Caracterizar un libro como Eje
San Diego. Arqueología de una calle mágica (Santiago: La Polla Literaria,
2013), de Ricardo Chamorro, encara un desafío casi imposible si es que no
volvemos a la tradición más primordial de la crónica: una expresión que siempre
guardó con las bellas letras una cercanía irónica y algo desdeñosamente
insolente. Porque la crónica no tuvo sino hasta muy recientemente su lugar en
las bibliotecas: su cuna de nacimiento era el quiosco de periódicos, y su
objetivo de entretener fue siempre lucido con ostentación en una época
en que la cultura ansiaba democratizarse. En nuestros días, en que el
periodismo se ha convertido en oficio funcionario y hay artistas que desean
convertirse en íconos o figuras pop a cualquier precio -a costa de embutir
verdaderos enigmas al lector común en medios masivos, para ostentar su propia altura-,
se tiende a olvidar el espíritu original, democratizante, de la crónica.
Desde este ángulo, un libro como
el de Chamorro es digno de agradecimiento. Su perspectiva es puesta claramente
desde el primer Resumen atolondrado de cómo es vivir en San Diego: en
primera persona y sin artificios -Vivo en los alrededores de calle San
Diego...- con una actitud marginal que es desplegada con gracia y un tono
de honestidad que no llega a la exageración. Esto, desde el momento en que
define desde ya, indirectamente, el ámbito cultural al que no se
considera perteneciente: el barrio es especialmente adecuado para poetas y
narradores de mala muerte. Esto conforma bien la voluntad desde la que
están escritas las crónicas: no serán excusa para ostentación artística o
visiones totalizantes.
Esta postura acostumbra ser en
nuestra cultura espectacular un disimulo para la frustración; pero en Chamorro
se hace un medio de aligerar su prosa. A medida que transcurre la lectura, el
cronista se nos revela en carne y hueso, como testigo y participante de
anécdotas hasta domésticas, hechos delictuales, aventuras amorosas y
movilizaciones políticas: los “personajes” que presenta, casi sin excepción,
tienen alguna interacción personal con él; y suyas son además casi todas las
fotografías que acompañan el trayecto del libro, efectivas ilustraciones,
aludidas en las crónicas.
En contraposición con la posible erudición
de un estudio, la investigación realizada por el autor con respecto a la
historia del barrio, francamente asombrosa, convierte a Eje San Diego en
un ejemplo de rescate patrimonial no institucional, hecho “a pie” y como sin
permiso -esto es francamente literal, cuando refiere, con respecto al edificio
Reval, que no pudo acceder a cierta información por no estar suscrito a El
Mercurio. Esto le permite ir muchísimo más allá de amables estudios
históricos como los realizados por Sady Zañartu en su clásico Santiago,
calles viejas: partiendo desde antes de la fundación de Santiago, podemos
ver el despliegue de la modernidad, el impacto -incluso urbanístico- del
Golpe del 73, y la invasión inmobiliaria moderna. En este plano, el rescate
histórico es efectivo, intentando y logrando llenar vacíos que la cultura
institucionalizada ha dejado casi a propósito.
Este rescate hecho “a pie” lleva
a otra característica del libro: el rescate patrimonial tiene en primerísimo
lugar al barrio como ámbito humano. Esta voluntad, entonces, no puede sino
establecer ante la desaparición de arquitecturas, locales y formas de vida, una
toma de posición, que anima y justifica, de una u otra forma, desde el tono
hasta los temas: Sopaipillas o Ratones, de nula importancia en un
texto más “formal”, pueden ser entendidos como formas de resistencia frente a
un vendaval que ya no es el abstracto “tiempo” de la modernidad, sino la bien
concreta especulación inmobiliaria de una ciudad que va quedando sin alma bajo
el neoliberalismo campante.
Sin embargo, sería equivocarse
suponer en esta posición el fin último del libro. Chamorro deja espacio para la
anécdota personal mínima, y cabe señalar que la calidad y honestidad de la
prosa hace que se lea no tan sólo con atención, sino con verdadero placer.
Mucho de esto tiene que ver con el formato que determina la estructura de
entrada de blog, en que Chamorro parece haber encontrado exigencias análogas a
las que en otra época tenía el cronista de diario: como la síntesis, la capacidad
de despertar el interés en pocas líneas y la empatía con un rango amplio de
posibles lectores.
Uno desearía que la iniciativa
que llevó a Eje San Diego desde un blog hasta el papel se multiplicara
en un país al que le hace falta urgentemente el rescate patrimonial no
institucional como forma de resistencia política -entendida “microfísicamente”,
si cabe citar así a Foucault. Que sea la encargada de esto La Polla Literaria
no deja de ser importante, ya que uno de los objetivos del “campo de resistencia”
en que se van convirtiendo las Editoriales Independientes debería ser,
precisamente, el llevar a esta arena disciplinas y preocupaciones de las que la
institucionalidad cultural parece haber disfrutado -y malgastado- el monopolio
demasiado tiempo.
Cabe además hacer notar la buena
factura del libro, el buen diseño y una alta definición gráfica que hace lucir
las fotografías: y sería una gran noticia que fuese sólo el primero de una
colección dedicada a preocupaciones análogas.
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