domingo, diciembre 02, 2012

ABUSO DE MENORES


Compasión, sufrir lo que sufres, así
me quiebro un pie y un brazo, me saco
los ojos si es que me lo piden. Lo sabes,

lloro cuando se paran enfrente,
proyectados sobre el cuerpo pleno
y conformado de la Patria, denso,

sin vacíos. Ponen siempre firme
el pecho, la mirada orgullosa; son ellos,
los mismos que sin rendirse luchan,

que no temieron la muerte, que se dieron,
se entregaron –nada hay más bello.
Yo he visto cómo se ofrecen, cómo

se dan al ojo más acá del plasma.
A veces entre tres o cuatro, y desde
las piezas cerradas y desde carreteras,

desde cada rincón del ancho mundo.
¿Han visto sus miradas, frías,
huecas? ¿Ese suelto gesto de las ropas

arrancadas, el calzón que se desliza?
Como si horizontales hadas sin historia,
pero sabemos que sí la tienen; la historia

es un atributo del cuerpo. Como fantasía
geométrica este microcosmos; la base
de la célula es el tiempo; un tejido

madura antes y el otro después, y hay
el que se demora y hay tragedias:
viéranlos gritar en las salas de parto,

la culpa ancestral de que ya no el barranco,
la mano apretada sobre la garganta,
al menos ese deseo de otra cosa,

siempre –el sueño del jardín,
los perros en amorosa jauría bajo
el sol, las mariposas, el sendero, la piscina.

O sea, la buena sociedad, el progreso
personal, la edénica promesa.  Pero
es difícil cumplir con estos votos; he visto

muchachas darse gratis pasadas las seis,
pierden, ganan, lloran, transparentes
sus vidas hacen –una sublime dimensión

de la vergüenza, porque también
tienen deseos, pero eso jamás a la vista.
Siempre se detiene el video cuando su cuello

perfecto cae sobre el otro cuello
perfecto; además ése, quién ése
que registra, sino nuestra imagen

en la pieza de hotel: miren, se dan,
se dan, y son nuestras cuando se ofrecen
y no dejan de darse, y son mías hoy,

cuando nadie más acá y el calor
y el hastío. La propiedad pública, ése
es el tema. Siempre hay ladrillos allí.

Son espacios vacantes, y hay perros
que vagan sin destino entre cuatro muros
de cemento y metales en nudo cerrado:

se huelen, se maltratan y también
se ofrecen para que más pobres seres
sin casa ni ayuda ni solidaria mano

-y nadie ha hablado ni puede hablar
de amor acá. Crecen en las propiedades
públicas esos monstruos y desde el hueco

que el tiempo crea los vemos, gozamos
de su inocencia, esa desprotección
gloriosa –los que deben ser protegidos,

el futuro, la mirada limpia, el bien
superior.  No asoman su cabecita,
no los vayan las bestias a comer,

quédense en casa, y véanlos marchar
cada cual más desafortunado que el otro
bajo la luz eléctrica y los carteles gigantes.

¿Y por qué tanto grito? Porque calladamente
los niños se dan, silenciosos para que des
tu solidaria mano, seas uno con el cuerpo

pleno de la Patria. Olvidamos la muerte,
las manos cortadas, el insulto,
este doloroso, torcido lomo.

Porque se deja de ser uno cuando
ondea un trapo o suenan broms broms broms,
uno no es ya el de ayer. Dejamos la inocencia

en un oscuro sótano, accedemos
a esta multitud sin nombres.
Qué que te corten los pies, qué

que te empujen la cabeza mientras
el ángelus, qué más da el subterráneo
y el olor a mierda, qué las cadenas;

de dónde estos escrúpulos si ya lo vimos
todo. Yo los vi amarrados, así que con los ojos
los amarré; y al estar muerto y repartido en siete,

pisé cada vereda de su mano, su brazo,
su cabeza cortada. Por eso, ahora, traigo
roja la suela del zapato. Es ésta

la sangre de héroes ofrecidos al abismo
apenas a la luz nacidos, para que compres
cada tarde el pan, para esa cerveza,

para el jardín y el ocaso en la ventana.
Compasivo el mundo da sus muertos.
Sufrimos ante el plasma, compasivos,

vivos y manchados de ese placer ajeno,
de sus muertes incompletas –pues vivos,
en ésa, la realidad, sufren y gozan.

La compasión es –en nosotros- esto sólo:
un dolor fantasma.

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