martes, febrero 22, 2022

Escribir caminando, sentarse a corregir: NADIE HABLA SOLO. POEMAS ESCOGIDOS, de Víctor Hugo Díaz

Ocho años después de su Antología de baja pureza (1987-2013) (México DF: VersodestierrO, 2013), la Municipalidad de Lima ha publicado el 2021 Nadie habla solo. Poemas escogidos, de Víctor Hugo Díaz (Santiago de Chile, 1965), que incluye trabajos de sus últimas publicaciones: Hechiza. Poemas anticipados (México DF: VersodestierrO, 2015) y Lo puro puesto (Santiago de Chile: Cuarto Propio, 2018). Las más de tres décadas de trabajo poético de Díaz se pueden aquí apreciar en sus caracteres fundamentales, que lo han ubicado como una de las voces más reconocibles dentro del panorama literario chileno de los últimos años.

Díaz debe ser definido de espaldas a cualquier noción de la poesía como experiencia contemplativa. La percepción del mundo en esta poética parece dictada por la presión intensa de las imágenes mismas, cuyo stock es manejado en una labor de ensamblaje que parece no dar lugar a la modulación descansada de la lírica. La transición entre imágenes se hace análoga más bien a los cortes de edición cinematográfica, ejecutada bajo el principio de alcanzar una alta intensidad. Se trata de constatar ya no lo extraordinario, sino lo terrible —que, tal como nos dice el epígrafe, ocurre a ojos de todos—. Hacer saltar la imagen de su transcurso cotidiano resulta una labor en que uno se sabe receptor de los pliegues siniestros de un mundo que ha perdido ya toda “narrativa”, y que se nos revela de manera transparente como la sombría sensación del habitante de la modernidad tardía:


La ciudad se conoce por la dureza

con que agrede los pies

Todo entra por los ojos, nada por la cabeza.


(del poema El espejo se mueve, de Lugares de uso, del 2000)


Es desde acá que cabe rescatar el sentido más profundo de las permanentes referencias al consumo de drogas. No se trata ya de los “paraísos artificiales” del opio, sino de la lucidez química de los estimulantes: más que un plus de realidad —que multiplicaría las posibilidades de esta—, vemos un aparato perceptivo forzado a ver lo que hay, lo que está sucediendo. Tampoco hablamos de un escenario social que el poema quiera “representar”; se trata, más bien, de un repertorio de signos útiles en pos de la construcción de un imaginario corrosivo y ácido, un arma expresiva, una dosis exacta. Todo esto confluye para que la precariedad, el mundo desplazado de la pobreza y la marginación, nos agredan en igual medida, en que la estructura misma de esta escritura —en su aspiración rotunda a objeto artístico— parece verse también agredida.


Pero la luna siempre es quien dice la verdad

justo antes de eyacular en su cara

bajo amenaza de no contárselo a nadie

(...)


Ahora parece que todos los pájaros

con un mensaje atado a la pata

perdieron su dirección para repartirse el botín

La colilla de cigarro que siempre

quiso provocar un incendio

antes de apagarse.


Hoy es el día más caluroso

y los Helados seguirán vendiéndose en las calles


Pero el dinero, por fin, se derretirá en otras bocas.


(del poema Helados, de Lo puro puesto, 2018)


El resultado es una poesía que parece plantarse más acá de la literatura. El hablante parece, de hecho, estar sobre-precarizado por un despliegue excesivo de imágenes que hacen de la acción de lectura un acto de fuerza, una violencia:


Vuela de respiración en respiración

rápido, como asaltar en tres plazas

en una misma tarde

(…)


plazas con abuelas y niños rubios

Muy rápido, antes que lloren.


(Del poema Corte en trámite, de falta, del 2017)


Sigue la lógica clausura de las expectativas —del sentido en cuanto dirección, posibilidad—, generando un mundo que se acaba en sí mismo: la analogía cinematográfica nos enlaza fácilmente al género de las road movies, en que la soledad del personaje en tránsito es asediada por el peligro constante que constituyen los otros. La idea de la vida como lucha permanente, en que se ganan batallas —cada instante deviene batalla—, pero en que se tiene conciencia de que se está derrotado de antemano, recorre la sensibilidad de estos poemas. No obstante, el hablante sabe no ponerse jamás como el “personaje central”:


La autobiografía no engaña

Nos enseña a leer a los otros.

(...)


Así empieza el poema Corte en trámite (de falta), en que el imaginario se establece a partir de una sensación del riesgo permanente: una cuerda de seguridad a punto de cortarse. Díaz decididamente hace una operación sutil y efectiva al apuntar a la condición humana bajo el capitalismo tardío desde una operación perceptiva absolutamente anclada en el aspecto vital, en la experiencia activa:


Desde aquí, el francotirador puede apuntar

el dedo índice se siente frío en el gatillo

Hay una fiesta en el bosque de flores que arde

donde todo es prefabricado, producido en serie—.


(Del poema Leer los labios, de Lo puro puesto)


Esta vía negativa de conocimiento, que acaba siendo la poética de Díaz, ya ha desechado la noción de la actividad literaria como proceso trascendental: se trata de un oficio de registro que asume lo inmediato y precario de su propia capacidad para registrar en orden y a distancia lo que sucede. Esto pone a esta poética a la altura de los tiempos, como transparente testigo de una catástrofe para la que no hay medida, ni tiempo para tomarla.

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