MARX
El exceso de piedad no es
bueno; no hay excesos buenos.
La champaña, el tabaco, la madera
rotunda y noble de las vetustas
sillas londinenses, la filosofía
en su época final. Y la luz
cobarde que se va apenas se ve
a sí misma, reinando, monarca
sobre la ciudad, llena de mierda de perros
y vacilantes hangurrientos; nada
de esto debe cumplir el pecado
de excederse –ya que alguien
siempre debe pagar. Y ya no es hora
de tiesas efigies barbudas, sangrantes,
nerviosamente clavadas sobre las paredes húmedas
por los inviernos más crueles.
Hay barrios enteros de estas ciudades
al sur del mundo ardiendo salvajemente
por una persistente, destilada piedad, excedida
de toda cuota honrosa. Una sola alma
ya es todo un mundo; ni un dios
en el más áureo de sus apogeos tendría
un abrazo capaz de la más leve
paternidad. Son malas épocas. Tan sólo
fantasmas se sentirían a gusto
en casas tan frías. Deja ya el lápiz,
duerme.
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