Como se esperaba, después de las recientes elecciones municipales, nada nuevo bajo el sol. Porcentajes más, porcentajes menos, a favor o en contra de la Alianza, o la Concertación, quiere decir que seguiremos viviendo, por un buen tiempo más, bajo la égida binominal del duopolio político, Alianza- Concertación,
Al capitalizar, una vez más, estos dos conglomerados, más del 80% de las preferencias, quiere decir que no ha habido capacidad, desde la izquierda, para levantar un referente opositor verdaderamente alternativo al neoliberalismo, tal cual hoy se aplica en nuestro país. Un panorama nada alentador que hoy más se profundiza, ante la virtual deserción del Partido Comunista para encabezar un referente, sin medias tintas, auténticamente de izquierda e inequívocamente alternativo a los dos conglomerados que se presentan hoy hegemónicos.
Ahora, se avecinan las elecciones parlamentarias y presidenciales, volveremos a oír las mismas promesas que escuchamos en elecciones anteriores, aquellas que nunca han sido cumplidas y que se prometerán cumplir esta vez. El ofrecimiento de las promesas en el mercado electoral estarán, otra vez, a la orden del día, en una especie de eco sin fin que empezará a martillar nuestros oídos pronto ya, en las próximas semanas.
En un cuadro así, repetido ya tantas veces y por tantos años, no resulta extraño que del potencial de chilenos habilitados para ser ciudadanos, aproximadamente la mitad, ha decidido no participar, en las elecciones, ya sea, no inscribiéndose en los registros electorales, excusándose de votar, o votando nulo o en blanco. Un magro panorama que se profundiza de elección en elección, particularmente, por la reticencia de los jóvenes de participar en un sistema de votaciones que no les ofrece ningún atractivo. Verse obligados a votar siempre por los candidatos que vienen cocinados por las directivas de los partidos políticos, y la ausencia efectiva, desde la izquierda, de una verdadera alternativa de oposición al actual sistema imperante, auguran en Chile un sistema democrático cada vez con menor credibilidad, por lo poco representativo que resultan ser los representantes elegidos. Este fenómeno reviste tal deterioro que requiere del examen de algunas cifras para cerciorarnos de su gravedad y profundidad.
Datos oficiales indican que, el padrón electoral debiera estar potencialmente, conformado por poco más de 11.500.000 electores. Si consideramos la cifra de los votos válidamente emitidos en las recientes elecciones, tenemos 5.569.999 votos, o sea menos del 50% del potencial del padrón electoral. Hay que hacer notar, que en la elección anterior (2004), votaron 6.123.375 electores, es decir, en sólo cuatro años una merma de casi el 10% de votos menos. De seguir esta tendencia, lo que pareciera ser que así será,… ¿Qué pasará cuando del total potencial del padrón electoral sólo emitan sus preferencias el tercio, o menos? Sin duda, se presentaría un cuadro que llevaría a que los representantes elegidos quedarían deslegitimados, de facto, ante el país y el resto de la comunidad internacional.
Ahora bien, de las falencias del sistema político electoral chileno destaca, fundamentalmente, que los que resultan elegidos son poco representativos de la voluntad de los ciudadanos. Poco representativo, no sólo desde un punto de vista cuantitativo, de una magra participación, sino, fundamentalmente, por la poca o casi nula representación que obtiene el pueblo, para participar y actuar de por sí, ante las instancias políticas y públicas. Como sabemos, con el actual sistema electoral, el pueblo queda excluido de representación, en tanto se encuentra sometido a un régimen político-institucional que, por su esencia, es de naturaleza inequívocamente clasista y segregadora.
En efecto, con una entreverada y compleja red de fórmulas legales y burocráticas ha quedado protegido el modelo, consagrando la segregación de fuerzas sociales mayoritarias, impidiéndoles de participar activamente en las instancias del poder, reservando éstas sólo para la casta de una elite política burguesa. En un rápido vistazo a la composición social de nuestro parlamento, nos damos cuenta que, la inmensa mayoría pertenece, fundamentalmente, al sector de los empresarios y profesionales, más esa casta de personajes recién aparecidos, los llamados lobbistas, verdaderos buitres de la política, que se sirven de ella como trampolín para ejercer influencias y asegurar así la promoción de pingues negocios particulares, que nada tienen que ver con el interés público.
