viernes, abril 22, 2011

TEXTOS EN GRIS SOMBRA

Estos poemas son parte de Ecos de cemento, texto que recoge la experiencia del colectivo A la Sombra en la cárcel de Valparaíso. Consultas para adquirir el libro al mail colectivoalasombra@gmail.com.

EL SUELO PROTECTOR


Tierra, es la tierra debajo. La sientes,

no es el cemento en la suela del zapato,

es que el peso es el peso, o si no, no te quejes

de los kilos de más, la mala vida. No puedes salir

de acá volando. Tu lugar es ahora éste, y hay

una gran araña que te agarra de los pies -así,

como los cuentos de muertos, pero despierta

y mira: esto está lleno de vivos. No hay caso.

Estás acá -repite, estoy acá-, y hay una musiquita

de sirenas, que te recuerda que todo canta,

incluso acá, con este olor al sudor

del miedo, este alzar la cara, este ojo

contra ojo, sin pausa, todo el día, y

en una de ésas, también en la noche cerrada

-brillando en la oscuridad. Nada acá es tuyo.

Es la tierra -nuestra gran madre, la que te quita,

la que te pega, te deja amarrado a las patitas

de araña, que ni ves. Sólo las estrellas

-ojos que te ven, sin dormir, medio a medio

de la noche.





EL DON VELOZ


Te han dado un don, tienes un don.

Acuérdate del descuido, del giro rápido,

el saber si vivo o muerto el que al frente y

paf, hasta que a lo lejos te ves cuando miras

atrás, y estás tú mismo, jugando con barro

-todos los niños juegan con barro-, alargando

la mano a la caricia esquiva -todos los niños

tienen la mano larga-, y piensas en no pensar,

en sentarte y mirar alrededor como pasmado,

mientras dos, tres pasos, mientras dos, tres

pasos, hora de dar el giro, y chupas

lo que queda de lo que quede -el tiempo,

largo, mata; se cocina el guido en tu cabeza,

y ni odias, ni amas, ni nada, ciego dices

que ya nada más, que no tienes ni un minuto más,

que te matas, y entonces es cuando piensas:

te han dado un don, tienes un don,

y te estiras, como un gato, limpio el flujo

de la sangre en las piernas.

Dos saltos y quién te alcanza.

Ni siquiera ya te ven: ya nadie

te ve más.



EL LUGAR DONDE ESTÁS


Estás donde estás, no donde

quisieras, no el sol –sí a veces

el viento, hace frío incluso cuando

cae una luz uniforme encima,

y te deshaces, te revuelves, miras

lo que no es y podría alguna vez, alguna

vez, haber sido –la cárcel, pronuncias

las seis letras, la cárcel, define el sonido

de la c que primero dura y después

suave y como silbido, estás ante la palabra,

se te presenta sólida y al frente-,

por ejemplo, un plato caliente, la música

de la radio, un perro en el patio que te ve,

mueve la cola. Y no es acá: es algo que sólo

de repente ocurre, cuando cierras

los ojos; porque estás donde estás,

no donde quisieras, y hace frío.

O tienes frío y no hace frío, y la piel

más dura que antes porque el cemento

y las miradas que se cruzan –el temor

ante la palabra sólida, la necesidad

de llamar le a esto con otro nombre,

por ejemplo inventarte uno nuevo, una señal

de que algo más allá de ti está

parado allí donde estabas tú-

no donde estás, sino donde quisieras

estar, abres la ventana, es la bahía,

el día se muere y piensas en salir,

sólo en salir, el perro ladra,

hace su ronda, te guarda

en la vieja casa.

