lunes, octubre 22, 2007

Bueno es decir que, sea en el ámbito que sea, no basta con decir que hay crisis. El gesto inmediato debiera ser el ocupar una posición desde la cual asumir una perspectiva, que nos apreste a tomar una decisión –ya que la palabra crisis en su origen está relacionada precisamente con estos conceptos (del griego κρινειν, separar, decidir), y no con el erróneo y habitual sentido de catástrofe. Por esto, la tan chilena espera de que las cosas mejoren o la también muy nacional solución violenta y desesperada se revelan como pobres ante un país que ha aprendido a asumir una crisis permanente; y gran parte de las respuestas a los grandes problemas nacionales terminan siendo dadas por unos pocos “solucionadores” profesionales, cuya perspectiva siempre viene desde el más abstracto de los conocimientos. Por esto, los progresos de nuestro país van al mismo paso que las grandes miserias, y si bien el capitalismo moderno hace la magia de hacer aparecer la solución de las carencias de la población (aunque se base en una moneda hecha tan sólo de aire), Chile sigue siendo el país de la crisis y, lo que es peor, del cataclismo que siempre esperamos.


A propósito de la carta que, a mediados de año, suscribimos una cantidad importante –y decisiva, me atrevería a decir- de escritores del país, en orden a exigir una nueva Ley del Libro y la renuncia de Jorge Montealegre, hay que decir que, por más que lo exigido sea una necesidad de coyuntura –que quienes valoramos el papel de la cultura en el país sabemos llamar como urgente-, un diagnóstico de crisis obliga a plantearse interrogantes más acuciantes. Y esto, porque es probable que la crisis que se refiere represente algo bastante más violento en el plano de las relaciones entre cultura y poder que los gestos de insólita torpeza institucional de nuestra administración de fondos de subvención estatal –que de por sí parecen transparentar un problema mayor.


La relación entre arte y sociedad no ha sido nunca fácil de expresar en fórmulas breves, y menos de administrar con la calma del planificador. El derecho de las artes de tener un lugar privilegiado dentro de la sociedad no ha sido jamás puesto en duda, desde el tiempo en que se relacionaban más cercana e íntegramente a la política y la religión –pensemos en la tragedia griega-, hasta la institucionalidad reglamentada y cuidadosa –incluso a nivel de contenidos- de la Unión Soviética y sus satélites, pasando por el desarrollo monumental del mecenazgo renacentista y el rol de educadora de la Humanidad que le quiso dar el romanticismo filosófico. El tema complejo es que, pasando por los más distintos géneros de consideraciones, el arte era algo de lo que el poder político debía hacerse cargo, y las motivaciones efectivas, o meramente retóricas, para ello, tienden siempre hacia las nubes de la abstracción o apelan a los más profundos sentimientos de las colectividades humanas.


Visto esquemáticamente: cuando el poder político despierta –via reformas políticas, revoluciones, imposiciones bruscas de su poder en territorios ajenos-, las artes siguen estando ahí. El misterio del fenómeno artístico tiene un ancla en el corazón humano, si se quiere, y según toda la evidencia, el hombre es capaz de crear o percibir las artes antes de su ya consabido instinto social; lo cual, bien pensado, es aterradoramente inexplicable y primigenio.


Podemos, entonces, entender que la energía artística fluye como quiere, cual ese viejo y olvidado espíritu. Dadas sus características, parece análoga a la energía de la empresa económica, en que la creatividad de los individuos es puesta al servicio de la generación de riquezas, se utiliza como base recursos materiales a los cuales se les da formas determinadas, y a la que el Estado debe controlar y encauzar para que no termine aplastando en su ímpetu de intereses particulares todo lo que alguna vez se llamó el bien común de la sociedad –ojalá pudiendo ellos mismos incentivarla o prohijarla en el seno de su propia administración. Sin embargo, el Estado actual, más que encauzar y controlar esta energía artística, parece intentar incentivarla, asegurarle una fluidez intensa y autónoma; de hecho, es capaz de asignar subvenciones a la actividad artística, a pesar de que esta actividad no genera una riqueza visible –y lo que es más interesante: ¡su misma subvención depende de la gratuidad del producto artístico!


