
Abril, LECTURAS MIL
EN CONCHA Y TORO 32, Casa Rosada (Metro República).
20:30
Este jueves 3.-
CHRISTIAN AEDO
FEDERICO EISNER
HÉCTOR HERNÁNDEZ MONTECINOS
a no faltar!
En los años del fin, corresponde cantar las canciones finales. El vértigo del fin del mundo no nos acompañará por siempre. Festejemos!
Dentro de una “antología personal” de ese sentimiento, no dudaría en incluir Un catálogo de todo lo que hay, de María Paz Levinson (Ed. Gog y Magog, Buenos Aires, 2006). La anécdota no duda en proliferar, sin la menor intención de trascender su limitada manifestación de experiencia simple, aun circunscribiéndose a un espacio específico: el balneario costero. Este espacio privilegiado en la creación contemporánea para la contemplación vacía del spleen –desde que el incesante espectáculo de la ciudad ha generado su propio stock de emociones sucedáneas que no conocen de pausa o detención- aparece en el poemario como un lugar absolutamente ajeno, apoyándose esto con una suerte de recurso de inercia, que parece hacer derivar a la percepción de forma inmotivada e involuntaria. El tono, por ello, tiende a alienarse hasta niveles extremos: el resto de los veraneantes son claramente otros objetos en el campo visual, vistos ya sin el menor signo de simpatía o compasión –como en uno de los últimos textos del poemario que, a fuerza de musicalidad vacía y inercia, hace a personas y objetos formar parte de un mismo amasijo de realidad:
ves en tu cabeza niños bronceados
hiperexcitados por la energía del mar,
la playa, la madre tomando sol y luego
acarreando bolsos, termos, cremas, lonas
Éste es uno de los secretos de la poética de Levinson: la limitación de lo que existe más allá a una mera objetualidad, que no puede menos que marginar toda posibilidad de apasionamiento lírico. Esto, sumado a la proliferación de la anécdota, produce un “efecto narrativo” que tan sólo la trabajada intimidad –a través de la segunda persona en apelación constante, la indicación persistente de una reflexividad cuotidiana, el cuidado trabajo del ritmo que logra detener cualquier tipo de desarrollo que trasciende la sencillez de lo registrado y registrable-, esa intimidad de poderoso tono evocativo, trasladando lo sucedido hacia un pasado indeterminado, puede hacer resplandecer como un poderoso registro poético, que sabe cuidarse de la falsa ingenuidad para otorgarnos una muy especial “inocencia de segundo grado”. Inocencia que no lo es, y que representa una de las características más interesantes de las nuevas promociones literarias argentinas –pienso en Gambarotta o Cucurto, aunque se puede decir que es una característica generacional-: la elección decidida del habla común para generar el texto poético, entendiendo con esto las profundas consecuencias sobre la concepción del poema como una suerte de producto elaborado, definitivamente ya de espaldas a las nociones trascendentales que, al menos en Chile, siguen apareciendo casi como tics inconscientes.
En este último sentido, el aprendizaje profundo de la contemplación en el libro de Levinson puede no ser completamente negativo. Es posible que encubra un descubrimiento análogo y contrapuesto a la experiencia mística: la conciencia de una lejanía irresoluble con respecto a la cerrada materialidad del mundo y el indiferente fluir del tiempo. El último texto unitario del libro -pensás / cómo hacen para reconstruir todo antes del verano?-, en su irónica apreciación del vacío spleen de los balnearios en invierno –precisamente cuando no están preparados para acoger la situación del veraneo-, confirma la sospecha que se vierte como una carga al lector del breve poemario: que en la inconsciente búsqueda de autorreconocimiento y situación que traspasa a la voluntad poética, puede llegarse, merced a un cierto viento, según el día o el mes, a la certeza de la propia limitación como meros transeúntes de experiencias. Y la sensación de que tras toda temporada encontramos el mismo paso del tiempo, y que nuestra percepción capta, al final de cuentas, todo lo que hay –exactamente como esa fotografía de los balnearios, puro recuerdo sin arte-, deja ver la profunda inquietud tras la obra de Levinson como un problema de lucidez: estar más o menos despiertos y conscientes de lo que se nos va al paso de la experiencia, la precisa decepción detrás de la palabra temporada.
(Un catálogo de todo lo que hay, María Paz Levinson, Ed. Gog y Magog, Buenos Aires, Argentina.)
Después de tanto tiempo, cae como inevitable el asociar el poema al dibujo de los signos sobre el papel. Se olvida demasiado seguido la función primordial del poema como canto, que más allá del hipertrabajo y elaboración de un Pound y la siempre sorpresiva vitalidad de las cancioncillas de radio, resuena más bien en la natural acción de lectura y la sutil inflexión –ésa que aun comporta efectos de sentido, y que otorga a la escucha de los poemas un placer propio. Pienso, por ejemplo, en el esfuerzo de iniciativas como Voz viva de México, la colección del registro de los más importantes poetas del país azteca hecha por el Departamento de Literatura de
Por eso, que dentro de una escena literaria de un aggiornamiento tan pobre e irreflexivo como la chilena, aparezca la serie de CDs de Ediciones Alquimia –Trabajos de luz sobre agua, de Ernesto González Barnett, Cocaví, de Marcelo Guajardo Thomas, y En la escuela, de Martin Gubbins y Tomás Varas-, representa una ocasión digna de marcar dentro de las buenas noticias del inicio del año, más aun al tomar a cargo registros poéticos de un atrevimiento expresivo de plena actualidad y, es más, de plena situación.
