No fue de oro el torrente, garganta
abajo; siempre el oro fue mezquino.
Pasa que estos indios del demonio
arman estos trucos fácilmente: fantasmagorías
desde Tucapel a Concepción, y más allá,
proyectadas en el aire. No hay curas que puedan
echar aguas para esto, toda esta agua
está oscurecida por el Malo: las manos de Pozo
anudan tímidas un par de pajas, mientras los indios
calientan las almejas. Imposible ver
nada claro. Hay una cabeza sin cuerpo:
Agustinillo y su ingenio mudo mira
desde la pica alzada. Observa ahora esto.
No es de oro el torrente. Son las mentiras:
para poder vivir en ella y perpetuarse no la hay
mejor en el mundo, cuando bailan
esa argamasa de ruidos, más dolorosa
que mutilación alguna haya; que parece la crió
Dios a posta para poderlo tener todo a la mano,
y el murmullo de Pozo sobre Dios
y la Santa Madre; todo esto es salvaje
vanidad, nada hay de carne ni es palpable,
nubes, hechicería, mentiras: son
las mentiras allí, garganta abajo,
las que te ahogan; el fuego de Tucapel
es enorme, puro fuego el fuerte, ya no piedra;
se incendia todo eternamente desde acá a Copayapu,
toda descendencia se quema y ahoga
de mentiras, y Valdivia lo sabe,
y se muere, y no para de morir,
eternamente, aquí.
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