lunes, enero 22, 2024

Una escritura que se halla a sí misma: AL RÍO FUI POR UNA AGUJA, de Mia Maurer

Al leer el primer libro de Mia Maurer, al río fui por una aguja (Ciudad de México: Librería Escandalar, 2023), se me aparece en primer plano una virtud escasa en las letras de hoy, la capacidad de trabajar con símbolos complejos. La aguja, que se presenta en primer lugar en la composición, precisamente parece evocar una labor de tejer, hacer de la serie de símbolos un cúmulo, un texto orgánico. Pero la aguja asume su polisemia y la multiplicidad de sus funciones: ella busca también coser una costura interior, es decir, una herida.

El hablante, como desdoblado, asume entonces la misión de usar la aguja donde es casi imposible usarla (y no hablemos de hallarla), el río. Vale decir, para tejer este texto hay que enfrentarse a una labor al borde de lo imposible, y asumir el absurdo del esfuerzo: no se trata de una labor de cálculo o deducción, sino de la deriva, el riesgo mayor que nace de la vaciedad del propósito.


es mejor dejar

que la aguja

teja el río

y que el río

cosa la aguja


navegar

sobre su filamento

como un cíclope


enhebrar

las corrientes


perder

el norte.


(p. 10)


La imagen del río es tradicional, lo sabemos: el paso inclemente del tiempo, que nos lleva al peso de los acontecimientos que no se pueden deshacer. El acto de fe invertido en el pequeño y afilado instrumento implica el dejar hacer, dejar que algo se haga dentro y fuera de sí.

Estas imágenes son las que abren el breve libro de Maurer, como asumiendo que este texto se juega su propio proceso en ellas, y hasta decir técnicamente el hablante, resulta difícil. Ya que al río fui por una aguja parece fundarse en una deriva del sujeto mismo. Al modo de las paradojas zen, este cuerpo sutil le cede su voluntad al río o a la aguja, y bien puede devenir la aguja o el río. Y hablo de cuerpo sutil, porque la mirada que registra está siempre activa y lúcida, en un estado inquietante de pulsión por leer este texto de imágenes que se van componiendo al pulso del agua, y de la presión de ella sobre la aguja.

Bajo esta mirada, el pulso del agua funciona como un reflejo, y se hace inevitable sentir la distorsión del registro por ese flujo, que funciona como la memoria y el olvido. Las imágenes se hacen a veces, por ello, perturbadoras y violentas, marcadas por el signo de una catástrofe que parece pugnar por aparecer:


ceguera que truena lluvia negra

granizos multiplicados nos devuelven

hacia los primeros pasajes del laberinto


la niñez es un soplido de tigre

que se relee infinitamente

(p. 14)


pueden quebrarse

pueden estallar todos los vidrios de la ciudad

y tu casa seguiría perteneciendo al olivo


tanto perro de no saber nunca

tanto cauce de avispas aterrizándote en la mejilla

(p. 15)


Así la violencia y el luto que le sigue tienen un lugar en este espejo deforme que es el agua en movimiento. Es necesario ver esto y hacerlo visible, indispensable si se desea que el tejido logre su plena imbricación.


fue necesario

rescatar el esqueleto

del fondo del río


abarcar con las manos

la convexidad de aquella bóveda ósea

(...)

(p. 23)


Al fin del texto, Maurer parece hacer coincidir sus imágenes, como si finalizara su urdimbre y se hubiese asentado un sentido, esto es, una posición desde y a través de la cual transitar: el texto final del libro resuena como una reconciliación con una obra que puede al fin ser apropiada y acogida amorosamente.

al río fui por una aguja es la muestra de una práctica poética contundente, que comprende la complejidad de dar a lo legible aquello que se resiste a escribirse, complejidad que supone trabajo preciso y delicado. Es solo desde aquí, y no desde un lugar común, que se puede entender lo terapéutico que late en su escritura, como si se tratase de una sutura que desea hacerse ver, presentar su trabajada victoria contra el vacío y la inercia del flujo del paso del ser hacia la nada.

Cabe destacar el trabajo de tipos móviles con el que fue elaborado el libro, labor colectiva que ha producido una obra bella y sutil, que se corresponde plenamente con la escritura y con los sobrios dibujos de Claudia Kaatziza Cortínez.