La situación del escritor en cuanto tal y la toma de conciencia de lo que significa el oficio poético (que guarda en sí algo misteriosamente más allá que el mero acto de la escritura) es el tema alrededor del cual gira Trabajos de luz sobre agua, de Ernesto González Barnett (Temuco, 1978). El heroísmo melancólico de un hablante inhábil de definir sin imágenes un destino misterioso que lo obliga a responder la extrema violencia de la vocación poética, remite a esa conciencia crítica angustiosa que Enrique Lihn y Gonzalo Millán dejaron marcada para una generación entera de autores criados bajo la violencia brutal de los militares. Esta decepcionada conciencia generacional es patente (“Golpeamos demasiado fuerte / la mesa, / y ahora pagamos las consecuencias”), y llega, quizá, a un punto álgido en el poema “Zurita”, que presenta agriamente las continuidades y diferencias entre dos posibilidades de definir la noción del país como ámbito poético, diferenciadas por una Transición, que está, de algún modo, problematizada en el seno de la poética de González. Si en el sentido de su pretensión generacional, en la atrevida postura poética y en la angustia escritural, uno no puede sino reconocer una palpable rehabilitación del hablante lírico romántico, la situación y contingencia del trabajo de González, mediada por un uso violentamente preciso del sonido, logra dar una visión del oficio poético que no necesita del patetismo olímpico (de raigambre mucho más propiamente romántica) que, paradojalmente, parece instalarse a sus anchas en la escritura de la que se da en llamar promoción novísima. [Para escuchar: El tallador de crucifijos]
La fragmentariedad de la experiencia en una poética absolutamente situada es lo que se deja escuchar en Cocaví, de Marcelo Guajardo Thomas, que reúne varias líneas de trabajo en desarrollo del autor. La duda sobre la capacidad de trascendencia del discurso poético se resuelve acá en el absoluto abandono a una escritura escéptica cuyo fundamento es la patencia absolutamente violenta del texto en cuanto tal. De hecho, es posible ver el amplio mundo que se deja reflejar en Cocaví como una suerte de restos –de cosas y humanos apenas liberados de la condición de cosas-, que han sobrevivido a una suerte de cataclismo simbólico. El espacio privilegiado será naturalmente, la mercancía despojada de valor en el mercado persa, la sociedad latinoamericana devuelta como expresión de la más pura impotencia (Papiones) y el lenguaje mismo despojado de significado bajo la corrupción de la época (Las tristes mujeres calvas de Chile). La precariedad de la poética para dar una visión integral del mundo, expresada en un modo narrativo que puede llegar a la más absoluta enajenación descriptiva, se complementa con trabajos de una notoria limpidez expresiva (5 Comarcas), en que a través de la reescritura de textos de acupuntura china parece recrearse la nostalgia de una escritura que pudiese dar cuenta del mundo en una realidad presente, y no en catálogo. La falta absoluta de compromisos con un lector complaciente o con los gestos de las poéticas al uso, deja ver un trabajo de largo aliento en la construcción de una obra de presencia definida y cuya misma dificultad es garantía de una avanzada conciencia de texto, absoluta resistencia a un mundo literario emergente ansioso de gestualidad. [Para escuchar: Persa].
Un carácter absolutamente más extremo se puede ver en En
Por más que esfuerzos como los de Alquimia Ediciones resulten en pequeños tirajes y no aspiren a las grandes plataformas de comunicación, la publicación de estos tres CD –artesanal y silenciosa- debería ser pensada desde lo que en algún momento representarán los actuales tiempos para la poesía chilena: una prueba de fuego. En las tareas necesarias de asumir el límite expresivo del lenguaje poético en un mundo de espaldas a la palabra, de afirmar desde la crítica más contundente al mismo registro literario a la poesía como pretensión de totalidad, y de buscar la escritura que pudiese acoger de nuevo las aspiraciones sociales más relevantes en un país y una época en crisis permanente, la apuesta de Alquimia Ediciones está desde ya –discreta y tranquilamente- ganada.
Sobre la no publicación de
Algunos –espero que pocos, por el bien de la salud mental y cultural del país- habrán sabido de una carta pública enviada por mí a cierto narrador sanantonino que ha tomado cierta importancia farandulesca en un país ávido de escuchar insultos y garabatos en medios de comunicación pública. Después de eventos de cierta agresividad verbal, todos los involucrados en ese intercambio –pequeño, mezquino, personal- acordaron, por canales indirectos, mantener el silencio para tranquilizar la atmósfera. Esto era absolutamente necesario, dado el grado de agresividad real –física- que iba tomando todo el asunto y la inminente publicación de la primera antología de la poesía de Valparaíso de carácter completo en 40 años, gestionada por mí.
