Réquiem
1
Se siente morir -entonces
vivir es imposible. No es
complejo cuando se corrompe
-bajo una luminosa necesidad-
aquello lejano: la carne ajena.
Para eso está el deber: sólo
para eso está
el deber, la exigencia,
sacarse de encima
el olor del carbono
sin la
magia -la única
magia-, el cáncer
que reproduce y da
el aliento.
Pero ahora no hay
cómo escapar.
La gata blanca
quiere ir hacia ti,
tiene frio. Debería
haberse
enfriado ella sola
en el patio, pero
ni siquiera le
dejaron eso.
Ahora se vacía,
lentamente,
de toda belleza y
deseo, de toda
hambre, pero
observa ese frío,
observa esa memoria
del calor,
el desamparo de
tropezarse,
caer sobre el
vientre, echar
roja la sangre,
oscura por la carne
destrozada dentro,
en el pasillo
de cerámica, en
pleno invierno.
Observa la justicia
del mundo,
entera, sobre el
cuerpo de esa
que quiso -aún
quiere- ser tu gata blanca.
Despierta, lúcida,
absoluta-
mente doliente: su
cola enrojecida,
toda mojada, como
un dedo índice
que, milagro de
agonía, apunta
hacia abajo.
2
No hay jerarquía
del ser. Se mueve,
asume su espacio a
saltos, asume
la cacería y la
muerte de su presa,
el antiguo deber de
la sangre
en la garganta
muda.
Más allá de
todo,
los ojos grandes
del tiempo por encima,
la plena libertad
de la justicia, sin
palabras, sin
especulación, sin
la mínima
necesidad.
Pura labor de
limpieza,
horizonte impecable
y libre de cuatro mil
años de códigos
sucios y pobres.
Pura fortuna y
prístina los trozos
de vísceras y el
ahogo.
La voz ganada al
fin
por el ser que se
oculta, todo lo audible
un gemido ahora sin
sentido alguno;
el don del mundo en
todo su deslumbre,
sin remedio, sin
pausa.
Es la muerte,
sólo.
Mayor ceremonia que
esta larga,
punzante dolencia,
sería una estupidez,
sería inventar
cosas que no existen.
Sería poesía.
3
Pero, Ximena, usted
no se vació. Sólo
se llenó de su
dolor, malamente
aconsejada por toda
esta asquerosa
humanidad. Irnos es
lo difícil,
ni imagina las
estupideces,
el teatro patético,
después.
Podría haber sido
usted
la gata blanca. Al
menos
se habría olvidado
de hacernos
pagar, a todos, tan
caro. Yo,
ahora mismo,
pagando
con poesía, en vez
de guardar
el silencio digno.
Quería entregarle
una palabra
justa, la que le
mostré dos meses
antes. Y poner su
nombre
a algún lado de
esa otra voz,
señalar la fe en
el nombre
único, la fe en lo
coherente
de la voz y la
idea.
Sin sonidos
sueltos. Pero eso
también era pagar.
Da asco,
¿no? La poesía
fue esa infección,
ese traslado entre
hospitales,
la poesía fue esa
criatura inmunda
que nadie pudo
advertir.
Así que tan
valientes con la palabra,
con esa religión y
ese deseo, esa
expresión del
cuerpo y el espíritu,
y todo termina
aquí. Da asco comer,
dan asco todos esos
papeles escritos,
y los otros, los
manchados
en la canasta junto
a la puerta.
Esos sí que
deberían haber estado
en el centro del
campo
de batalla. Sangre,
orina, bilis,
restos de comida,
vómito.
Pero eso, eso
escrito...
No existe verdad
alguna
acá. La palabra ha
sido hace tiempo
despojada,
emancipada
de su fidelidad a
las cosas.
Todo es ya pura y
triste
posibilidad.
4
Así que estoy
escribiendo
como el ordinario,
ese de la rosa,
falta que hable de
esa vida
que viene después.
Eso terrible,
eso inmortal...
