Responder a la pregunta
“¿desde dónde habla Andrés Anwandter (Valdivia, 1974) en Amarillo crepúsculo (Santiago: Libros La Calabaza del Diablo,
2012)?” resultaría sencillo; habrá que decir Santiago en nuestra feroz
actualidad. Sin embargo, Anwandter hace en verdad un ajuste de cuentas, que es
un testimonio de quien ha visto pasar un proceso sistemático e incesante de
desnaturalización de la realidad y del lenguaje en nuestra sociedad
contemporánea. Elegir como título ese amarillo
crepúsculo (subproducto / del
petróleo integrado / a la cadena
alimenticia), que él mismo vincula en uno de los poemas a su vivencia
infantil, es clave: el mundo del niño se veía ya intervenido por la técnica
alimenticia, que sabía tomar el lugar del color de las frutas. Esta naturaleza,
a punto de ser cancelada, se desvanece bajo la artificialidad, como todo el
mundo que se planta frente al sujeto lo ha hecho y lo sigue haciendo.
El reflejo formal de
tal percepción es complejo, y corresponde al trabajo que Anwandter ha venido
haciendo desde el 2000: una poética que decide ponerse de espaldas a la
posibilidad de una musicalidad natural, asumiéndose hermana de la técnica en la
frialdad de la disposición del sonido y el sentido –el hablante declara que ha
olvidado con qué palabra comienza la
Ilíada o en cuál idioma se expresa
mejor el ser. Este alejarse de los atributos básicos de los que la poesía
se ha alimentado para producir sus aspiraciones más fundacionales y su posible
escena primordial –la oralidad del canto, que presupone un otro inefable que presupone lo colectivo- tiene consecuencias en la
otra punta de la experiencia lectora: su trabajo
poético (como le llamo a estas
alturas / a la masturbación en pantalla, señala el hablante) parece
dirigirse a nadie, la escena de la escritura es la escena del encierro en medio
de una urbe degradada por su antinaturaleza, con el peso de la memoria en que
no deja de aparecer la vivencia natural de la infancia. Tal choque traumático
ya parece actualizado en la misma edad de la inocencia: Intento formular mi experiencia / de la dictadura // fueron probablemente / los mejores años de mi vida //
la infancia en lo posible / alejada del horror general // entre las hojas
mojadas / bajo la lluvia. En este poema, al fin, el hablante administra su
memoria como un pan integral // cada
mañana / preparando el desayuno // para la familia reunida / con un inmenso
cuchillo. La imagen de cuchillos y armas de todo tipo parecen responder
permanentemente a este choque con la propia historia, en lo que puede considerarse
la respuesta última de un sujeto integrado a un sistema de producción
–técnico-, mas enajenado por una sociedad que sólo surge espectralmente.
Me es imposible no
ver en esta situación una suerte de esbozo de la (posible) generación poética
de los 90, aquella pasmada por el testimonio del cambio de modelo social,
económico y político, consciente de la evanescencia de su propia voz y
pertenencia, y por lo mismo incapacitada –desde una ética fundada en la
derrota, en la ausencia de una respuesta activa- para intervenir en el
transcurso histórico. La sustancia ética de esta posición, desde el texto de
Anwandter, está lejos de la “cobardía” que se le achaca a dicha conciencia
generacional: se trata más bien de la imposibilidad de un entendimiento cabal,
de una totalización del sujeto con su
experiencia social. Anwandter sabe expresar esto a través de la permanente
crítica de la propia memoria, la cual no resiste el análisis calmo del
intelectual, y a lo más es accesible desde el fragmento, desde la propia vida
como conjunto de fragmentos. Ésta es una de las claves para la especial deriva
de sentido de esta escritura: parece prenderse permanentemente al registro
sensorial inmediato, como punto centrípeto, ante el cual toda abstracción o
reflexión termina naufragando –volcándose de vuelta a la existencia vacía de la
urbe o a la nostalgia de la naturaleza perdida. Por ello, quizás, la
persistencia en la alusión al registro técnico sonoro –el vinilo, el cassette,
el CD-, como una seña de inferioridad ante lo taxativo y preciso de tal
procedimiento, en contraposición a una conciencia abstracta o reflexiva que se
revela incapaz e impotente. No deja de ser curioso que, más allá del recurso
técnico, esta deriva recuerde al trabajo de la memoria en Teillier, quien
ocupaba las canciones populares y las hazañas deportivas pasadas precisamente
de la misma manera.
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