Aunque sería fácil asumirse con la actitud de las épocas –aceptar que en el fondo es su deber y que merecemos el dinero del Fisco (porque el trabajo es sufrido, porque es muy importante para el país y/o porque de cierta forma alguien nos hubiera quitado algo que ahora nos tienen que devolver)- y no pensar en el tema en vistas, porque la cosa es simplemente así, el hecho de plantear una crisis y exigir una nueva Ley del Libro, debe obligarnos a un debate público sobre cuáles son, actualmente, los fundamentos de la subvención estatal a la cultura, lo que implica preguntarse sobre el rol de la cultura en la sociedad en que vivimos. Es lo mínimo que nos puede exigir la crisis presente.


miércoles, octubre 17, 2007

VALDIVIA

No fue de oro el torrente, garganta
abajo; siempre el oro fue mezquino.
Pasa que estos indios del demonio
arman estos trucos fácilmente: fantasmagorías
desde Tucapel a Concepción, y más allá,
proyectadas en el aire. No hay curas que puedan
echar aguas para esto, toda esta agua
está oscurecida por el Malo: las manos de Pozo
anudan tímidas un par de pajas, mientras los indios
calientan las almejas. Imposible ver
nada claro. Hay una cabeza sin cuerpo:
Agustinillo y su ingenio mudo mira
desde la pica alzada. Observa ahora esto.
No es de oro el torrente. Son las mentiras:
para poder vivir en ella y perpetuarse no la hay
mejor en el mundo
, cuando bailan
esa argamasa de ruidos, más dolorosa
que mutilación alguna haya; que parece la crió
Dios a posta para poderlo tener todo a la mano
,
y el murmullo de Pozo sobre Dios
y la Santa Madre; todo esto es salvaje
vanidad, nada hay de carne ni es palpable,
nubes, hechicería, mentiras: son
las mentiras allí, garganta abajo,
las que te ahogan; el fuego de Tucapel
es enorme, puro fuego el fuerte, ya no piedra;
se incendia todo eternamente desde acá a Copayapu,
toda descendencia se quema y ahoga
de mentiras, y Valdivia lo sabe,
y se muere, y no para de morir,
eternamente, aquí.

martes, octubre 16, 2007

SAULO


Desde la colina de Poseidón, se ve

a las gentes aglomerarse. No puede ser

más bello el día. Por eso es que en el aire,

en cada faz el evidente mandato del Amor.

Cada piel lo pronuncia, cada leve

pliegue de las ropas. Acá algo para las caderas

de la bella Priscila: si toda la fe, de modo

que traspase los montes, y no tengo amor,

no soy nada. La tinta se seca bajo el sol.

En verdad, es un grande y bello día,

resuena en él el eco del final

del tiempo. Aquila tendrá el mejor

de los vinos, y el alma se levantará

a cada trinchadura de las carnes. Y la

música, la música hará esplender

todo el Azul. Y si entregase mi cuerpo

para ser quemado, sin amor

de nada sirve. Y si hay tiempo,

si equivocados estuviésemos y hay

tiempo más allá de los días que vienen,

no podrán, nunca entenderán

esta elevación del alma, este fulgor. Claro,

cuando venga lo perfecto, lo que está en parte

será quitado. Ese pequeño pillastre

ya debe estar llegando, con toda la madera

que hace falta. Que caiga encima

de mi cabeza todo este amplio estío, si mañana

queda un solo muro en pie

de esta ciudad bellísima.


jueves, febrero 01, 2007

LA FAMILIA DE MI PADRE

Nació mi padre porque sus hermanas
nacieron: el horizonte abierto y anguloso
de las nuevas fundaciones lo saludó
al primer grito. Crecían ellas
como árboles mientras mi padre
moldeaba los huesos bajo la bruma densa
de Coronel, y fue natural que eligiera
como su vida entera el dedicarse a esa
familia suya. Desde la oficina dibujaba
sus perfiles con seguro trazo, cuando
las veinte máquinas herramientas
de la maestranza le cantaban a coro. Yo
lo vi alzar la vista, reconociendo el leve
matiz de lenguaje que le pedía el cuidado
que no le daría el operario –no sabían,
no podían saber, las sílabas precisas
de esa precisa criatura. Hasta el vendaval
sutil, silencioso, que barrió con todo eso, él
aseguró el amor de la gris familia, y aún
guardo en el alma las palabras suyas:
no hay azar en las máquinas, mientras
yo programaba juegos de dados
en el Atari Basic. El tiempo del cáncer
fue, dolorosamente, el exacto. El necesario.
La oscura inteligencia del mundo dejó las cosas
en este agudo silencio sin sentido que vengo
habitando con hermanas blancas y esquivas,
que envejecen y mueren de un año
para el otro. Este arte persiste, como las ruinas
de las cepilladoras, bajo un óxido poblado
de animales; y más allá de esa calle, la gente
hace cosas, se mueve en la verdad, con los dedos
hace luz de la penumbra, deja atrás a toda ésta,
mi borrosa dinastía.

viernes, enero 19, 2007

SUEÑO DE LAS MAESTRANZAS

A la espalda de mi padre, en el taller

tras la oficina, vibraba y tamboreaba

el son de las máquinas que hacían las piezas

para las otras máquinas –aunque ya no se puede,

no se debe hablar de la bella música del largo

día. La libre importación dio cuenta

de las maestranzas, del amoroso aceite

que filtraba las comisuras del gris

metal, de esa solidez que el mundo

ya no consiente. Todo hoy es tan sutil.

