Una lectura efectivamente
política de la literatura emergente bajo la Dictadura -o acotando más
críticamente, de la literatura que emerge determinada por las condiciones que
la Dictadura puso- tendría que tomar en cuenta la distancia con respecto al
poder en que se sitúa la figura del creador. Así, más allá de las miradas
interesadamente simplistas, vemos diversas formas de entender la situación del
arte en el juego de voluntades sociales y políticas generado por una época de
crisis: perspectivas que, a veces, no resultan tan evidentes para quien busca
mensajes directos o claves cifradas o contextuales. Así, la afirmación del arte
como espacio de privilegio humano en medio de la ruina material, espiritual o
simbólica no podría ser tomada solamente como un gesto de huida o refugio, sino
como un gesto de resistencia, desde el instante en que el creador asume el
lugar del arte como espacio de comunicación íntima -y hasta secreta- más que
escenario de luchas sociales. Más aun en el caso en que ese espacio de privilegio
se ve contaminado por el miedo y señalado por el acecho sublimado de la
violencia política.
Hago esta introducción para que
se entienda bien cuando digo que Asunto de ojos (Viña del Mar: Altazor,
2014) de Carlos Decap (Mulchén, 1958) afirma a través de sus páginas el
privilegio profundo del arte como rescate de la posibilidad de lo humano,
asumiendo que toda Gran Batalla por estos ideales está perdida de antemano. Lo
de Decap es la señal íntima, la comunicación honda y última que es fundamento
absoluto de acuerdo al epígrafe (resignificado) de Octavio Paz que parece
explicar el título del volumen: Todo consiste en mirar / Y en ser mirado. La
poesía se hace una señal de resistencia, una denuncia comprensible para aquel
que se logre reconocer en el entorno social crítico en que surge. Por ejemplo,
el breve poema “Fantasmas lilas”, del conjunto La ciudad y sus
fantasmas, de 1986:
Estoy rodeado de fantasmas
Que habitan esta ciudad
Este montón de palabras
rotas
Se les ve petrificados en
algún muro de la calle
O redivivos en un sonido
como de pasos
Arrastrándose a través del
sucio cemento
También los hay que
caminan
Tranquilamente por su
centro
Inmutables al paso del
tiempo.
La ciudad, está claro, no puede
ser otra que Concepción, la “ciudad lila”, color frío que simboliza
tradicionalmente a Concepción en lo deportivo, y que resulta muy cercano a ese
color morado que Daniel Belmar asoció a la ciudad en su novela; el azul del
agua lejos de su connotación de mar para ser la mancha de humedad o el tinte del
vino. El poema retrata con intensidad no tan sólo la desaparición física por la
represión -de hecho, esa sería desde ya una lectura simplista-, sino en general
el desvanecimiento del Otro, el fin del sentimiento de lo colectivo,
fruto de una era de sospecha y clausura de la comunidad. Esta conciencia sitúa
ya a la poesía en Decap como espacio de resistencia personal que no asume como
su deber la denuncia obvia, sino que está forzado a apuntar a la crisis
profunda de deshumanización de la que las tragedias políticas y sociales
visibles son síntoma, siendo en este sentido notoria la relación de su poética
con la de Jorge Teillier. Precisamente, vemos el mismo desencanto radical y el
privilegio del patrimonio cultural común (sin distinguir necesariamente entre
la literatura, el cine, la música docta y la popular) como recordatorio
cómplice de una comunidad, que por otro lado es capaz de recrear perspectivas:
el hablante se hace capaz de verse de lejos y entregarse a interpretar su
situación, a partir de ese imaginario que se despliega como Libro de Libros, en
el mismo rol de referencia ética y metafísica que la Biblia o el Corán tienen
para los pueblos consagrados bajo su ley. Tan sólo así, con la mirada
afectivamente intensa de la comunicación poética como redención reconciliada de
un pasado, se podría superar el profundo trauma social y se lograría una mínima
habitabilidad para las ruinas de un mundo ya deshecho.
Esto último, sin embargo, en el
seno de poéticas que asumen la desaparición de modos de sentir y hacer (de vivir,
en un sentido pleno), no puede sino desembocar a la concepción de esa cultura
común como confirmaciones de la obsolescencia de su imaginario. En el caso de
Decap, vemos la visita continua de este mundo habitable que pasa desde el cine
de Fellini hasta la balada de radio, siempre contrapuesta a la situación
pasmada del hablante, cuyo ánimo está preso por un ser ausente o por su propia
escritura como actividad íntima. Esto lleva a que la realidad se asocie más a
la evanescencia de la obra artística ya hecha que al entorno mismo del
hablante. Por ejemplo, en el poema “Página de la realidad”, del conjunto Los
territorios encantados, de 1985:
Joe Turner da vueltas por
la casa
Su voz lo penetra todo
La trompeta de Gillespie
Pero no puede con el tecleo
de la máquina de escribir
La niebla afuera y un poco
a lo lejos
Aquí Joe y yo estamos
salvados del frío
La realidad se serpentea
en la página
Aunque nada me dice de ti
Tampoco nada dice de lo
que hay tras la niebla
De lo que cae cada día en
alguna parte del día
Pero el día se abre
La niebla se disipa
Justo cuando la voz de Joe
Apaga el tocadiscos.
Este carácter problemático de la
realidad parece llevar al hablante, paradojalmente, a un nivel pleno de
experiencia en instancias posteriores, como lo muestran los textos de la
sección Poemas del cable, del libro Golpes de vista, de 2005, en
que el viaje y el encuentro –reales o virtuales- del creador por los
territorios señalados por la cultura moderna logran entregar a su “registro”
una dimensión en que lo vivido y lo creado coexisten en una sola instancia, que
bien se podría considerar una redención tanto de un mundo desaparecido como de
la conciencia creadora. El texto es particularmente notable, desde el momento
en que dentro de la fértil generación a la que pertenece Decap, el carácter
problemático de la realidad tiende a no reconciliarse y a una visión irónica
(en el sentido de negación intencionada) de un posible más allá de la
experiencia escindida.
Esta escritura, desde el
pesadillesco escenario de los primeros textos hasta la afirmación de la
experiencia plena de los últimos, se ve siempre impregnada de una fe profunda
en la posible reconciliación del mundo desde la voluntad creadora. La vocación
humanista profunda que anima estos textos -y la poderosa empatía que despiertan-
pone a Decap en ese difícil lugar de guardián del fuego que Rimbaud
asumía como deber del poeta, y lo sitúan con ello en la situación
inclasificable que distingue al creador que sabe hacer bien su oficio: más allá
de escuelas, generaciones o “mapas”.
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