La conciencia de lo primordial, aquello que sólo al
artista le puede ser revelado, lo pone de frente a esa sociabilidad que la
humanidad ha construido sobre la ceguera. La inaudita violencia del aparecer en el mundo –de la cual el
trauma del nacimiento es tan sólo una de las imágenes posibles, esa luz que
traspasa los párpados-, la incomprensible necesidad de todo esto que tenemos al
frente, inabordable por nuestras lógicas y débiles certezas, ha forzado a la
humanidad a sucesivas e impotentes instancias de generar sentido -de religar, aunque sea con falacias, los
puentes rotos entre el ser humano y el mundo. Mas el artista sabe que detrás de
todo esto se esconde un fondo inefable e ineludible, y este desengaño profundo
representa su marca más definitiva.
Ya se está en un exilio, entonces. Este deseo de
situarse en un radical más allá, es
lo que me parece que revela desde su título Un
momento propicio para el exilio, un libro que los que admirábamos la poesía
de Marcelo Guajardo Thomas estábamos hacía ya tiempo esperando. Con un poder de
generación de imágenes poéticas absolutamente excepcional dentro de nuestra
nueva literatura, que puede pasar desde la sencillez más clara hasta complejas
construcciones de sentido, Marcelo no ha temido un paso que pocos practican en
nuestro país –absolutamente obsesionado con lo contingente-: el plantearse las
preguntas esenciales del sentido del ser y la vitalidad, desde un mundo opacado
por una racionalidad técnica con pretensión de muerte.
* * * * *
Antes de la posibilidad humana podría estar su
fundamento. Desde el libro se puede hablar de una animalidad que aspira a dar cuenta de ese fundamento, con la plena
conciencia de la permanente presencia de este antes. Pero este antes no
se puede enfrentar desde un modo cualquiera de arqueología (una ciencia que
suponga un observador frío y compuesto), sino desde una forma superior de
conocimiento: ese ciego abrazar sin conciencia que surge en la mística y la más
alta actividad poética, que es casi una forma excelsa de compasión para con la
materia, y que no deja de erosionar cualquier integridad de un sujeto.
Tal animalidad en el libro se aparta entonces
decididamente de un sencillo bestiario visto de lejos y teñido de una
racionalidad superior y fabuladora, sino de la conciencia de una ética radical
y mitopoética. La conciencia desgarrada es la que debe ceder paso a un más allá de la conciencia, y por ello el
dolor se hace indispensable; un dolor como el del nacimiento, que sabe no ser
una mera sensación nerviosa, sino signo externo de una conmoción trascendente.
antes de dios
la palabra emerge
de la lengua del animal
una esfera de arcilla enquistada
en el abismo de la placenta
(de Antes del hombre, la ciudad y
el animal)
Civilidad
arde en medio de la caverna
el incontenible sol de la barbarie
arde en la hoguera
el semen de la barbarie
nombrado en las aldeas
en
la jauría
Es
notoria una conmoción que se acerca al terror en estos textos, pertenecientes a
El dolor de los enjambres, la primera
sección del libro. La investigación parece detenerse, como crispada, ante la
omnipresencia de la muerte, del impulso de muerte. La construcción del verso,
incluso, parece a veces tartamudear, como expresando en el silencio las
palabras imposibles.
Ante
la revelación de la naturaleza, no resulta extraño que el mismo poeta adquiera
un carácter monstruoso. Ya puede darse cuenta de la presencia de esa naturaleza
ciega en sí mismo, al tiempo que es también consciente de estar un paso más acá
del abismo de sentido que no deja de mostrarse ante él. Y lejos de la figura
del albatros baudelariano, Marcelo escoge la de Joseph Merrick, el hombre
elefante, como imagen del poeta moderno. El dolor de la evidencia de su involución
es palpable:
Día 6
imito el aullido de cacería de los lobos
las deformidades me dan el aspecto de la
fiera
que
rompe a dentelladas el cántaro y su lengua.
Este
aislamiento radical que le impone la visión –el terror alienado de quien ha
presenciado este trasfondo bestial e inefable- produce naturalmente la
aristocracia impostada del poeta moderno. Ante la degradación del mundo
construido por la humanidad, resulta natural para esta criatura deformada
–emparentada con Nietzsche y Baudelaire- que todo aquello por lo que subsiste
tendrá indeleble la marca monstruosa, mientras encierra en sí la absoluta
conciencia de su trascendencia. Se podría elegir dejar tal desgarro de lado,
sin embargo, Marcelo es capaz de dar cuenta de tal quiebre, asumiendo su labor
como una paródica mediación, una religiosidad de segundo orden.
