Después de tanto tiempo, cae como inevitable el asociar el poema al dibujo de los signos sobre el papel. Se olvida demasiado seguido la función primordial del poema como canto, que más allá del hipertrabajo y elaboración de un Pound y la siempre sorpresiva vitalidad de las cancioncillas de radio, resuena más bien en la natural acción de lectura y la sutil inflexión –ésa que aun comporta efectos de sentido, y que otorga a la escucha de los poemas un placer propio. Pienso, por ejemplo, en el esfuerzo de iniciativas como Voz viva de México, la colección del registro de los más importantes poetas del país azteca hecha por el Departamento de Literatura de
Por eso, que dentro de una escena literaria de un aggiornamiento tan pobre e irreflexivo como la chilena, aparezca la serie de CDs de Ediciones Alquimia –Trabajos de luz sobre agua, de Ernesto González Barnett, Cocaví, de Marcelo Guajardo Thomas, y En la escuela, de Martin Gubbins y Tomás Varas-, representa una ocasión digna de marcar dentro de las buenas noticias del inicio del año, más aun al tomar a cargo registros poéticos de un atrevimiento expresivo de plena actualidad y, es más, de plena situación.
La situación del escritor en cuanto tal y la toma de conciencia de lo que significa el oficio poético (que guarda en sí algo misteriosamente más allá que el mero acto de la escritura) es el tema alrededor del cual gira Trabajos de luz sobre agua, de Ernesto González Barnett (Temuco, 1978). El heroísmo melancólico de un hablante inhábil de definir sin imágenes un destino misterioso que lo obliga a responder la extrema violencia de la vocación poética, remite a esa conciencia crítica angustiosa que Enrique Lihn y Gonzalo Millán dejaron marcada para una generación entera de autores criados bajo la violencia brutal de los militares. Esta decepcionada conciencia generacional es patente (“Golpeamos demasiado fuerte / la mesa, / y ahora pagamos las consecuencias”), y llega, quizá, a un punto álgido en el poema “Zurita”, que presenta agriamente las continuidades y diferencias entre dos posibilidades de definir la noción del país como ámbito poético, diferenciadas por una Transición, que está, de algún modo, problematizada en el seno de la poética de González. Si en el sentido de su pretensión generacional, en la atrevida postura poética y en la angustia escritural, uno no puede sino reconocer una palpable rehabilitación del hablante lírico romántico, la situación y contingencia del trabajo de González, mediada por un uso violentamente preciso del sonido, logra dar una visión del oficio poético que no necesita del patetismo olímpico (de raigambre mucho más propiamente romántica) que, paradojalmente, parece instalarse a sus anchas en la escritura de la que se da en llamar promoción novísima. [Para escuchar: El tallador de crucifijos]
La fragmentariedad de la experiencia en una poética absolutamente situada es lo que se deja escuchar en Cocaví, de Marcelo Guajardo Thomas, que reúne varias líneas de trabajo en desarrollo del autor. La duda sobre la capacidad de trascendencia del discurso poético se resuelve acá en el absoluto abandono a una escritura escéptica cuyo fundamento es la patencia absolutamente violenta del texto en cuanto tal. De hecho, es posible ver el amplio mundo que se deja reflejar en Cocaví como una suerte de restos –de cosas y humanos apenas liberados de la condición de cosas-, que han sobrevivido a una suerte de cataclismo simbólico. El espacio privilegiado será naturalmente, la mercancía despojada de valor en el mercado persa, la sociedad latinoamericana devuelta como expresión de la más pura impotencia (Papiones) y el lenguaje mismo despojado de significado bajo la corrupción de la época (Las tristes mujeres calvas de Chile). La precariedad de la poética para dar una visión integral del mundo, expresada en un modo narrativo que puede llegar a la más absoluta enajenación descriptiva, se complementa con trabajos de una notoria limpidez expresiva (5 Comarcas), en que a través de la reescritura de textos de acupuntura china parece recrearse la nostalgia de una escritura que pudiese dar cuenta del mundo en una realidad presente, y no en catálogo. La falta absoluta de compromisos con un lector complaciente o con los gestos de las poéticas al uso, deja ver un trabajo de largo aliento en la construcción de una obra de presencia definida y cuya misma dificultad es garantía de una avanzada conciencia de texto, absoluta resistencia a un mundo literario emergente ansioso de gestualidad. [Para escuchar: Persa].
Un carácter absolutamente más extremo se puede ver en En
Por más que esfuerzos como los de Alquimia Ediciones resulten en pequeños tirajes y no aspiren a las grandes plataformas de comunicación, la publicación de estos tres CD –artesanal y silenciosa- debería ser pensada desde lo que en algún momento representarán los actuales tiempos para la poesía chilena: una prueba de fuego. En las tareas necesarias de asumir el límite expresivo del lenguaje poético en un mundo de espaldas a la palabra, de afirmar desde la crítica más contundente al mismo registro literario a la poesía como pretensión de totalidad, y de buscar la escritura que pudiese acoger de nuevo las aspiraciones sociales más relevantes en un país y una época en crisis permanente, la apuesta de Alquimia Ediciones está desde ya –discreta y tranquilamente- ganada.
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