martes, abril 12, 2011

Lanzamiento de DESPOBLADOS, jueves 14 en La Sebastiana

ECOS DE CEMENTO: UNA LECCIÓN DE LIBERTAD


No creo que haga falta el esfuerzo de recordarle al que ahora lee lo que es la vida en una cárcel -ya que si no la ha vivido, le es imposible imaginarla, y lo poco que ve y vive aquel que visita no le da ventaja con respecto a la mirada lejana y mítica de aquel sector social para el que sigue siendo una experiencia de plano inimaginable en su horror. Para otros, en cambio, esta sombra es real y concreta, tiene densidad, lenguajes y formas de entrar, estar y salir, y su horror está a la altura de todo el resto del horror del mundo.
Lo que todos dejan afuera de inmediato es la dimensión de la belleza. Imagine quien imagine, observe quien observe la sequedad de los no-colores (los tonos que la humedad le da al gris), el secarse de la ropa que obstaculiza permanentemente la mirada de plena perspectiva, la sensación de que no hay espacio, de que jamás habrá el espacio suficiente; sea quien sea quien ponga la mirada, ve un lugar desprovisto de la gratuidad de lo bello, y seres exiliados de la belleza hacia un mundo en que la utilidad y la necesidad son construidas desde esa precariedad que da el temor y la tristeza.
Saber que esta visión es incompleta y falaz es una de las victorias del Colectivo A La Sombra. Desde el convencimiento ético de que la capacidad de creación artística no es un don mezquino que reparta ningún espíritu de arriba o de abajo, el Colectivo ha hecho visible, a través de una serie de intervenciones en centros penitenciarios distintos en carácter y geografía, que no es una operación de alta alquimia el hacer de un convicto un artista. Esto, porque desde el principio existió la conciencia clara de que el convicto no era el ser mítico y amenazante que toda la cadena de medios de comunicación nos ha señalado para la hoguera, sino un semejante en el más amplio sentido: más que el prójimo digno de compasión o el conciudadano dentro de la república, un productor de belleza de cuyo aprendizaje de las técnicas y trucos del oficio el Colectivo deseaba hacerse responsable. Porque lo que está en el fondo de las expresión artística es intransmitible, está sencillamente ahí.
Es cierto, eso sí, que no hablamos de cualquier espacio para desarrollar un taller. El Colectivo se enfrenta no sólo a un ámbito geográfico o administrativo, sino a un entorno humano complejo, cuyas relaciones personales, leyes y códigos internos, no se producen de modos azarosos o por capricho, sino siguiendo una tradición inmemorial que han construido quienes se han situado más allá de la ley, por elección, necesidad o culpas ajenas. Las relaciones de poder se construyen y reconstruyen muros adentro, con la urgencia que produce la necesidad de sobrevivir –sobrevivir como humano, mantener esos atributos mínimos que en el mundo de afuera son triviales y de bajo precio, y acá, bajo esta sombra, se convierten en la energía fundamental para moverse, salir de la soledad, abrirse.
Porque se trata de abrirse: poner sobre ese silencio e inmovilidad tan queridos en nuestro país como atributos de seriedad, realismo y sobria ubicación, la puerta abierta hacia la creación desde el lenguaje (sea éste oral o la expresión visual de las artes plásticas) que construye confianza en sí mismo, reconocimiento en los otros y la posibilidad del respeto mutuo en una medida a la que la educación formal y la capacitación técnica jamás alcanzarán. He aquí, y sólo aquí en donde la tan mentada reinserción toma categoría efectiva y se convierte en una real fuerza de afirmación individual y comunitaria, motivando más allá de la ventaja utilitaria personal de una vida mejor, una efectiva aspiración de formar parte de un tejido social distinto –un mundo mejor. Y si bien esto suena al idealismo más puro, es precisamente este tipo de fe la que hace falta para solucionar la creciente violencia social que está en la raíz del problema penitenciario: saber que la población penal no es un problema abstracto, sino una solución en sí mismos de carne, hueso y espíritu, y que su derecho a la libertad (y no me refiero a esa libertad exterior que pregona nuestro liberalismo) es tanto o más urgente que para el ciudadano de afuera y de a pie, precisamente porque a la sombra la libertad tiene peso, sustancia y rostros, es real en su ausencia.