A lo más el fax da un trino limpio: ha llegado

la pieza requerida, el impuesto se arrastra

y se liquida camino del satélite. Y cómo,

cómo desde la mano en el tablero oblicuo

nacía la firme curva de los precisos, preciosos

objetos. Nadie podrá ya más ver esa belleza. Se fue,

se fue sin heroísmos a la silenciosa cloaca

de la historia. Quedan aún sonando

bajo el aire dolorido los discursos

sobre el progreso –ya pura llamarada verbal-,

y los hijos adictos de los operarios, maldiciendo

la explotación de sus ancestros a pipazos

brutales. El aroma limpio del aceite, dónde, y esa

música: reservas para absurdos nostálgicos,

con esa estúpida infancia bajo los militares aún

en la sangre, cantando como ayer

en las fiestas de rigor, sin saber ya de qué diablos

se puede escribir en este sutil, callado

fin de mundo.

SERPIENTE, DE JAVIER DEL CERRO

La realidad en los puertos, a veces, parece más realidad que en el resto de los espacios habitados; la sola frase es puerto justifica las más descarnadas violencias y las miserias más abiertas. Este exceso de realidad hiere la pupila, ataca el hígado y todo el sistema nervioso y obliga a desplazarse más rápido –pero con esa especial velocidad que corresponde a la proliferación de objetos y seres, y no a la capitalina difuminación espectacular. Véase a Santiago: toda la nueva producción poética capitalina se refiere a un desvanecimiento y desemboca, consciente de su derrotero, en el vacío.

Comparto con Javier del Cerro allá en su Coquimbo, y compartimos con Damsi Figueroa en Talcahuano, Jaime Araos en Iquique, Harry Vollmer en Puerto Montt, Florencia Smiths en San Antonio, y tantos otros, la experiencia de escribir desde los puertos, que en Chile es, además, escribir desde la provincia. La clave de lectura del exceso de realidad, palpable cotidianamente, me habla de inmediato de la agresión permanente de los objetos y de todo aquello Otro, desde esa habitación en que se escribe –la mesa la silla la ventana, que parecen parte de esa vigilancia que se deja entrever varias veces en el texto- y los fierros con óxido del espacio portuario, hasta las imágenes violentadas de los niños y las prostitutas en los espacios públicos. Es una paranoia producida, actuante y conformada.

El escape toma la forma de ese reptar aéreo y serpentino que, negando el espacio y volviendo cada lugar en un no-lugar, se ve forzado a ver a ese Otro enemigo y hostil, plantado al frente siempre, asumiendo el privilegio de ser sobre la vacilante figura de aquél que debe dar cuenta desde la pura perplejidad.

Me parece ver en esa serpiente fugitiva, al fin, una imagen realizada de lo que implica la expresión poética en su aspecto más fluyente. Ella tan sólo pasa por la (¿semi-?, ¿ultra-?) conciencia del autor, ya no como en la lírica tradicional, transportándolo en la inspiración, sino que en la euforia casi dolorosa que nos deja cualquier exceso químico –el stress, el alcohol, la droga… Este poderoso arrebato revela, claro, el desajuste radical del sujeto poético, pero en Serpiente me parece que también abre los ojos a la ilusión del habitar, la pura puesta en escena que termina constituyendo al habitante en una época de crisis simbólica generalizada. Así es como en los últimos versos del libro (el óxido la garúa / Los fierros / El traqueteo sobre las cosas / Coquimbo la representación / El mar su movimiento / El habitante es un actor / El poeta su doble), dispuestos en el tan especial serpentear violento de orilla a orilla de la página que lo recorre en toda su extensión al poema único que compone Serpiente, me parece ver una declaración abierta de la constitución recíproca entre ciudad, habitante y sujeto poético, arrojados en su vorágine a un reconocimiento mutuo, incesante y agónico.

