viernes, abril 15, 2022

Se están tomando la palabra: MATAR LA SECA

El lugar de las prácticas artísticas dentro de un mundo cambiante puede ser y está siendo bien discutido desde academias, con lo que bien se puede acelerar la producción de letra impresa o empantallada. Otra cosa es el debate permanente en el seno de la vida social misma: ¿qué puede ser lo preponderante a la hora de insertar la cultura en la vida cotidiana: privilegiar la profesionalización de las artes, su adelanto técnico, el traspaso siempre arduo de procedimientos formales, o bien la extensión de las prácticas en el plano territorial, convertirlas en expresión cotidiana avalando la necesidad de la expresión del sentir y la opinión por parte de un pueblo que ya ha revelado querer alzar la voz a cualquier precio? En los días que corren, a todos los involucrados en la esfera artística (de manera honesta, se entiende) nos ha tocado enfrentar esta disyuntiva en el plano reflexivo, y ay cómo le pesa a nuestras instituciones políticas a la hora de asignar fondos y privilegiar rutas de acción y proyectos.

La cuestión se nos hace más ardua a la hora de pensar en la poesía, gracias quizás a la universalidad de la herramienta del lenguaje. En los últimos años, especialmente, vemos multiplicarse instancias que ponen en primer plano, más que la preocupación por el desarrollo del oficio literario en cuanto tal, la validación de la práctica poética en la escena original misma de su práctica: la lectura pública. Y no me refiero al poeta de oficio que da en voz alta el examen que acredita su trabajo paciente y solitario, sino el acceso directo a la escena, el tomarse la palabra de quien no necesita entrar a hacer obra, o rendir servicios (a lo que remite la palabra oficio en su etimología más remota), sino dejar salir algo que está adentro, hacer aparecer algo que no es visible. El caso más radical y genuino en este sentido, es un recién llegado a nuestro sistema cultural, que desde hace más de treinta y cinco años recorre el mundo: la poesía slam.

Lourdes Montenegro ha compilado en Matar la seca. Antología de poesía slam (Santiago, 2021) una muestra que registra por escrito en 198 páginas varios autores y poemas que han pasado por las convocatorias del Colectivo Slam Chile y el Poetry Slam Abya Yala entre el 2020 y el 2021. Se trata de la primera selección de este tipo en habla hispana realizada en Sudamérica, y en cuanto tal se toma el trabajo de una serie de textos que presentan y explican de qué se trata el slam. Para quién no lo sepa, cabe resumirlo: se trata de un torneo -esto es, en lo formal una competencia- en que los participantes presentan sus poemas de una manera performativa, en presencia de público. El carácter mismo del evento slam determina otras características: la disolución de la separación entre público y autor, la recuperación del carácter comunitario de la palabra poética y el predominio de temas que hagan sentido a la comunidad en que se realiza: de esto último se desprende el privilegio de la denuncia social y política. No es raro en este sentido que la posición natural del slam se exprese como un desafío a una poética establecida que pareciera no marcar el paso de las épocas: un verso quizás resuma mejor que una explicación este enfrentamiento, cuando en el manifiesto del Colectivo Slam Chile, al definir su práctica como carne (lo que alude a la dimensión corporal en su performática), se habla de Carne para vestir los huesos de la poesía.

Lo primero que llama la atención de la compilación es el carácter internacional de la muestra, lo que no es extraño, dado que el Colectivo Slam Chile (creado en Santiago en enero del 2020) agrupa a autores provenientes de Haití, Venezuela, Barbados y España, aparte de los locales. De hecho, en un gesto audaz y significativo, los tres primeros en el libro son haitianos residentes en Chile -Tondreau Mackendy, Jude y Makanaky Adn-, cuyos textos llaman la atención de inmediato por su consistencia y carácter frontal. Ellos abren la primera parte -Integrantes de Slam Chile- de 34 páginas, a la que sigue una selección de poetas slammers que han participado en los torneos organizados por esta agrupación, de 70 páginas, para acabar en la tercera parte la muestra en cuanto tal con Poetas y slammers participantes de torneos en Abya Yala. A modo de epílogo, se incluye una encuesta a los poetas: ¿Qué significa el slam para ti?, que logra diversificar y desplegar todo un concepto enriquecido, más que de una disciplina, de una experiencia.