Pruebas al cántaro: ningún campesino, ningún obrero, ningún dirigente sindical, ningún miembro de las etnias originarias, se encuentran representadas en nuestro parlamento. Tampoco, las esforzadas dueñas de casa, que trabajan más que todos, los cesantes, la juventud marginada de las poblaciones, el cada vez mayor número de comerciantes informales, los jubilados, etc. Millones de chilenos que no pueden acceder a los escaños parlamentarios, lo que nos eleva al triste sitial de tener uno de los parlamentos más clasistas que existen en el mundo. Se afirma esto último, sólo mirando los ejemplos de los países vecinos, en donde están representados sus dirigentes sociales, sindicales y sus etnias en sus parlamentos. Incluso, éstos últimos, asistiendo a las sesiones vestidos con sus atuendos típicos que los identifican como tales… ¿Se imaginan en Chile a un hipotético representante mapuche asistiendo a las sesiones del parlamento con su atuendo típico, palín y trutruca incluidos?. Creo no equivocarme al decir que, de producirse tal hecho, los guardias de seguridad del edificio acudirían, de inmediato, para expulsarlo de la sala de sesiones. Esa es la gran metáfora de Chile, una imagen de un parlamento no sólo poco representativo y clasista, sino segregador y racista también.
Sin duda, nos encontramos entrampados en un corsé institucional, difícil de romper, a lo menos, en tanto siga subsistiendo la tiranía política hegemónica, impuesta a través del binominalismo electoral, del cual usufructúan, al parecer, muy a su placer, tanto la Alianza como la Concertación.
Como bien lo señala en un lúcido ensayo Enrique Astorga Lira (“La democracia agoniza voto a voto”) … “La democracia que tiene el país y hacia donde caminan los países de América Latina, persigue evitar las sorpresas respecto de la continuidad del modelo empresarial impuesto por las hegemonías mundiales. Las modernas ideas empresariales sobre la política se orientan a que no puede ir por un lado la democracia y por otro, los negocios. Para que no quepa la posibilidad de resultados electorales sorpresivos que pudieran cambiar los fórceps impuestos en la Constitución y el sistema electoral, se diseñaron las restricciones a la democracia. Las restricciones no son otra cosa que una trampa al voto. Periódicamente el pueblo chileno se enfrenta a elecciones donde su opinión poco vale, mejor aún, donde su opinión no decide, sólo escoge y crucifica su voluntad a favor de un candidato que viene previamente formado en torno a la inmovilidad del modelo”.
De este cuadro, la Alianza y la Concertación se encuentran muy conscientes. Tienen claro todo el trasfondo ideológico que hay tras la trampa electoral, del sistema binominal que nos rige. El sistema electoral, y su engendro, el sistema binominal, son el paraguas bajo el cual se refugian para hacerse parte del botín que el sistema les ofrece. Saben, perfectamente, que sin este tipo de sistema electoral, segregador y excluyente, difícilmente podrían estar gozando de los beneficios políticos hegemónicos del que usufructúan, sin que se les oponga ningún real contrapeso. Se trata, sin duda, del aprovechamiento de un corsé político institucional científicamente planificado, en el que se tiene presupuestado que los resultados electorales no alterarán para nada los objetivos de dominación del sistema neoliberal previamente diseñado.
En efecto, la ciencia social, principalmente, la psicología social, hace accionar, cual perfecto reloj, todos sus mecanismos científicos para inducir y manipular las conciencias de los ciudadanos, mediante engañifas y ofrecimientos populistas. Se forma así una enmarañada red de clientelismo político que, junto a un incesante e indiscriminado bombardeo publicitario, actúan sobre los subconscientes, de manera tal, que puedan vencer hasta las resistencias más estoicas. Nunca antes estos mecanismos científicos han podido tener mejor laboratorio, para probar su éxito, como el que les ofrece la política chilena. Un resultado auspicioso para la elite burguesa de nuestro país, que le permite a cabalidad ejercer su dominio sobre la totalidad de la sociedad chilena y, lo que es peor, al parecer sin que haya visos de la más mínima resistencia de parte de ésta.
