jueves, enero 29, 2015

A propósito de MEMO, de Sine Die

¿Qué se comunica en este Memo (Valparaíso: Ediciones Colectivas Periféricas, 2014) de Sine Die -es decir, Carolina Schmidt (Santiago, 1977)? Y por otro lado, ¿es Carolina Schmidt efectivamente Sine Die?
Miro de nuevo la portada. Un memo es una comunicación o registro breve y preciso de algo, más breve aun siendo el apócope de memorándum, cuyo carácter formal y burocrático parece rodear la palabra como un aura. Le viene, sin duda, el nombre que suponemos del autor: Sine Die, expresión que se usa precisamente en el ámbito del papeleo para indicar el aplazamiento indefinido de una acción determinada. Con esto sólo, la portada nos estaría indicando una comunicación de oficina; sin embargo, nos salta a la vista la imagen de portada: una lámina de papel con el mensaje de saludo de Año Nuevo de una abuela a sus nietos, que logramos leer como perturbador, sin voluntad de fijeza o claridad. ¿Es que el memo da cuenta de lo presentado en la nota? ¿O dará cuenta de que tendremos esa cuenta alguna vez en un futuro no predecible, pero anunciado con la seguridad que da el notario, el procurador, el funcionario de tribunales?
Leo los poemas de Carolina Schmidt y no dejo de encontrar acá una porfiada resistencia: el problema es decidir, al fin, de quién (¿o de qué?) y ante qué (¿o quiénes?). Porque desde ya el ego está a la deriva, y está signado por el despojo. Eso que era el ego ya no puede ser fijable, por lo que menos podría tener la poderosa voluntad de resistir: la deriva es tan persistente que no se puede pensar su límite: la arena no es el fin de la deriva
Aquello que resiste deberá ser el cuerpo, pero un cuerpo que resulta difícil de reconocer en el texto. Un sujeto, pero efectivamente relegado e invisible, puesto debajo como oculto, que cede el rol de accionar al agua o al viento. Es un cuerpo carcomido y hecho desaparecer: y desde acá se nos entrega una clave para identificar al enemigo: los lobos, carnívoros por excelencia, que ocupan el vientre de la hablante como mesa de banquete. Porque al cuerpo no lo quieren carne, como plantea Carolina en La culpa es de Platón: se trata de una lucha de ideas que termina traduciéndose en la experiencia cotidiana, en el vacío profundo de su sentido. Así, el índice frio del título se trata precisamente de esa expropiación: el hablante está vacío y extraviado, y su presentación es precisamente la denuncia por la pérdida de ese sentido nutriente al hacerse material para la nutrición de otros. Material hecho para no ser visto, para ser idea, para ser ausencia.
El humor es ácido, tanto como la amargura en Memo. Pareciera hecho con la pulsión de urgencia y concisión de un documento pedido de una oficina a otra, pareciera un conjunto de anotaciones marginales al texto en que se desea exponer algo de fondo y no logra jamás detallarse bien. Porque no puede haber “fondo” en esta indeterminación: eso que se expone es el ser del hablante, que solamente podría existir, que es pura posibilidad. Y por eso conoce muy bien su rasgo específico, que acaba constituyendo al mismo tiempo un oficio y un arte -en desuso y en riesgo-: no reconocer límites.

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