martes, diciembre 04, 2007

CONCEPCIÓN

Imagínate huir. Imagina encendidos

los seres, sin secar las máscaras

de lodo sobre el rostro. Y todo aquello nuevo:

la soberbia insolente de una ciudad nueva, cual

reconstruida. ¿Adónde el baile, adónde

las fértiles ceremonias? En ninguna parte; busca,

tan sólo el vacío. Un regimiento: he ahí ese bautismo;

los sargentos aún sobre ese gris. ¿Gris

de cemento u otra máscara? Allí, en esa sombra,

estuve años de años como un alucinado, viendo

lodo sin secar ante los ojos, y al temblar era el agua,

el agua negra de la melancolía la que

bailaba. A veces era buena esa melancolía

negra: entraba a la digestión y daban ganas

de quedarse sentado y quieto, con las mesas

llenas y ese vómito sobre las paredes. Pero

los sargentos y sus oscuros rituales no eran

mi familia. Soy, al fin, de la más odiada de las ciudades,

tengo una salvaje madre que devora a sus hijos

como gata hambrienta, bella más allá

de toda belleza de este mundo. ¿Qué puede

hacer la exaltada y heroica belleza del aurinegro,

las viejas memorias, la Cultura, cuando

todo ya está lleno de sargentos, respirando

en tu cuello, repitiéndote una y otra vez

que hagas la rutina: que seas digno

del patrio lar? Nada. Escuché:

busca a los tuyos, perro; raspa

de aquí, extranjero. E imagínate, ahora, huir. Hasta

la patria final, o bien hasta la patria

natal, o bien hasta la más bella

de las patrias, el mar un escenario triste y encendido, o bien

encontrar en este pleno abismo

el único lugar al que te condenó la infancia.

Difícil saber esto: me esperaban en esta casa vacía,

espléndida. Fue un desliz miserable criarme en esa gris

y húmeda extranjería. Ya ni siquiera el rencor.

Sólo la rabia, Concepción,

sólo la rabia.

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