Esta constante experiencia del pervivir –que supone un percibir- requiere sin duda el despliegue barroco de violencia de la imaginería de Del Cerro, traducido paradojalmente en un lenguaje libre de barroquismos. Siendo un libro breve de menos de 50 páginas, sabe cumplir con ese programa, que desde De Rokha, pasando por Neruda, la poética irónica de los 70 y la urbana de los 80, se desarrolla dando a la poesía chilena su rostro más lúcido: el logro de nuevas y más intensas formas de realismo poético.

Javier del Cerro (Coquimbo, 1970) ha publicado Perrosovacangufante del Mar (1992), Signos en Tránsito (1995), Ciudad de Invierno (1999); y en calidad de seleccionador los libros Poesía Chilena Contemporánea. Coquimbo-La Serena 1980-2000 (2000) y Poesía Chilena Contemporánea. Cinco Mujeres Poetas de Coquimbo y la Serena (2001). En 1997 obtiene la Beca para Jóvenes Escritores de la Biblioteca Nacional y en 1999 la Beca de Creación del Consejo Nacional del Libro y la Lectura. El año 2002 se le otorga el Premio Municipal de Literatura de Coquimbo. Su obra ha sido incluida en diversas antologías, publicaciones, obras de teatro y sitios afines. Escribe crónicas y es editor en El Mundo al Instinto Ediciones y SUB Ediciones. Ha realizado una importante labor de animación cultural en la ciudad de Coquimbo.

jueves, enero 18, 2007

DESPEDIDA

¿A quién vio la más bella cuando
me vio? ¿Cuál de todos los fantasmas
de mi casa muerta se le dio esa noche
de baile y licores, mientras toda la ciudad
dormía como animal en invierno bajo
nuestros pies? Ah quisiera ser uno, hoy,
uno solo, que no se pudiera ella equivocar
de ojos cuando encuentre mis ojos, de manos
al dar la breve mano; que dos sólo estuviéramos
en esas estaciones azarosas, y no este montón
de restos de otros, esta multiplicidad ridícula. Mas
las condenas son condenas: el peso de mi casa
muerta rompe el puente débil del matiz
que, esfumado, dibujan las horas luminosas.
Fácil, tan fácil ser el ligero vagabundo
de siempre: que todo vuele, y al diablo el pasado.
Pero me ha caído tu relámpago, y de tan suave
mano que fue imposible esperar o prevenir: los climas
son tibios, ni siquiera llueve ahora. Ni el rock,
ni la quieta deriva del alcohol, van a liberarme.
Regalo bello y doloroso éste, el de este trueno:
quizá tan sólo el silencio sea la retribución
única. O hacerse el de este espejo, frío, vertical.
O quizás elegir el hermoso bar que conoces, la barra
respirando un beso, el tiempo que no quiere abandonarlo
a uno, este rostro maniático a la hora de dormir.
Trivial, dirás, hermosa, con tu boca sonriendo.
La clásica pena del que ha quedado solo,
porque no supo subirse al carro de la historia, porque
quedó preso de enigmas que es inútil escarbar,
porque le buscó la quinta pata al gato de la vida.
Es que tú misma no has visto, no puedes ver,
el hermoso y terrible vacío de tus ojos. En fin,
probablemente no viste a nadie. Yo mismo
estaba en otro lado. Los dos, como siempre,
nos equivocamos de lugar: tan sólo las seis letras
de nuestros nombres estaban, y eran otras voces
quienes pronunciaban esas viejas maldiciones
de dos sílabas. En el fondo nunca, nunca
dijimos nada. Fuimos más inteligentes. Nos envidiarán
hacia atrás, en el recuerdo, cuando el silencio sea
la única ley; por adelantados al tiempo, por la sonrisa callada,
porque ya triunfamos sobre esta edad final. Ahora sabemos
que vamos a morir. Es hora de irse a reposar la cabeza.
No hay nada que escribir, nada que plasmar
en telas. Hagamos el trabajo como el jornalero.
Acabemos con esta impostura.

