poema acá es entendido con toda la plena crisis que implica en
cuanto entelequia
verbal e imaginaria. Para quien
sabe ver, esta es una contradicción en forma que bien sabe acceder a
la existencia con buena salud y
tan viva como nosotros mismos.
Es
inevitable desde aquí
comprender que la poesía moderna trae esto aparejado: un momento
auroral, que desde el escalofrío y el pasmo ante esta paradójica
entelequia puede pasar a la comunicación fértil e incluso al
descubrimiento de un nuevo modo de producción, que en la medida de
su afectivo e íntimo desarrollo, bien se hace re-producción de sí,
creanza y crianza
homóloga a una alquimia que tendrá entre las páginas de su libro,
junto al inquietante doble rimbaldiano, la contemplación y
conformación mallarmeana del
poema como ente autónomo.
Ante
una mareante postmodernidad que ha confundido cada término que se le
pone por delante, corresponde asumir que es la poética especulativa
y operativa de la que hablo,
la que aun conserva su actualidad en una fértil tradición plena hoy
de nuevos horizontes de lectura, precisión esta que neutraliza el
apelativo de caduco
que acaba correspondiendo más bien a los
fenómenos
más visibles, públicos, refulgentes y rentables.
La escritura crítica de
Ismael es, en este sentido, en
cuanto poética, plena de
actualidad y vigencia en un momento especialmente vergonzoso de
mercadito poético, en que las vitrinas más populares -¿podríamos
decir democráticas
siguiendo el epígrafe de Eliot?- pasan
entre jeremiadas
grandilocuentes, narcisistas, psiquiátricamente
perversas y malintencionadas
sobre el fin del arte o de la
poesía, el uso del metro poético como una tintura superficial para
dignificar agendas políticas,
y de refilón o
más bien al fin de todo, las
finanzas personales,
o la eternamente
caduca efusión dizque
espontánea de almas que en
la brutalidad de sus obras no
muestran ni
pureza ni
espontaneidad en la raíz
misma de su voluntad de escritura, y
por lo común, mucho menos la más mínima sanidad mental.
La disciplina poética presente en este libro es, en este sentido, un
signo de salud, y especialmente en las áreas en que ha deseado -no
exclusivamente- concentrarse
Ismael: una generación
literaria y el
ámbito
de la provincia.
En
cuanto a la generación del 90, a la que el autor pertenece, su
privilegio es más marcado en la medida en que los nombres no
corresponden ni a la primerísima línea ni a alguna pretendida base
fundacional de dicho corte histórico,
opciones que permitirían asentar la deducción de reglas. No, más
bien los autores son escogidos desde su precisa particularidad, desde
-me atrevería a decir- el personalísimo asedio al que responden. De
algún modo, la mirada de Ismael nos representa al ejercicio poético
como uno de íntima resistencia, de una revelación que puede
rebelarse ante condiciones de excepcional riesgo en un tiempo
de desilusiones y de disoluciones;
y bien posiblemente el privilegio de su -mi, también- generación,
planteando su lugar, su configuración y sus posibles determinaciones
polémicamente en la parte IV, este privilegio, digo, se debe a una
especialísima coyuntura histórica y cultural que no deja en
Inscripción de la deriva
de ser indicada -la llamada
transición y todos
los procesos de conciencia e inconciencia popular y nacional que aun
sigue trayéndonos esta entelequia un tanto difusa y misteriosa-, una
coyuntura que Ismael evita
bien poner en un primer plano que proyectaría problemáticas y
procesos provenientes de otras disciplinas, en los que confluye otro
tipo de reflexión y de acción, cuyas configuraciones estamos
-todos- recién aprendiendo a imaginar o construir después de la
amable y desvergonzada imposición de discursos hegemónicos desde
todo el espectro ideológico. El diálogo fluido de nuestra poesía
con las
de generaciones pasadas, la constante actualización de su huella en
lo que hacemos y una
mirada generosa, son propuestas expresa o tácitamente en este libro
como vías significativas de autorreconocimiento de las poéticas en
existencia y ejercicio de conciencia y voluntad, vías
reales, palpables y operativas para dejar atrás
-me atrevo yo a decir-
la consciente corrupción de
la escritura y el imaginario literario nacional efectuado por la
Concertación desde antes de que, a través de un abierto pacto con
el fascismo, accediese al poder político. Y es en este marco en que
entiendo el paradójico privilegio de la generación de los 90 como
clave de lectura histórica, cuya
gravitación me parece
también sensible
en la sección III dedicada,
en general,
a libros de autores
pertenecientes a momentos posteriores.
Momentos
posteriores que no por estar más cerca al presente logran ocupar el
centro pivotal del artefacto llamado la
poesía chilena, algo
que a su vez está ya
tan lejos del poderoso flujo de
poesía que se escribe en el país. El saber comprender a estos
nuevos autores, en su mayoría emergentes al momento de ser escritos
los artículos, en el no-lugar que la alta administración cultural
asigna a la creación de la provincia, es una virtud de esta
perspectiva crítica: me explico, son
solo pequeñas señas y detalles los que nos muestran su lugar
geográfico, pero estos pesan en cuanto permiten un plano inclinado
que va a plantearse a Ennio Moltedo o Rubén Jacob como influencias
fundamentales,
u
obliterar hasta el silencio absoluto las referencias supuestamente
obligatorias a los valores de “primera línea” que se dan por
supuesto poco menos que científico como ineludibles baluartes de la
poesía chilena. Vuelvo a
pronunciarlo en cursiva, ya que estas letras se ven desde otro punto
en las páginas de Inscripción de la deriva.
El desde del también
cursivo pie de cada artículo,
su
ubicación geográfica, se vuelve así
particularmente revelador
bien pronto en el transcurso de la lectura del
libro, modificando
profundamente las coordenadas: no se trata de lo nuevo,
figura-vedette de lo objetual, quieto y disponible al flujo de
objetos, sino de aquello puesto-al-frente, vivo
y moviéndose, el
poema que en cuanto
escritura lograda no espera el esclarecimiento de la escritura
crítica, sino el eco de su voz, su ámbito de aire, una
disponibilidad de espacio más que de manos ocupadas y dispuestas a
reproducir valor a cualquier precio y
condición. Esta escritura
crítica, así, también se
hace a su vez autónoma, y en
su cercanía a la gratuidad, se pone a la altura de su objeto;
volviendo a lo que decíamos, ya no es cualquier escritura, es una
poética sustantivada,
disciplina en sentido propio.
Esta
selección
hace más visible algo ya resabido, Ismael es uno de los nombres
imprescindibles en el diálogo que -virtualmente, ocupando esta
palabra en su sentido legítimo- está hace tiempo construyendo las
bases de un nuevo horizonte crítico para la comprensión de la
escritura de poesía en nuestro país. Dentro
del concierto de esta búsqueda, las notas de Gavilán, en plena
expresión en este libro, son características imprescindibles: la
capacidad de reconocer con sutileza las modulaciones de la melopea,
el mesurado juicio
particular, cuidadosamente
expresado con una pudorosa reserva, por
sobre la sentencia generalizada, taxativa y
doctoral, el
tenaz rastreo a través de las distinciones de cada voz por sobre su
adscripción a aparatos teóricos vacíos. Este
libro está destinado a dejar
huella en quienes se interesen genuinamente en el panorama múltiple
y en pleno y actual desarrollo,
siempre difícil de fijar, de la creación literaria de nuestro país
al mirarlo desde más acá de la capital, esa atalaya que solo marea
y cree estar en el centro geométrico y magnético de toda conciencia
artística posible.
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