La variedad y diferencia de estilos, intereses e incluso, concepciones sobre lo que es la poesía, entre los 43 autores incluidos nos refiere a un espacio que desea dejar ver su identidad particular dentro del universo de lo poético. Marcado por la idea de un tejido democrático y comunitario, más que por coincidencias formales o temáticas, resalta la presencia de poéticas fuertemente contenidistas, lo que desde la orilla de la poesía de oficio se llama panfleto y que cabe no olvidar que es parte importante de una expresión popular en la tradición cultural chilena que poetas como Pezoa Veliz o Pablo de Rokha no dudaron en reivindicar. No obstante, no se puede reducir toda la selección a este registro: vemos textos de fuerte carácter subjetivo y emocional, y que saben vincularse a problemáticas contingentes desde la intensidad de la experiencia íntima. Pero no podemos ir demasiado lejos en el examen puro y formal de los textos: solo tenemos aquí el registro escrito de una pieza para ser leída, y recién podemos acercarnos realmente a la verdadera naturaleza de ellos a través del registro visual de las presentaciones, al que podemos acceder a través de códigos QR. Y aun así, es tan solo un acercamiento: la escena presencial sigue quedando como la real validación de la actividad, y los registros quedan solo como indicios de lo que constituye una experiencia presencial en plenitud.

Lo anteriormente dicho fuerza a reconocer el carácter especialísimo de este ámbito poético. La cualidad expresiva se constituye como un índice de validación que debe dejar en reserva la noción tradicional de calidad literaria. Con todo, cabe reconocer en el registro voces que demuestran una capacidad de configuración de imagen poética y registros rítmicos sobresalientes, así como escrituras que delinean vías de renovación, a través de recursos irónicos y reflexivos, de una poesía política que trascienda el facilismo y el paternalismo.

La provocación de Matar la seca es fértil en preguntas. ¿Cuál es el lugar del slam en la escena cultural (sin quedarse en la declaración acomodaticia de que puede “generar un público” para el mercado editorial)? ¿O es el ámbito literario que se ha sabido institucionalizar y que no deja de aspirar a conformar una industria editorial el que queda fuera de lugar dentro de un nuevo momento en la conciencia cultural chilena? ¿Es que los pocos autores que se pueden constituir como “vasos comunicantes” entre el slam, el mundo editorial y la academia aseguran realmente una transversalidad en la práctica poética? Responder estas cosas implica quizás adelantarse a un desarrollo del que no tenemos idea alguna: si es que algo nos ha enseñado la historia reciente del país es precisamente que los cambios no avanzan según esquemas. En el intertanto, ante la melancolía de no poder ver hacia dónde va nuestro Arte en Chile, tenemos Matar la seca.

 

Y qué es lo que no hay en Matar la Seca?


En Matar la seca no hay tablas de evaluación técnica para medir el acceso de los poemas al Olimpo de la consagración.

En Matar la seca no hay curas repartiendo agua bendita para la distribución de sotanas para que otros curas repartan agua bendita y así hasta la eternidad se vaya llenando el horizonte literario de curas repartiendo agua bendita.

En Matar la seca no viene adjunta una playlist que se pueda escuchar la tarde del domingo para preparar el estómago para tomar la once.

Matar la seca no sirve como Dipirona, ni menos como Clonazepam, no le va a servir llevárselo a la boca para poder mirar tranquilamente su vida y seguir tan campante.

Matar la seca es un pasaporte y hasta un ticket de vuelo, pero no se lo van a aceptar en la Aduana ni en el aeropuerto comercial.

Matar la seca es un mapa, pero que no le conduce adonde usted quiere ir: menos si quiere guiarse en los pasillos de una biblioteca o de algún edificio académico.

Matar la seca no es un vehículo cómodo, pero si se acostumbra a los saltos del camino y la velocidad, usted no se dará ni cuenta de cómo pasa de un lado a otro.

Matar la seca no es una piedra ni una molotov que uno pueda tirar al final de una marcha, pero no por eso lo va a dejar en la casa si es que va a una marcha. De hecho, es buena idea llevarlo.

Matar la seca no sirve como insumo para redactar la constitución política del estado, pero eso a quién le importa.

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