Sobre Salón de Primavera
¿Hay géneros mayores y géneros menores en el Arte? La pregunta es de suyo compleja y no precisamente una que nos llenará de amigos. La verdad es que hay algunas realidades que se dan gratis y fácilmente al análisis, fundamentación y orden en las bibliotecas –fíjese el lector en la particular fortuna del arte conceptual en una época en que todos tenemos menos tiempo para el gusto-sin-preguntas que debería ser el objetivo fundamental de toda expresión que aspire a tomar formas y hacerse ver y reproducir. Otras realidades se escurren entre los dedos, se van, se esconden.
Decir “género menor”, en este sentido, equivale ciertamente a una derrota. Derrota en el plano de la administración de los discursos sobre el Arte en nuestro país, que encuentra su hermana en la derrota de nuestros “territorios menores”, que insisten en una obcecada resistencia al desarrollo globalizante y al análisis, piedras de toque de nuestra burocracia nacional. Así, el santo territorio de la sistematicidad de la crítica de arte del país debe tener app. 20 cuadras cuadradas en el centro de Santiago, con pequeñas islillas hacia la zona alta de la capital –y furibundos y miméticos simios en una universidad del sur que tiene un lindo campus.
Cuando me ha tocado ver Salón de Primavera, he recordado el esfuerzo que, precisamente, en esa ciudad de academia enjardinada, hizo –y espero, siga haciendo- el periodista Sergio Ramón Fuentealba: un rescate sistemático (a través de entrevistas) del arte en una ciudad, y de la forma en que se conformó la relación que éste tuvo con la comunidad y con los proyectos de construcción de un nuevo mundo (tanto estética como socialmente), hasta su momento actual, pasando por el momento en que los proyectos desaparecen –y la ciudad también, por ende. Sin embargo, el libro, cuidado por Julio Jara Werth, con entrevistas e investigación realizadas por Rodolfo Hlousek, me ha parecido una apuesta mayor.
La acuarela en
Sin embargo, la labor adquiere un color absolutamente distinto cuando la situamos desde el punto de vista de la actividad misma. Lo que desde arriba es un campo en desastre, corresponde a una vida demasiado compleja y plena de esas realidades distintas y no homologables que constituyen la pesadilla del sistematizador. Sin embargo, no puedo olvidarlo: Hlousek es poeta, y entre colegas sabemos perfectamente bien el peso de la realidad presente –abismal, incalculable- con respecto a los Futuros y Pasados, que pesan lo que los libros o revistas de bienal. La realidad del arte es más enorme, más ella misma y menos ficción que lo que se teje intra-blancos muros de academia.
Así, no puedo dejar de darme cuenta de la absolutamente intuitiva sensación de práctica efectiva que trasunta el libro. Es fácil acá apreciar un árbol de ramas comunicantes, armado entre el taller y el café, las Universidades Europeas y la heroica Academia de Artes de Temuco, la inmigración en
Es así como se “cae” a la práctica misma del oficio acuarelístico, unida en este caso a la referencia permanente al lugar de donde se es. El sentido de evocación de Sebastián Ellena –desde el cual
Esta situación de una práctica artística, esta práctica situada, constituye un trabajo que adquiere esa belleza de lo que nadie se atrevería a llamar “necesario” o “central”. Gotas de vida para el frío de estas metrópolis, Salón de Primavera es aquella labor necesaria de periodismo cultural, que hace persistir en nosotros lo que la moda asesina de las capitales no admite: su culposo origen húmedo y múltiple.
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