Es cada vez más escaso encontrar
una calidad de estructura narrativa como la que ostenta León Álamos (San
Felipe, 1979) en su primer libro de cuentos Discocamping (Valparaíso:
Ed. Inubicalistas, 2013). Esto, porque más allá de su preferencia por un
naturalismo directo, se revela capaz de usar una sintaxis densa, propiamente
elaborada, sin necesariamente oscurecer la lectura. El libro de Álamos es una
muestra de que ocupar estructuras narrativas más complejas no es -como parece
dictar, al parecer, el gusto dominante desde la “nueva narrativa” de los 80- un
capricho elegante, criticable fácilmente como caduco o burgués; la construcción
de los cuentos de Discocamping se haría imposible sin el fundamento de
una concepción de mundo compleja, que requiere necesariamente un estilo a la
altura. Esta complejidad es la de una percepción en construcción, un
aprendizaje ético y estético.
Álamos sitúa preferentemente sus
historias en el paso de la niñez a la adolescencia, en un momento axial en la
percepción del mundo. Esta situación -característica de la Bildungsroman-
tiene varias características de profunda resonancia en la construcción
narrativa; baste nombrar dos. En primer lugar, el hecho narrado tiende a
presentarse como hecho único y presente, actualizando la escritura el proceso
mismo de comprensión -aprendizaje- que se ha ofrecido con aquél. Relatos
como “Centro de madres” o “Patinaje (auge y caída)” saben dar cuenta de
esto en un despliegue narrativo que sabe proporcionar imágenes deslumbrantes
(propiamente poéticas) sin necesariamente convertir al lirismo el tono general
del texto.
En segundo lugar, y en un sentido
más profundo, esta receptividad esencial, característica de la experiencia de aprendizaje,
se fundamenta en su situación fuera de lugar. El conjunto de relatos
está atravesado por espacios que, sean o no efectivamente ajenos, se imponen
violentamente a los personajes centrales, y su manifestación es variada y
compleja. Se puede apreciar en la narradora de “Mirarte y derrumbarme”, con su
obsesión por mantener su diferencia cultural con el entorno; en otro plano, en
“Esperando a los huicholes”, donde los personajes, venidos de varios lugares
del mundo a una comunidad rural mexicana, tan sólo viven experiencias que
confirman un desarraigo radical; o en una dimensión aun más radical y
culturalmente determinada, en “En el cantón de Neuchâtel”, en que en un plano
de anticipación política, el desarraigo se “naturaliza” bajo una lógica administrativa
supranacional. Un trabajo cuidadoso de la prosa sabe darle a esta inquietud una
presencia real en la experiencia lectora, mucho más acá de la enunciación fría -”Mangaratiba”
es, en este sentido, una muestra mayor.
Una de las características notables
en Discocamping es que los relatos parecen ir mostrando una evolución
hacia el abandono de un naturalismo ya efectivamente logrado. Los mundos
narrativos presentes desde “Ensayo final” hacia el fin del volumen son menos
directos, con atmósferas más sugerentes y llegando incluso a juegos de
anacronía –notoriamente en el relato que da nombre al libro. La postulación de
mundos posibles es efectuada en general con una notable solidez en el pacto
narrativo. Sin embargo, en la misma medida, existe una debilidad que de
inmediato salta a la lectura: el que la tendencia a la sugerencia llega a
suprimir en exceso componentes argumentales o explicativos. Con todo, me parece
que esto siembra una buena expectativa con respecto a la futura escritura de
Álamos, cuyas características técnicas parecen naturalmente aplicables a
unidades más largas, que parecen exigirse desde los procedimientos mismos.
En resumen, Álamos ya
muestra en este primer libro un talento técnico sobresaliente, que logra
despertar genuino interés a varias profundidades de lectura. Consciente del
crudo vacío de nuestra postcultura, Discocamping sabe enfrentarlo
con la ética bien asumida del rescate de la experiencia: el fundamento mismo
del narrar.
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