En un artículo anterior, de mi autoría (“Democracia con mayúscula”), señalaba, que cuando el sistema imperante y sus epígonos, proclaman la libertad y ejercicio democrático, esto es, sufragio universal, elecciones libres, libertad de palabra, de prensa y de pensamiento, todo ello no son más que bellas palabras para ocultar y enmascarar una realidad distinta. Más aún, cuando nuestras constituciones parten del supuesto de la soberanía popular, ésta no es más que una de las grandes abstracciones. Porque, ¿de qué poder popular se puede estar hablando cuando el pueblo sólo es convocado a votar en las elecciones, pero en la práctica no administra la riqueza social ni participa de un modo directo y decisivo en la gestión y administración de los asuntos públicos y la economía?
Sin duda, -continúo en mi reflexión-, la democracia, en su actual modalidad y fase, contiene todos los elementos para dar curso al ejercicio de la manipulación. Manipulación no tomado como un término del todo cerrado, sino más bien como un concepto asociado a la idea de que la ambigüedad en lo humano, como realidad ontológica que lleva sobre sí el hombre, es volcado en favor de tal o cual proyecto, o tal o cual acción, sin que el sujeto se de cuenta de ello. Por tal, una decisión que aparenta ser libre, no es sino la expresión de condicionamientos inducidos que actúan desde el lado de afuera hacia los subconscientes hasta terminar por minar las resistencias más estoicas. Sin embargo, reconocer la manipulación contraría la conciencia de la adultez y, por tanto, tal posibilidad, aunque sea un dato de la realidad tiende a ser negado, fundamentalmente, por aquellos mismos que son manipulados.
Gramsci, en sus notas referidas al carácter de la opinión pública señalaba que, cuando el Estado quiere iniciar una acción impopular o poco democrática, empieza a ambientar una opinión pública que sea adocilada a tales propósitos. Sirviéndose de los aparatos ideológicos del Estado es capaz de crear una sola fuerza que modele la opinión de la gente y, por tanto, la voluntad política nacional, convirtiendo a los discrepantes en “un polvillo individual e inorgánico.” Esto quiere decir que la adhesión “espontánea” de las masas a los propósitos y fines del sistema, no implica una adhesión racional y consciente, sino más bien el resultado de un proceso compulsivo y manipulador capaz de dejar en total estado acrítico a los que recepcionan el mensaje.
Mucha gente no sabe, o no se da cuenta que, entre elección y elección, la clase burguesa chilena en el poder, controla bien su tiempo para darse mañas para aprobar y promulgar, a su más entero arbitrio aquellas leyes que les son necesarias para consolidar la institucionalidad que le sirve a sus intereses. Así ha ocurrido desde los comienzos del gobierno de la Concertación, cuando entre cuatro paredes, un grupo no más de 8 o 10 connotados, parapetados en el llamado “Comité de Inversiones Extranjeras”, acordó la desnacionalización del cobre, pasando así a traicionar la voluntad del pueblo de Chile, que bajo el gobierno de Salvador Allende había logrado concitar el consenso unánime de toda la sociedad chilena para nacionalizar la riqueza del cobre. Años después esta seguidilla ha continuado con una serie de decisiones políticas y gubernamentales que contrarían la voluntad de la inmensa mayoría del pueblo chileno, léanse, la privatización de los servicios públicos esenciales (agua, luz y teléfonos), la ley de Pesca, el Auge, la “reforma previsional”, la LGE y tantas otras leyes que han continuado ampliando los privilegios de la gran burguesía criolla y extranjera. De este modo, la disputa electoral, sólo sirve para reacomodar, cada cuatro años, los ajustes de poder dentro de la elite burguesa, y mantener así los necesarios equilibrios entre ellos en el control de las estructuras del Estado capitalista.