Pienso en eso cuando leo varios de los textos en que esta libertad abstracta deja de ser el fantasma de nuestras elucubraciones: sean los sitios (el playancha amado de José Aguilar, con la precisión de un paisaje de tarde, El Barrio Bohemio en la deslumbrante síntesis de Mauricio Rubilar, o la Ciudad de esmog de Jorge Pizarro, que no es sino la luminosa y clara ciudad de la infancia), o sean aquellos que esperan o dejaron de esperar al otro lado de los muros (Linda del natural y emocionado poema de Joan Astorga, el breve y deslumbrante Pena de madre de Gino A. Domínguez, el texto A mi hija que nace y a las que están, de Juan Vera, traspasado de una legítima ternura paterna, el soberano padre que Juan Soto Rodríguez trae visible y poderoso a su poema, la amada que Israel Soto Gómez no encuentra al despertar...), sean cuales sean las imágenes que se hacen entrar desde afuera, todas ellas resultan ser figuras de la libertad. Figuras que, merced a la escritura natural de los autores, llegan a adquirir una particular solidez y presencia.
Para los poetas invitados, el participar de los talleres no significó sólo la legítima emoción de estar dándole un sentido ético y hasta político al oficio propio (lo que muy bien puede constituir de por sí una cierta soberbia), sino el encontrarse cara a cara con esa escritura natural, que tras tanto uso y abuso de los códigos de secta que caracterizan la poética culta de todas las épocas –y particularmente esta era oscura de nuestros países de identidades rotas-, bien nos hace falta, y esa falta se siente en los oídos. Y no hace falta plantear que esa escritura natural sea necesariamente ingenua, me refiero al sentido primordial en que la palabra llama a lo evocado a presencia: como la Gris soledad, de Pablo Chaparro con esa permanencia del mundo gris, o la verdad que se deja describir sin laberintos en la Resiliencia Latina de Adolfo Escobar. O el poema que empieza con esos sólidos versos: Se puso tan mañosa al alba fría / la cerrada de puertas..., de Juan Escudero, o el retrato preciso de los lugares en el recuerdo de Fernando Millaquipay (todo lo que hago es limitado / como estas letras), o el Interior del café nocturno de Marcelo Muñoz Aguirre. En este sentido, fue bueno asumir siempre que si bien los invitados entregaban su experiencia en el oficio escritural, también les correspondía aprehender esta primordialidad: el sentido político de la acción del taller con esto se hacía pleno, modificando profundamente lo fundamental del sentido de la acción de cada uno de ellos, olvidando con ello el paternalismo que se da por sí mismo en instancias como ésta.
Porque la palabra en los internos también se asume política, cargada de un sentido de solidaridad que no admite la duda que acostumbra yacer bajo la opción militante del poeta criado bajo la educación literaria de afuera. Es así como la respuesta ante el desastre de la cárcel de San Miguel no deja de surgir, con el acento solidario y sentido de Williams López Cuevas, y la furia que nace desde la visión del horror y la demanda de justicia en el acento profético de Rigoberto Mandiola (Cuerpos calcinados / que ni con la muerte / se libran del juicio final). Tampoco es ajena la búsqueda de justicia del pueblo mapuche en la voz de Wladimir Cortés (Arauco), o la clara conciencia social en el viaje fugaz de Sergio Ponce.
Es por esto que no digamos los textos -es la escritura misma de estos autores la que nos presenta una lección de confianza en la profunda humanidad que debería alimentar el arte poético. La libertad está en su casa en la voz de estos poetas de adentro, y la compañía de los textos de los poetas de afuera otorga tan sólo una imagen de la plenitud del oficio literario, que no gusta de murallas ni de clasificaciones abstractas.
En sus manos, este testimonio. Sea éste una señal, una buena noticia, para hacernos a todos más conscientes en la defensa del oficio poético como algo más que una práctica placentera o una ocupación funcionaria. Y sobre todo, sea un arma para entender la perversidad de una ideología que busca perpetuar la violencia social al construir murallas y márgenes: el despertar a la belleza puede crear una humanidad libre y consciente. ¿Una muestra de fe? Puede ser, pero creo que no nos es permisible la ceguera ante el trabajo del Colectivo a la Sombra, cuyo fruto está en sus manos: una fe activa es algo más que un vago sentimiento. Juzgue usted.

