Vas a hacer hoy lo que
debes, vas a cuidar aquello
que, dices, es tuyo, vas a echar
sobre las paredes más barro
fresco, porque el río
corre legamoso hoy día.
El paso de la puerta
hacia la orilla es lento, sólo
la delgada brisa puede
hacerte una otra vez, en ti
volver antes de cargar la fuente
con ese danzante lodo y tras
pasar el umbral de vuelta,
ver todo aquello que dices que es
tuyo, ese suelo tibio, conocido,
la calma nada sin nombre: en este
otoño feroz esas cuatro murallas
merecen el nombre de santas.
El quieto paso de un lobo tras
la ventana tan sólo puede
confirmar el insustancial óleo
que ha hecho de tu casa algo
más acá del mundo -misteriosa, imposible,
antinatural ficción. Agradece ese eco
caso sordo de las cuatro patas
del Ser, el suave paso, el rumor
de los colmillos ansiosos.
Desposeída pasa a este jardín
sin simetrías, la hiriente
tierra de los lobos que no
se engañaron con los humanos
hábitos, el reencuentro pardo
y desnudo con tu especie:
rojas y abiertas las encías de furia
cuando inyectadas tus pupilas
encuentren, de vuelta, a la falaz
humanidad, esa temerosa nada,
ya tan lejos de la abierta y fresca
alegría de la sangre aún viva
de la agónica presa.
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