A la burguesía, le es natural definir los alcances de sus proyectos mediante el “sufragio universal” para consagrar “democráticamente” los intereses de los opulentos por sobre los intereses de los más pobres. Es en este orden que para el discurso oficial y mediático, democracia y elecciones se entienden como sinónimos. Usando este perverso mecanismo, la burguesía desde el nacimiento de la República, nos ha hecho creer que el gran ejercicio de la política lo realiza la “ciudadanía” a través del acto “cívico” de votar, que otorga el “derecho” de elegir cada cierto tiempo a “representantes populares. Si a este mito, agregamos, una buena dosis de ignorancia y de superstición, o en el mejor de los casos, despreocupación, el cuadro queda completo para estructurar por varios años una sociedad, cuyo entramado cultural se sostenga en la ingenua credulidad popular, que se acostumbra aceptar como verdad millones de frases populistas y demagógicas, que constituirán los nuevos paradigmas ideológicos de la dominación burguesa.
Tenemos pues, que las elecciones dentro de las condiciones políticas actuales, no sólo constituye, como bien lo dice un artículo de Reinaldo Troncoso (Las elecciones una gran máquina de alienación social), ”un mecanismo que simula la voluntad política de las mayorías, sino que además, configura la mascarada práctica de la demagogia y del voluntarismo burgués, para hacer pasar su sistema como una gran estructura participativa que de modo “efectivo” y “real” entrega el mando político soberano a los “ciudadanos”. En la democracia burguesa la participación y el control político “ciudadano”, no son otra cosa que un remedo, que busca de manera falsa ocultar el verdadero carácter y la naturaleza antipopular del Estado capitalista”.
En este estado de situación, en las condiciones actuales de segregación, y exclusión política en que nos encontramos, cobra actualidad aquella advertencia que hiciera Lenin en su época: “Decidir una vez cada cierto número de años que miembros de la clase dominante han de oprimir y aplastar al pueblo en el parlamento: he aquí la verdadera esencia del parlamentarismo burgués.”.
Pareciera ser que Lenin, hubiera estado lanzando esta advertencia mirando visionariamente la realidad política chilena que estamos viviendo hoy. Sí, porque en Chile hoy, ir a votar el día de las elecciones, no tan sólo significa ir a cumplir con algo que se ha convertido en un mero ritual, sino también, votar por aquellos que serán los responsables de mantenernos jodidos por el resto de nuestros días… ¿Podrá haber mayor alienación que esto?. Evidentemente que no, porque como bien lo señalaba, Enrique Astorga Lira, al completar la cruz en el voto, el elector no ha hecho otra cosa que dar curso a su propia crucifixión.
De lo hasta ahora dicho, queda claro, que, más allá de la interpretación de sus cifras, en las recientes elecciones, una vez más, ha perdido el pueblo de Chile en su conjunto, aquel pueblo que ingenuamente se ilusiona de elección en elección, creyéndose el cuento que cruzando una raya sobre el voto, está ejerciendo soberanía y cabal ejercicio de sus derechos, en una sociedad que supone democrática. Si nos detenemos en esta imagen, queda en evidencia una incomprensible y tortuosa relación entre el que vota y la clase política que se beneficia con su voto. Así, en los hechos, el acto de votar, en las condiciones nuestras, se reduce a una especie de relación “paranoica” o, si se quiere, “esquizofrénica”, entre el elector que vota y el que se beneficia con su voto. Como bien lo ha señalado Enrique Astorga, cuando el votante traza una raya vertical para cruzar su voto, es el momento en que realiza el acto de su propia crucifixión.
Este curioso acto de crucifixión, ha venido a ser explicado de distintos modos, a través de distintas épocas, por la ciencia política, la psicología, la sociología y hasta por la filosofía. Nietzsche, por ejemplo, en su particular lenguaje aforístico, nos presenta la imagen de esta relación, señalándola entre el “señor y el moderno esclavo”, éste último aherrojado y sometido dócilmente a la “mediocridad del número”. Otras veces hace referencia al “espíritu de rebaño”, a la “masa”, al “populacho”, al “borrego”, entre otras tantas de sus particulares denominaciones.