sábado, abril 02, 2011

EL CAMINO PEDREGOSO HACIA UNA COMUNIDAD POSIBLE: GUÍA PARA PERDERSE EN LA CIUDAD, de Víctor López

Una de las paradojas fértiles sin las cuales el oficio poético sería otra práctica verbal más o menos adecuada para comunicarse, es su capacidad de desplazarse desde su (virtual) situación natural a nuevas situaciones a medias o absolutamente desconocidas, lo que desde ya hace resonar las ideas de la búsqueda, la exploración –la naturalidad de su vocación épica-, y las de soledad, aislamiento, enajenación –la raíz profunda de su agitación lírica. Este voluntario desajuste aparece ya guiando a Odiseo en sus navegaciones, dio al siglo XVIII el sueño de una libertad social y política impensable, capacitó a los poetas del siglo XIX el uso y abuso de fuentes exóticas –en el fondo absolutamente imaginarias-, y acabó en las vanguardias históricas dándole a la poesía la forma y la actitud de su resistencia ante un mundo absolutamente fundado en la producción e intercambio de mercancías.

En el postfacio de Guía para perderse en la ciudad (Santiago: Ripio Ed., 2010), de Víctor López Zumelzu (Curacaví, 1982), David Bustos propone que la poesía presente en este libro no deja de hilvanar la idea del abandono, del vacío como lugar para llenar con más vacío; sin embargo, se hace difícil creer que la imagen del mundo que se va construyendo en las páginas de esta Guía... sea tan transparente como para merecer el nombre de vacío. Haría falta pensar, creo, en una dimensión distinta del tiempo: un volumen interior, oscuro y abismal, que el hablante decide ir a despertar e iluminar a trechos.

Ya que aquel resto que deja el tiempo es claramente distinguible del vacío en el poemario. No hablamos acá de existencia o inexistencia, sino de una potencialidad, una virtualidad que el texto se atreve a construir desde y por sí mismo. La primera sección tiene un par de versos que bien pueden ser considerados un estribillo, dada su insistencia y su voluntad explicativa. Tras considerar una de las imágenes fundamentales del libro –las hojas muertas que se apilan en un jardín, claro símbolo del paso indiferente del tiempo-, López agrega:

Un jardín que lo más bien podría ser

un jardín mental

López afirma decididamente esta dimensión interior, y precisamente desde una virtualidad. El atributo de existencia no será un tópico superior a los otros atributos de los objetos concretos en el tratamiento del poemario. Lo que se recuerda, lo que se imagina, lo deseado, existen en un texto devenido conscientemente virtual, construido sobre la interrogación pendiente sobre la existencia.

Si digo esto puede ser sostenido por una mano

también estoy diciendo

la pesadez puede ser sostenida por las palabras

La realidad se convierte en una figura tan sólo sospechada detrás de esta construcción de segundo orden que el hablante hace el gesto de construir. En cierto sentido, se puede decir que las constantes interrogantes que desde el texto asaltan al lector tienen tanta o más validez y existencia que las supuestas memorias que una incesante deriva deforma y desvaloriza. La notoria referencia a Wittgenstein en los primeros versos del texto están indudablemente puestos como clave para una comprensión de la Guía... desde mucho más acá que la empresa testimonial que sería fácil deducir para un lector no avisado.

El acto de interrogar(se) resulta, por el especial carácter de esta evocación, tan presente a través de la Guía... La construcción de sentido depende en gran medida de la comunión de estas interrogantes entre las figuras del autor y el lector, quien es directamente llamado a la labor:

La manera en que estamos aquí

en este espacio (tú leyendo)

y no allá

y decimos en la sala de clases

presente cuando se lee la lista

o simplemente pasamos

a no estar sino hablamos

con el tiempo aprendemos

que las cosas alrededor de nosotros

tienen un nombre

y nosotros también las aprendemos

a nombrar

Este insistente nosotros propone, entonces, una comunidad que debe construir el texto, convertir en significativo el vacío original de la imagen recordada. La perspectiva única que ofrece el recuerdo tan sólo puede hacer caer al sujeto –a medias construido, sólo desde sí mismo- en el abandono más suicida. Por esto la estrategia permanente del texto: los recuerdos de familia resuenan secos, merced al ritmo de aire cortado que López sabe bien reproducir sobre la escritura, y la única posibilidad que queda de generar un eco –una resonancia, una liberación del sonido- es volver a plantear interrogantes, llamar a alguien capaz de elevarse por sobre la escritura. Si no es así, el recuerdo familiar va a producir una y otra vez la misma imagen: hojas muertas en el jardín. Casi empezando el poemario, tal relación se hace directa:

Quizás la manera en que llevamos la palabra abandono

inscrita en el cuerpo

sea la razón por la cual nos quedamos

hasta tarde pensando

en las hojas que caen en el patio de atrás

sin que nadie

se dé cuenta

Entonces ¿cuáles serán las palabras apropiadas

para decirle a alguien que su hijo ha muerto?

¿Cómo es que un día acaricias el rostro de alguien

y al otro día ese alguien es un fantasma

temible y aterrador?

