Por Ernesto González Barnert
Carlos Henrickson (Santiago, 1974) me recuerda que a la escritura se le da todo, fallemos o no, que la poesía es ante todo un golpe en el que pasado, presente y futuro se dan cita y enreveran a agradar o fastidiar sus castillos de arena. Y que el rompeolas no le cruzaremos sin humildad, sin miedo. Sí, la poesía es una ola que no explicará el mar (Nabokov) pero llegará a tus pies y espero que estés despierto lector, de una ola como la de Henrickson. No sabes todo lo que hay detrás para que una llegue a nuestros pies. “Sobretodo en estos años del fin, donde corresponde cantar canciones finales.” Y Henrickson que lo sabe, ensaya desde Valparaíso, a cantar la poesía con mayúsculas, no sin profundidades y deformaciones.
- ¿Cómo llegaste a la Poesía?
- La verdad es que siempre resulta bastante misterioso este asunto. De hecho –y creo que así funciona en general-, es la poesía la que llega a uno. Por mi parte, me pareció interesante el tema de la intensidad que podía adquirir el lenguaje. Si no me equivoco, España en el Corazón, de Neruda, fue fundamental: con el tiempo me he encontrado que el carozo del asunto estaba en los efectos rítmicos.
- ¿Qué ha significado para ti la Poesía?
- Aparte de dolores de cabeza, la posibilidad de practicar un Oficio, de aquellos con mayúscula. Creo firmemente que se produce un sentimiento muy primigenio y radical con la práctica de aquellos Oficios integrales –me refiero a cosas como el manejo de los metales o el examen de los astros. El sentimiento es tan potente que se tolera una buena cantidad de las desgracias humanas del trabajo poético.
- ¿Para quién escribes?
- Eso me intriga cada vez más.
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