viernes, diciembre 08, 2006

SALÓN DE BAILE

En torno a la más bella de la ciudad,
el mundo entero oscurece: la brumosa
figura de los danzantes se precipita
como un abismo que a sí mismo
se encuentra, hediendo a humo y al
sudor y la pena infinita de los condenados.
Mas el anguloso dibujo de su rostro
no reconoce el extravío mecánico
del tiempo, los sólidos seres en su rueda
final. Este salón de baile sería igual
a sí mismo –todos los días, todas
las horas, la tediosa bailanta se repite:
mas hoy otra es la noche que lo cubre.
La noche que no es. Cumple esta sombra
su destino final sin obedecer el debido
paso: verse ciega y precipitada hacia su propia
negrura. Sólo ella, hermosa, es la Noche
-la que se incendia, permanece y es-; ella,
el Día que no sabe de horas. El tiempo
no responde al idioma de sus labios finos,
los ojos fascinados. Ahora, esta mañana,
le he pedido al mundo la embriaguez
del exceso: su concreto afán de plásticos
y losa. Y sobrio y sin reposo me ha obligado
a tenerla delante. Aparecerse así, claro,
es un daño. Un golpe de trueno. Y a mí mismo
me cargo en las espaldas -así ni siquiera
se puede dormir, ni siquiera la banalidad
del deber o la estúpida alegría de los danzantes,
ni siquiera, ni siquiera la letra, dibujito
deforme.

jueves, noviembre 30, 2006

POR MI POESÍA BÁRBARA


Usted sale a la calle y con qué se encuentra?

a) la gente culta: conservadores y recreadores de toda la maravilla de la cultura occidental. Los alemanes, claro, y los ingleses, por cierto, y la bella cultura clásica –como clásica, no en su bella y ligera fluidez mediterránea.
b) las jaurías juveniles: al carajo con todo y nada detrás de ellos. Toda una generación de genios creada y criada por funcionarios y editores ansiosos de novedad –siempre ha sido muy vistoso eso, no?
c) los performancistas y similares: es evidente que la poesía como tal debe ser sobrepasada. Quédese uno con la vieja disciplina, que ellos saben mejor que uno pa’ qué lado sopla el viento.
d) los compañeros en la lucha: exigiendo el compromiso porque es el deber!

Increíble pero cierto, todos están en la verdad –esa chica díscola que en los últimos 40 años se acuesta con todos. ¿Le van a pedir a usted que elija? Y bien:

yo no elijo. Venga Heidegger, venga Guillén, venga la lúcida deconstrucción de los jóvenes salvajes de Santiago, venga la total erosión de la palabra por la luz o la pura vocalidad. Pero sin elegir: yo me quedo con mi barbarie. Gene Vincent, Yardbirds, Celentano, Leo Dan, Charly, denme horas y horas de música de la que se toca en las radios. Usted cree que la cultura occidental y cristiana todavía vive? Supone que los sueños de Voltaire, Rousseau y todos esos hermosos viejos cascarrabias sirven de algo en esta época final? Cree aún en el ensueño de Recabarren o Mayakovski, dos brillantes suicidas que suponían que el ser humano servía para algo? Me da un carajo, señores.

Toda esa colección se ha hecho una gran biblioteca. Mohosa, sucia. Se acabó todo esto, ya no da para más. Así que déjenme –a mí- con mi barbarie. Por lo menos intento que la pasen bien –créanme que es mi preocupación inicial. Hay gente a contrata que hace cosas para su particular gusto, y usted puede pagar por ello. Déle, maestro.

La poesía debería hacerse hermana de la canción de radio, usando y abusando de toda la vieja biblioteca y usando y abusando de las nuevas genialidades y salvajismos de esta época final. No hay tiempo para exquisiteces. Déjenme aullar con Gene Vincent. Mire no más a Lennon gritando rabia, al Presidente Chávez revelando el disfraz de la Gran Política, a los muchachos hiphoperos cada vez más lúcidos, más biensonantes. Por supuesto, todo eso es poco serio. Y qué va.

A mí me encuentran en el bar de siempre. Vivo de los negocios que invento y hago en ese bar: es un lugar notable, ahora hay un cubano tocando jazz en trompeta y es como estar en el cielo –la cerveza acá sabe a sangre de Dios. Hago mi pega, y pienso así antes de otra cosa: después empiezo a pensar en América Libre, la Dama Poesía, la Vanguardia, y todas esas otras cosas que amo porque están en mí. La gente que vive en oficinas no me entiende, y la gente que se desvive por vivir en oficinas tampoco. Menos el burgués, ese experimento que la humanidad hizo durante 700 años y que salió mal, y ojalá se acabe alguna vez. Me imagino que hay otra gente que sí me entenderá.
Si no, para que pondría poesía en mi blog?

miércoles, noviembre 22, 2006

BALADA DE LA APUESTA

Para S.

