PEQUEÑA CANCIÓN REALISTA
Las manos toman, las manos dejan
caer cosas, para que otras manos
las tomen. En el vago aire pálido,
las cosas se desplazan bajo el imperio
de los dedos, la suave curvatura de las palmas;
ya que impotentes y quietas las cosas
sienten las cadenas del mundo y envejecen
cuando se les olvida. Eso es todo.
En los pasillos llenos de estatuas
marmóreas, bajo la fe incorruptible
de las leyes, los pobres hombres
viejos y encorvados suponen que hay
fantasmas, y que las cosas andan, y que acatan
las manos misteriosas órdenes. Y que todo
se mueve según el leve vals
que desde los parlantes de los edificios
canta, suave. Pero del lado de acá,
en que la primavera aún no detiene
el viento helado, y ese par de ebrios
se aprestan a morir a cuchilladas
apenas salgan del bar, las manos,
por inercia, hastiadas toman cosas,
las dejan caer, y otras manos las toman,
para alguna vez dejarlas caer
también. Llega el momento en que caen
las manos; y son cosas. Son tomadas,
y en un rincón oscuro, alguien hace
quizás qué cosas con ellas.
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