Una casa de espejos: ya nadie
viene. Nada es tan fiel como esta sombra,
saltando de uno a otro espejo –la luz
de las grietas de la casucha se cuela sólo
para crear esta burlona tiniebla: no deja ver
el suelo sin barrer, el vaso plástico
que ya hace años duerme y se deshace
en una nada diez veces repetida.
La existencia más allá de los muros se ha es ya
una pura fantasía: podría haber festines
o matanzas, y el cristal de estos paneles
mentirosos seguirá como imperturbable, torciendo
el infinito entre penumbras. Ni una música
de la maravillada clientela, de los que de sí
mismos salieron en la preciosa vagancia
de los domingos. Nadie hace la ansiosa
especulación intelectual sobre los espejos:
las arañas, infinitud de ácaros, las
ratas, no tienen afanes mayores que el hambre
eterna, la enfermiza caza a oscuras. Es
inmortal –hoy- esta casa de espejos. En el más fatal
exceso de reflejo, a sí misma se encuentra
cada día. La luz se va por las rendijas
de occidente. Todo queda a oscuras.
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