El caso es que Marcelo Mellado no se quedó callado y siguió insultando de manera nacional, tanto la honra privada de por lo menos cuatro personas, como el grado de legitimidad de la poesía de Valparaíso y al mismo oficio poético. Y por medio de argucias de posteo, la revista que lo respaldaba –Ciudad Invisible- siguió manchando de forma extremadamente grave la honra de dos escritores de Valparaíso –tratándolos de delincuentes, cómplices de robo, derechistas y homosexuales. Pero no les bastó: empezaron a referirse a mi persona en tales términos. La cobardía es mayor, dado el caso que estoy ya viviendo en otra ciudad, por lo cual no era tan fácil que pudiera enterarme o defenderme.
Dentro del equipo editorial de la revista Ciudad Invisible se encuentra el editor de RIL Editores en Valparaíso, Ernesto Guajardo. Ya me pareció extremadamente sospechosa la posición doble inicial, en que como parte del equipo de su revista aparecía definiendo la poesía de Valparaíso como fascista y mediocre, llamando a no leerla, y por otro lado era el editor de un trabajo antológico realizado por mí durante siete años, en que se rescataba 36 poetas de calidad extraordinaria. No lo dejé pasar, por supuesto, y me negué terminantemente a hacer este trabajo por
La revista publicó en su página web la declaración de aquéllos que trató de delincuentes, fascistas y ladrones con un preámbulo serio y ponderado en que llamaban a terminar la polémica, que yo tomé erróneamente como una declaración –si no veraz- válida en cuanto gesto. Lo que siguió fue una marea de insultos, en que, como decía antes, hasta yo salí involucrado en una espiral de odio de puro carácter fascista, en que se trata a los poetas de Valparaíso en general con términos coprolálicos. Un examen más reposado de la página entera, podrá revelar sin problemas que es la posición editorial de la revista. Llegan a repetir en serio (¡con respecto al conflicto mapuche-chileno!) directamente, la consigna de “muerte a los poetas” que Mellado había deslizado como ironía en el artículo que empezó todo esto.
Ante este tipo de declaraciones, mi respuesta fue exigir al señor Guajardo que se reanudara lo antes posible el trabajo de edición de
Nadie hasta ahora se ha referido públicamente a las dudas razonables sobre la noche del robo a Mellado. Nadie hasta ahora ha señalado que la descripción de la “funa” hecha por el afectado es una farsa, y que los altercados principales fueron por ofensas PERSONALES. Simplemente se ha dicho que corresponde a los ofendidos agachar la cabeza y permitir que el insulto pase en silencio.
El objetivo de Marcelo Mellado y Revista Ciudad Invisible ya se ve claro: plantear una plataforma crítica pública que sea irrebatible, bajo el concepto de que cualquier crítica hacia ellos es parte de una conspiración de los poderes fácticos, es una “agresión” y es emitida por mediocres. Con lo que ya han hecho, es para amedrentar a cualquiera. Pero:
Es importante consignar algo. La herramienta fundamental de Marcelo Mellado y revista Ciudad Invisible ha sido la contrainformación y la mentira. Y lo va a seguir siendo. Quien quiera terciar o tomar el palco del burlesque debe recordar esto antes que nada, y considerar que las acciones de máxima fuerza (como hacer pública una comunicación privada, como ellos hacen comunicaciones privadas a través de medios públicos) se justifican plenamente ante la gravedad enorme que plantea este tipo de “actividad crítica”. Ante esto, y ante la inminencia de amenazas, insultos e injurias de mayor calibre, me tomo el derecho, absolutamente legítimo, de hacer pública cualquier comunicación privada que me parezca atingente con respecto al tema. Quien no esté dispuesto a estas condiciones, manténgase a distancia y callado. No hacen falta declaraciones colectivas, gestos líricos o declaraciones de simpatía: acá hace falta actuar, tanto privada como públicamente ante este escándalo.
Si no se continúa esto hasta el final y con este tipo de actitud, los perjudicados por un trabajo sistemático y colectivo de injuria en Valparaíso van a ser muchísimos más. Es evidente que hay que evitar lo que puede ser el insulto mayor: la entronización ya prevista y organizada de un escritor que insulta el suelo que pisa y a sus colegas para obtener reconocimiento institucional, público y nacional, y la imposición –a través de esa misma entronización oficial- de una disciplina crítica destructiva en Valparaíso desde instancias de publicación de una ambigüedad institucional efectivamente fascista.
Hay conflictos más importantes y cruciales en el país, como el conflicto chileno-mapuche o el lugar de nuestro país dentro de un nuevo momento político latinoamericano. Hay polémicas que en mi posición, como poeta que vive y trabaja en Santiago, me deberían ocupar efectivamente. Hay tareas literarias a las que a mí, personalmente, me gustaría dedicarme exclusivamente. Por esto, esta polémica agria y degradante constituye un tiempo que me duele mucho gastar.
Pero acá hay una materia de principios. Y aunque no esté de moda, mantener una actitud ética ante el propio oficio, ante los compañeros poetas y ante una ciudad agredida e insultada impunemente por una patota conspirativa de enorme poder local, es una tarea que yo mismo me impongo, y hasta las últimas consecuencias.