 

EL SUEÑO DEL MARIDO PROPIO, de Natalia Berbelagua: un extenso despertar

Al leer Fíbula (Valparaíso: Aguarosa, 2021), se hacía inevitable constatar la lógica diversa con que Natalia Berbelagua presentaba su mundo literario, una lógica de deriva a la manera de los sueños. Sacar a la luz esa fantasía interna se hacía inevitablemente doloroso, y la densidad de imágenes con que invadía al lector era capaz de transportar a este al ámbito incómodo de estar en presencia de un mundo interior que también debía compartir y habitar.

Ese mundo interior aparece a surcos en El sueño del marido propio (Valparaíso: Aguarosa, 2023), y en alguna medida no extraña que diversos indicios señalen que el punto de partida geográfico y vital de ambos relatos sea el mismo. Sin embargo, este sueño ya no es acá la realidad mental torcida por el deseo y el pavor inconsciente que podemos afirmar dentro del libro del 2021. Acá, el sueño es precisamente lo opuesto: la proyección del ideal sobre la realidad. Lo narrado acá desea ser presentado al lector como realidad en sentido estricto, hasta llegar a plantearse más acá de la literatura, como una escritura testimonial que desea abdicar de la belleza y la transformación artística de lo que existe. Desde el principio, en el instante en que desde una narrativa tradicional esperamos la descripción emocional o visual de la situación del protagonista, se nos viene la voz del narrador en una partida sin pretensión, una pura y abierta obviedad en la presentación:


Vine a vivir al campo para cumplir el sueño del marido propio: conocí a un hombre hace un mes y acabo de instalarme en su casa, a seiscientos kilómetros de mi ciudad. (p. 9)


No es ingenuo en absoluto este modo de situar la novela. Con ello Berbelagua nos plantea de inmediato el deber de leer su escritura como un testimonio que no desea aspirar a la belleza, sino a la presentación abierta e impúdica de una experiencia. Incluso, sabe en la misma página anticipar una característica central de la narración, como si quisiera evitar cualquier tipo de expectativa en su lector:


Esto es lo más parecido a cumplir El sueño de la casa propia pero esta vez con un hombre. Dándole rienda suelta a toda la fantasía del cuento de hadas, a las historias de Corín Tellado, las novelas inglesas del siglo XIX, los dibujos animados. Como todo sueño que se materializa, implica la destrucción de un ideal. (p. 9)


Vale decir, si en Fíbula el sueño que se resiste a hacerse materia puede terminar en la transformación del protagonista dentro del sueño, como dominando su no-regla derivante, acá se nos anticipa que se trata del fin del sueño, de un despertar que es la muerte de la ilusión.

La muerte es aquí, de hecho, un elemento persistente y hasta obsesivo. Pareciese incluso que se hace imposible reconciliarse con la idea de morir, de que la muerte está dentro de uno. La narradora está íntimamente aislada del resto de los habitantes del pueblo -incluyendo al marido propio-, ante la absoluta banalidad que no puede evitar tener permanentemente al frente. Parece haber dos escapes a esa banalidad: las amigas que están lejos del lugar, con que puede aún comunicarse con real intimidad -Florencia, especialmente- y Cristina, la loca del pueblo:


(...) en su penúltima ida al consultorio saludó a las personas, les dio besos a los enfermos y la trataron de loca. Dice que les respondió que por ser domingo, el día del señor, había que saludar. Me preguntó si voy a misa y le dije que no. No le causó curiosidad, dijo que besa a todo el mundo en el momento de la paz. Después me hizo tocarle la hendidura del cráneo y mencionó que le gustaría ir a ver a mi suegra, que casi ya no abre los ojos en su lecho de moribunda. Me preguntó si en esa casa hay perros, porque no le gustan los que no son suyos. Se levantó entonces el pantalón y me mostró las marcas de unos colmillos. Envió un mensaje a la madre del marido propio: Dígale que yo, la hija de Valentín, la que se cayó en la terraza cuando era chica, la quiere ir a ver. ¡Ahora voy a lanzar mis palabras al mundo!

