Balada del Desterrado
A Gabriela Urdangarín
Esa hambre, esa extendida
hambre por un suelo. Y esa otra
palabra vieja, vieja, que se cae de vieja:
pertenecer. El mundo real
está siempre más lejos,
y cada vez más, de cabeza
uno cae a ese lugar sin nombres,
sin luz ni contornos, que nos enseñó
la verdadera ley del aire: inspirar,
expirar. Todo es así de simple.
Lo que duele es la madre,
el padre, todo este coro
de eco griego que te llama:
sé nosotros, arrímate al fuego.
Pero uno eligió, y está lejos
la carne asada, está lejos
la copa de sangre, aliñada
a la vena, que te hará alguna vez,
o nunca, volver. Esta hambre
es más hermosa que esos gestos
grasosos del diente sobre la carne.
Te van a preguntar dónde estás,
y tú dirás que estás donde
perteneces, y es mentira. Esta larga tierra
de nadie no tiene esa virtud. Tan sólo
al dormir, tocas, con limpio, húmedo labio,
la bandera sin colores
del desierto absoluto y abierto
que elegiste.
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