Carlos Henrickson
Santiago, 16 de enero de 2008.-
De acuerdo, la crisis de los símbolos con los que nos comunicamos es absoluta –la misma comunicación ya se pierde bajo el cuchillo del bisturí de los técnicos: tan sólo los medios pueden ya llegar a la plenitud de lo comunicable. Ante este viento –el nuclear, el de los crematorios alemanes, el del gulag ruso, o simplemente el de aquel Martes 11-, los últimos cincuenta años han visto las reacciones naturales: la transformación más radical de la palabra poética en expresión viva de su misma impotencia. Y a olvidarse de un Oficio, de presentar la belleza del mundo con el asombro de siempre: a lo más se permite el hastío.
En una época en que “la perenne actualidad de
Así, la huella del signo gráfico –palabra ésa, huella, cargada de objetualidad detenida y muerta-es en Estelario estela, signo vivo y en movimiento. La paradoja de esta vida encendida en el seno del depositario de muerte que es todo objeto fijo, ya está dispuesta en SEPULCRO, el primer poema del libro, en que los “restos lineales /de mi cuerpo”, sepultados “en la profunda página / para que otros los excaven” se despliegan como versos de prodigiosa sonoridad y métrica, que se dijera latidos –una de las características principales de gran parte de la musicalidad de la poética de Balcells. La apelación al lector, entonces, es directa, apareciendo como un ustedes o un tú de absoluta presencia en el ámbito de la creación misma.
En cuanto a esta particular forma de creación del mundo, se hace insistente en su apelación a una trascendencia, verdadera conciliación entre un mundo natural y un mundo evocado desde un Misterio. Conciliación que es encuentro entre realidades distintas pero con vocación de entrega y mutua necesidad, en una neta matriz de religare (“dice / la poesía / lo que no tiene / modo de ocurrir / no / para que ocurra / sino / para que no sea llamado / poesía / el modo de ocurrir”, POESÍA).
El extraordinario carácter de “legado” de este libro (el cual contaba incluso con una extensa lista de títulos), cuyos poemas fueron escritos entre 1973 y 2005 y ordenados tras su muerte por Martin Gubbins, Leonidas Emilfork, y la esposa y una hija del poeta (Jacqueline y Olaya), me da cierta irresistible sugerencia de una vanitas. La absoluta y marcadora experiencia de residencia de Balcells en
En tiempos en que ya se reconocen “críticos” que hacen su negocio escupiendo al arte poética –para que en los medios serios y metropolitanos pueda tener lugar su mercancía de un periodismo ruinoso y decadente-, un libro como éste, escrito desde una orilla de sal, arena y reconstrucción permanente, con su voluntad lírica viva después de tanto abismo abierto (ese abismo que hizo a Balcells decidirse a pasar íntegro desde la arquitectura a la poesía), representa una función de real resistencia desde un margen establecido desde la esfera política más honda: aquélla que se ve obligada a retomar el proyecto humanista desde el olvido voluntario en que una subcultura de muerte quiere ponerlo. Más aun se reconoce esa voluntad de resistencia ante la presencia física de la edición, de una cuidada y sencilla limpieza, sin “ganchos” artificiosos para los consumidores de palabras o imágenes espectaculares.
Estelario es un libro que debería ser para muchos, pero termina siendo para pocos: la profunda seriedad y enjundia poética apunta a una literatura para creyentes y, en lo que se refiere a
Más allá de las modas de la deconstrucción y de la poesía femenina –de algún modo, hasta hace poco exógenas en Chile-, la posibilidad de hacer cuerpo estas expresiones desde su pura imitabilidad, da pasos lentos. El constatar la capacidad en que el discurso desde la mujer puede dar cuenta mejor de nuestros desórdenes colectivos que nuestra poesía establecida (patriarcal, como le llaman a veces), y que el deconstructivismo –que en absoluto puede entenderse como una reducción al vacío, sino como un desensamblaje para una nueva posibilidad de composición- puede dar un reporte más adecuado de la crisis cultural absoluta en que estamos, estas necesarias constataciones, no llevan automáticamente a la generación de expresiones efectivas desde una posible conciencia literaria nacional.
La tensión altamente mujeril de las nuevas poetas chilenas debiera tomar más relevancia. Es lo que pienso cuando considero Ovulada, de Amada Durán (MAGO Ed., Santiago, 2007) o leo los anticipos de La arcada como pequeño maleficio, de Marcela Saldaño, y digo mujeril, sabiendo que es palabra dura y malsonante, pues probablemente esta malsonancia dice más que el sano respeto a nuestros contextos lingüísticos sólitos al referirnos a una época marcada por la invasión de los cuerpos por el poder de una historia enajenada –en medio de un modo de sociedad que levanta una muralla entre lo que es y lo que no puede aparecer (y se supone que con ello deja de ser). La violencia, que no puede evitar cruzarse en el discurso, es la seña que muestra la persistencia del ser humano en su humanidad bajo el embate de una gran nada espectral y alienante.
Esta violencia es palpable y efectiva en Ovulada. En este preciso sentido, me refiero a la mejor posibilidad para una poesía desde la mujer de emprender un saldo de cuentas colectivo. No puedo dejar de ver, en esa casa a medio construir y poblada de todos los fantasmas que la agonía de la familia tradicional nos ha traído –desde la separación y la viudez hasta el parricidio y el incesto-, un retrato de lo que nos ha faltado para conformar una nación. La enervante fragilidad de nuestros vínculos “naturales” –como los llamaba el viejo derecho- se ha visto aun más confirmada bajo la sombra de una (contra-) cultura del “yo” sobre una cultura posible del “nosotros”. En este caso, Amanda da una contundente muestra de la nueva poética de mujeres, perfectamente reconocible en aquéllas que nuestra culposa modernidad relegó a la “literatura femenina clásica” de principios del siglo XX –Mistral, Storni, Agustini-: la visión desde una desolación corporal y doméstica, más ahora invadida por la crisis absoluta del sentido.
