EL SUELO PROTECTOR
Tierra, es la tierra debajo. La sientes,
no es el cemento en la suela del zapato,
es que el peso es el peso, o si no, no te quejes
de los kilos de más, la mala vida. No puedes salir
de acá volando. Tu lugar es ahora éste, y hay
una gran araña que te agarra de los pies -así,
como los cuentos de muertos, pero despierta
y mira: esto está lleno de vivos. No hay caso.
Estás acá -repite, estoy acá-, y hay una musiquita
de sirenas, que te recuerda que todo canta,
incluso acá, con este olor al sudor
del miedo, este alzar la cara, este ojo
contra ojo, sin pausa, todo el día, y
en una de ésas, también en la noche cerrada
-brillando en la oscuridad. Nada acá es tuyo.
Es la tierra -nuestra gran madre, la que te quita,
la que te pega, te deja amarrado a las patitas
de araña, que ni ves. Sólo las estrellas
-ojos que te ven, sin dormir, medio a medio
de la noche.
EL DON VELOZ
Te han dado un don, tienes un don.
Acuérdate del descuido, del giro rápido,
el saber si vivo o muerto el que al frente y
paf, hasta que a lo lejos te ves cuando miras
atrás, y estás tú mismo, jugando con barro
-todos los niños juegan con barro-, alargando
la mano a la caricia esquiva -todos los niños
tienen la mano larga-, y piensas en no pensar,
en sentarte y mirar alrededor como pasmado,
mientras dos, tres pasos, mientras dos, tres
pasos, hora de dar el giro, y chupas
lo que queda de lo que quede -el tiempo,
largo, mata; se cocina el guido en tu cabeza,
y ni odias, ni amas, ni nada, ciego dices
que ya nada más, que no tienes ni un minuto más,
que te matas, y entonces es cuando piensas:
te han dado un don, tienes un don,
y te estiras, como un gato, limpio el flujo
de la sangre en las piernas.
Dos saltos y quién te alcanza.
Ni siquiera ya te ven: ya nadie
te ve más.
EL LUGAR DONDE ESTÁS
Estás donde estás, no donde
quisieras, no el sol –sí a veces
el viento, hace frío incluso cuando
cae una luz uniforme encima,
y te deshaces, te revuelves, miras
lo que no es y podría alguna vez, alguna
vez, haber sido –la cárcel, pronuncias
las seis letras, la cárcel, define el sonido
de la c que primero dura y después
suave y como silbido, estás ante la palabra,
se te presenta sólida y al frente-,
por ejemplo, un plato caliente, la música
de la radio, un perro en el patio que te ve,
mueve la cola. Y no es acá: es algo que sólo
de repente ocurre, cuando cierras
los ojos; porque estás donde estás,
no donde quisieras, y hace frío.
O tienes frío y no hace frío, y la piel
más dura que antes porque el cemento
y las miradas que se cruzan –el temor
ante la palabra sólida, la necesidad
de llamar le a esto con otro nombre,
por ejemplo inventarte uno nuevo, una señal
de que algo más allá de ti está
parado allí donde estabas tú-
no donde estás, sino donde quisieras
estar, abres la ventana, es la bahía,
el día se muere y piensas en salir,
sólo en salir, el perro ladra,
hace su ronda, te guarda
en la vieja casa.
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