Día 9
he construido y reconstruido
una réplica del templo
por
asco y compasión.
Tal
compasión es un ingrediente fundamental en el libro. Pero no es exactamente la
voluntad emocional, en que no es poco común una evidente mala conciencia, de la
compasión cristiana de misa de domingo, sino algo muchísimo más fundamental,
que toca hasta la condición del ser. Se trata de una religiosidad en el sentido
más profundo, pero traspasada por la crisis del sujeto creador.
En
vez de la sencilla piedad hacia el débil, esta compasión se revela como una
empatía con el todo, en que el dolor y la muerte son asumidos como necesarios.
Así, puede aparecer sin problemas devenida en su opuesto, en el Prólogo con respecto a la religión, de
la sección La jauría revelada.
Lo que adoramos y lo
que no de un señor
colgado en la madera
Si encontramos en
nuestra casa a un señor desnudo que agoniza colgado en la madera, seguramente
no seríamos tan benevolentes ni piadosos. Es muy probable que en medio de
nuestra perplejidad, mezclada con asco, adelantemos su muerte colgándonos de
sus rodillas presionando sus pulmones hasta reventarlos, causando un certero y
profundo instante de dolor
¿cómo librarnos de
esta peste multitudinaria?
el gemido de un quirquincho que pasea por la casa a la hora de la
comida, los gritos de dolor de un hombre que agoniza colgado en la madera.
* * * * *
En
La jauría revelada, Marcelo presenta
la figura de Hernán Olguín. Esta figura, síntesis de observador científico y pedagogo,
se presenta como uno de los “héroes” que, desde uno de los prólogos de la
sección, se suponen necesarios para la modernidad de un país como Chile
–preparado para cenar mientras Calibán, latinoamericano raquítico, debe
alimentarse de sí mismo. Es imposible no recordar el sello generacional que
supone esta figura: la divulgación –vulgarización- del conocimiento, que
implicaba una permanente loa a la modernidad científica, se daba dentro de un
contexto de un sistema político degradado y una falta de respeto institucional
por la vida humana –y no me refiero sólo a que fuese quitada la vida, sino a
todo lo que implica la expresión, desde el sentido más profundo hasta el más
cotidiano, desde la economía hasta la sociabilidad.
No
es extraño, entonces, que se presente la proliferación de la imagen de
televisores –que se conforman como alimento, como mediaciones absolutas de los
sujetos, como posibilidades paródicas de religiosidad, etc..
Olguín
flota en el limbo el limbo es un televisor a color el cielo y el infierno son
televisores a color. Hernán Olguín introduce un micrófono de metal en la boca
de Dios.
El
contexto de los poemas es el espacio sideral, y la indeterminación de situación
que esto supone produce naturalmente la visión de una mística grotesca. Pero
esta mística resulta un reflejo paródico y degradado: lo que la mueve es la
proliferación incontrolada de la racionalidad técnica, cuantificadora.
Hernán
Olguín se reproduce sin necesidad de otro Olguín sexuado. Hernán Olguín es
hermafrodita, es la madre de todos los Olguines.
En
la siguiente sección, 37 mujeres calvas,
esta proliferación se plantea desde la misma construcción del texto. Aplicando
un objetivismo a ultranza, bajo el procedimiento de reordenamiento de
elementos, esta racionalidad es llevada a su límite. Las mujeres devienen
objetos en juego, signos vacíos. En este mundo degradado, el dolor y el
desgarro en la visión del creador se hacen evidentes, sacando al texto de una
experimentación puramente lúdica hacia una conciencia abismal. Esto es notorio
en el poema Las repulsivas visiones
barrocas de su dolor pegado a las cuencas de los ojos.
Tal
desgarro se hace más pleno de sentido desde la situación de marginalidad que
supone estar más acá de la Gran Historia del mundo. El ser latinoamericano y,
lo que es más, ser chileno, se pone en una crisis dramática.
iv
El descrédito de los
papiones proviene
de su pequeño y
absurdo lenguaje latinoamericano
de señas
indescifrables y gritos
Apenas se comunican
estas criaturas
rudimentarias y
subnormales
Apenas gritan en
medio de las bibliotecas
colgados del cielo
raso y las lámparas de carey
en mitad de la noche de Chile.