El epígrafe de Tolstoy (Todas las familias felices se parecen entre sí; cada familia infeliz es infeliz a su manera) desea entonces evidenciar algo más allá de las anécdotas familiares que proporcionan al poemario la serie de anécdotas que le dan fundamento en el mundo de la existencia concreta; el epígrafe termina apuntando al fin a esta comunión autoral que se desea entre el lector y aquel que está proponiéndonos la Guía... Para este último, el abandono emocional es, al mismo tiempo, el abandono del sentido. Es ésta la resolución del “enigma” de una de las imágenes reiteradas del libro:

La última imagen que ella conserva de él

es marchándose

bajo un camino oscuro rodeado de cipreses

Sobre todo al tomar en cuenta que el ciprés es precisamente símbolo del dolor por la desaparición de alguien querido: árbol funeral, consagrado a las deidades del reino de los muertos por griegos y latinos. Aquel que se marcha termina siendo siempre el que lleva consigo la razón de su misma ausencia –la entrada al abandono es la entrada a un laberinto, en el sentido más hondo al mismo tiempo que eficiente: la deriva por vías de sentido que se entrecortan y quedan obstruidas para después de nuevo retomarse e interrumpirse es el procedimiento fundamental de la Guía...; la ausencia de lo familiar en las palabras, que termina llevando al hablante a caer en una suerte de modo lingüístico privado, paradojal, imposible. Esto entrega una construcción del mundo ensombrecida por la duda y la inconsistencia de sus elementos formativos, más aun cuando se constata que lo evocado en el poemario es precisamente el hogar familiar, el entorno fundamental de tal formación de realidad. Tan sólo la escritura puede producir una solidez, fundamentada en un afuera concreto y existente, una invocación al lector en que la única posibilidad de sentido se da en la comunión implícita del acto de escritura:

Yo necesitaba saber si lo que escribía

era realmente mi experiencia

y no una acumulación de recuerdos

que se desvanecería como hielo al tacto

una acumulación de recuerdos para los que tuve

que crear un estante

si las cosas que estaban alrededor mío

no estaban escritas en alguna hoja

mi vida no habría valido la pena

Con esto, es inevitable que toda conformación de la realidad aludida por esta guía se fundamentará en el deseo, negándose a la posibilidad de una concreción. La evocación sólo producirá una conciencia confundida, y no el reconocimiento de sí fundado en la memoria. Así, usando un camino distinto, López llega a establecer en su escritura un gesto bárbaro análogo al de Christian Aedo en recolector de pixeles (Santiago: Ed. Ripio, 2009), un dar las espaldas a la posibilidad de construcción plena de un discurso que va a producir inevitablemente una deriva de sentido –fruto en ambos textos de una imposibilidad de comprender la real consistencia de una memoria postulable. Este gesto generacional no debería pasarse por alto, en un momento en que precisamente hacen falta lecturas críticas más complejas que la reseña individual o la generalización chata desde intereses particulares, en el umbral de nuevos desafíos en pos de una literatura política posible dentro de una crisis simbólica general dentro de la izquierda (si es dable aún tal nombre).

López ha sabido hacer confluir una incesante crítica sobre el sentido de la literatura con una especial sonoridad elegiaca que surge naturalmente en la lectura. La dimensión de creación de imágenes, por su parte, gana muchísimo cuando el autor es capaz de mantenerse en una finísima cuerda floja: presentar una realidad que es capaz de presentarse a sí misma como lenguaje, al mismo tiempo que intenta retratar esa realidad que permanece trágicamente intocada, inscrita en la memoria. Las imágenes en la Guía... terminan perfilándose así con cierta violencia conscientemente artificial, que las hace saltar hacia el lector como despojadas de emocionalidad. Esto responde bien a la insistencia –que se va haciendo irónica mientras fluye el texto- en presentar “hechos”, y lleva a la escritura hacia sus límites últimos, dejando abierta al lector la posibilidad de construir la evidencia trágica que sólo puede mostrar estos límites, sin poder traspasarlos o hacerlos entrar a una dimensión que realmente corresponda a la experiencia. Como podríamos expresarlo desde Wittgenstein, es aquello que no se puede expresar lo que desea aparecer en la Guía... –y desde la poesía, el texto resulta al fin una gran elegía de la posibilidad del decir.

Guía para perderse en la ciudad vuelve a confirmar el buen momento de Ripio, una de las editoriales independientes de trabajo más interesante y más silencioso en nuestro entorno literario. El libro de Víctor López, sin duda, va a ser reconocido en algunos años como una marca visible en la producción poética nacional, no por la potencia de la voz, sino al contrario, por su capacidad de situar los silencios necesarios para escuchar a profundidad lo que una época crítica intenta decirnos.

LANZAMIENTO DE "DESPOBLADOS" EN CHILLÁN

No faltar los chillanejos!!