Parece simple empuñar la mano
y dejar las fichas en esta diabólica
mesa reglada: el croupier es un borracho
que sería mendigo sin esta ocupación
de estafa y juegos de mano evidentes
para el ojo bien entrenado. ¿Entrenaste
bien el ojo los doce años obligados y esos
cuantos más que hacen falta para ser
gente de provecho? Así que ves en qué
consiste este mercado de la usurpación:
ni la peor fiesta tropical dominguera
resistiría este tipo de escenas. Las tres patas
de la mesa del mercado del mundo cojean
y son de madera terciada. Todo se ha degradado
tanto, tanto, que obligados ponemos las fichas
en este gesto que parece tan simple. Pero hay
una diferencia. De vez en cuando tenemos que hacer
este truco, ocupamos con el cuerpo en pleno,
de un solo salto, la casilla, y la mesa
tambalea, las patas y la cubierta se despedazan
y dispersan, el resto de parroquianos miran,
aterrados. Y el borracho huye, pues reconoce
a un conocedor. El mundo es así de frágil:
un frágil cualquiera como nosotros, torpes,
lo hace caer; y siempre, siempre así, se gana
la apuesta, enteros para otro turno de baccarat,
otra noche larga en el casino, sonrientes,
vivo el color de la tez, victoriosos.

jueves, noviembre 16, 2006

DISQUISICIÓN SOCIOECONÓMICA

A Jaime Luis Huenún

Y eso que dicen que las empresas
no tienen alma, que los Estados
son peso muerto. Todo aquello que nos
oprime tiene un alma, es cuerpo
lo que no usan. Se despliegan aéreas y
bursátiles, las corporaciones, las lecheras,
las forestales, sin ocupar, cual hadas negras,
el espacio extendido: el problema, por supuesto,
es otro. El caso es que nosotros ocupamos
espacio. Estorbamos mañosamente
con este cuerpo torpe y esta ropa
de segunda mano a la libre concurrencia
del capital, al tránsito del mundo.
Ni siquiera un perro en la cancha de fútbol
sería más intempestivo. Usted y su gente,
yo y los míos, todos hacemos bulto, y la poesía,
¡ay la poesía!, también ocupa un lugar
en la persistente vibración del aire.
Así, si tenemos problemas, no es
nuestra culpa. Tampoco de las liberadas
y espléndidas fuerzas productivas.
La responsabilidad habrá que dársela
al gesto primario e insolente del coito
que nos trajo a estas tres dimensiones del mundo.
Ésa es la negación de toda alma: puro
cuerpo, el más rojo abuso del espacio. Así
que la piedra en la mano, la patada
-quizá rifles y barricadas cuando las cosas
se pongan bravas- deben ser gestos gratuitos
y bellos. No hay razón para la protesta; tan sólo
exigir el contrato de arriendo por este metro
de oxígeno, y no tener ni la más mínima,
ni la sombra de la intención de pagar.
Esas hadas negras son objetos sutiles.
Qué van ellas a saber de dinero.

martes, noviembre 14, 2006

LOS CASTIGADOS

Era la vieja sala de clases, ¿no? O parecía. Lo único era que desde la ventana, la distancia se hacía extrañamente larga, infinita se diría –y eso tan sólo para que ese tipo alto que yo no conocía mirara hacia allá incesantemente. Dando vueltas la cabeza, podías ver a los otros dos. M., sin siquiera disimular los casi espasmódicos tragos que arrancaba de la petaca de ron barato, y Ch., con los ojos fijos hacia el pupitre, sombrío y silencioso.

Claro, ¿qué hago yo aquí? Aunque el tipo en la ventana no era de mis conocidos –una cifra incógnita, claro-, podía sacar algún tipo de ecuación explicativa. M. y Ch. eran dos amigos de infancia que habían tenido en común una relación de amor, o algo así, con C., y he aquí que llega ella, como si no quisiera darme el gusto de resolver ecuaciones. Haría cualquier cosa porque dejaras de beber, le dijo a M. mas no volver contigo; y a Ch., hay otras, hay un mundo; esto no es nada, un sueño. Al tipo en la ventana: Soy un ave libre. A mí, nada: ni siquiera me miró. Salió por la puerta estragada del tercer piso del colegio, con el gesto de quien no va a volver nunca.

Como el silencio era aterrador, intenté yo un breve discurso: ya se acercaba el crepúsculo y habría sido bueno salir a caminar o festejar algo al azar. No lo saben, amigos, ni usted, pero antes de que ustedes fijaran en ella la vista, yo ya estaba en sus redes. Creo que ya me estoy liberando, pero no ha sido fácil. 18 años de los 32 que tengo..., y ahí me percato que el idioma que hablo es inentendible. Hace frío, digo, y recién ahí es de nuevo castellano. M. engancha con el comentario de manera dudosamente coherente y con el deslumbre delirante del amor: Sí, mira. Es un ángel que quiere huir hacia el sol, apuntando a una polilla que quiere traspasar el sucio vidrio. Claro, le respondo yo, es mi ángel de la guarda, y me puse a reír tan, tan fuerte que los otros en la sala me miraban espantados y yo estuve a punto de despertar.

