martes, noviembre 04, 2008

VISIÓN DEL OFICIANTE

a Juan Pablo Pereira

Es el ocaso: las fachadas cierran su color

empequeñece su sombra. Lumbre

en los ojos del oficiante: despiertas

la visión atroz y el verbo imposible. Es que

desde la humedad de la pared, se dibuja

la imagen de sí mismo como si un cristal

opaco, quebrado, agónico. Es su sombría

mística, que cae como un lodo

de pequeñas piedras afiladas, una lluvia

sucia y absurda en plano horizontal

sobre la mirada absorta, la muda voz.

Ha empezado, dice para sí, ha

empezado, y cuenta ya las horas antes

que éstas pasen -los ojos fijos

en el soñado fantasma del sol. Piensa a veces

que lo han elegido, pero sabe que en esta

mística no hay nada sino aire viciado,

nubes negras de las que ni tormenta

sale. Hace tiempo que no duda y sólo

se recoge, se desploma, se funde

con el vapor. Llegará el día y será de nuevo

aquel que limpia el suelo tras la fiesta,

el que contra la fachada, en la mañana,

da su sombra como quien la diaria limosna. Mientras

tanto, la voz sin palabras, penumbra. Sospecha –a

veces- que hay un dios, inerte, pudriéndose, empalado

tras el adobe de los muros.

 

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