lunes, junio 20, 2016

Una piedra que no es de Babel: EL HOMBRE Y SU PIEDRA, de Cristian Cayupán

En la ruta hacia el mareo continuo que viene siendo la historia de la sensibilidad humana, todo ha aprendido a hacerse tan volátil; nuestra forma de ver el mundo ha privilegiado las virtudes aéreas. La cultura que nos gusta llamar civilizada es una que tiende invariablemente a la abstracción -un movimiento hacia arriba, un desapego del suelo-, que nos ha dado las ventajas de universalizar nuestra sensibilidad y sentir a la libertad como valor absoluto y sin contrapesos. Sin embargo, el precio de esas ventajas nos cae de vez en cuando como un soberbio tropezón de cara al suelo: eso que hemos aprendido a ver como ajeno -la naturaleza que nos fuerza a comer, a producir para comer, a trabajar para alcanzar ese alimento- se nos acerca abismalmente a la cara en la caída, apenas sentimos hambre. Y esta hambre de alimento físico es lo de menos cuando pensamos en una nutrición más íntima: el anhelo permanente de dar consistencia real a nuestra experiencia humana, abstraída hasta el colmo, casi ya absolutamente instancial en una época que bien parece -desde este lado del mundo- un momento final hasta para la posibilidad humana.
Nada parecería más ajeno, establecido al frente nuestro como la absoluta fijación y estabilidad en el tiempo, que la piedra; y bien lo sabe Cristián Cayupán (Puerto Saavedra, 1985) al componer El hombre y su piedra (Valparaíso: Inubicalistas, 2016). Esta piedra se hace garantía de esa Otra fijeza necesaria -necesaria en cuanto otra-, permaneciendo fiel a sí misma e insistente en su puesta al frente. Suena como Parménides, y su enigma sobre el Ser en el texto que inaugura en nuestra cultura dominante el género de poesía filosófica en que bien se puede adscribir el libro del que hablamos; sin embargo, no hablamos para nada desde el mismo lugar. La piedra no puede evitar saberse dentro de lo humano en esta intuición poética: no puede ser un Todo quieto e inconmovible, sino que gira

alrededor del hombre
donde el pasado presente y futuro
son lo único verdadero en la memoria del ser, (El hombre y su piedra, 10)

dado que se revela como congénere de aquel. Este es un acercamiento que, como tal, desarma toda enajenación entre hombre y naturaleza ante la intuición de la mirada poética, definida no como el desprendido entusiasmo de Parménides, sino como una contemplación visceral:

Cuando uno contempla un objeto con el vientre
las cosas se hacen parte del hombre
porque en lo más profundo del ser
las miradas se entrelazan al cerrar los ojos
como si fuesen fecundadas en esa materia. (10-11)

La piedra es ese ser que desea venirse desde la esfera de la trascendencia, dar de sí en una fecundación que confirme su sentido de cruce entre lo humano y lo inhumano; el tiempo y su negación en la fijeza. Es inevitable entonces que a través de El hombre y su piedra, por sobre un escarceo intelectual, la poética toma a cargo su función de herramienta metamórfica, haciendo de la materia un flujo continuo que conoce de formas sin lograr saber de una sola. Es en este sentido que surge -ya desde el epígrafe de Rafael Echeverria- el lenguaje como fuerza fecundante; como herramienta de generación de multiplicidad y desplazamiento formal.
En la imaginería de Cayupán la piedra, bajo la acción del lenguaje, es también el cristal, el espejo, que a su vez también será la superficie del agua acunada, a su vez por la piedra en la imagen del pozo. La piedra hecha tierra, a su vez, podrá ser modelada por la acción del agua, para que la vasija a su vez sea capaz de contener esta. Los trazos de esta cadena de transformaciones proporcionan buena parte de las articulaciones del esqueleto del libro, que con ello acaba configurando su dimensión filosófica y poética a la vez. 
Mas, si bien en la historia de la poesía, la metamorfosis jamás se ausenta como procedimiento fundamental -y veamos solo De rerum natura de Lucrecio, o Las Metamorfosis de Ovidio, seguros ancestros en una de las regiones de origen de la noción poética de Cayupán-, tan solo desde un grado más intenso de conciencia -más inferior, paradójicamente, que superior, al intentar salvar de vuelta la natural pendiente hacia la conciencia del suelo por sobre la dirección abstracta de la cultura- es que aquí se podría rescatar un real fundamento para la fluencia de algo que en sí resiste ser otra cosa que sí misma. Me explico: esta piedra solo puede ser llamada a lo humano desde una conciencia íntima de la construcción de mundo, que es el hecho social esencial de la raíz del lenguaje, y partir desde la abierta declaración desde el epígrafe, es índice de la profunda relación con el otro elemento que dos páginas antes da la primera columna del umbral exterior a la escritura poética en cuanto tal: la dedicatoria, A mis ancestros
El lenguaje como herramienta de transformación, desde este programa, no puede ser entonces una ocupación restringidamente de escritorio. La transformación a la que alude Cayupán incesantemente es la que está más allá del escritorio y más acá de la palabra abstracta, en la actividad transformadora del trabajo, análoga a la mucho más lenta metamorfosis natural, mas que sabe rescatar el sentido de esta en su quehacer: la casa -en cuanto objeto construido, útil y necesario, una virtual seña distintiva de humanidad- es la roca, en el poema, cuando se la atraviesa con una mirada distinta a la contemplación pasiva de un objeto:

