He vuelto a ver a la mujer más bella
de la ciudad. Hacía tanto, tanto tiempo
que se me calmó el alma, y ahora
esta quietud no me deja tranquilo. Ah
el fulgor, que tan sólo yo he visto, y
que el resto de almas simples de ese bar
de segunda ni siquiera sospecha; bajo
esa ropa vulgar, ese rostro cansado; repentino,
esplendente, este fulgor. Y bien, ¿qué hacer
sobre esto? Las apuestas no corresponden
a esta categoría de luz hiriente. Puede
que sea un monstruo de egoísmo, o que
su frialdad pueda matar dolorosamente,
mas no eliges esta fisura en la pupila: esa
herida te elige a ti, y no hay libro de reclamos
para esta violencia. Ni siquiera
hacerle poemas a la más bella de la ciudad:
su mano barrería con todas los versos
de una sola pincelada. El deslizarse de sus dedos,
su rostro nítido, más más acá de toda
palabra. Quizá, y sólo quizá, dejarle
este papel pauteado como quien espera
el juicio seco y artístico de una colega. Porque
es así el oficio: siempre la poesía es la envidia
al destructivo y fugaz rayo de las
tormentas. ¡Ay, este relámpago!
¡En el iris, en el seso, en la carne, este
relámpago!
3 comentarios:
Suerte amigo en tus proyectos ...
ELEGIR UNA IDENTIDAD??????
TU HERMANA.
FUERZA HENRICKSON!!!
TU HERMANA.
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