A su vez, mucho más atrás, en el siglo XVI, Etienne de La Boétie, jurista y filósofo francés, ya no en lenguaje metafórico como Nietzsche, sino en forma más directa, señalaba la relación entre el gobernante y quienes lo habían elegido como una tortuosa relación entre el súbdito y el tirano. Hay que hacer presente que De La Boetié hacía una extensión más representativa respecto de lo que considera un tirano. Señalaba tres modalidades de tiranía: aquellos que se toman el poder por la fuerza, aquellos que lo heredan, y los que son elegidos por los ciudadanos. El origen del poder era irrelevante para De La Boetié. Si un hombre gobernaba justamente era legítimo; si lo hacía de mala manera, era un tirano, cualquiera sea la modalidad en que haya accedido al poder. Particular atención prestó a la relación entre estos últimos, señalando que los gobernantes elegidos por el pueblo, prontamente devienen en tiranos. .
A De La Boétie le interesaba particularmente la psicología de los gobernantes elegidos, debido a que parecía que un gobernante cuyo poder provenía del pueblo debía ser “más soportable” que el de los otros.
¿Por qué los individuos gustosamente consienten su propia esclavitud? Para De La Boétie, la obediencia colectiva de la sociedad se origina en “un vicio para el cual ningún término puede ser hallado lo suficientemente ruin, de cuya naturaleza en sí misma se reniega y al que nuestras lenguas se rehúsan a mencionar.” La Boétie denominaba a este vicio monstruoso la “servidumbre voluntaria.”
Es increíble, decía Boetié, “cuan pronto el pueblo se vuelve súbdito, como de forma tan súbita cae en un descuido tan completo de su libertad que la misma difícilmente pueda ser reavivada al punto de volverla a obtener, obedeciendo tan fácil y tan voluntariamente que uno es llevado a afirmar, al percibir dicha situación, que este pueblo en verdad no ha perdido su libertad sino que se ha ganado su esclavitud”, termina su reflexión De Boetié.
Estas imágenes crudas y fuertes, no hacen más que develar lo que subyace en el fondo de nuestros actuales sistemas electorales. Hay muchos otros filósofos e intelectuales, de las más distintas disciplinas y especialidades, que se han dedicado a investigar y estudiar el fondo de esta enfermiza y paranoica relación entre gobernante y pueblo. Los filósofos griegos no estuvieron ajenos a este afán. Si hasta Platón, en algunos de sus escritos se refirió más o menos en los mismos términos, antes de aterrizar en su famosa “República”, como ideal utópico de convivencia en una sociedad.
En este estado de situación, hay que afirmar en forma clara, firme y contundente, que bajo el sistema capitalista es imposible que pueda haber democracia. Es más, el capitalismo, por su esencia depredadora, es contrario a la democracia. Cualquiera cosa que quiera decirse en contrario, es puro cuento, pura poesía, y nada más que eso.
Ahora bien, dada la poca representatividad de la democracia actual, es cada vez más ingenuo pensar que, vía elecciones, los trabajadores, los jóvenes, la clase media, y pobladores pobres de nuestro país, lograremos los cambios que requerimos para mejorar en algo nuestras precarias condiciones de vida, en tanto subsista el corsé político-institucional cuyos mayores sostenedores han sido, son, y lo seguirán siendo, el duopolio político Alianza-Concertación
En este orden, entonces, hay que cuestionarse seriamente, si en las actuales condiciones políticas de un régimen institucional, con un sistema de elecciones totalmente antidemocrático, vale la pena seguir participando en los circos electorales que avalan esta gran farsa. Y no es que yo me oponga a un proceso de elecciones, por el contrario lo estimo de utilidad, siempre y cuando subsistan los requisitos mínimos necesarios para que el respectivo sistema de votaciones se inscriba dentro de un proceso que sea democrático y realmente representativo de la auténtica voluntad del pueblo, condiciones éstas que, en mi opinión, de ningún modo se cumplen en nuestro país, al contrario, transformado en un claro aherrojamiento de dicha voluntad.
¿Quiero decir con esto que si por la vía electoral no hay salida para el callejón sin salida en que nos encontramos, tenemos que asaltar el poder mediante la lucha armada?... Por cierto que no. No porque sea una vía con la cual no simpatice, sino porque las condiciones actuales no son propicias e impiden en los hechos así hacerlo, Como se dice en la jerga política revolucionaria, no están maduras las condiciones para dar ese paso adelante.