En que no se refiere tan sólo a un juicio histórico sobre un mundo
degradado, sino además a la violencia del desgarro entre la utopía iluminista
(la biblioteca) y la humanidad degradada de la era de la técnica. El artista ve
en esa sociabilidad degradada la muestra del fracaso de los proyectos
iluministas (cfr. Cochrane).
En la sección Persa,
esta humanidad degradada se expresa a través de la descripción del mundo de las
mercancías, en que los mismos seres humanos –desde su misma figuración en la
construcción del texto- terminan formando parte de procesos fríos de
circulación que se ven reflejados en el mismo tono frío de tal descripción. En
el poema Compra y venta de máquinas
Singer, por ejemplo, las mismas singeristas se hacen parte carnal del proceso
al unir su piel con sus máquinas.
La
sección Víctor Sarmiento comprende el
tedio vuelve los ojos hacia el sujeto con una agudeza fundamental. El
tedio, acá, se levanta como un estado metafísico, bien comentado por el
epígrafe del poeta norteamericano Forrest Gander:
To say: I have lost the consolation of faith
though not the ambition to worship,
to stand where the crossing happens
Esta
religiosidad, lejos de dar vida, da al sujeto la real conciencia de su desgarro
interior –la muerte, el dolor, el abandono, la podredumbre están ya presentes
en él antes de la sensación o el hecho. El desgarro se muestra como la
constitución misma de este sujeto. Como contrapartida, la aparición de la “vida
real” es tan lejana y está tan mediada como los cambios en la política
gubernamental descritos en el diario del día o la edición en inglés de Latin
American Trade. Ya que como rezan los versos finales,
Luego del habla
el grito vencido de la carroña.
En Cinco comarcas y Máfil, el ejercicio de autoconciencia se
hace aun más profundo –la escisión se hace total y se traduce en una intensa
vivencia estética, en el pleno sentido griego del término. Por ello, el
objetivismo puede maridarse con el más intenso vitalismo a un nivel que roza la
mística: en este caso, una mística de la percepción, en que la tartamudez de lo
inefable no queda afuera. En este sentido, la cercanía a los modos clásicos de
la poesía japonesa responde a una íntima certeza en la unidad del mundo, un religar.
Todo cuanto ha hecho la fuga. El acopio.
El brote de la mandíbula. El abismo que marcha. El follaje hambriento. El río.
Todo
cuanto ha hecho la fuga. Abandonarnos en la caverna de Tiresias. Sin habla.
Palpando.
En
Pucara, se realiza la entrada de la
memoria personal, en forma de retazos que intensifican la poderosa tensión
expresiva. El signo de la tragedia no deja de presentarse, entregando a la
sección el carácter primordial, de formación de mitos, que el camino ya
recorrido impone al autor. Hay sombras de una ritualidad primitiva, apelativa
al Origen, que sabe enhebrarse con una religiosidad campesina, temerosa y
oscura –la amenaza de muerte del Tue Tue no deja en ningún momento la densa
escritura de esta sección.
Desde ese Origen, como una posible reconciliación, es el arte
poético el llamado a reconciliar el mundo. Si bien se reconoce la alteridad, se
puede revivir un vínculo posible con ese otro
radical en el seno de la obra poética, parcialmente al menos. Muestras de
absoluta madurez en este sentido son las últimas secciones del libro, Los delicados valles de la modernidad (con
una amplia variedad de formas, procedimientos y poéticas, incluyendo la ironía
lúdica), la prosa poética concentrada y dotada de un equilibrio preciso de Cocaví y el despliegue concentrado de Nuevas impresiones del litoral.
Un momento preciso para
el exilio resulta sin duda uno de los libros de
poesía más contundentes y significativos de nuestro momento actual. No me
resulta exagerado hablar de una maestría en el oficio de Marcelo, absolutamente
sobresaliente en la configuración de un mundo poético complejo, que desde la
elaboración de la imagen poética sabe no excluir una permanente reflexión ética
que llega hasta a problematizar la religiosidad o nuestra posibilidad de ser
nación –como chilenos o como latinoamericanos. Resulta asimismo una plena
resituación de una actitud generacional –ya que me disgusta hablar de una
generación de los 90-: una voluntad literaria que supo plantearse la
problemática de la propia situación del creador antes de entregarse ciegamente
a la experimentación o a abordar la contingencia social y política.
Sin duda la editorial gana también un reconocimiento: éste era un
libro esperado desde hacía tiempo, tal como Materias
de libre competencia y regulación de Andrés Florit. Es de esperar que no
sólo en el plano nacional, sino más allá de nuestras fronteras, estos libros
sean una buena noticia.
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