No recuerdo bien lo que siguió. Sólo que hacía más frío, y de esa pieza no se podía salir.

lunes, noviembre 13, 2006

LA VIDA POÉTICA

A Leonel Lienlaf

¿No ve, hermano, que la vida
poética es alcanzable para los mortales?
¿Y ese sur de la noche violenta aún,
aún en este puerto kilómetros
al norte, la sangre calentando? Los carabineros,
claro, son los mismos -nunca han dejado
de serlo-; y esta escena de comisaría
-las esposas, el encierro, las botas-
no ha variado. Treinta años, cien
años, ayer, también llenaban papelitos
con sentencias y frases tribunicias.
La diferencia es que esto es francamente
cómico: ya no queman las casas, ya
no escupen el vientre que a uno
le parió, ya no usan máquinas
eléctricas. Claro, estos tiempos
son enteramente repetición, pero fíjese
en esta decadencia; usted con sed
de whisky, y el teniente con el zapato suyo
marcado en el honorable mentón.
Olvidemos la tragedia de ayer, por este
rato. Es la vida poética. Todo juega
a repetirse, pero ahora da a lo más
para hacer chistes, pensar en la noche
violenta del sur, hacer poemas
de circunstancia, reposar en el rol que nos toca
en esta opereta final, y ocuparse en la mañana
de otros asuntos. Nos libre este sur de la sangre
de tomar las cosas en serio. Alcemos
los vasos.

miércoles, noviembre 08, 2006

VÍSPERA

Al Presidente Chávez

¿A quién no le gusta disfrazarse
para las fiestas, hacer chistes a la hora
de las copas? Aunque parezca
mentira, alguien hay que no. Él mira
desde su blanco castillo en la víspera
del Año Nuevo, se estremece, de una hora a la otra
va a salir con ceño airado diciendo
que necesita dormir, cuando todos sabemos
que no descansa. Ay ese orden y paz
de las patrias, en que encorbatados
los dignatarios hacen la mañana: ¿no se escuchan
en voz baja sus voces haciendo chistes
de borrachos, no se ve acaso
la distancia abierta, cada día más grande,
entre la ropa y la piel? Mírelos, Hugo,
cómo desean desnudarse y olvidar
que las cosas deben funcionar, olvidar
la bandera, el imperativo categórico, a Dios
y los dioses. Y dicen que usted hace chistes,
que su país es un carnaval, que todo es mentira,
que nada es amor, que al mundo nada
le importa. Ensordezca, ponga la música, arme
la fiesta, don Hugo, yo tengo un par de botellas. Déme
usted una bella esperanza, de largas
piernas y buen matiz de piel.

lunes, noviembre 06, 2006

CASI UN HOMENAJE

He vuelto a ver a la mujer más bella
de la ciudad. Hacía tanto, tanto tiempo
que se me calmó el alma, y ahora
esta quietud no me deja tranquilo. Ah
el fulgor, que tan sólo yo he visto, y
que el resto de almas simples de ese bar
de segunda ni siquiera sospecha; bajo
esa ropa vulgar, ese rostro cansado; repentino,
esplendente, este fulgor. Y bien, ¿qué hacer
sobre esto? Las apuestas no corresponden
a esta categoría de luz hiriente. Puede
que sea un monstruo de egoísmo, o que
su frialdad pueda matar dolorosamente,
mas no eliges esta fisura en la pupila: esa
herida te elige a ti, y no hay libro de reclamos
para esta violencia. Ni siquiera
hacerle poemas a la más bella de la ciudad:
su mano barrería con todas los versos
de una sola pincelada. El deslizarse de sus dedos,
su rostro nítido, más más acá de toda
palabra. Quizá, y sólo quizá, dejarle
este papel pauteado como quien espera
el juicio seco y artístico de una colega. Porque
es así el oficio: siempre la poesía es la envidia
al destructivo y fugaz rayo de las
tormentas. ¡Ay, este relámpago!
¡En el iris, en el seso, en la carne, este
relámpago!

sábado, octubre 28, 2006

BALADA DEL ENFERMO

In memoriam Gonzalo Millán
y Antonio Avaria


n’était-il pas poète...
Immortel comme un autre?...

