viernes, enero 11, 2008

Sobre ESTELARIO, de Ignacio Balcells


De acuerdo, la crisis de los símbolos con los que nos comunicamos es absoluta –la misma comunicación ya se pierde bajo el cuchillo del bisturí de los técnicos: tan sólo los medios pueden ya llegar a la plenitud de lo comunicable. Ante este viento –el nuclear, el de los crematorios alemanes, el del gulag ruso, o simplemente el de aquel Martes 11-, los últimos cincuenta años han visto las reacciones naturales: la transformación más radical de la palabra poética en expresión viva de su misma impotencia. Y a olvidarse de un Oficio, de presentar la belleza del mundo con el asombro de siempre: a lo más se permite el hastío.

En una época en que “la perenne actualidad de la Poesía” parece una frase de manual de historia, es impresionante leer en Estelario (Beuvedráis Ed., Santiago, 2007) de Ignacio Balcells (1945-2005), una voluntad propiamente lírica absolutamente presente y actual, como rara vez la poesía chilena de los últimos años ha podido producir. En este sentido, la poética de Balcells es una justificación del Oficio desde ese salto milagroso de dos subjetividades lejanas hacia sí a través de signos fijos en el papel, desde la religiosa epifanía de la poesía como creación de un mundo, desde la entrega del creador en su creación (que en mayúscula nos conducen a otro tema de trascendente religiosidad, absolutamente indisoluble de la idea del Oficio entregada en los textos de este libro).

Así, la huella del signo gráfico –palabra ésa, huella, cargada de objetualidad detenida y muerta-es en Estelario estela, signo vivo y en movimiento. La paradoja de esta vida encendida en el seno del depositario de muerte que es todo objeto fijo, ya está dispuesta en SEPULCRO, el primer poema del libro, en que los “restos lineales /de mi cuerpo”, sepultados “en la profunda página / para que otros los excaven” se despliegan como versos de prodigiosa sonoridad y métrica, que se dijera latidos –una de las características principales de gran parte de la musicalidad de la poética de Balcells. La apelación al lector, entonces, es directa, apareciendo como un ustedes o un de absoluta presencia en el ámbito de la creación misma.

En cuanto a esta particular forma de creación del mundo, se hace insistente en su apelación a una trascendencia, verdadera conciliación entre un mundo natural y un mundo evocado desde un Misterio. Conciliación que es encuentro entre realidades distintas pero con vocación de entrega y mutua necesidad, en una neta matriz de religare (“dice / la poesía / lo que no tiene / modo de ocurrir / no / para que ocurra / sino / para que no sea llamado / poesía / el modo de ocurrir”, POESÍA).

El extraordinario carácter de “legado” de este libro (el cual contaba incluso con una extensa lista de títulos), cuyos poemas fueron escritos entre 1973 y 2005 y ordenados tras su muerte por Martin Gubbins, Leonidas Emilfork, y la esposa y una hija del poeta (Jacqueline y Olaya), me da cierta irresistible sugerencia de una vanitas. La absoluta y marcadora experiencia de residencia de Balcells en la Ciudad Abierta de Ritoque entre 1970 y 1979, que incluyó el nacimiento de su hija Aurelia y la muerte de su hijo Ignacio (hecho del cual la sección MUERTE DEL HIJO, MUERTES da un estremecedor testimonio) en esa ciudad de arena, viento o espuma, materiales sutiles y móviles, que toma como sino la reconstrucción permanente, da en este legado poético una extrema capacidad trascendente del mensaje poético, que es capaz de entregar en RESURRECCIÓN el máximo testimonio de fe ante la más desolada presencia de la muerte, condición que da un contenido netamente humanista a esta posibilidad de exaltación –de hecho, da al lento y delicado oficio literario una hermandad paradojal con la experiencia mística. El hacer una poética en que el hombre pueda habitar es, sin duda, una voluntad de reconciliación del hombre con el mundo, más poderosa aun al ser planteada desde una arquitectura honesta y consciente de la objetualidad de la palabra.

En tiempos en que ya se reconocen “críticos” que hacen su negocio escupiendo al arte poética –para que en los medios serios y metropolitanos pueda tener lugar su mercancía de un periodismo ruinoso y decadente-, un libro como éste, escrito desde una orilla de sal, arena y reconstrucción permanente, con su voluntad lírica viva después de tanto abismo abierto (ese abismo que hizo a Balcells decidirse a pasar íntegro desde la arquitectura a la poesía), representa una función de real resistencia desde un margen establecido desde la esfera política más honda: aquélla que se ve obligada a retomar el proyecto humanista desde el olvido voluntario en que una subcultura de muerte quiere ponerlo. Más aun se reconoce esa voluntad de resistencia ante la presencia física de la edición, de una cuidada y sencilla limpieza, sin “ganchos” artificiosos para los consumidores de palabras o imágenes espectaculares.

Estelario es un libro que debería ser para muchos, pero termina siendo para pocos: la profunda seriedad y enjundia poética apunta a una literatura para creyentes y, en lo que se refiere a la Poesía, esa condición es de pocos. Esta iglesia burlada, insultada y relegada necesita de libros como el de Balcells para confortar a sus fieles: libros sin nada “nuevo”, pero de la más absoluta y permanente actualidad. Esto le da al libro el lugar –enigmático, indefinible- que tienen los grandes libros de poesía, los que importan: de espaldas al ruido. Hasta que el sol les llegue.

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