Me quedé pensando en que yo también debiera ir a sentarme al escritorio y “Lanzar mis palabras al mundo”. Es lo que estoy haciendo ahora mismo. (p. 49)


El que la fantasiosa Cristina quede, de manera indirecta, como quien incita al acto de escritura de El sueño del marido propio, es decidor: no extraña que la narradora le regale ropas que después ella estará usando cuando la encuentre, ya que de manera latente Cristina se refleja en ella. A la dialéctica de ajuste con lo Otro radical que veíamos en Fíbula, acá tan solo está el seco desajuste, y un refugio dentro de sí misma que a la narradora ya no le es útil. En la curva final de la escritura resalta su búsqueda de explicaciones en terapias alternativas, y es particularmente notorio que el fragmento sobre vidas pasadas no logre presentar soluciones ni puntos de fuga: todas esas vidas están marcadas por la soledad y la muerte.

¿Cómo se redime una narradora que desde ya ha planteado como programa del libro que el sueño se destruiría inevitablemente? Precisamente asumiendo que este libro deje de ser una novela, y no cumpla las expectativas de nudo y solución de una obra artística. Al terminar el libro, me doy cuenta que el libro entero es en sí la descripción extensa (que no desea ser intensa) de un duro despertar, y que su Epílogo no está determinado a sobreexplicar lo que el texto ya nos dice, y acaso acentúa el carácter de testimonio más acá de la literatura.

No pude dejar de recordar el abrupto final de Cléo de 5 à 7, de Agnès Varda (guion y dirección). En la película, los últimos veinte minutos son ocupados por el diálogo entre Cléo y Antoine, un soldado que está en el último de sus tres días de descanso durante la guerra de Argelia. Al verla de nuevo, no puedo dejar de reconocer que ante la pregunta de Antoine sobre qué es lo que ella teme, la protagonista responde que de un posible cáncer y de la tirada de cartas que tuvo en el día, que pareciera confirmar que lo padece, para después decir:


Oui, j’ai peur de tout. Des oiseaux, de l’orage, des ascenseurs, des aiguilles et puis maintenant cette énorme peur de mourir. [Sí, tengo miedo de todo. De los pájaros, de la tormenta, de los ascensores, de las agujas, y ahora este enorme miedo a morir.] (1h 13)


A lo que el soldado le responde que si estuviese en Argelia con él, estaría asustada todo el tiempo, y que allí se muere por nada, cuando sería preferible morir de amor. Y es este encuentro el que produce una transformación íntima que la película no nos dice de manera abierta.

¿Cuál sería el encuentro con el soldado en El sueño del marido propio? ¿Qué es lo que suspende la inquietud? Precisamente la conciencia de un mundo exterior en que el protagonista tan solo existe, y en que la ilusión personal es materia de una interiorización que casi no significa reflexión, sino un acto de forzosa integración profunda de la experiencia. Esta conciencia del mundo exterior es aquí el estallido del año 2019.


El país entero está ardiendo, no han parado las movilizaciones, el energúmeno del presidente sacó a los milicos a la calle y hay toque de queda. En cosa de tres días volvimos a la dictadura. Esto me tiene revuelta e infeliz. No dejo de pensar en los heridos y en la violencia policial. Hay muerte, desazón, inestabilidad. Se les ve sedientos de sangre. Los milicos de hoy son hijos de otros milicos, lo que habla de una lealtad tan profunda, que da miedo. Me duele ver todo esto. Al ver la maldad afuera, el contraste es tan grande, que dudo de mi propia oscuridad. Mis tormentos se domestican ante la barbarie ajena. Hay una sensación rara en el ambiente, que no puedo describirla. Pero es conocida. (p. 119)


Al fin, al dejar el pueblo como consecuencia indirecta de la crisis, la narradora, junto con resaltar el lugar emocional del pueblo en ella, ejerce con en un poderoso golpe retórico la operación inversa: la inquietud sobre el lugar emocional que de ella quede allí:


¿Las plantas y los pájaros acusarán mi ausencia? Seguramente no. Solo fui un grano de arena más en esta tierra negra. (p. 128)


Es precisamente la afirmación de esa no-pertenencia la que llega a definir la verdad de la protagonista, que es la verdad y el motor de su narración. Acabado el sueño se abre la libertad, penosa pero verdadera, y acaso la posibilidad de leer por debajo e íntimamente los signos de ese lugar de supremo riesgo (lo que bien puede ser, creo, el origen de Fíbula).