La actividad biológica –desplegada en el libro desde la vida familiar hacia su expresión crudamente sexual- termina indefectiblemente en la muerte, la carencia, la indefensión (marcadas profundamente por la compasión que revela el último poema, como única posibilidad de redimirse en un plano social ya reducido a la errancia). Este “esquema” (legible ya en la melancolía “clásica” de las autoras canónicas) se resuelve acá en una insolencia escritural que no se acoge a los viejos recursos “de entrada” a ese canon –en algún sentido marcados éstos siempre por un correlato ético de construcción social-, sino que cae en la conciencia abierta sobre el cuerpo de carne y sangre. Y en este sentido, esta particular insolencia le da caracteres definidos dentro de la producción coetánea, marcada a veces por un esteticismo que “lima” sus posibilidades de acidez en el necesario choque entre la poética y la práctica de nuestras épocas.
Mención aparte merece el cuidadoso trabajo vérsico: refleja, creo, la conciencia netamente corporal del trabajo literario de Amanda. El carácter staccato de la expresión –más feudataria del arte teatral que de la lírica- le suma al texto una extensidad: la cuidadosa evitación de un acento dirigido a crear simples efectos formales o a diluir un legítimo sentimiento de unidad de sonido, sentido e imagen (que es, al fin de cuentas, la marca de una poética que sabe eludir esos efectos). Gracias a esto, lo fragmentario de los textos logra tender a una completa integración en el plano del estilo.
Es curioso que un libro con tanta muerte respire tanto. Es en esto, en esa paradoja, en lo que da cuenta de nuestra época: y al fin del viaje, ese dar cuenta basta y sobra para ponerlo en una línea destacada en la producción de su generación.
Sobre Salón de Primavera
¿Hay géneros mayores y géneros menores en el Arte? La pregunta es de suyo compleja y no precisamente una que nos llenará de amigos. La verdad es que hay algunas realidades que se dan gratis y fácilmente al análisis, fundamentación y orden en las bibliotecas –fíjese el lector en la particular fortuna del arte conceptual en una época en que todos tenemos menos tiempo para el gusto-sin-preguntas que debería ser el objetivo fundamental de toda expresión que aspire a tomar formas y hacerse ver y reproducir. Otras realidades se escurren entre los dedos, se van, se esconden.
Decir “género menor”, en este sentido, equivale ciertamente a una derrota. Derrota en el plano de la administración de los discursos sobre el Arte en nuestro país, que encuentra su hermana en la derrota de nuestros “territorios menores”, que insisten en una obcecada resistencia al desarrollo globalizante y al análisis, piedras de toque de nuestra burocracia nacional. Así, el santo territorio de la sistematicidad de la crítica de arte del país debe tener app. 20 cuadras cuadradas en el centro de Santiago, con pequeñas islillas hacia la zona alta de la capital –y furibundos y miméticos simios en una universidad del sur que tiene un lindo campus.
Cuando me ha tocado ver Salón de Primavera, he recordado el esfuerzo que, precisamente, en esa ciudad de academia enjardinada, hizo –y espero, siga haciendo- el periodista Sergio Ramón Fuentealba: un rescate sistemático (a través de entrevistas) del arte en una ciudad, y de la forma en que se conformó la relación que éste tuvo con la comunidad y con los proyectos de construcción de un nuevo mundo (tanto estética como socialmente), hasta su momento actual, pasando por el momento en que los proyectos desaparecen –y la ciudad también, por ende. Sin embargo, el libro, cuidado por Julio Jara Werth, con entrevistas e investigación realizadas por Rodolfo Hlousek, me ha parecido una apuesta mayor.
La acuarela en
Sin embargo, la labor adquiere un color absolutamente distinto cuando la situamos desde el punto de vista de la actividad misma. Lo que desde arriba es un campo en desastre, corresponde a una vida demasiado compleja y plena de esas realidades distintas y no homologables que constituyen la pesadilla del sistematizador. Sin embargo, no puedo olvidarlo: Hlousek es poeta, y entre colegas sabemos perfectamente bien el peso de la realidad presente –abismal, incalculable- con respecto a los Futuros y Pasados, que pesan lo que los libros o revistas de bienal. La realidad del arte es más enorme, más ella misma y menos ficción que lo que se teje intra-blancos muros de academia.
Así, no puedo dejar de darme cuenta de la absolutamente intuitiva sensación de práctica efectiva que trasunta el libro. Es fácil acá apreciar un árbol de ramas comunicantes, armado entre el taller y el café, las Universidades Europeas y la heroica Academia de Artes de Temuco, la inmigración en
Es así como se “cae” a la práctica misma del oficio acuarelístico, unida en este caso a la referencia permanente al lugar de donde se es. El sentido de evocación de Sebastián Ellena –desde el cual
Esta situación de una práctica artística, esta práctica situada, constituye un trabajo que adquiere esa belleza de lo que nadie se atrevería a llamar “necesario” o “central”. Gotas de vida para el frío de estas metrópolis, Salón de Primavera es aquella labor necesaria de periodismo cultural, que hace persistir en nosotros lo que la moda asesina de las capitales no admite: su culposo origen húmedo y múltiple.
