Ediciones GrilloM, dirigidas por
el infatigable Gustavo Mujica, sumó a fines del año 2016 dos nuevos libros a su
ya extenso catálogo: Atrasgos, de Miguel Muñoz (Santiago, 1952) y Un
epígrafe de Guillermo Valenzuela (Santiago, 1961). Esta experiencia
editorial, uno de los referentes obligados y mayores en la trayectoria de la
producción literaria independiente, ha sabido poner sobre la mesa escrituras de
pleno riesgo y difícil reconocimiento desde ya hace más de treinta años, y los
textos mencionados son nueva prueba de la audacia de su aspiración y el alcance
de las elecciones de catálogo.
Lo último queda dicho por más de
una razón. En el caso de Atrasgos, se trata efectivamente de textos
juveniles de Miguel Muñoz, algunos de los cuales solo habían accedido a
revistas y que despertaban desde ya expectativa. Los textos acusan desde 1966 a
1981 como fechas de escritura y dejan ver la búsqueda de formas de expresión desde
una imaginación deslumbrada cuyo horizonte es la imagen sutil, en el límite de
lo inefable. Textos como Saltos del día o En lo mineral apuntan
directamente al mínimo detalle sensible, como buenos ejemplos de una poética
impresionista que aspira a la precisión.
Distinta veta muestra Muñoz en
poemas que desean expresar la imagen del viaje, en la doble vertiente refleja
que la modernidad literaria ha planteado como enigma: la exterior y la
interior. Tres mil leguas han viajado, por ejemplo, sabe traspasar al
lector la extrañeza radical de la imaginación poética como vía de búsqueda, en
la cual el traslado espacial es índice de una metamorfosis a la que accede el
sujeto mismo -Mira entonces mira / ningún horizonte / que tú / estás en él, finaliza
este poema de 1974-, arrastrando tras de sí a la composición, que tiende al
cubismo dado el intenso reordenamiento de sus signos elementales. Muestra
de mayor ambición y despliegue, Más allá de las Islas Afortunadas, que
registra como autoría 1975-1980, subraya el registro de una variedad de
dimensiones posibles, afirmado en sustratos de lectura que por su autonomía en
cuanto imagen compleja no pueden sino llegar al planteamiento de una épica
hermética.
El horizonte de esta épica, como
de buena parte de los textos del libro, se deja ver como una utopía
internalizada, en cuya definición converge tanto el lirismo en sentido propio
del sujeto dolorido, como una aspiración a la precisión científica de la
biología o la química, enlazando el proyecto poético a rasgos estilísticos
propios de la vanguardia histórica, siendo notoria la influencia de Apollinaire
y la libertad sintáctica futurista. El hermetismo de Más allá de las Islas
Afortunadas sabe guardar su enigma bajo el despliegue irónico, y esto le
constituye como el punto más alto del volumen; al tiempo que en ciertos lugares
el enigma se cierra en un secretismo estéril -Partida, Full
Enterprise-, que no rinde la imprescindible expectativa de este registro.
Con todo, la escritura de Muñoz no deja de llevar su riesgo a la superficie de
lectura, ofreciendo una experiencia estética que sabe deslumbrar desde las
imágenes en su propio juego: el umbral necesario -paréntesis de la percepción-
para una poética que apuesta al límite de lo inefable.
Si lo planteáramos en un sentido
temporal, se podría decir que Un epígrafe tiene una perspectiva
contrapuesta con respecto a la utopía del libro de Muñoz -refugiada esta en los
pliegues de la misma imagen poética-; más claramente dicho, que en el extenso
poema de Valenzuela la utopía se expresa registrada desde una lectura hacia
atrás, desde un presente en que aquella se ha revelado ya plenamente como
no-lugar. El texto se inscribe expresamente desde varios índices como un
registro de la experiencia colectiva de la generación que emprendió la lucha
contra la Dictadura desde 1973, puesta en relación a la película Nos
habíamos amado tanto (1974),
de Ettore Scola, a través de la repetición del título como leitmotiv, señalado
insistentemente dentro de la intención narrativa. Bajo un contexto de
desencanto, el posible cosmos del texto se hace un collage de imágenes
evocativas, monstruosas y de significado ambiguo, llamadas a rendir su sentido
y mostrar su necesidad iluminándose entre sí.