Pero está ese cuento
de cuando el
Salvador despertó
a su primo. Y algo
falta ahí,
escucha:
Despiértate, imbécil:
mira lo que puedo hacer
contigo. Yo soy la resurrección,
¿y tú qué?
Galilea desde el aire,
ayer, hoy, un pucho
aplastado
sobre un plato con
arena;
y el esplendor de
Roma con olor
a podrido. Da lo
mismo la época.
La belleza, la
grandeza humana
agachan el moño
fácil. Ni Rilke
ni el otro
ordinario -el que pedía
más luz- llegaron
al tono
adecuado. Por eso,
por eso
precisamente, no
por otra cosa,
Plaza Echaurren.
5
Así que la vida
eterna, y compartimos
la verdad
trascendente a partir
de la fe, y muerte,
dónde está
tu victoria...
Débiles mentales,
ancianos ridículos,
ensuciando
las esquinas, ¿qué
ven aquí?
Asómense:
La nada que no
alcanza
a ser nada, colmada
de gente
arrastrada como
paladas informes
de carne y trapos
todos los días,
todo el año. Mira
este paisaje, Ennio,
transfíguralo en
algo que no huela
a podrido y a
fecas,
todos esos sirios
muertos por gloria
de quién sabe
quién, los siervos
de la minería
llenos la cabeza y
los pulmones de plomo,
y esos despatriados
con el sudor frío
cubierto de pulpos
y algas, aún
con el mismo olor
de la sed, el
hambre,
la arena sucia
pegada a la piel
quebrada como de
una rata seca.
¿Defenderlos de
qué, heroicos
campeones del
inconculcable derecho,
hablar de ellos
para qué, si ya
sus nombres se
escaparon de la carne?
¿Qué canción,
qué
poema, qué
humilde
relato en cien
palabras da tu medida,
inmortalidad de
basureros, mierdal
de los salvados? Ya
lo intuyó la Fe:
corderos,
descuerados y sin tripas,
dispuestos al
sacrificio. Pero
hago trampa.
Tú lo sabes,
Ximena. Yo lo sé.
Hacemos
poesía. Sabemos
cuándo huele
a cuerpos muertos,
y no a letra
muerta. Cuándo la
náusea es
por lo que se come.
Cuándo
por lo que se deja
de tragar.
6
La fe del humilde.
La entera ausencia
de razón.
El entero deslumbre
del otro mundo en éste.
Pero creo en el
asco.
Y si yo hablase en
la más exquisita
de las lenguas, y
no tengo asco
-no comer, no
poder dormir, respirar
apenas, la
náusea-, entonces nada soy; y si
fuese muerto en
hoguera en testimonio
de la comunidad, y
no tuviese asco,
entonces nada soy.
No hay dios.
Y es la vida nueva,
la del enfermo,
como Juan de la
Cruz, ardiendo ante aquello que es
y existe y se
siente: es el asco
y no da tregua
alguna a los pulmones
ni a las tripas.
Es real. Duele.
Nunca hizo falta
filosofía, poesía,
libro alguno para
explicar esto,
este asco.
7
En torno a la
basura se crea
lo limpio. Crece la
basura.
Crece en torno lo
limpio, la catedral,
las murallas, el
techo con calados.
Crece la basura.
Crece la ciudad.
No se respira sino
la peste, se recibe,
se deja de recibir,
se recibe de nuevo.
La vieja base
rítmica del arte:
respirar, dejar de
respirar, infectarse
expulsar la
infección, infectarse.
El pulso no cesa,
se mantiene
idéntico a sí
mismo, pero crece
la basura, crece lo
limpio en torno.
Crece la ciudad.
8
La tradición de la
comedia:
enanos, viejas
feas, retrasados,
monstruos, músicos
borrachos,
maricas, hércules,
ciegos, mudos,
mostrar el culo,
las tetas, doctores,
policías,
políticos, madera y tela,
cobrar la entrada,
aplastar a los ratones
entre las butacas
de los teatros de tercera
con la suela del
zapato. Silbar.
Aplausos.
Se acaba la poesía.
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