Cuando uno mira las vigas con los ojos de otro 
es para darle firmeza a la casa
porque desde sus raíces la piedra es un techo cobijando la claridad. (14, La casa en la roca)

Y el acercamiento a una posible conciencia plena del sentido del tiempo, acaba siendo una operación de artífice, y no de contemplador:

Hay que tallar la caliza que estuvo dormida en su cantera
petrificada desde sus orígenes
como la palabra olvidada
pétrea en su raíz

Hay que pulir piedra y lenguaje en la estepa 
donde reposan los misterios de la humanidad
los vestigios olvidados

Hoy contemplo esta luz de antaño de otra manera
porque al final hemos nacido para ver morir a otros (30-31, La vasija del tiempo)

Esto es, esta vida que logra darse a sí misma sentido en la acción cotidiana no es tan solo la fuente del lenguaje, sino que se hace en sí misma lenguaje, precisamente por ser punto axial entre naturaleza y experiencia humana.
No se ve seguido poéticas de fe, de real vinculación, de re-ligazón sin la ingenuidad de quien cree en nubes celestiales o cuentos de progreso científico. La de Cayupán es indudablemente una real poética de fe, y no resulta redundante en este sentido el origen mapuche, si bien planteado así, de una vez, puede sonar reduccionista. Pero ese punto que pone a El hombre y su piedra un paso más allá de una posible comunidad cultural impoluta, es precisamente la señal de su franqueza. La Babel a kilómetros infinitos sobre el suelo, que bien nos promete con palabra ágil una común humanidad no contiene, ya lo sabemos, garantía alguna de cumplimiento en el plano cotidiano. Caído de Babel, un poeta como Cayupán no puede sino reconocerse como parte de una lengua en particular -pero que como tal puede aspirar a ser figura de toda otra lengua-, que es índice de un pueblo particular -que como tal, a su vez, puede aspirar a ser figura de todo otro pueblo. Y bien sabemos que para la construcción de una posible humanidad futura que no sea la fórmula abstracta de un documento, pueblos como el mapuche son vigas harto más sólidas que las estropeadas identidades a retazos.
Aquí veo La última página. La palabra humana es el lenguaje fraterno heredado de sus predecesores, y al presentar al anciano abuelo que deja esa palabra como herencia, la dimensión de esta palabra ya cae lejos de una definición de herramienta. Este lenguaje, en su fluidez, acaba siendo la medida para confirmar la permanencia pétrea: el mundo se detiene a oír estas palabras. Medida de acercamiento amoroso a la posibilidad de comprensión de un sentido pleno del tiempo -que logre proyectar lo ancestral hacia un destino sustantivo-, la lengua poética de Cayupán es muestra concreta de que la voluntad de Decir no solo tiene un buen pasar, sino que sigue siendo producción fecundante en la poesía chilena actual, más acá y más allá de la crisis de la representación que nos viene asaltando a nosotros, en la cima de Babel.

(Publicado previamente en el periódico El Desconcierto)

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