La poesía mapuche ha
tenido un mal destino en la jerarquización improvisada y oculta (mas no por eso
menos efectiva) que se efectúa continuamente en la historia de nuestra
literatura. La justificación para su existencia fue el rescate etnográfico o
histórico, hasta que se fue haciendo útil para ciertos sectores de la vida
política o cultural chilena que permitieron, en la medida de la adecuación a sus
fines respectivos, que fuera apareciendo una posible contemporaneidad de la poesía mapuche: precisamente en la misma
medida en que las incipientes agrupaciones mapuche iban pasando a ser
permitidas y el mapuche mismo iba dejando de ser visto por la sociedad como el
bárbaro odioso e irracional que las instituciones chilenas retrataban, desde el
Gobierno y las Fuerzas Armadas hasta la Academia y la educación al nivel más
primario. Hasta hoy podemos ver repetidos cada uno de estos momentos en el
presente: al menos tanto el menosprecio antimapuche, como el uso de la cultura
mapuche para fines políticos en todo el abanico de la política chilena son expresiones cotidianas en
nuestra vida social y cultural.
Es preciso tener esto
en cuenta al leer Weichapeyuchi ül:
cantos de guerrero. Antología de poesía política mapuche (Santiago: LOM,
2012) de Paulo Huirimilla (Calbuco, 1973), para saber que el desarrollo de
poéticas propias por parte de los mapuche no ha sido ni siquiera en apariencia
un camino natural y armonioso –como aparentan falazmente ser los desarrollos de
las literaturas nacionales en el no asumido mestizaje latinoamericano-; la
posibilidad de una poética mapuche siempre ha estado envuelta en lo que desde
acá llamamos política (y no tenemos otro modo de llamarle, ya que es la única
forma en que desde Chile podemos ver la apelación primordial que está detrás de
la lucha mapuche). Lo mapuche no deja de revelar, desde la más inocente
referencia etnográfica, un desafío a un aun virtual y no construido ethos chileno, y es inevitable que esta
apelación implique en sí misma una subversión política en el campo literario de
nuestro país. Sin embargo, también en sí misma reclama su lectura como parte en
tal campo literario.
Huirimilla es
absolutamente consciente de esto, y por ello titula así esta selección, que se
sabe en un riesgo crítico. A través del libro, podemos ver una efectiva
continuidad de fondo entre las dos secciones del libro (Weichapeyuchi: ül: cantos de guerrero, y Poetas mapuche contemporáneos), que sería mucho más notoria y
confirmada si se hubiese adjuntado notas biobibliográficas (se nos pierde, por
ejemplo, la relevancia histórica de algunos de los autores de la primera parte,
y que Hernán Deibe no constituye un autor, sino un recopilador de textos). No
obstante tal continuidad, la selección es notable al mostrarnos una amplia variedad
de poéticas, que desmienten de plano una lectura simplista y reduccionista: en
este sentido, si era uno de los objetivos de Huirimilla, está absolutamente
cumplido el mostrar a la poesía mapuche como una presencia compleja y, como
tal, un desafío en sí misma al sistema literario chileno.
Resulta particularmente
interesante que Huirimilla sea uno de los primeros en presentar de forma
expresa la continuidad que, de fondo, representa la irrupción en los últimos
años de una poética mapuche urbana que es capaz de usar procedimientos que
expresan una situación crítica ante la asimilación de la cultura de masas y la
constitución de subculturas en la marginalidad (es el caso de David Aniñir o
Tamy Meulén), con la aspiración a constituirse con poderes plenos dentro del
campo literario chileno, que constituyó el momento inmediatamente anterior (con
nombres de tan segura mano como Bernardo Colipán, Jaime Huenún o el mismo autor
de la selección). La relectura de la historia, propia y ajena, es lejos el
índice más interesante de la selección; no obstante en ella estén representadas
también vertientes más ingenuas dentro de la tradición de la poesía
combativa.
Weichapeyuchi ül es, sin duda, un
hito, y su mayor virtud puede ser dejarnos a la espera de lo que pueda decirnos
la poesía mapuche en los tiempos que corren. En un momento en que a los
chilenos se nos olvidó la sociabilidad más básica y la palabra sólo sirve para
expresar su propia inutilidad, Huirimilla nos recuerda que -a veces- la poesía
es más que aire vibrando.
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