Entonces…¡Que hacer para salir de este callejón sin salida?. En mi opinión, sólo existen dos posibilidades políticas a la mano:
1.- Ser capaces de formar una autentica fuerza de izquierda, que sea lo más amplia y unitaria posible, opuesta decididamente al modelo neoliberal, con un programa de acción que contemple las aspiraciones básicas-mínimas propias de un gobierno verdaderamente democrático y popular. Este proyecto básico-mínimo, entre otros, debe considerar lo siguiente:
Convocatoria a una Asamblea Constituyente
Renacionalización de las riquezas del cobre
Nacionalización de los servicios públicos esenciales, entre otros, agua, luz, gas y teléfonos.
Reforma Tributaria, con carga distributiva de acuerdo a las mayores o menores utilidades.
Reforma Previsional, de la Salud, y la Educación, con una mayor participación activa del Estado..
Exención del impuesto del IVA, para pan, leche, libros y remedios genéricos del formulario nacional.
2.- En caso, no se dieran los presupuestos políticos de unión de toda la izquierda, aglutinados en torno a un proyecto inequívocamente popular y democrático, todos los referentes políticos y movimientos sociales, que se muestran decididamente contrarios al actual estado de cosas, no les quedará más camino, en la próxima farsa electoral, que anular su voto.
Claro está, voto nulo pero dándole un sentido. Esto quiere decir que los próximos votos nulos, no deben quedar reducidos a la inutilidad de una expresión puramente inorgánica individual, remitida a la íntima conciencia de su pura individualidad. Una voz que salga con todas sus fuerzas hacia afuera, un gritar que se sienta. Una voz que no se pierda en el viento, sino capaz de horadar, de penetrar infinidad de conciencias. Miles de voces antes silenciosas, ahora convertidas en un inmenso ruido como el estallido de una dinamita. Hacer carne, en cada uno de nosotros, de aquella potente imagen nietzscheana “Yo no soy un hombre, soy dinamita” (Ecce Homo)
Para estos propósitos ya existe una base. Mal que mal, el 12,33% de votos nulos y blancos, en la reciente elección, no es una cifra menor, más sobre todo, cuando sobrepasa a lo que sacó el Podemos, y también mayor a lo que sacó el PRSD, o el PPD y el P.S, y muy cerca de lo que sacó la D.C.
Con un trabajo político bien hecho, sobre todo, orientado, fundamentalmente a captar y, mejor aún, encantar a ese gran universo de voluntades, de varios millones de los que no votan, puede llegar a constituirse en una fuerza activa inesperada, como por ejemplo, llegar a constituirse en la expresión de una voluntad que, medida en números, puede ponerse a la cabeza, como mayor fuerza, sobrepasando de lejos al partido mejor votado.
De ahí, para adelante, de darse estos presupuestos, nos encontraríamos a un paso de deslegitimar de facto, sin violencia, en forma activa y pacífica, los resultados electorales próximos. Hacer del voto nulo una nueva acción política que tenga un claro sentido. Votos que no se pierdan, que no queden vacíos de contenido. Hacer que la voz silenciosa encerrada en cada voto nulo, se haga ruidosa, entrar a una nueva guerra, usar una nueva artillería, pero sin humos. Una acción que irrumpa como algo nuevo, con un alto significado político, algo así como “una no violencia activa”, a lo Ghandi, pero no sentándose en avenidas y calles, sino que con el voto nulo, la propia arma de la burguesía pero ahora, vuelta en contra de ella misma.
Sólo de ese modo, el voto, tendría sentido para esa ingente porción de voluntades que nos encontramos disconformes con el actual estado de cosas. Es mi simple opinión, con la que pretendo interpretar a otros tantos; cuantos más, mucho mejor.
Esta sería, creo yo, una novedosa e interesante tarea política, cuya proyección puede ser pura dinamita, en una sociedad que bien merece y necesita ser dinamitada, para sacarla de su marasmo.
Si no se pudieran dar ninguna de estos dos opciones, en las próximas elecciones, quiere decir, que este país, ya no tiene vuelta, y mejor sería irse cada uno para su casa, sin chistar… ¿Para qué?...Ya no tendría ningún sentido.
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