Lectura íntima, tanto que incomoda a ratos, El sueño del marido propio confirma la poderosa capacidad de Natalia Berbelagua de conmover las expectativas del lector. Su profundidad no se anuncia, sino que sabe tocar silenciosamente a quien la lee.


 

Mirando a ras de suelo: sobre EVOCACIONES, de Juan Rivano

Asombra que haya quienes todavía comprendan la filosofía como un amor abstracto hacia un Saber esencial que se separa del suelo hasta lo indecible. Traer de vuelta la elucubración hacia el mundo para saber mirar a este de nuevo: es una visión que asocia a la filosofía más al arte que a una técnica lógica o matemática.

Cabe considerar esto al leer las Evocaciones, de Juan Rivano, pensador, filósofo, dramaturgo y novelista, uno de los intelectuales más desafiantes y provocadores que ha tenido nuestro país. Escritas en sus últimos ocho o nueve años, estas páginas nos va llevando a saltos hacia los ámbitos de una memoria que se resiste a considerar la aventura del pensamiento como aislada de la aventura de la vida, y que parece entregarse a una deriva en que lo trágico, lo cómico y lo doloroso de lo cotidiano se ponen a la par y se relacionan estrechamente con las preocupaciones filosóficas, políticas e históricas, en que los hechos mínimos dialogan con los grandes acontecimientos: 

“He leído que la famosa Piedra de Rosetta la descubrieron los franceses formando parte de un muro en Egipto. ¡Figúrense! ¡La Piedra de Rosetta empleada como bazofia para rellenar un hueco! Así me ocurre a mí con mi memoria, llena de tanta basura, pero de trecho en trecho, ¡una Piedra de Rosetta!"

Irónicamente, esta bazofia es la que proporciona vida a estas Evocaciones, que recuerdan a ratos la ligereza de Montaigne y la gracia del Juan de Mairena de Antonio Machado. La atención preponderante que pone Rivano en el chiste o la música popular se comprende mejor al entender la afirmación de la contradicción en el seno de la realidad aparente, tema que está en el centro de su desafiante pensamiento, fundado en una investigación sobre la dialéctica (desde los cínicos hasta Hegel, desde Marx hasta Francis H. Bradley) que no tiene temor a poner a lo real como objeto de su pesquisa. Comprendemos mejor esta perspectiva al leerlo:

“Yo me crie en la miseria. ¿Qué más puedo que pensar desde el punto de vista de la miseria?”

La evocación de la infancia toma un lugar relevante en estas notas, que dan cuenta de la formación de un intelectual que no puede olvidar la vida de privaciones que en buena medida sustenta su investigación filosófica. Y no es un relato amargo: siempre se nos aparece una pasión afirmativa por la vida (desde el recuerdo de los anhelados completos hasta las primeras experiencias sexuales), que excluye cualquier tipo de pudor. Se me hace inevitable pensar en las anécdotas de Diógenes, maestro reconocido por Rivano, precisamente por esta toma de posición a ras de suelo, que no desea separar, y no separa la virtud del placer.

Cómo no pensar en Diógenes, además, al observar la difícil relación de Rivano con el poder, tanto el poder que se le manifestó dentro del mundo académico (conflictos, que aborda in extenso y sin guardarse nombres, con casi todo el arco político), como afuera, de manera más violenta, con su destitución, detención y posterior exilio por parte de la Dictadura, en 1975. Tal como el filósofo de Cinope, la mirada de Rivano parece sostenerse de frente ante sus adversarios, en una posición desdeñosa que, paradójicamente, parece conocer (y a veces hasta respetar) los motivos detrás del poder.

Es un libro que sabe emocionar al leer dolores auténticos y la belleza del recuerdo, y hacer reír a carcajadas tan solo a la página siguiente. Ediciones Tácitas ha publicado una pieza imprescindible y luminosa en el opaco puzzle de la vida intelectual de nuestro país.