¿Sería tomado como ironía que yo empezara esta crónica diciendo: “Que Mellado haga sus maletas. Muerte a Marcelo Mellado”? De seguro, no. Eso sólo se le permite a usted. En mí, un escritor que ahora vive en Santiago, pero que fui de aquellos que usted desea muertos, tales frases serían tomadas como “ataque fascista”. Yo estaría asimilado a una suerte de “poderes fácticos” que esperan el momento para poder atacarlo, precisamente porque usted es un outsider, precisamente porque “tiene cojones”...
Así que en algo escrito para todo el país, y de esa forma, eso es lo que espero, cojones. Más encima, Mellado, usted viene de un puerto, en que la realidad tiene, usted sabe, cierto exceso, y las palabras pesan como plomo. Cojones, Mellado, una palabra que corresponde con algo más de belleza –algo que a mí, por lo menos, me interesa-, a la palabra responsabilidad. Y eso, Mellado, extrañamente, es algo que no encuentro ni en su mínima expresión en su lamentable performance. Y digo: su lamentable performance, porque intentar centrarse en el tema de la funa en su contra es una estrategia, consciente y planificada (y en esto permítame ser yo el paranoico) por usted y otros más. El querer llamar a debate, cuando su texto no tiene intención de debate, sino de insulto, es una forma de cubrirlo y dejarlo libre de la responsabilidad de lo dicho.
Por ejemplo, ¿qué le pasa a usted con los poetas, Mellado? Porque no tiene el coraje civil de nombrar a aquellos que realmente usted desea atacar: los organizadores de la lectura en el Bar
Me explico, Mellado. Es difícil conocer la poesía de Valparaíso. Yo me he pasado algo así como siete u ocho años intentando que se difunda –tarea que en la etapa de publicación antológica (hasta ahora en revistas) llega, por mi parte, a su final en enero del 2008 con
¿Y sin embargo, a cuántos tuve que escuchar durante años y años insultando a la poesía de Valparaíso? La diferencia es que siempre se hizo en privado. Usted hace un ataque público a todo un gremio, y detrás de usted, vendrá Daniel Hidalgo y, seguro, detrás de usted, Álvaro Bisama, y así. El trabajo de difusión de la literatura de Valparaíso va a ser indigno. Esta irresponsable violencia verbal suya ha hecho un daño mucho mayor que el que se pueda hacer a esa falacia ridícula del patrimonio y a ese mezquino interés de los propietarios de pubs.
Porque vamos sumando irresponsabilidades. Usted ha puesto en perspectiva un posible choque entre los poetas de San Antonio y los de Valparaíso –y en perspectiva próxima. Me complazco en ser amigo y tener cierta admiración por el sacrificadísimo trabajo que se ha hecho en San Antonio, por la calidad artística y humana de los autores que conocí allá. ¿Qué pasará ahora cuando los poetas de San Antonio se vean obligados a apoyarlo contra los poetas de Valparaíso? ¿Qué pasará cuando algunos debamos elegir de qué lado nos ponemos en esta querella absurda sobre un robo que le hicieron a usted a la salida de un bar? ¿Se da cuenta, Mellado, lo que es posible prever? Condena al aislamiento, en forma absolutamente irresponsable, no a uno, sino que a dos entornos poéticos que son naturalmente correspondientes por vivencias y carencias. ¿No será, Mellado, y le repito, que lo que usted odia es la poesía?
¿Pero estoy hablando con una persona de puerto? No me puedo equivocar, Mellado, y es una de las cosas que siempre he respetado profundamente de su narrativa: la capacidad de mostrar una suerte de miseria humana exacerbada, apuntando al corazón de los males de este país: una suerte de desidia con respecto al entorno, una suerte de desplazarse inerte hacia la nada. Así que debo pensar: el señor Mellado escribió todo esto para provocar, generar un efecto catalizador, mover voluntades... Debo entender que éste es el entorno literario en que usted supone que pasan las cosas importantes y se problematiza cosas realmente serias. Un territorio hostil, violento y enajenado. Enfurecido. En que la literatura se divorcia de los medios de comunicación (mire, esto sí que usted está ad portas de producir en términos absolutos), en que la polémica baja y personalizada respira por todos los poros, en que los medios alternativos pasan a oficializarse y ser funcionales al poder rápidamente. Le aseguro que ya hubo un grupo de gente que lo intentó. Justo cuando una Editorial, de carácter exasperantemente violento, de baja calidad moral e intelectual y con una terrible vocación de matonaje se disolvió, sin lograr hacer de Valparaíso la tierra de nadie violenta que quería, llega usted, y en menos que canta un gallo consigue solo lo que ese grupo cerrado y organizado de odiadores profesionales no consiguieron en años. Felicitaciones. Eso demuestra cierta capacidad, una perversa y oscura capacidad.
