sábado, octubre 19, 2013

Profetismo al revés: LA NOCHE DEL ZELOTA, de Camilo Brodsky

La expresión imposible de la realidad moderna es uno de los fundamentos de la práctica poética, desde las conmociones profundas en el imaginario social que desde fines del siglo XVIII parieron este, nuestro mundo. La incapacidad de generar sentidos que alcancen una cota más allá de la perspectiva personalísima y cada vez más limitada de cada creador tiene que terminar desviando a la creación de las altas funciones que Schiller, en una revelación crepuscular, deja ver en su texto clásico Cartas sobre la educación estética del hombre. Ya desde ese momento, el “sello personal” del poeta que emerge desde la modernidad se definirá por el grado y dirección de su desvío con respecto a la trayectoria hacia una épica universal -un signo ausente que bien puede divisarse en la pálida aura de la creación artística. En otras palabras, en cómo configura su signo trágico.
El sello personal de Camilo Brodsky (Santiago, 1974) ya se dejaba ver en Whitechapel (Santiago: Das Kapital, 2009) en la gravitación hacia la violencia homicida, presentando el crimen irracional cometido en el seno de sociedades en descomposición. La noche del zelota (Santiago: Das Kapital, 2013) se plantea un campo de juego decididamente más amplio: el libro recorre la temática del genocidio, con una perspectiva abierta hacia un plano totalizador. Dicho esto, se hará necesario buscar, más que el logro del empeño -la posibilidad de postular una verdad-, el fracaso de éste -su validez trágica.
El libro lleva como hilo conductor la perspectiva alucinada de un zelota, que se hace capaz de vislumbrar, presenciar y vivir diversos hitos en la historia universal del genocidio. La elección de tal figura no es en absoluto inocente y va mucho más allá de la obvia asociación con el terrorismo contemporáneo: viviendo en una cultura fuertemente marcada por la esperanza mesiánica, el zelota se sabía a sí mismo como parte integral y activa de una experiencia redentora y trascendente íntimamente ligada a la práctica de la lucha ideológica y armada contra el Imperio Romano en su apogeo. No es inocente en absoluto la relación de tal situación con la postulación del intelectual militante en la época contemporánea, absolutamente marcado por un profundo malestar estético a la par que ideológico, sin paradigmas que seguir y obligado a una permanente relectura del cruce del pensamiento, la creación y la acción que constituye el problema político de nuestros tiempos. Es así como Brodsky hace al poema el lugar de reunión de tal cruce: la confluencia de la experiencia, de la inquietud política y de la inquietud estética produce imágenes poéticas que, si bien saben desarrollarse en plenitud y buen desarrollo en la mayoría de los textos, cargan una densidad mayor que los que se leían en Whitechapel hasta llegar a afectar la construcción misma de tales imágenes.
Se puede apreciar tal densidad, por ejemplo, en el poema Cabaret Voltaire, uno de los más interesantes en el libro a este respecto, que sitúa a Salvador Allende en la época y lugar del origen del dadaísmo y la estadía de Lenin en el exilio. La perspectiva se construye desde la contemplación y la meditación de un Allende consciente tras su muerte en La Moneda; y no duda en establecer una deriva construida desde una escena que parece plantearse la amalgama de las vanguardias políticas y estéticas. Sin embargo, el índice descriptivo de la figura de Allende, cargado de gestos triviales, frustra cualquier posibilidad de definir un punto de conciliación entre lo ético y lo estético, reunidos como signos trágicamente superpuestos y alienados uno del otro. El encuentro doloroso con la propia historia termina dictando que la analogía de las respectivas derrotas política, artística y personal acabará siendo la base de la construcción del poema.

-procesiones en sentido inverso al recorrido del poder:
de los nichos empotrados en los muros 
no se marcha hacia las Alamedas;
es de éstas a las tumbas que se avanza
a la necrópolis devenida en hogar 
natural de las ideas del compañero Presidente   

que insistimos,
puede estar tan sólo echando un ojo
-como de jubilado,
podríamos decir-
sobre la pelusa de nieve que comienza
a caer en torno al Cabaret Voltaire. 
    
Es en este mismo sentido que, al instalarse la creciente postulación irónica de la figura del autor tras la del zelota, se termina ironizando el carácter apocalíptico (de revelación esencial) que ésta última puede tener, al revelar que la visión se efectúa en relación opuesta. La perspectiva desencantada hacia el pasado, que salda cuentas con toda otra que pueda cargar de sentido a un futuro, es la que sostiene, conscientemente La noche del zelota. El oscurecimiento de la razón de la figura con la inefable (profética) visión futura, se hace una emoción distinta cuando la figura sufre un tipo absolutamente distinto de inefabilidad: el de la imposible comprensión del pasado. Este velamiento se refiere al signo ausente de la experiencia de la víctima, que ya vimos aplicado en Cabaret Voltaire, mas tiene una serie de variaciones muy distintas -la elaborada descripción con toques subjetivos en Julius y Ethel Rosenberg duermen..., las secas y no respondidas inquisiciones de Listas negras, la equilibrada lírica de 119 zelotas en la frontera, etc. 
En resumen, estos rasgos forman una poética elaborada que es capaz de expresarse en tonos y perspectivas distintas. Lo mismo podríamos decir de Whitechapel; sin embargo en La noche del zelota la composición equilibrada de los textos parece sacrificarse en desmedro de la contundencia del planteamiento conceptual tras el volumen. Cierto es que la preocupación por la melopeia no es una condición para este tipo de escrituras, pero en trechos de algunos poemas del libro parece haber una elección consciente de disonancia y ripio que, en general, no parece muy justificada -tan sólo, quizá, en la apuesta formal realmente decisiva del volumen: el extenso Yo sólo soy la sombra del obús que cayó sobre Celan [fragmento y borrador]. Por ejemplo, el final directamente no-vérsico, distintivo del resto del poema, de Julius y Ethel duermen... probablemente no se hace necesario o consecuente. Con todo, la disarmonía que termina presidiendo la poética del libro se hace un índice más de lo inefable, y por lo mismo no alcanza a ser un defecto, si bien nos señala a La noche del zelota como posible obra de transición hacia apuestas formales cada vez más lejanas a la forma-poema (lo que en Whitechapel ya se anunciaba).
Con La noche del zelota, Brodsky se confirma como una de las voces clave en una zona del ámbito literario chileno que sabe llevar al límite la relación de la obra poética con las problemáticas históricas contingentes, precisamente desde la perspectiva del despojo. El profetismo al revés del libro, por su parte, sirve como una respuesta consistente a una de las grandes tentaciones en las que sigue cayendo la escritura política de la transición: el escritor como vindicador del malestar histórico. Más consistente resulta ser esto: hacer sentir en el seno de la creación este malestar, entendiendo con ello el lugar subalterno de la literatura en el cúmulo de prácticas necesarias para restablecer a sujetos de cambio político ante los desafíos futuros.  

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