Corbière

No sale bien la voz en estos
días. Menos se puede cantar
-se hace el ridículo, el aire
no puede alcanzar ni el más modesto
registro de tango; a lo más el
ayayay. ¿Se podrá hacer poemas?
La enfermedad –sea el nombre que tenga-
es un tema magnífico, pero cuesta
concentrarse bien. Todo el dolor,
la impaciencia, el tedio del mundo
recorre el cuerpo debilitado como si
una onda eléctrica: se puede hasta llorar
con un viejo bossa de Nico Fidenco, o
saltar de alegría con la ligera torpeza
de Dean Martín. ¿Cómo, entonces, escribir
lo que se llama un poema, trascendente,
el pleno despliegue de procedimientos
retóricos, los versos depurados y medidos,
cuando el mundo no deja en paz a nadie?
Militares, gripe, SIDA, y aquélla,
la impronunciable, todo se sube al tren
para que la mano tiemble, la gente
caiga dormida de pie como caballos, y de cada
tres versos uno quede en el limbo
del Leteo. La obra final es un registro inútil
e incompleto. Di, repite conmigo: eso no es
lo que yo quería decir
. El más grande
de los críticos, imperturbable y negro
termina con la trampa de la literatura:
tinta china volcada sobre el papel
más frágil de todos. Para el enfermo
lo que el enfermo se merece: la muda
reseña de piedra, la indestructible
metaliteratura del día después.

jueves, octubre 26, 2006

Henrickson en Catalán!




Santiago, 1974. Poeta i crític literari. Ha publicat: Ardiendo (poemes), Y si vieras la mañana (contes i poemes), Aviso desde Lota (poemes) i En tiempos como estos (contes). Manté inèdits els poemaris Teologia sorda i Imagen de los lugares vacíos. Està a punt d’editar Breve antologia de la poesía contemporánea en Valparaíso (número especial de la revista Encuentro, Estocolm, Suècia), la qual compila i selecciona. El seus treballs, que inclouen narrativa, poesia i cròniques, han aparegut en diverses publicacions d’abast nacional i internacional.


apostasia 1

Et salve el món del fàstic de la vesprada,
del temps brut de l’estiu, dels murs, et salve
el món, de la música buida
de la història, el món
et salve a temps.

Les ciutats seguiran dormint al
teu cap, demiürg obsolet, ¿et recordes
del compte sense pagar, del coll bru
d’àngel de la xica que se’n va anar a ballar
a una altra part? Les ciutats seguiran,
quietes, com lliurant-se a la tinta dels arquitectes,
com les naturaleses barates
de província, quietes i absurdes, que venen
en el Passeig dels Peatons.

Et salve el món d’eixa calma de ressaca,
d’eixe planeta destrossat sota
el llit i eixos éssers petits que no deixen
dormir en tota la nit, que sols
els especialistes en malalties de l’ànima poden
entendre, el seu llenguatge un llenguatge de vocals i
asfíxies.

Et salve el món del silenci de l’estiu,
de quedar-te dormit perquè anit
vas beure més del que devies, de llegir Baudelaire i sentir-te
un flâneur i estar feliç per això:

i escolta que et criden, escolta
a l’ordre la cridada: salve’t el món amb la seua veu
electrònica de despertador
plàstic;

i els ulls oberts al bell món buit.

Ja que cal sembrar la mort aquest matí,
desplegar sense temor eixe doldre’t de les vergonyes
davant de ficticis ulls de jovenetes cegues
i fictícies;

ànim, que poc
falta: anima’t
ja
a
crear un món
per a fer-lo miques.


el món a l'aguait

Malgrat la fama mentidera,
el frare pateix: pren massa café al dia

i la seua conducta de nit no és d’aquelles que la seua església
aprovaria: a més és un ésser de poc interés. Si alguna
vegada cal defensar amb guerra els béns de la pau,

no el cridarà ningú, tampoc ara
el crida ningú, fa dies

que no el crida ningú.

Malgrat la fama mentidera, el frare
és dèbil i dubta fins i tot
de la seua ombra. Els seus cultes foscos

es presten a confusió pel seu desordre, són presos
a broma com inútils
en aquesta edat mecànica.

Passeja els diumenges,
i ningú sembla conéixer-lo: com si sols

existís en determinats moments de foscor
i males companyies; així que,

treu una corbata vella, vestits de cavaller, dóna
lents i ponderats
passos pel centre; crida una amiga
que té un fill petit i va amb ells
a la plaça,

per a què la gent veja en ell una màscara com
la de tots,
i no eixos trets incomprensibles
de la ritualitat.

El frare és un bon home, pensa
el frare, i no pot dormir,
i no aconsegueix
dormir.


Traducció de Conxa Montesinos