Pero, ¿estoy hablando con una persona de puerto? Pase que lleve un notebook a la zona más peligrosa de la ciudad –y me creerá si pienso que la irresponsabilidad parte por ahí, precisamente, por pensar que a usted no le iban a robar, o bien que alguien lo iba a cuidar. Pero pase. Pero suponer, como a todas luces supuso, que la publicación le iba a resultar gratuita, eso, Mellado, me parece absolutamente insólito. Usted sabía que algún descalabro iba a haber antes de la dichosa actividad de las revistas culturales: ¿quiso usted ponerse como la vedette de ese debate o es sólo irresponsabilidad? –me parece que lo que no esperó fue la funa. Y marcó con su nombre una actividad en la que usted era sólo un participante más. Y ahora la gente que debiera sentirse agraviada por haber despertado usted una violencia inaudita en pleno intercambio ciudadano, lo defiende. Insólita y (permítame la paranoia) sospechosamente bienpensante y concertada defensa en su ataque abierto a la literatura de Valparaíso.
La irresponsabilidad tiene un límite, Mellado. Le aseguro que hay gente mucho más seria en literatura, más contundente, que vivió en los años duros, que no creo que tenga la idea de debatir con usted, ni hacerle actos simbólicos. Yo no me preocuparía de la gente que hizo la funa: me preocuparía de esa otra gente, que no vio en su artículo ningún tipo de invitación al debate, que no actúa en colectivo. Gente que bebió de la escuela de los 70 -Juan Luis Martínez, Mellado, ¿sabe qué haría Martínez en una situación como ésta?-, y de la resistencia cultural contra
En fin, estoy hablando con una persona que vivió y vive en puertos. Creo que usted sabe el peso de las palabras. Creo que usted sabe las consecuencias. Es lamentable, Mellado, que otros deban pagar por lo que usted dice, que la ciudad de Valparaíso tenga que pagar estos cincuenta grados de violencia que usted le ha provocado. Si cae violencia en su contra, no es sino la que usted generó. La palabra tiene peso. Y usted no es más importante que la poesía en Valparaíso.
Carlos Henrickson
La poesía de Valparaíso no saldrá publicada en Ciudad Invisible. Qué pena. Es más que evidente que consideran su persona, Mellado, más importante que la poesía de los mismos lugares que pisan.
¿Y por qué este apasionamiento por defenderlo, Mellado? ¿De adónde sale este profundo orgullo en la ignorancia total con respecto a la actividad poética de Valparaíso, mostrado en todo su esplendor por el redactor del comunicado de prensa del...? (me olvidaba: la estupidez vanidosa de esos lacayitos con los que usted trabaja llega al punto de no poner fecha a un comunicado de prensa).
A ver, señor Mellado. Como ya le dije, me extraña profundamente que lo defiendan con tanta pasión... Como un escenario en el cual se prepara de antemano una víctima para ser inmolada y después exaltada (como el Reichstag, ¿no?). Por eso no sé aún por qué sigo hablando con tanto respeto, cuando la palabra respeto ha estado desde el principio fuera del "debate" (¿?). Con su invocación de la muerte, el respeto estuvo de más desde el principio, hecho absolutamente confirmado ahora por el ladrido de quiltro de sus siervos seudoperiodísticos.
A Gombrowicz le sonaba bien ese tono contra-poetas (cfr. Contra los Poetas, Ed. Sequitur, 2006; y también acusaba de nazi a todo el mundo que osara criticarlo...). En usted suena mal y sucio –las copias siempre suenan tan degradadas... Y en la redacción imbécil e infantil del comunicado de Ciudad Invisible suena abiertamente nazi. No me extraña. El lamentable personalismo que dispara histéricamente a la bandada cuando le hacen un asalto como el que le hacen a miles de personas en todos los días y en todos lados, culpando a un gremio de eso, y reclamando su eliminación, no puede ser más absolutamente reminiscente al nazismo. Típico, en todo caso, de todos esos lamentables hidalgos provincianos, ya con la derrota pintada en la cara, sedientos de llegar a tener una pequeña cuota de poder, mientras se revuelven en el insulto y la mugre que depositan en el mismo suelo que les da de comer.
Usted, Mellado, tiene prensa en Santiago para todo el país, y en Valparaíso su equipo de lacayos –en lo que usted ha transformado Ciudad Invisible. Puede pedirle a sus amigos de todo Chile que solidaricen con el pobrecito de usted –solo, abandonado y pobre, usufructuando del Zócalo del Consejo de la Cultura y de The Clinic... ¿Quién es el nazi acá, Mellado? ¿Quién abusa de su poder, mientras dice que no lo tiene? (acuérdese de Hitler el 36, el 37, todo ese escándalo por Versalles...). ¿Quién empezó el insulto?
Ante los años de florecimiento exultante e incesante, contradictorio y firme de la literatura porteña, Ciudad Invisible es un accidente, un guijarro en la ruta por donde pasará el carro de la belleza (¿qué le parece ese tono poético, Mellado? Y puedo ser más empalagoso, más modernista, más poeta aún). Y usted, Mellado, para qué seguir hablando de usted. Aún la poesía de Valparaíso es más grande que usted.
La poesía –bien lo sabemos por los años de sombra que pasamos, parece, hasta hace poco- contiene en sí, extrañamente, la semilla de un proyecto humanista profundo y antiguo. La posibilidad única de articulación ético-estética, hizo que ya Schiller –el fundamento del romanticismo alemán- tomara al arte en general, y la poesía en particular, como la más alta jerarquía de educación del hombre, aquélla que lo hace entrar al género humano.
No hay duda de que éstas son bellas palabras. El problema es lo que sucede cuando esa semilla de infinito cae sobre piedra. Los territorios marcados por la carencia y la violencia sistemáticas parecen, hoy, cerrar radicalmente la puerta a cualquier sombra de posibilidad de redención humana. El lugar de la poesía no es ya el de educadora de la humanidad, sino que busca nichos –escondrijos, se diría, o bien, caletas-, absolutamente otros. Pienso en esa guardia, donde los seres angustiados pueden dormir tranquilos, en el hablante que tras una cegante nostalgia por el viejo mundo en que hasta la crueldad era inocente, dice:
Después de eso, sólo quedaba el camino hacia la esquizofrenia,
hacia los Románticos Alemanes, hacia Nietzsche,
hacia la muerte en el fondo amarillento de un vaso.
O en aquel poema en que Un poeta escribe en una esquina / con un trago robado de alguna parte, ocupando dos versos escasos, en que incluso el hablante lo mira desde lejos dentro de esa sede, repleta de seres que se acaban, y en que la vida es sobrevivencia. Y es que hablamos del Sur. Cuando escucho la palabra “violencia” en comunicación con “Sur”, no puedo dejar de acordarme de la sensación –ésa, la más importante- que tuve en mis primeros viajes desde Concepción –ese punto en el mapa- hacia esa particular atmósfera histórica que corre desde “
Hay, además, la humedad, pendiente en el aire cuando el mar está cerca, ese color que corroe la cara de las cosas, mostrándolas cómo son, como no quieren verse, dándoles menos tiempo de vida. La escritura del puerto -Carlos Araos, en Iquique, Javier del Cerro, en Coquimbo, o Florencia Smiths, en San Antonio, y, por cierto, este Con Ajo, de Harry- contiene ese exceso de realidad, que no permite la definición visual o sensorial sobre la que las grandes disciplinas maestras de Occidente –la filosofía, el arte,
Esta fidelidad de la realidad hacia sí misma, le permite a Harry establecer su poética como un recuento histórico, al presentar en esa pequeña historia el efecto del profundo, abismal y permanente derrumbe del proyecto humanista desde 1973, y la lejanía total entre lo que existe y cualquier tipo de “palabra que dé vida”. En este sentido, no es un poeta “ochentero” –con todo lo que aún da eco de magníficos despliegues, poses para la fotografía y, en general, un doblez expresivo que en los casos más críticos se ha transformado en abierto cinismo cinismo-, sino un poeta que vivió los 80s dictatoriales desde una de sus trincheras de honor dentro del país, que fue ese Sur inquieto y fértil en discurso, actitud y cojones, que –era que no- siempre fue escamoteado y mirado por encima del hombro por la vida cultural metropolitana y la administración política –y, por qué no decirlo, de las bibliotecas. Que exista todavía ese Sur, es lo que –a mí, por lo menos- me viene a decir la poesía de Vollmer. En el seno de otra barbarie –la misma barbarie, algo más madura, más seria-, años después, este agrio testimonio de humanidad persiste.
Carlos Henrickson
Imagínate huir. Imagina encendidos
los seres, sin secar las máscaras
de lodo sobre el rostro. Y todo aquello nuevo:
la soberbia insolente de una ciudad nueva, cual
reconstruida. ¿Adónde el baile, adónde
las fértiles ceremonias? En ninguna parte; busca,
tan sólo el vacío. Un regimiento: he ahí ese bautismo;
los sargentos aún sobre ese gris. ¿Gris
de cemento u otra máscara? Allí, en esa sombra,
estuve años de años como un alucinado, viendo
lodo sin secar ante los ojos, y al temblar era el agua,
el agua negra de la melancolía la que
bailaba. A veces era buena esa melancolía
negra: entraba a la digestión y daban ganas
de quedarse sentado y quieto, con las mesas
llenas y ese vómito sobre las paredes. Pero
los sargentos y sus oscuros rituales no eran
mi familia. Soy, al fin, de la más odiada de las ciudades,
tengo una salvaje madre que devora a sus hijos
como gata hambrienta, bella más allá
de toda belleza de este mundo. ¿Qué puede
hacer la exaltada y heroica belleza del aurinegro,
las viejas memorias,
todo ya está lleno de sargentos, respirando
en tu cuello, repitiéndote una y otra vez
que hagas la rutina: que seas digno
del patrio lar? Nada. Escuché:
busca a los tuyos, perro; raspa
de aquí, extranjero. E imagínate, ahora, huir. Hasta
la patria final, o bien hasta la patria
natal, o bien hasta la más bella
de las patrias, el mar un escenario triste y encendido, o bien
encontrar en este pleno abismo
el único lugar al que te condenó la infancia.
Difícil saber esto: me esperaban en esta casa vacía,
espléndida. Fue un desliz miserable criarme en esa gris
y húmeda extranjería. Ya ni siquiera el rencor.
Sólo la rabia, Concepción,
sólo la rabia.