-arte menor-
I.
Se quema esta ciudad
con fuego oscuro. Acá
-fuera de casa- espero
una ligera seña. Quebrada
la niebla de hoy, fulge
el frío esplendor de tus ojos
y veo que no hay error
en esto: se quema con oscuro
fuego la ciudad, hoy, y
nosotros, los de pupilas vivas
nos hallamos de pronto
en medio de una gran mirada
muerta.
II.
Hemos decidido, a veces
parece que hemos decidido.
Se nos da sólo el mundo que hemos
armado, viga tras viga, dúctil
materia amasada que firme
se seca y nos guarda de la historia
que nos hizo de piedra
los huesos. Parece que hemos
decidido. Pero el aire
tiene este carácter final,
nublado, vacilante. El día
es una fiesta. Enmascarados y ebrios,
podremos olvidarnos de éstas,
las casas rumorosas. Dama callada
en esa ficción tibia, acercarás
a esta fría calle las venas firmes
de tu cuello, la clara tierra suave
de los pies a los hombros, extendida,
toda, bajo la brisa alegre
de la demolición.
III.
Tu cara sí, con máscara.
De espaldas a la lírica,
al sonido, cortando la garúa
a danza y gesto, oculta
bajo el propio cuerpo, el semblante, la piel;
de piel, así, la máscara, ansiosa, ansiosos, tú
y yo en este decir sin
decir, callar
hablando.
IV.
Él no es para siempre. Yo tampoco,
ni tú: ni pisadas hacemos que den
eco –ese eco que amamos,
sutil engaño que curva las frentes
ante el tiempo. Somos arena.
Si luz, es la luz que refleja este sol
y se cuela por las hojas del parque: no
existimos, en verdad, sino
en este esplendor frío de los ojos, este
preciso instante, en que él
ya no es, en que somos
los dos, este segundo fugaz en que
nos ven, nos distinguen, nos llaman.
V.
Nada es quietud. El cimiento es
un sueño, la ventana
sin cristal, el techo estrellas.
Abierto el aire, olvidada
toda falacia de edificar, tú sabes
cómo se repite y divaga todo;
distancia, vaivén, la navegación,
el gesto tenso del piloto
ante el viento del
Norte, el mar,
la deriva.
VI.
Sabes también lo inútil
de esto. La palabra no es
digna. No se ve dibujada
en el oscuro y denso aire
de la noche que habitamos.
Es un vacío en un vacío. Parece
dicha ante nadie, ejercicio
de gesto. Cuando tu cuerpo,
firme y breve, salga
de la santa niebla del hogar,
haz que se arrope con el manto
de este sol entre líneas,
hágase real esta falacia vana, esta
lírica.
VII.
Acaso te pierdas. Acaso supongas
que es otra ésta que eres, acaso
ni veas, ni escuches. De todas formas,
se cumple un rito viejo:
de aquéllos con flores, manos
dadas, de esta amada tierra sobre
la cara, cubriéndonos de las pupilas muertas
de los otros, formándonos firmes
frente a ellos, como de yeso
memorial,
indiferentes.
VIII.
La santa niebla, la piedra
blanca, firme y constante
el gesto. Ya instruidos cortamos
este orden. Luego llega
la aurora, y sin movernos,
de frente, fijos, la abismal
luna doble del abrazo
haga vivir este aire
sin murallas a cada paso
de lo Oscuro. Somos la vida
en este mar de efigies. Y efigies
muertas somos, en la
hora
muda.
Santiago, 25 de Noviembre, 2007.
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