El acercamiento a esta realidad
despojada aparece pasmando la capacidad del sujeto de aprehenderla, dándose el
registro con características fantasmales, perversas en su inadecuación a un
sentido unívoco y orgánico –El principio
de realidad ofrece una cosa / un crepúsculo mal enfocado en marco dorado (p.
25). En la segunda estrofa se puede leer una escena que retrata las condiciones
de percepción del hablante:
Siempre es
casi lo mismo
una secuencia
de fotografías
hechas detrás
de una cortina
son lágrimas de plástico que
mueve el aire
acondicionado
en el gabinete de un supermercado
donde
su herida sonriente
es tomada
prisionera por una cámara de seguridad.
Las huellas históricas de la
violencia física e institucional de la Dictadura ejercen de este modo su
traumatismo de manera expresa, al asaltar al texto como fuerza nuclear de
suspensión de sentido. Más claramente dicho, la composición onírica –y como tal
frustrada en cuanto tal- de Un epígrafe es
movilizada a partir del punto ciego de traumas históricos que se revelan
inefables. Solamente los vemos puestos en juego bajo la máscara de sujetos de
identidad evanescente, que bien parecen constituir la distorsión de una escena
cuya reconstrucción se hace imposible: un hombre con rostro cicatrizado, una
niña y una voz que aparece siempre desde un punto externo a la escena. El curso
de la narratividad onírica de este poema densifica los escenarios abriendo
pliegues que pueden dan lugar en su vacío a una siempre irónica reflexión
personal o al dolorido flujo de imágenes de pesada evocación de experiencias
vitales bajo la violencia de la lucha antidictatorial.
Estos pliegues resultan al fin
ser un discurso central que reflexiona acerca de una escena enigmática que está
siempre latiendo tras el texto: un efecto de deriva que llega a marginalizar
incluso la invocación al contexto político directo o inmediato. En este sentido
la pregunta esencial y su sentido final parecen hallarse concentradas en la
página 14:
¿En qué parte de la herida están parados
el
hombre
la
voz
la
niña?
¿En qué parte de la voz que dice
“Nos habíamos amado tanto”
están
parados
el
hombre
la
niña?
La necesidad de saber en qué parte
de
la herida están parados
para fumar un cigarrillo en paz
para resistir la conducción de afectos
al
matadero cotidiano.
Así, el enigma desea resolverse en la medida en que
moviliza el sentido: los elementos de aquel buscan un lugar que les brinde una
perspectiva comprensible. El diario de anotaciones supuestamente perdido de una
escuela de ternura / en plena canícula de
ultraizquierda, que revelaría experiencias vitales vividas bajo la
clandestinidad (cfr. pág. 21) o las variadas anécdotas de las que el hablante
no tiene memoria o jamás tuvo conocimiento, no deja de aludir a signos
faltantes que obseden al poema, destinándole una y otra vez a la permanente
deriva y al consumo constante de la expectativa lectora. Aunque habría que
decir que si bien es esperable, dado su programa implícito, que el poderoso
aliento del texto decante hasta desvanecerse, sus últimas páginas parecen caer
en trozos excesivamente dispersos que debilitan bastante unos últimos acordes
que podrían haber sido prescindibles. Con todo, Un epígrafe muestra de forma única un registro íntimo -hasta lo
inconsciente- de una experiencia vital y política que se ha visto nublada por el
monumentalismo, el esquematismo burocrático o el llano olvido: la lucha
clandestina antidictatorial en toda la complejidad de su desarrollo y las
consecuencias que tuvo para parte importante de una generación entera.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario